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 La vida en nuestros campos: señoritos y jornaleros en la sociedad agraria del  XIX y XX.

Manuel Perales Solís

En nuestra sierra olivarera encontramos numerosos lugares que en su día fueron activos centros de actividad agroindustrial;  propiedades olivareras, con bellas caserías, casillas y  molinos de aceite convertidos en núcleos de gran vitalidad económica a lo largo de todo siglo XIX y principios del XX.  En torno a estos lugares se desarrolló gran parte de la vida y las actividades de nuestros antepasados y un “modus vivendi” peculiar condicionado por unas  formas de producción y relaciones sociales, en muchos aspectos precapitalistas, que dejarían profunda huella en la forma de ser, vivir y sentir de muchos/as marmolejeños/as de antaño, pues difícilmente  habrá familia marmolejeña que entre sus ancestros no haya tenido a alguien que viviera, trabajara, y se relacionara con sus paisanos, en los parajes del olivar serrano durante largas temporadas a lo largo de esos dos siglos. Algunos incluso, con total probabilidad, conocerían a su  media naranja  cuando  se  empeñaban durante el invierno en las tareas agrícolas de las populosas y animadas “cuadrillas”, mientras  recolectaban las aceitunas del señor marqués, conde o nuevo burgués hacendado. En ese mismo ámbito de trabajo y, como no, en los ratos de asueto tras las duras jornadas,  al cobijo de las caserías, no me cabe duda que surgieron de manera espontánea  muchos de los valores sociales y culturales que acabaron con el tiempo definiendo nuestro acerbo cultural y nuestra propia idiosincrasia.

   El análisis de esta realidad que nos ocupa también nos va a permitir otear toda una galería de personajes,  pertenecientes a los distintos estratos sociales, que vinculados en algún momento, y por motivos diferentes, a estos lugares,  forman ya parte importante de nuestra historia local.



Un paraje que resulta especialmente interesante  en referencias de tipo histórico dentro de la geografía del olivar serrano  son las Casillas Blancas del Marqués, emplazadas en la zona denominada de las Cavas  del pago de Cerrada,  lugar dedicado al cultivo de la vid, (de ahí su nombre), desde mucho antes de convertirse en plantación olivarera en los años finales del XVIII. A ellas me voy a referir a continuación como un capítulo más de lo que en su día pretendo que sea un trabajo  más amplio sobre la vida en el campo en los siglos XIX y XX, con pretensiones de ser publicado.

  Este lugar  presenta una orografía de perfiles quebrados, pero suaves, y un clima benigno; se enmarca dentro de un pago olivarero comprendido entre el valle del Guadalquivir y Sierra Morena, concretamente en el límite sur-occidental de la Loma de la Marquesa, allá en sus confines, lindando con lugares tan renombrados como las laderas de los Algarbes (incomparable atalaya sobre el Guadalquivir  y lugar generoso para la cría del espárrago silvestre) o las casillas de Torta y de Panduro, ambas pertenecientes a  familias de pequeños propietarios emparentadas encomendadas al cultivo del olivo en el cerrado valle que por aquí forma el río antes de marchar hacia tierras cordobesas.

Dentro de la finca a la que dan nombre, aún sobreviven chaparros centenarios (testigos del antiguo paisaje adehesado) en medio de las camadas de olivos y entre la vegetación de sus lindes, destacando por su especial belleza la linde suroeste desde donde se contempla el profundo valle labrado por el Guadalquivir. Merece una mención su viejo pozo  rodeado de higueras,  rincón antaño de gran belleza pero muy deteriorado en nuestros días  por los efectos de la erosión que sobre la cañada donde se ubicaba,  han ido generando los usos indiscriminados de herbicidas que, paulatinamente, fueron esquilmando las bellas y frondosas praderas que vestían la sierra olivarera acelerándose e incrementándose los efectos devastadores de las escorrentías; aquí los caseros mantuvieron  huertos que regaron con el manantial del pozo; esta práctica fue habitual en las caserías del olivar serrano donde fueron frecuentes los cultivos de hortalizas para el sustento de las familias de jornaleros y caseros, aprovechando las aguas  de  pozos y alcobillas cuidadas con extremado mimo para garantizar su higiene y potabilidad a lo largo de todo el año.



La casa principal, cercada de tapias por todos sus flancos, constaba de cocina, con amplia chimenea, dos habitaciones, cuadra, pajar, patio y un pozo con abrevadero según se describe en una escritura de compraventa de dos de julio de 1968.  Completaban este conjunto tres casillas para jornaleros adosadas al muro protector dando fachada a la vivienda principal.

Paraje de las Casillas del Marqués.

Esta casería no disponía sin embargo de molino aceitero y previsiblemente las aceitunas de la finca se trasladaban para su molturación a caserías cercanas como la Marquesa, Boca del Río, Olalla, o el Cañuelo, todas ellas dotadas de almazaras con viejos molinos de viga.  Hemos de lamentar, como no, la pérdida  de un espacio entrañable denominado “La cruz del Chaparral”,  ubicado en la esquina suroeste del muro de mampostería que cerraba por completo el recinto de la casería.  Se trataba de una especie de merendero con bancos de piedra, sombreado por pequeños chaparros, en el que el motivo fundamental era una cruz de mármol blanco, de pequeñas dimensiones incrustada en un sillar esquinero del muro. La mandó poner allí uno de sus últimos dueños, Francisco Quero Santiago, para realizar  sus propios rezos en las temporadas en que vivía en la casería, según  el testimonio de José Alférez Alcalá, joven lugareño residente en esos años con su familia en la cercana casilla de Goyete, junto a la Huerta del Carmen, trabajador eventual en las Casillas (1). De este muro periférico, de funciones evidentemente protectoras contra los robos y saqueos de partidas de facinerosos, y al que se adosaban estancias para los animales (fundamentalmente cuadras y zahurdillas), solo se conserva un tramo en el flanco de la puerta de los almendros. Curiosamente este singular elemento arquitectónico será recurrente en muchas caserías de la serranía olivarera, sobre todo las edificadas en la primera etapa de las plantaciones de olivos a finales del XVIII y principios del XIX, siendo, en este sentido, uno de los exponentes más claros la desaparecida casería de Aguilera, en los límites del olivar con Sierra Morena, y la casería del Ecijano.



Antecedentes de la explotación olivarera serrana:

