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La clase jornalera en la postguerra: el caso de la familia Zamora-Buenafuente

-Manuel Perales Solís-

Finalizada la Guerra Civil, España quedó en la más absoluta ruina moral y económica, convertida en una dictadura militar y aislada del grupo de países democráticos vencedores en la contienda mundial contra los regímenes totalitarios de Alemania e Italia. La mayoría de los jornaleros  volverían a sus pueblos, reincorporándose  a la vida civil después de haber luchado en los frentes republicanos durante tres largos años. Los que podían, retomaban su actividad productiva  trabajando  en las casas de los grandes propietarios, en la mayoría de las ocasiones, por un jornal de miseria y sometidos a férreos controles por las autoridades franquistas que, en la medida de lo posible, procuraban abortar cualquier intento de reivindicación de índole política o laboral. Otros, para  reintegrarse de nuevo a su vida anterior, tuvieron que pasar por un calvario de cárceles y campos de concentración, quedando, muchos de ellos, en el camino fruto de la dureza de la vida en esos recintos. Allí el Régimen intentaba “rehabilitarlos” haciéndoles trabajar gratis en grandes obras para el Estado, para posteriormente devolverlos a la nueva situación política del país, si es que eran capaces de sobrevivir a tantas penurias.



    En general podemos afirmar que para la mayoría de las familias jornaleras con antecedentes penales, la postguerra supuso un volver a comenzar de cero debiendo de trabajar duro para poder recuperar el pequeño patrimonio personal perdido durante la guerra, amén de tener que lidiar en un entorno social poco receptivo y hostil por el miedo de sus vecinos a mantener relaciones con los que eran tildados de rojos o comunistas. Por eso muchos jornaleros acusados de republicanismo, encontraron  su particular libertad alejados de los pueblos en los trabajos agrícolas y ganaderos de los cortijos lejanos a las poblaciones, viviendo como auténticos proscritos en cuadras o en pequeños “chozones” elaborados por ellos mismos. Fue habitual buscar amparo en las dehesas de la serranía, empeñados en rozar el monte, cazando furtivamente, y cuidando el ganado o, incluso, trabajando en las explotaciones mineras esparcidas por los lugares más recónditos de Sierra Morena en unas condiciones infrahumanas y sin posibilidad de dar escuela y cultura a  sus hijos/as.

Proliferó en esta época una especie de altruismo interesado ejercido por los grandes propietarios agrícolas adictos al nuevo Régimen y convertidos en avalistas de jornaleros con historial republicano, a los que se les tutelaba con el fin de sacarlos de los campos de concentración, a cambio de jornales de miseria y la condición de “regenerarse” en sus convicciones políticas.


   El caso que nos ocupa a continuación es el de la familia Zamora-Buenafuente, que en plena postguerra  se ampararía en las posibilidades que proporcionaron los campos de nuestro entorno para poder buscar allí el sustento diario. En el campo, al fin y al cabo, había algo que echarse a la boca y  parecía sentirse más lejano el control de las autoridades represoras.  La reconstrucción de la historia de esta familia ha sido posible gracias a los testimonios y documentación aportada por los hermanos Francisco, Martín, Isabel y Juana Zamora Buenafuente.



Francisco, el mayor de los hijos del matrimonio formado por  Martín Zamora y  Paula Buenafuente, tenía la edad de 20 años cuando marchó a buscarse un mejor futuro a tierras levantinas, en un primer momento, y posteriormente a Lérida, donde actualmente reside. Este joven jornalero andaluz de los cincuenta, repleto de esperanzas y de ilusiones se jubiló merecidamente  tras  haberse  dejado  el  pellejo  trabajando  en  esa 

Paula Buenafuente y Martín Zamora. Foto cedida por Isabel Zamora Buenafuente.

tierra catalana de adopción. En el comienzo en las empresas madereras de los Pirineos; luego como transportista, y finalmente montando su propia empresa dedicada a servicios de limpieza y pulimentaciones de suelos. Llegó a tener, en algunos momentos, a su cargo más de 50 trabajadoras/es.  Su testimonio emocionado narrado en el hotel de Pirineos de Lérida y en su propia casa de la calle de La Unión espero haya merecido la pena plasmarlo en éstas páginas. Su hermano Martín vive también en Lérida y sus vivencias junto a las de sus hermanas Isabel y Juana, residentes en Lérida y París, respectivamente, me fueron remitidas amablemente por escrito.