    El inicio como explotación olivarera de muchos de estos predios hay que rastrearlo en los procesos desamortizadores acometidos por los sucesivos gobiernos liberales desde mediados de siglo XIX e incluso, mucho antes, con las primeras desamortizaciones emprendidas a fines del XVIII (1798) por el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy, sobre los  bienes rústicos y urbanos de las  Capellanías, Cofradías, Obras Pías y Patronatos de Legos, en un intento a la desesperada  de buscar recursos financieros para la Corona (2), evitando con ello tener que recurrir a los empréstitos de los banqueros.
   Pero probablemente,  en el caso de la mayoría de estas  dehesas dedicadas a pastos y ganadería extensiva, fueron sus antiguos dueños, fundamentalmente de clase noble y caballeros hijosdalgos, quienes comenzaron la plantación de los olivos en zonas  dedicadas a monte bajo, encinas o  viñedos. La vejez de los pies de los olivos de la zona nos delata que gran número de explotaciones olivareras debieron de plantarse hace ya dos siglos y medio.
    También, las desamortizaciones de tierras decretadas  desde  mediados del XIX, (sobre todo la del ministro Madoz), acabaron transformando, a medio y largo plazo, el paisaje adehesado de las fincas pertenecientes a los bienes de propios del Ayuntamiento (caso de las dehesas del Hormazal, Cerrada, y finca de la Virgen en el pago de la Aragonesa), en paisaje agrícola olivarero en manos de nuevos propietarios, fundamentalmente foráneos y pertenecientes a una nueva clase de burgueses deseosos de invertir capital  a la búsqueda de  beneficios en  unas tierras baldías pero aún vírgenes desde el punto de vista agrícola, pues es evidente que la riqueza  y prosperidad de estos parajes y de los pueblos cercanos a la sierra, alcanzó niveles nunca vistos una vez las nuevas plantaciones empezaron a dar sus frutos.
   Otros muchos predios de cultivo de la serranía olivarera y del término municipal de Marmolejo fueron a parar a titularidad de varias familias nobles castellanas: condesa de la Vega del Pozo, marqués de Velamazán, marqués de la Motilla etc;  andaluzas, como los condes de Villaverde, de Antillón y marqués de Grañina, etc; o de procedencia más cercana  como el caso de  familias nobles de origen andujareño, a saber: conde de Gracia Real, marqués del Cerro, conde del Prado, marqués de Torremayor, marquesa de Santa Rita etc. (3), si bien hay que apuntar que esta nobleza andujareña ya poseía inmensas propiedades rústicas desde mucho antes de los decretos desamortizadores. También, en menor medida,  diversas instituciones de carácter religioso (cofradías, capellanías) o piadoso (hospicios, casas de misericordia, expósitos, obras pías, etc.) dispusieron de propiedades esparcidas por  nuestro actual término municipal que con el tiempo acabaron en manos privadas.
   El Concejo Municipal de Andújar,  a través de su Junta de Propios, administró a lo largo del XVIII, para uso y disfrute de los vecinos de Andújar y del Lugar de Marmolejo, los pastos y leñas de las tierras pertenecientes al común  ubicadas en el pago de Cerrada e integradas por diversas dehesas encerradas entre el Guadalquivir y Sierra Morena,  así como la extensa dehesa del Hormazal (superficie de más de 1500 hectáreas) que limitaba al norte y oeste con el río Guadalquivir, y al sur y este con el antiguo camino de los Granadales (o del Barco) y el Navazo (actual calle Zapateros).
    Esta dehesa del Hormazal y algunos predios no desamortizados del pago de Cerrada pasaron a formar parte  en el siglo XIX de los bienes de propios del Concejo Municipal de Marmolejo, una vez consumado el proceso de independencia respecto al Concejo de Andújar en 1791.  Pero, finalmente,  tanto la Dehesa del Hormazal como las tierras de disfrute comunal de Cerrada, pasaron también a manos privadas. En el caso del Hormazal, según refleja su actual división parcelaria, la venta debió de realizarse en pequeños y medianos lotes de tierra de cuya compra se beneficiarían fundamentalmente  vecinos de la localidad. Sólo el Baldío continuó conservando, por tanto, el carácter de  “Bienes de  Propios” de la municipalidad.



Sabemos que los pastos de la Dehesa del Hormazal, antes de pasar a manos privadas se arrendaban a los ganaderos que lo demandaban, muchas veces de origen transhumante, como queda reflejado en este contrato de arrendamiento de pastos conservado en el Archivo Histórico Provincial de Jaén: “En la villa de Marmolejo, a 16 de marzo de 1802, estando después de vista la primera estrella en las Casas Capitulares y de Ayuntamiento, a saber: “Don Gabriel García y don Juan Manuel Vizcaíno, Alcaldes Ordinarios; don  Matías de Gámez y don Acisclos Serrano de Lara, Síndico personero de su común. Reunidos como individuos de Justicia y Junta de Propios de esta Villa se presentó en 7 del presente, Antonio Jiménez, vecino del lugar de Selas, en el señorío de Molina, mayoral del ganado transhumante de doña Manuela Martínez Crespo, viuda de don Sebastián Martínez , vecina del mismo lugar, haciendo arriendo de los pastos de la Dehesa del Hormazal, alaja de estos caudales de Propios, por cuatro años que habían de principiar a correr desde el día del señor San Miguel de este año, hasta el día 15 o 20 de marzo de 1806 en que cumplía el último de los cuatro años, dando en cada uno 2000 reales de vellón en dinero efectivo y en una sola paga el día de San Miguel de cada año en que ha de verificarse la entrada del ganado…”(4).

     En general podemos decir que durante el transcurso del siglo XIX, sobre todo con el reinado de Isabel II y de su hijo Alfonso XII, gran número de burgueses beneficiados con la venta de tierras, obtuvieron de la corona títulos nobiliarios cuya nomenclatura la adoptaron del nombre del dominio territorial que poseían culminando así un disputado proceso de ennoblecimiento. Junto a ellos los titulares de las antiguas casas nobles andaluzas y castellanas, aprovecharon la oportunidad brindada por los decretos desamortizadores para acrecentar, aún más, sus antiguos patrimonios rústicos adquiriendo  tierras para cultivo de plantas de olivar a buenos precios.  Unos y otros acabaron construyéndose en estas nuevas haciendas, buenas caserías donde residir durante sus estancias de temporada, con las mismas comodidades que disfrutaban en la ciudad, rodeándose, eso sí, de una corte de “vasallos”, conformada por sirvientas, caseros,  y braceros en general, que durante años estuvieron a su servicio y constituyeron la mano de obra barata de estos grandes latifundios.

El marqués del Cerro, José Carlos Velluti y Tavira (1831-1896)

El marqués del Cerro:
   Pero retornando a la propiedad olivarera que nos ocupa, he de apuntar que los datos registrales más lejanos sobre las Casillas del Marqués, apuntan hacia los antepasados del cuarto marqués del Cerro de la Cabeza, José Carlos Velluti y Tavira personaje de la alta aristocracia andujareña nacido en esa ciudad en 1831, que poseía igualmente los títulos de marqués de Montalvo, de Falces, y de Torreblanca, heredados de su abuela materna,  María Antonia Montalbo Dávila. Fue senador vitalicio por la provincia de Valladolid entre 1864 y 1884 y concejal en el Ayuntamiento de Madrid, siendo, además, caballero maestrante de la Real Maestranza de Caballería de Granada y gentilhombre de cámara del rey.
   A pesar de sus dos matrimonios, el primero con la granadina Eloísa Entrala Perales (1832-1890), y el segundo con María del Pilar Dueñas y Tegedo, José Carlos no dejó descendencia por lo que ambos títulos pasaron, al sobrino del marqués,  José María Velluti Zbinowsky.



Hacia 1860 el marqués del Cerro estaba comprendido entre los 54 mayores contribuyentes de Andújar tal como apunta el historiador  Luis Pedro Pérez García, con bienes raíces repartidos en los términos de Andújar, Mengíbar, La Higuera y Marmolejo. En concreto en Marmolejo poseía 651 fanegas de tierras calmas; 65 de regadío en la finca de Villalba dedicadas a huerta y frutales (con gran cantidad de granados),  regados con las aguas del Guadalquivir, en donde había construido una pequeña represa y disponía de un molino harinero; 461 fanegas de monte y una cifra cercana a 10.000 olivos esparcidos por diversos parajes del término municipal en fincas como Villalba, Torrecillas, Dehesa del Rincón, Molino Quemado y Casillas del Marqués. La mayoría de estos bienes provenían de la herencia de su abuelo materno José Francisco Tavira y Velluti, tercer marqués del Cerro, y alcalde constitucional de Andújar, en 1812.



El matrimonio del marqués con su segunda mujer María del Pilar Dueñas, celebrado en 1895, duró solo unos meses pues al año siguiente, el marqués del Cerro fallecía en su casa de Madrid. Desde entonces Pilar Dueñas se convierte en marquesa viuda de Falces, heredando un enorme patrimonio, no sólo en bienes inmuebles sino de títulos financieros,  que utilizaría para la práctica de las obras de caridad, hábito que le mereció el título pontificio de condesa de Tavira y la Gran Cruz de la Beneficencia otorgada por el Rey Alfonso XIII en 1924. En 1911 la marquesa viuda de Falces se encontraba también entre las principales accionistas del Banco de España, disponiendo de un número considerable de estos activos financieros, probablemente provenientes de la herencia del marqués (5).  Esta mujer que falleció en abril de 1926, declaró como heredera de parte de sus bienes, entre ellos las Casillas, la hacienda de Villalba y la dehesa del Rincón del Jándula, a su hermana Teresa Dueñas y Tegedo, incluyendo en el lote  varias posesiones en el Santuario de la Virgen de la Cabeza.

Teresa Dueñas Tegedo y Eduardo Dolkowsky Skzobousky:
    
Teresa Dueñas fue conocida popularmente en Marmolejo  como “la rusa”, por haber estado casada, en segundas nupcias, con el afamado médico de origen ruso, Eduardo Dolkowsky.  De vida azarosa y nada convencional para su época, conoció a Eduardo en la isla de Tenerife tras enviudar del capitán de artillería Francisco Díaz Salas, matrimonio celebrado bajo el padrinazgo del prestigioso doctor Juan Bethencourt, en abril de 1899, naciendo  en  La Laguna, el único hijo de  ambos, Eduardo (6). Quizás por imperativo testamental de su hermana Pilar, llegó a constituir en los últimos años de su vida una fundación benéfica en Andújar dedicada a la caridad y socorro de  personas sin recursos.
    Pero merece la pena que nos detengamos en algunos aspectos de la vida de Dolkowsky,  hombre de costumbres bohemias que fijara un buen día su residencia en las islas Canarias, en un primer momento en el valle de Orotava, cerca de Puerto de Santa Cruz, y posteriormente en la isla del Hierro, en la localidad de Valverde.
  Eduardo consiguió, sin proponérselo,  ser toda una celebridad en Tenerife donde había llegado desde su ciudad natal de Odessa (antiguo territorio ruso, hoy República de Ucrania) hacia 1887 para vivir tranquilo y apartado en una cabaña del valle de Orotava dedicado, exclusivamente, al estudio de la naturaleza,  y al ejercicio de la medicina con carácter altruista. Nos encontramos, además, ante un intelectual de ideas liberales muy avanzadas  y de convicciones republicanas,  que opinó de manera brillante sobre diferentes temáticas de su tiempo y puso en práctica  proyectos sobre el cooperativismo de producción, ahorro y consumo,  en línea con las teorías societarias predicadas por los movimientos socialistas de finales del XIX; ideas que plasmaría  en libros como  “La cooperativa obrera”, y “Los judíos, el trabajo, la cuestión social y los toros”, “Hielo”, etc. de difusión entre los centros obreros de la isla, y en numerosos artículos en la prensa canaria.
   Difundió con tesón y convicción estos ideales sociales así como sus pensamientos sobre la necesaria educación de las clases más pobres y sus postulados de amor hacia la naturaleza y a los animales, siendo un luchador empedernido frente a la celebración de las corridas de toros a las que consideraba como una actividad degradante desde un punto de vista moral y una seña evidente de ruindad de las personas que con ellas gozan y se divierten. En este sentido sus argumentos en contra del maltrato a los animales tuvieron mucho peso en la aparición de una corriente anti-taurina canaria que conllevaría la abolición de la fiesta de los toros en los años siguientes.
  Bien relacionado con la élite política y social tinerfeña, perteneció a la Real Sociedad de Amigos del País de la isla y entre sus ideas más importantes, que finalmente no pudo realizar, estuvo la construcción de un sanatorio u hospital internacional donde pudieran hallar asilo los enfermos pobres de todo el mundo, sin distinción de religión y raza; o la organización de cooperativas obreras como pilar básico para el desarrollo económico y social de las islas.
   En 1890 el diario “La Opinión” de Tenerife le dedicaba una columna descubriendo las virtudes de este singular  personaje cuya fama empezaba a expandirse por todo el archipiélago, y que  reproduzco a continuación por su interés (7):
    “Hace cosa de tres años llegó al valle de la Orotava un joven extranjero estableciéndose en una pequeña casa de campo en las inmediaciones del Puerto de la Cruz. Todos creían que era uno de esos ingleses o alemanes enfermos que, huyendo de las nieblas y hielos de Europa buscan alivio ó la curación de sus dolencias en nuestro privilegiado clima, aunque un observador hubiera desde luego visto en los rasgos de su fisonomía y en su carácter expansivo que en las venas de aquel desconocido corría más sangre eslava que sajona ó teutónica. Bien pronto sus largas excursiones, á pie y á caballo, hasta los extremos de la isla, sin arredrarle ni el frio del invierno ni los calores del verano, dieron a conocer que el nuevo huésped de la Orotava, lejos de hallarse enfermo disfrutaba de una salud a toda prueba. Su nacionalidad era un misterio, pues con la misma facilidad hablaba alemán ó inglés que los idiomas derivados del latín y del eslavo. Un día se supo que era médico.
   Enfermó gravemente un niño de pocos años en las inmediaciones de su casa y con sorpresa general le devolvió al poco tiempo la salud, proporcionándole gratuitamente cuantos recursos exigía su delicada situación y la pobreza de sus padres. Poco después un joven que sufría durante algunos años una enfermedad crónica fue curado radicalmente gracias a la habilidad y desinterés del desconocido extranjero; y desde entonces la pintoresca casa que ocupaba en una eminencia que domina al Puerto de la Cruz se vió invadida de enfermos pobres de los pueblos comarcanos, del mismo modo que muchas personas de la mejor posición social intentaron utilizar sus conocimientos terapéuticos; pero se negó siempre a asistir a los ricos, contestando cortésmente que en el valle de la Orotava existían dignos é inteligentes facultativos á quienes podían acudir…En cambio los pobres, los desgraciados, los menesterosos, esos cuyo último asilo es el hospital, fueron benévolamente acojidos por el filántropo doctor, que no solo procuraba curar sus inveterados males, sino que les proporcionaba medicamentos, alimentación y cuantos recursos necesitaban, constituyéndose muchas veces á la cabecera del enfermo, convertido en una verdadera hermana de la caridad. Y no se crea que Eduardo Dolkowsky (este es el nombre del extranjero) es rico ni posee pingües rentas, pues dispone solo de una modesta fortuna, aunque encuentra siempre recursos inagotables en el tesoro de su abnegación y de su amor a la humanidad. Héroe oscuro y anónimo del infortunio, no busca la recompensa y rehuye los aplausos, obrando únicamente a impulsos de su noble y honrado corazón; pocas veces habrá subido las escaleras del rico, si bien ha pasado muchas noches en el tugurio del pobre, llevando la salud y el consuelo á los desheredados de la fortuna de quienes la sociedad no se ocupa.

 En el Valle de la Orotava, como en casi todos los pueblos de esta Provincia, donde no existen sociedades cooperativas que socorran al trabajador de sus enfermedades y de sus infortunios y donde los establecimientos de beneficencia son tan pocos como deficientes, un hombre como Eduardo Dolkowsky es un don del cielo y un verdadero prodigio. En este siglo utilitario en que se explota la palabra filantropía y hasta los actos de caridad, son algunas veces, el resultado de cálculos interesados y ulteriores miras, una personalidad como la del médico ruso es tan rara como interesante…. Observador profundo, ha estudiado el clima, el suelo, la flora y la fauna de Canarias; conoce nuestra historia, nuestras costumbres y nuestra sociedad íntima y en la obra que prepara fruto de tres años de investigaciones y trabajos, es de esperar que se muestre recto e imparcial, colocándose tan lejos de la adulación como de la injusticia.

  Alejado del país que le vió nacer, lleva en la frente la nostalgia de la patria y el recuerdo de seres queridos de quienes le separan distancias, tal vez infranqueables; es una inteligencia que utiliza la humanidad entera, y si el proyecto que medita llega á realizarse, la isla de Tenerife conservará un grato recuerdo de Eduardo Dolkowsky”.

 El médico Eduardo Dolkowsky Skzobousky. Postal dedicada a la institutriz de su hijo,  Rafaela Ferro Burgos. Foto cedida por su nieta,  Rafaela María Medina Borrego.