       En plena postguerra (1947) los padres, Martín Zamora Zamora y Paula Buenafuente Carrilero, decidieron marchar a vivir de una pequeña parcela de olivos en donde construyeron una pequeña casita que aún hoy se le conoce como la casilla de la Paula, muy cerca del rio Yeguas. La ubicaron en un rellano situado en el nivel medio de la ladera que flanquea el arroyo de los Caros, dando vistas hacia el río. En realidad se trataba de un “cuarto” en el pago de los Menchones del Cañuelo, adquirido a unos hermanos solteros residentes en Marmolejo conocidos como los Bono, quienes venderían no solo esta finca sino el resto de las que poseían en el término municipal de Marmolejo para marchar posteriormente a Madrid, junto a su madre, cuando contaban con más de medio siglo de existencia.

Los abuelos Casto Buenafuente Cazalilla y Dionisia Carrilero Aguayo

Paula y Martín se habían conocido en la cercana finca de la Boca del Río, donde estaba de arrendatario el padre de Paula, Casto Buenafuente Cazalilla, y su mujer Dionisia Carrilero Aguayo. Allí se encontraba también esporádicamente el joven Martín Zamora, empeñado como temporero en la recolección de las aceitunas aunque su trabajo habitual durante el resto del año estaba en Sierra Morena, por la zona de La Cabrera,  dedicado fundamentalmente a la caza y la elaboración de carbón y picón con el resto de su familia, toda ella proveniente de la localidad almeriense de Carboneras.


    Los padres del joven Martín, Francisco Zamora Saldaña y María Dolores Zamora Navarro, tuvieron cinco varones (Antonio, Francisco, Juan, Martín, y José) y tres hembras (María, Ana e Isabel). Martín nacido en Carboneras en julio de 1908, tendría aproximadamente nueve años cuando su familia  al completo recaló por Marmolejo  para encomendarse a trabajos de desmonte en Sierra Morena hacia 1917.

José Zamora Zamora, “in memoriam”:   


   Nos llama la atención la personalidad del menor de los varones, José Zamora Zamora,  que va a vivir en su juventud una historia triste y turbulenta como consecuencia de su compromiso político con el Partido Comunista, circunstancia que le iba a ocasionar serios problemas con las autoridades locales al ser acusado de pertenecer a la organización clandestina de dicho partido en la comarca de Andújar. Concretamente era secretario del Comité Local del PCE de Marmolejo (1) y por tal motivo era detenido en julio de 1945, siendo encarcelado en Jaén y, posteriormente en Burgos, donde murió, próximo a cumplir los 38 años, tras arrojarse por el hueco de la escalera de uno de los pabellones de la prisión. En el expediente de su muerte, el Director de la Prisión de Burgos habla de un acto de suicidio, aunque este hecho luctuoso no quedó del todo aclarado en opinión de sus sobrinos. Durante sus años en la prisión de Burgos se había dedicado a estudiar para redimir parte de su condena, especialmente la asignatura de Religión Católica con la que se obtenía más redención que con las otras materias, pero la realidad es que a los presos se les hacia la vida imposible, con  torturas físicas y psicológicas que acababan minando la moral, máxime si la condena era larga como en el caso que nos ocupa. Unos meses antes de su muerte, José, había solicitado al director de la Prisión la redención de algunos días de condena tras de haber sacado buenos resultados en sus exámenes, pero ésta le fue denegada.

Única fotografía que se conserva de José Zamora Zamora, de pie a la derecha, en la prisión de Burgos. Junto a él están Manuel Gallardo Velasco “Salvaora” (a su lado) y Antonio Riveiro Martinho al que acompaña su hijo Luis, en visita realizada probablemente hacia 1952. Foto cedida por Ascención Riveiro Sorroche.

El acto del suicidio, en opinión del historiador Francisco Moreno, representó una última protesta contra el fascismo ejercida en situaciones límites por muchos miembros de la izquierda. Una de las consecuencias de la derrota y de la ola represiva del franquismo fue un incremento del índice de suicidios que se ha podido evaluar en un 30% por encima de la media de los años anteriores a la postguerra según éste estudioso de la represión franquista sobre la izquierda republicana (2). José Zamora también compartió prisión en Burgos con los dirigentes comunistas marmolejeños  Manuel Gallardo Velasco “Salvaora”, Antonio Pedrajas Rivillas “Moreno el cortaor” y Antonio Riveiro Martinho, detenidos igualmente en las redadas del verano del 45 contra la organización provincial del Partido Comunista que estaba instalada en Andújar, al ser su comarca la que contaba con un mayor número de afiliados por aquellos años en la provincia de Jaén.