 Aunque tuvo muchos amigos que lo apoyaron, Dolkowsky, conoció también la incomprensión de un sector de la isla del Hierro opuesto a sus avanzados postulados políticos y sociales, teniendo que sufrir por ello agresiones contra su domicilio en varias ocasiones a lo largo de 1904,  alentadas por las fuerzas caciquiles, a las que se había opuesto abiertamente y denunciado como el origen del atraso social y económico de la isla (8).  Por eso, temiendo por la integridad de su familia,  hacia noviembre de ese mismo año, maduraba la decisión de abandonar El Hierro para instalarse en la península, en la ciudad de Sevilla y posteriormente, en fecha imprecisa (probablemente hacia 1911/1912) en Andújar, donde su cuñada política, la condesa de Tavira, poseía gran parte del capital.

    En octubre de 1903, unos meses antes de que marchase definitivamente hacia la península,  recibía el homenaje de la corporación municipal de Valverde, hecho que fue recogido en el “Diario de Tenerife” dedicándole al famoso médico una emotiva reseña de admiración y reconocimiento tras ser declarado hijo adoptivo de Valverde, localidad en donde años después se acordó poner el nombre de Eduardo Dolkowsky  a una de sus principales calles.

Una vez en Andújar la relación de Teresa Dueñas con Marmolejo será asidua,  no sólo porque aquí poseía muchas de sus propiedades heredadas de su hermana,  y por tanto una importante nómina de personal jornalero a su cargo, sino también por el aprecio que sentía  hacia  Rafaela Ferro Burgos (1872-1959), maestra de primaria de educación refinada, a la que habían conocido años atrás. La joven Rafaela había estudiado Magisterio en Sevilla y tras finalizar sus estudios marchó de nuevo a su pueblo donde casualmente iba a ser requerida por el matrimonio Dolkowsky  para encargarse de la educación del pequeño Eduardo,  un chico enfermizo y de mala salud, necesitado de los aires de Sierra Morena, motivo por el cual los padres habían decidido marchar por temporadas a Guadalcanal a una casa alquilada en frente del domicilio de la familia Ferro Burgos.

Manuel Medina Mañas y su hijo José Medina Ferro, “Canico”, años más tarde conocido veterinario local. Foto cedida por Rafaela María Medina Borrego.

La sevillana Rafaela Ferro Burgos, natural de Guadalcanal, fue la institutriz del único hijo del matrimonio Dolkowsky.

De ahí surgiría una sincera y duradera amistad que probablemente fuese el motivo de su traslado a la ciudad de Andújar, una vez que los Dolkowsky le propusiesen continuar con la educación del niño en su  nuevo domicilio iliturgitano de la Corredera de San Bartolomé.  Bien por estos motivos profesionales o por su matrimonio con  Manuel Medina Mañas, linarense afincado en Marmolejo quien fuera uno de los pilares básicos del liberalismo  local,  y persona de la confianza del alcalde del partido Liberal Lorenzo Romero García del Prado,  el caso es que Rafaela  acabó residiendo de forma estable en la célebre villa de las aguas,  consagrada de por vida a la labor docente de las hijas de las familias pudientes, y como no, a su único hijo, el pequeño José, años después conocido veterinario local.

 Las visitas del matrimonio Dolkowsky a Marmolejo tuvieron que ser también especialmente frecuentes durante la temporada de aguas, momento idóneo para el encuentro con destacadas personalidades  de la política, la  cultura y la ciencia, que año tras años quedaban emplazadas en Marmolejo, para disfrutar de unos días de descanso.

   Eduardo Dolkowsky  falleció en Andújar el 14 de julio de 1921, a los 68 años de edad. Teresa, nuevamente viuda,  volvió a  contraer matrimonio antes de la República,  con  Bonoso Lara Mercado,  abogado y maestro, natural de la Higuera de Arjona al que “La rusa” había pedido años atrás se hiciese cargo de la educación  de su hijo por ser persona de arraigadas creencias religiosas y acreditar cierto nivel cultural adquirido en los años de su preparación en el seminario, estudios que finalmente hubo de abandonar  tras imputársele por el cura de su pueblo unos hechos en los que no había tomado parte (9). Su condición de letrado y de buen gestor parecer ser, según estudios de Pedro Galán Galán,  que contribuyeron a una notable mejora del capital de Teresa en su mayor parte heredado de su hermana la condesa de Tavira.

 Durante los años de la guerra  se sucederán, sin embargo, dos hechos adversos que volverían a marcar la azarosa vida de Teresa Dueñas: por un lado la pérdida del joven Eduardo, asesinado en una de las sacas de los republicanos en la carretera de Villanueva de la Reina en el verano de 1937, y por otro la de Bonoso Lara que tras temer un final similar al de su hijastro, había trasladado su residencia a Madrid  pensando así pasar más desapercibido que en Andújar, pero  igualmente acabaría siendo víctima mortal de las sacas republicanas en Paracuellos del Jarama (Madrid), tras ser detenido en su domicilio.

Sabemos por testimonios orales que al fallecer Teresa Dueñas hacia los años cincuenta del pasado siglo, esta finca de las Casillas del Marqués pasó en herencia a quien había sido el chófer de “La rusa” durante largos años, el andujareño Francisco Quero Santiago. Luego hacia 1968, según consta en una escritura de compraventa de ese mismo año, fue comprada a los herederos de Francisco Quero Santiago por el médico marmolejeño, José Perales Jurado y su esposa, la asturiana, María de las Nieves Rodríguez-Arango Arango, personajes en los que nos detendremos más adelante.

Los obreros marmolejeños salían a la plaza del Amparo y al “Enlosao”, a la caída de la tarde, para buscar el jornal del día siguiente. Fuente: Sebastián Pastor Lozano (antiguo “Bazar Solís”).

Caseros, arrendatarios y jornaleros:
  
En los primeros años de la República y hasta 1934, encontramos de caseros al matrimonio formado por los marmolejeños Casto Buenafuente Cazalilla y su esposa Dionisia Carrilero Aguayo antes de que marcharan de arrendatarios a la Boca del Río. Probablemente habían ejercido de caseros desde la década anterior. Refiere la revista “Cerrico Álvarez”, que el tal “Casticos” fue a por agua al pozo y como el brocal era más bien bajito, tuvo la mala fortuna de caer al agua. Al echarlo en falta, su mujer, que era más grande que él, y bastante más fuerte, lo sacó  sin la ayuda de nadie. Cuentan que aquella mujer solía vestir con refajos anchos y largos y usaba botas de hombre” (10). Todavía entre 1940 y 1941, probablemente con la condición de caseros aculados, el matrimonio volvería a la casería con su nieto Francisco Zamora Buenafuente, tras ser arrendada por el propietario local José Burlo García del Prado quien poseía en este mismo pago de las Cavas la finca denominada “casillas Blancas” colindante con las casillas del Marqués.

En los últimos años de propiedad de la popularmente conocida como “La rusa”, estuvieron  de caseros Antonio Prieto Sánchez “Pereto”, su mujer Ana María Ruiz Donate y sus hijos: Cristóbal, Clara, Francisca (nacida en 1931) y Antonia.

Hacia 1941 el joven Antonio convenía con el arrendatario de la finca José Burlo García del Prado,  marchar allí de casero sin estipular sueldo ni compromiso contractual alguno. Se trataba por tanto de caseros aculados o de “puerta abierta”; eso sí, a cambio tendrían la ventaja de trabajar en las labores propias de la finca y  poder sembrar, por su cuenta,  trigo, cebada, e incluso garbanzos y guisantes en las proximidades de la casería, aprovechando las amplias camadas de olivos, especialmente en la zona colindante a “Casillas Blancas” y “Martinico Morales”, donde disponían de tierras enormemente feraces y las cosechas de cereales estaban garantizadas. Parte de este trigo lo cambiaría Antonio por harina en la panadería de Juan Peña (padre) para hacer el pan en el  horno de la casería.
   Al mismo tiempo, según el testimonio de su hija Francisca, la familia al completo se encomendaba al cultivo del huerto existente en la cañada del pozo, cuyas higueras plantó Antonio. De ese huerto salieron  tomates, pimientos, habas, calabazas y un sin fin de productos para consumo propio y para su venta a los lugareños más próximos.
     Complementaba la actividad agrícola, la cría y el cuido del ganado doméstico. En ese sentido los más jóvenes acompañaban a los cochinos que andaban sueltos por la finca en busca de grano y bellotas, y a los pavos y gallinas que picoteaban por los alrededores de la casería. Francisca recuerda como con su manada de veinte pavos marchaba hasta la cercana “cañada de las Papas” (donde el médico Perales sembraba trigo) para meter a los animales  durante la siesta para que se hartasen de comer. Aún se intuyen los pequeños corrales donde el casero recogía durante la noche los cochinos junto a la linde que da vistas al Guadalquivir.



Para este trabajador infatigable el lugar era conocido desde años atrás pues antes de acomodarse en la casería vivió, en las proximidades de la finca, en una choza de monte dedicado a la elaboración de picón con las materias primas que proporcionaban  las frondosas laderas de Los Algarbes y todos los lindazos de monte de las fincas colindantes, pletóricos de romeros, retamas, lentiscos, y chaparrillos. Este picón lo vendía  más tarde a  los “Vicentorros”, familia de arrieros que vivían en Marmolejo dedicados también a la venta de carbón y al transporte de las jaras para el encendido de los hornos de leña de las distintas panaderías marmolejeñas.

   Hacia 1944 por desavenencias con D. José Burlo por el asunto de los cochinos y de las gallinas, pues este arrendatario se quejaba de que se comían las aceitunas, y ello provocó  que tuviera  que llevarse los cochinos a la casilla del Peligro y las gallinas a la casería de Valdemojinos donde estaba su cuñado, Domingo Ruiz,  Antonio  dejó la casería y marchó a vivir al pueblo a la casa de su propiedad en la calle Pablo Iglesias nº 5, que él mismo se había construido, acarreando las piedras y la tierra en un borrico, sobre un solar adquirido a costa de muchos sacrificios.

A partir de ese año Antonio “Pereto”, que era un gran conocedor de las artes de la caza, se dedicó de lleno a esta actividad en Sierra Morena. Marchaba en compañía de otros compañeros y cuando volvía, al cabo de dos o tres días, su familia vendía  las piezas cazadas (zorzales, conejos o perdices) en las casas de las familias pudientes, hasta que la Guardia Civil empezó a relacionarlo con los  “rojos” huidos a la sierra, hecho en aquellos años inevitable pues los  perseguidos refugiados en la serranía no pasaban desapercibidos para ningún jornalero que se buscaba la vida en la sierra (a veces habían sido antiguos amigos y compañeros) y de alguna manera hacían causa común, ayudándoles a vender  las piezas cazadas en el pueblo, o llevándoles noticias y provisiones de sus familiares.

   Esta costumbre tan humana fue habitual en aquellos años pero enseguida empezó a ser controlada y perseguida por las autoridades franquistas cayendo por ello presos y asesinados muchos jornaleros (padres de familias honrados),  considerados por las autoridades del régimen como enlaces y confidentes de los huidos.
   Paradójicamente prácticas solidarias con los huidos también las ejercieron personas de Marmolejo nada sospechosas para el régimen, como el farmacéutico D. Francisco Calero quien remedió la necesidad de muchos de estos perseguidos, facilitando  medicinas gratis a sus esposas, que sacaban de la farmacia camufladas en sus pechos, para luego hacerlas llegar   a través  de los supuestos enlaces.

 Antonio “Pereto” murió el 10 de junio de 1945, en plena Postguerra, con cincuenta años de edad según la Guardia Civil, (45 según su hija) junto a Juan Olalla “El Chato”, de Andújar,   en un encuentro con unos guardias, en la finca de La Aliseda. Debido a sus actividades furtivas para  ganar el sustento de sus familias, se les habían relacionado con el grupo de huidos  pues sus lugares habituales de caza eran coincidentes con  la zona de actuación de los grupos de Francisco Osuna “Vidrio” y Manolo “El Portugués”. Sus restos mortales reposan en una fosan común del cementerio municipal de Andújar. Los hechos ocurridos fueron recogidos por Francisco Moreno Gómez en base al relato de uno de los jefes de la guerrilla Francisco Expósito “El Gafas”: “Realizábamos las reuniones en la Buitrera, hasta que un día, a menos de 500 metros, los guardias civiles mataron a dos cazadores furtivos de Marmolejo, conocidos como “Pereto” y “El Chato”. Uno y otro tenían más de 60 años, y llevaban toda su vida dedicándose a la caza furtiva; colocaban cepos y lazos durante un par de días, y después se dirigían a Marmolejo para vender las piezas cobradas. Ese día tras haber dormido al borde de un arroyuelo, al levantarse para ir a recoger las piezas fueron acribillados por un gran número de efectivos de la Guardia Civil, que los había rodeado la noche anterior” (11).



Moreno Gómez apunta que “probablemente actuaban como enlaces de la guerrilla, como tantos otros del medio rural, pero nada más. Sin embargo en el atestado oficial se les considera casi bandoleros y atracadores, para justificar el crimen”. En relación al “Chato” según  Moreno Gómez su nombre era  Juan Olalla y era también natural de Marmolejo, aunque Sánchez Tostado en “La Guerra no acabó en el 39” le atribuya residencia en Andújar. Sin embargo según el testimonio de Francisca Ruiz, el Chato no era natural ni vecino  de Marmolejo.

    A lo largo de 1942 y 43, Francisca Ruiz recuerda como era frecuente ver transitar en los aledaños de la casería a grupos de personas con caballerías “que a los niños nos decían que eran los rojos, pero aquellas gentes jamás nos molestaron ni se metieron con nosotros. Mi madre sólo nos decía que no saliéramos de la casa a partir de ciertas horas de la tarde” (12).
    He de reseñar que la presencia de jornaleros y caseros con ideales republicanos, socialistas, anarquistas o comunistas, en muchas caserías del pago de Cerrada y del Charco Novillo montoreño, propició cierta seguridad de movimiento a los grupos de huidos de Marmolejo y a los hermanos Jubiles de Bujalance, entre los años de 1941 y 1943, hasta el punto de que éstos decidieron ubicar una base bastante segura en la Fresnedilla, muy cerca de las Casillas del Marqués, gracias a la valentía y  solidaria actitud encontrada en el  casero Manuel Martínez, un hombre de principios comunistas,  dispuesto a ayudar a los grupos de huidos, en su intento por sobrevivir al acoso que sufrían por estos años de la dictadura militar.

Antonio Prieto Sánchez “Pereto” y su esposa Ana María Ruiz Donate. Foto cedida por su hija Dña. Francisca Prieto Ruiz.

Por otro lado la existencia de innumerables árboles frutales como higueras, almendros y granados, (e incluso de grandes encinas), y de pequeños huertos en los arroyos y cañadas, así como de viejas viñas, o espárragos silvestres en la zona de Los Algarbes y Boca del Río, ofrecieron  garantía de abastecimiento para los grupos de huidos, evitando poner en continua evidencia a los caseros  en los comercios de Marmolejo o de Montoro.  En ese sentido los jornaleros que trabajaban en estas fincas del pago de Las Cavas, constataron que muchas higueras de la fértil “cañada de las Papas” (también conocida como de Velasco), y de los arroyos de la Fresnedilla y de la cañada del pozo del Marqués, aparecían, de la noche a la mañana, desposeídas de sus frutos.
   Hurtos similares realizados para sobrevivir, fueron conocidos no muy lejos de allí, en la casería de los Millones (robo de naranjas de su huerto) y de la Garavitera, donde un grupo de “rojos” exigieron  provisiones al capataz de “los Juraos”, el marmolejeño Juan Soriano Moyano “Payoyo” (13).
   En otras ocasiones los robos fueron realizados por personas de la derecha para desacreditar, aún más, la imagen de furtivos y ladrones de estas gentes, y cargar sobre ellos nuevos delitos sobre los que posteriormente exigir responsabilidades. En ese sentido serían muy comentados sucesos como el asalto al ventorrillo del Lobo por un grupo de supuestos rojos que luego resultaron ser “gente de orden” de Marmolejo,  así como los imaginarios robos al administrador de las minas de wolframio de las “Tres Cabezas”, inventados por este señor, como tapadera perfecta a sus supuestas prácticas  fraudulentas sobre las nóminas de los obreros de la mina, en su gran mayoría  de ideales republicanos, obligados a sobrevivir tras sufrir severas condenas en las cárceles franquistas con un mísero jornal y con unas condiciones  de trabajo extremas (14). 

 

  La muerte de “Pereto”  trajo otra tragedia añadida a la familia en la persona de su hijo Cristóbal. El muchacho cumplía el servicio militar en Tarifa cuando le llegó la  noticia de que la Guardia Civil había matado a su padre por  “rojo”.  Sin poder encajar el golpe, cayo desmayado al suelo y ya desde entonces su salud fue de mal en peor hasta que falleció un tiempo después, en mayo de 1946, de enfermedad pulmonar, a la edad de 27 años. Según su hermana, aún queda un recuerdo de Cristóbal en el peldaño de piedra molinaza de las Casillas del Marqués: la huella de su mano cuando aún era un chaval.



Todavía tras la muerte del cabeza de familia, la viuda y sus hijos volverían de caseros a cargo de Don José Burlo García del Prado. Esta situación perduró hasta 1946, en que aquejados de calenturas de paludismo decidieron regresar definitivamente a Marmolejo, pues  el joven Cristóbal andaba ya muy delicado. Coincidiendo con esos meses finales de la segunda etapa en las Casillas del Marqués, Ana María Ruiz y sus hijos aún regresaron  de caseros cuando se hizo cargo  un  nuevo arrendatario natural de Andújar llamado Eufrasio. Este hombre, viudo por estas fechas pasaba largas temporadas junto a los muleros que traía desde la vecina ciudad. El citado arrendamiento lo había realizado con el nuevo dueño de la finca, el heredero y chófer de “La rusa”,  Francisco Quero Santiago. Paco, como se hacía llamar, residía por estos años en Madrid, pero enamorado profundamente del campo y de su finca,  tenía por costumbre venirse desde la capital del reino  para vivir en la zona noble de la casería durante la época de recolección de las aceitunas. Allí convivía con la familia de Eufrasio (dos hijos) y la familia del casero Miguel (seis personas),  mientras que en las casillas de aceituneros se acomodaba el personal encomendado a la recolección (aceituneros/as, muleros, etc.),  al menos trece o catorce personas (15).

El arrendatario Eufrasio y los nuevos caseros:
      El  nuevo arrendatario se llevó de caseros a un matrimonio de Andújar  y  una  joven fruto de una anterior relación de la mujer del casero que a su vez era madre de dos niñas y un varón de edades comprendidas entre 8 y 11 años. Parece ser que entre la estancia de la familia “Pereto” y este casero estuvo allí afincado de casero aculado,  un trabajador jornalero, de nombre Julián, que trabajaba en la finca de Los Mártires, pero que dejaría pronto la casería.  Cuentan los testimonios de personas consultadas, que Miguel,  el casero contratado por Eufrasio, además de padecer de cojera en una pierna, era persona acostumbrada a la bebida, de escasa cultura y de rudos modales, defectos que a manera de suplicio padecían con asidua frecuencia  la mujer  y la  hijastra, al parecer, de bellas facciones, por lo que aquel hombre recelaba que en cualquier descuido pudiesen surgir relaciones amorosas entre ellas y los mozos de las caserías aledañas.
   Tales eran las desconfianzas y recelos de Miguel, que casi siempre se hacía  acompañar en sus trabajos por la finca de las dos mujeres  y cuando por algún motivo marchaba a Andújar para realizar gestiones, comprar ato, o frecuentar las tabernas, se las dejaba encerradas en la casería llevándose consigo  la llave. Un día que había recurrido a aquella ignominiosa costumbre, y que tardaba más de la cuenta en volver, pues presumiblemente se había entretenido en alguna taberna del camino, desesperadas ya por la tardanza de su particular “verdugo”, las mujeres comenzaron a pedir auxilio desde el interior de la casa. Los gritos de desesperación llegaron a oídos del “aperaor” del “médico Perales”, que andaba por allí en un olivar cercano, el cual alertado se aproximó a la puerta de la casería y con la ayuda de otros jornaleros,  la abrieron de un fuerte empujón. Cuando Pedro Lozano Medina, que así se llamaba aquel humanitario hombre, se percató de la angustia y miedo de las dos mujeres, por la advertencia reiterada de que su marido no debía de enterarse de nada de lo ocurrido, las tranquilizó diciéndoles “Ustedes no tengan miedo, que yo me responsabilizo de todo lo acontecido, y si os  preguntase por la persona que os abrió la puerta,  le decís que ha sido Pedro Lozano, el “aperaor” del médico Perales y que estoy dispuesto a darle los detalles y explicaciones que hicieran falta y hasta denunciarlo a las autoridades si fuese necesario por su comportamiento tan rastrero. Y por si no me hallara por mi nombre, que pregunte en el pueblo por Pedro “Potrica” que así  me encontrará antes” (16).

Pedro Lozano Medina, aperador durante muchos años en la casa del médico José Perales Jurado. Foto cedida por su hijo Antonio Lozano Peña.

José Perales Jurado, el “medico Perales”:
  
Una vez fallecido Francisco Quero, las Casillas fueron adquiridas a sus  hijos por el médico marmolejeño José Perales Jurado que ya no mantuvo caseros fijos a lo largo del año, por lo que la casería sólo se utilizaba para albergar a las cuadrillas de aceituneros que desde Lora del Río se desplazaban en gran número para recolectar las aceitunas.
¿Pero quién fue este marmolejeño a quien todos conocían como el “médico Perales”?. Nacido en 1887, era hijo de Bartolomé Perales Garrido, un pequeño propietario agrícola, y de María Dolores Jurado González. Durante su adolescencia conoció el trabajo en el campo, ayudando a su padre en esos menesteres mientras simultaneaba con sus estudios de bachillerato. Parece ser que en su vocación hacia la medicina tuvo mucho que ver el entonces médico director del Balneario, Juan Bautista  Horques, quien recomendó a su familia el inicio de dichos estudios en Sevilla, Cádiz y finalmente en Madrid. Allí se doctoró en 1916, trabajando  como médico cirujano en el Sanatorio del Rosario, prestigiosa institución dedicada a la atención sanitaria de las personas sin recursos y gestionada por la congregación de religiosas de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. José Perales realizaría en esta Institución de clara vocación benéfica en sus orígenes, muchas operaciones de manera altruista, junto a otras primeras figuras de la medicina del momento, algunas de las cuales llegaron a tener eco en la prensa de la capital del reino.

En 1922 el diario cordobés “La Voz”,  resaltaba las virtudes del médico Perales en una noticia dedicada a Marmolejo con motivo del inicio de la temporada del Balneario. Dice así: “hemos tenido el gusto de saludar en ésta a nuestro amigo el doctor Don José Perales, director del sanatorio del Rosario de Madrid, y natural de esta población. Cualquiera de sus paisanos os haría la presentación por el orgullo que nos produce hacer como algo nuestro, a un hombre de valía. Pepe Perales está colmado de bendiciones de sus paisanos. Operador magistral, ha obtenido tantos éxitos como  operaciones hizo, la mayoría de los operados eran desahuciados de otros médicos, como incurables. Su mano derecha, ha dado vida a muchos afligidos que solo en la muerte confiaban la redención de sus dolores. ¡Cuántos besan la mano derecha suya con la unción que un penitente arrepentido besa la que absuelve de sus abrumadores pecados!. Atiende solícito, paternal, al paisano dolorido que se pone en sus manos; lo salva, lo consuela y lo socorre si lo necesita. Cariñosísimo, modesto, es honra de su pueblo. Su fama llegó ya a fantásticas proporciones díganlo si no tantos y tantos pueblos de la provincia de Córdoba y Jaén, donde su nombre popularísimo se cotiza con anhelos de esperanza de los que sufren  y él salvará; con el respeto y gratitud de los que sufrieron y él salvó.

  Pepe Perales “el nuestro”, ha logrado lo que pocos: ser profeta en su patria chica y esto supone una inmensidad. ¿Para cuándo guardáis, vecinos de Marmolejo, y para quien mejor que para nuestro Pepe, el nombrarlo unánime, rotundamente, hijo predilecto de vuestro pueblo? Aquel de vuestros paisanos que merezca más que él, que levante el dedo.
Recientemente ha operado con su mano de santo a Doña Rosario Ortega, esposa del jefe de telégrafos, de ésta, Don Andrés León y ha llamado la atención el éxito obtenido, teniendo en cuenta la incomodidad con que luchó el operador por las faltas de útiles a propósito. En hora buena a la esposa del señor León y a ti, Pepe, ¡Que Dios te conserve tu mano milagrosa! Eres un medicazo. Corresponsal “
(17).

A pesar de que su actividad profesional la desarrolló casi al completo en Madrid, sin embargo no perdió nunca el contacto con su villa natal, a la que volvía siempre que tenía ocasión pues  aquí tenía un importante patrimonio rústico y de aquí era también su primera esposa, Ana Romero Delgado-Caballero, mujer perteneciente a una familia de la pequeña burguesía agraria local; hija de Lorenzo Romero García del Prado, alcalde liberal en los años iniciales del XX, y de Alfonsa Delgado-Caballero hija y nieta de notarios con importante patrimonio olivarero. Ana murió casi recién casada en Madrid, a la edad de 27 años, en el  momento del parto de un niño que tampoco sobrevivió.
   José Perales centrado ya de lleno en su vocación médica volvería a conocer a la que sería su segunda esposa, la asturiana María Rodríguez-Arango (18), con la que contraería matrimonio en 1932. A María la había conocido  por mediación de su amigo y compañero en el sanatorio del Rosario, el prestigioso especialista en garganta y oído, el doctor Cristóbal Jiménez Encinas. Esta asturiana nacida en Cangas de Narcea, era hija del ingeniero geógrafo Dámaso Rodríguez-Arango, constructor de varios cuarteles en Ceuta y de las obras de remodelación del puerto de Cartagena, entre otras muchas obras de importancia. Durante la postguerra  se ganó al pueblo de Marmolejo por su apoyo decidido y altruista hacia las personas de la clase jornalera  que no tenían recursos para poder comer, entre ellos muchos niños y niñas, hijos de perseguidos republicanos que en esos años sufrían condenas lejos de nuestra villa; todo un gesto, de enorme humanidad consecuente con los valores profundos de solidaridad que  profesaba y que mantuvo de por vida.  
  A través de los documentos obrantes en el Archivo Municipal de Marmolejo he podido igualmente constatar otra faceta inédita del José Perales Jurado y es que durante la República, atendió siempre de manera desinteresada, las peticiones de su amigo el alcalde socialista Ignacio Expósito para gestionar ante los ministerios diferentes  temas pendientes relativos al gobierno local.
  Durante sus estancias en Marmolejo el médico Perales residió en la casa de sus padres en la calle del Arroyo, hasta que en 1934 le compró al sastre Don Ezequiel la casa de la calle Maestro donde fijó su definitiva residencia en los periodos que pasaba en su patria chica, y como no en su casería del Ecijano  donde solía pasar temporadas  coincidiendo con la recolección de las aceitunas.  Durante la Guerra Civil fue en esta casa de la calle Maestro, esquina con la de Jesús, donde tuvo que desarrollar su labor de cirujano operando a muchos pacientes de hernias, úlceras, estómago, fracturas óseas, apendicitis, etc., hasta que con la evacuación de Marmolejo en la Nochebuena de 1936, se trasladaba a Jaén,  a la casa de su hermano Bartolomé Perales,  para residir allí hasta finalizada la contienda.  En los tres años de guerra  ejerció la medicina al servicio del gobierno republicano, en el viejo colegio de San Agustín de Jaén, que había sido habilitado como hospital, con visitas esporádicas a Marmolejo donde realizaba operaciones en su propia casa, y en la de los enfermos, cuyas modestas habitaciones eran convertidas en improvisados quirófanos según el testimonio rescatado de su sobrino el practicante D. Juan Perales Padilla,  vocacional ayudante en estos menesteres.
   A lo largo de la Postguerra, José Perales  estuvo siempre dispuesto a abrir las puertas de su casa de Madrid a cualquier marmolejeño que iba a la capital del reino en busca de algún remedio para su enfermedad tras atender sus propias recomendaciones. Él se encargaba de hablar con los especialistas más punteros del hospital, sacándoles el compromiso para que  atendiesen lo mejor posible a sus paisanos, y en la mayoría de los casos los hospedó como invitados en su residencia particular de la calle Guturbay durante los días que fuese preciso, mientras duraba la convalecencia en la capital, evitando con ello sufrimientos y  riesgos innecesarios derivados de los largos e incómodos viajes  hasta Marmolejo.  
     

El médico José Perales Jurado  (n.1887-m. 1980).

Un último episodio, de carácter anecdótico, en relación al devenir histórico de la casería tiene que ver con la forma empleada por el médico Perales para preparar su compra. Según el montoreño Guillermo Blázquez, conocido corredor de fincas, D. José Perales hubo de adelantarse a los posibles interesados en comprarla, que no eran pocos. Decidido a quedársela, un buen día se presentó en las Casillas por sorpresa, pidiendo al aparcero que se las enseñara; operación que se realizó a lomos de una mula. Satisfecho de lo visto, llegó al pueblo y partió inmediatamente hacia Madrid para cerrar personalmente el trato con los herederos de Francisco Quero sin que mediasen entre ellos intermediario alguno (19).
     En nuestros días solo quedan en pie los gruesos muros de la casa principal y un pequeño tramo del muro perimetral que protegía a sus moradores de las partidas de bandidos y ladrones, en el lado de la puerta de los almendros. Esperemos, pues, que el olvido y el abandono no se cebe en el futuro con el escaso patrimonio arquitectónico que aún nos queda esparcido por  nuestros campos, testimonio único e irrepetible de una etapa histórica vivida por nuestros antepasados que deberíamos de conocer, valorar y conservar.



Citas:

(1) Testimonio de José Alférez Alcalá (q.e.p.d), nacido en 1932 en Lopera, de donde eran sus padres. Hacia final de la década de los 40, su familia adquirió una pequeña propiedad de olivos, con casilla, cerca de la Huerta del Carmen (Dehesa Cerrada) que había pertenecido a una mujer popularmente conocida como La Goyeta. Tenía entonces José Alférez la edad de 18 años.

(2)  Pro Ruiz, Juan: “Las Tierras de Ánimas ante el mundo Moderno: Una interpretación del proceso desamortizador de las Capellanías en los siglos XVIII y XIX”. Trabajo publicado en la obra titulada “In memoriam, Antonio María Calero” editada con motivo del décimo aniversario de la muerte del historiador pozoalbense, y profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, págs. 73 y 74. Ed. Ayuntamiento de Pozoblanco y Diputación Provincial de Córdoba. Pozoblanco, 1998.

(3) Entre los nobles andujareños con posesiones en el pago  de Cerrada nos encontramos con el marqués del Cerro de la Cabeza. Este título lo ostentaba a principios del XIX José Francisco Tavira y Velluti (Andújar, 1777 –Madrid, 1836), tercer marqués del Cerro, que ocupa el cargo de Alcalde primero en el Ayuntamiento constitucional de Andújar el 15 de octubre de 1812. Dos años después, el día seis de agosto, ocupaba puesto de Regidor Preheminente en el Ayuntamiento Absolutista de 1814 y estará a lo largo de todo el denominado Sexenio Absolutista hasta el 25 de marzo de 1820.(Luis Pedro Pérez García “Andújar y el largo siglo XIX”).El título lo hereda su nieto José Carlos Velluti Tavira, cuarto marqués, y hacia 1898 lo ostenta su sobrino José María Velluti y Zbinowsky, V marqués del Cerro. En cuanto al conde de Gracia Real lo ostentaba casi a lo largo de toda la segunda mitad de siglo XIX,  Luis Pérez de Vargas, González de Castejón, persona vinculada a los ayuntamientos moderados del reinado de Isabel II desde agosto de 1956. En 1877 el Conde de Gracía Real era el primer contribuyente por cuota de rústica y urbana de la ciudad de Andújar (Luis Pedro Pérez García, obra citada.) El marqués de Torremayor también con posesiones en el Pago de Cerrada, era Luis Ruiz González de Molina otro de los mayores contribuyentes de la ciudad de Andújar hacia 1877.

(4) AHPJ, sección de Protocolos Notariales, Legajo 4072. Escribano público: Juan Delgado Caballero.

(5) El título de condesa de Tavira se lo concede Pio X,  a María del Pilar Dueñas, el 20 de febrero de 1906. Pilar Dueñas poseía 511 acciones del Banco de España en 1911 y 476 acciones en 1921. “Los accionistas del Banco de España” en Revista de Historia de España, dirigida por Gabriel Tortella Casares. Otoño de 1988.

(6) Censo de víctimas causadas por la izquierda  en la Provincia de Jáen; Luis Miguel Sánchez Tostado en “Represión Republicana”. En su infancia y juventud el joven Eduardo había tenido una salud quebradiza, motivo por el cual los padres buscaron siempre unos entornos naturales lo más saludables posibles para él. Realizó estudios en Madrid donde la madre disponía de familia y domicilio propio contrayendo matrimonio con la joven andujareña Rodríguez Montané con la que no tuvo descendencia.   (Testimonio de Rafaela María Medina Borrego, nieta de Rafaela Ferro Burgos)./ Fue fusilado en la carretera de Villanueva de la Reina, el 27 de agosto de 1936. (Censo de víctimas causadas por la izquierda en la Provincia de Jaén; Luis Miguel Sánchez Tostado, en “Represión Republicana”).

(7) Diario La Opinión; periódico liberal-conservador, de 25 de abril de 1890; Santa Cruz de Tenerife.

(8) Venancio Acosta Padrón: “El Hierro desde 1900 a 1975: Apuntes para su Historia”. Ed. Cabildo Insular del Hierro. Año 2003.

(9) Véase el artículo “El Terremoto de 1170 en La Higuera de Arjona”, de Pedro Galán Galán, publicado en Lahiguera.blogspot.com.es. En él aprovecha para hacer algunas referencias interesantes de carácter biográfico  sobre la personalidad de Bonoso Lara Mercado y de su familia. Al morir éste la finca de Villalba fue heredada por su hermano  Manuel, que en Marmolejo sería conocido como el “rico nuevo”.

(10) Reseña recogida en la revista “Cerrico Álvarez (Historias, costumbres y leyendas del olivar serrano)”.Textos de Manuel Perales sobre testimonios de Alfonso Merino Gómez jornalero en las fincas de Catalina Navarro Parras. Edición nº 8, año XXIII. Marmolejo, octubre de 1999.

(11) Moreno Gómez, Francisco en “La Resistencia Armada contra Franco, tragedia del maquis y la guerrilla”, pág. 327, y Luis Miguel Sánchez Tostado en “La Guerra no acabó en el 39”,  pág. 480.

(12) Testimonio de Francisca Prieto Ruiz, hija de Antonio Prieto. Francisca  nació en 1931, tenía 14 años cuando mataron a su padre.

(13) Juan Soriano Moyano era el encargado y guarda juramentado de los propietarios agrícolas marmolejeños conocidos como “Los Juraos”, dueños de las fincas de la Garavitera, la Herradurilla y Los Fieros, todas ellas pertenecientes a la herencia de su padre Alfonso Jurado Lozano. Estaba en la casería de la Garavitera con el resto de personal jornalero de la finca, caseros y muleros, el día que llegaron los rojos pidiendo provisiones. Los rojos le preguntaron por el dueño, pero al decirle Juan que no estaba allí  se interesaron por su cometido en la finca; a lo que éste les respondió: “Yo soy el capataz, el encargado y el guarda juramentao”. Entonces los rojos le conminaron a que les proporcionase parte de las provisiones existentes en la finca, principalmente alimentos y aceite. Luego marcharon sin crear más problemas (Testimonio de Alfonso Merino Gómez). Juan Soriano había sido durante la Segunda República un trabajador afiliado a la UGT de Marmolejo, habiendo participado el seis de octubre de 1934 en la huelga general revolucionaria de aquel año, convocada en España por la UGT. Por ello fue detenido y encarcelado en Jaén desde octubre de 1934 hasta febrero de 1936. Durante la Postguerra y prácticamente hasta su jubilación trabajó al servicio de los hermanos “Juraos”. (Perales Solís, Manuel: “La Memoria Rescatada”, pág. 90; Marmolejo 2007.

(14) Una noche llegó al ventorrillo un grupo de hombres con el rostro tapado. Se hacían pasar por rojos y tras pedir vino y comidas al dueño del ventorrillo, encerraron al matrimonio en una de las habitaciones hasta que se hartaron de beber y de comer. Al marcharse los amenazaron  con que no contasen en el pueblo lo ocurrido. La casualidad quiso que los caseros a través de una rendija de la puerta pudiesen reconocer a los supuestos “rojos”. Se trataba de gente de la Falange  marmolejeña bien considerada en la localidad  (testimonio de Juan Cañuelo Coba).

(15) Testimonio del loperano y marmolejeño de adopción  José Alférez Alcalá, perfecto conocedor de estos pagos que residió durante toda su  juventud en una casilla ubicada en la ribera del Guadalquivir, junto al veredón del Recoche y la casilla de Goyete, no muy distante de las Casillas del Marqués. Se trataba de una pequeña finca de olivar en la que sus padres, José Alférez Barbosa y Catalina Alcalá Alcalá, naturales de Lopera, sacaron adelante durante la postguerra a una prole formada de siete hijos, cinco varones y dos hembras. Pepe trabajaba igualmente durante gran parte del año en Las Casillas del Marqués, cavando olivos y arando con los mulos. En las temporadas de mucho trabajo se quedaba a dormir en el pajar de la casería, manteniendo relaciones de noviazgo con la hijastra del casero Miguel


(16)Testimonio de  Pedro Lozano Medina “Potrica”, varios años “aperaor” de la casa del “Médico Perales”. Este oficio en otras profesiones es sinónimo de capataz o encargado. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española era “la persona que debía de encargarse de que los diferentes aperos o conjunto de instrumentos y demás cosas necesarias para la labranza”.

(17) Diario La Voz de Córdoba; jueves 5 de octubre de 1922. La reseña aparece en el artículo titulado “De Marmolejo”, donde el articulista recoge el ambiente animado de la villa en su temporada alta de Aguas.
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(18) María Rodríguez-Arango Arango nació en Cangas de Narcea (Oviedo) el 5 de agosto de 1890 y falleció en su domicilio de la calle Maestro de Marmolejo el 5 de febrero de 1980. Sus restos fueron trasladados al cementerio de Cangas, donde reposan. Su esposo falleció en 1980 y sus restos reposan en Marmolejo en el cementerio de Santa Ana.

(19) Testimonio de  Guillermo Blánquez Mesa “El montoreño” (q.e.p.d.) dedicado durante gran parte de su vida a la correduría de fincas rústicas y urbanas.
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Fotos: Gentileza  D. Antonio Lozano Peña, Dña. Francisca Prieto Ruiz, Dña. Rafaela María Medina Borrego y archivo personal.

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