     Por lo que sabemos, José, era un joven autodidacta, nacido el 2 de noviembre de 1915 en Carboneras (Almería),  empeñado en su tiempo de ocio a formar en Marmolejo a los hijos de los jornaleros que no podían asistir a la escuela nacional por tener que ayudar a sus familias en las tareas agrícolas. Por estos gestos y por su carácter afable era muy apreciado, según testimonios de personas mayores que le conocieron (3). Su profesión principal era la de peón caminero dedicado fundamentalmente al arreglo de los caminos y de las carreteras del término municipal. Las autoridades franquistas le seguían la pista buscando una excusa perfecta para detenerle. Será precisamente en el trabajo donde se desencadenen los hechos que condujeron a su detención: un mal día que pasó por el lugar donde se encontraba trabajando, junto a otros peones camineros, un hombre que estaba interesado en localizar un atajo para subir a la sierra desde el pueblo, José le indicó el camino de la presa de Valparroso,  sendero habitual usado por muchos jornaleros que se buscaban la vida cazando de manera furtiva o recolectando bellotas, para eludir los temidos encuentros con la Guardia Civil en el puente del Balneario. Pero también era el camino más frecuentado por los enlaces de los perseguidos e incluso por los propios huidos para penetrar en Sierra Morena. El hecho es que uno de los allí presentes relató el suceso a la Guardia Civil por lo que días después era detenido acusado “de haber mantenido contactos con los rojos de la sierra”. A partir de ahí todo fue un calvario hasta su muerte el 25 de septiembre de 1953.



Otra hermana de Martín y de José, Isabel, casó con Emilio Arévalo García, hermano de Baldomero Arévalo “Buengusto”, que perseguido en la postguerra por sus convicciones republicanas, al contrario que Baldomero, descartaría la opción de refugiarse en la sierra, marchando al país vecino donde rehizo su vida.

  Por su parte los padres de Paula, Casto y Dionisia, de origen murciano y albaceteño respectivamente, tuvieron tres hijos: Paula, nacida en 1916, Casto (años después empleado como guarda del Instituto Nacional de Colonización en el poblado de Los Villares de Andújar), y  Teresa. A Casto, padre, le tocaría servir a la República en plena Guerra Civil en los frentes de Granada y hasta allí se desplazó en muchas  ocasiones Dionisia para visitarlo y  convivir con él prácticamente en la misma línea del frente (4).


Años difíciles con recuerdos imborrables:


    Los jóvenes Martín Zamora y Paula Buenafuente, contrajeron matrimonio en 1935 en Marmolejo, naciéndoles el primero de sus hijos, Francisco, el ocho de agosto de 1936 en la casa número 2 de la calle del Norte, propiedad de los abuelos Casto y Dionisia.  Hacia el mes de septiembre del año siguiente, Martín ingresó en el Cuerpo de Carabineros de Infantería de la República con base en Castellón y Paula,  que ya estaba en cinta del segundo varón, enamorada profundamente de su esposo, elige la opción de acompañarle y correr su misma suerte, dejando al pequeño Francisco al cuido de los abuelos maternos, empleados de caseros en las Casillas del Marqués. Con ellos se crió el primogénito Francisco Zamora hasta la edad de siete años (1943) en que definitivamente regresaron los padres de Valencia después de tres años de servicio a la República, y otros tres de reclusión en el campo de concentración de Higuera de Calatrava. La reclusión en Higuerilla de Calatrava había tenido lugar en abril de 1939 cuando de regreso de Valencia, Martín era detenido en Marmolejo  junto a otros tantos jóvenes milicianos que habían servido a la República en diferentes lugares de España.


     Del tristemente recordado campo de La Higuerilla, tuvo que salir tutelado por el dueño de las Casillas del Marqués, Francisco Quero, persona de influencias en el gobierno del general Franco. La carta de tutela fue enviada por Casto Buenafuente al Generalísimo y dadas las influencias de aquel señor, no tardó mucho tiempo en surtir el efecto deseado. Estas cartas sirvieron también durante la postguerra, de auténtico salvoconducto para que la Guardia Civil dejase en paz a los jornaleros del campo que habían sido represaliados por sus ideas o, simplemente, por realizar  la guerra al servicio de la República (5). Pero aún no le dejarían en paz del todo: hacia noviembre de 1951 se le volvía a incoar expediente informativo por el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, Juzgado número 3, con sede en Madrid, imputándole pertenecer al Partido Comunista. Curiosamente el informe de la 236 Comandancia de la Guardia Civil de Almería a donde el Juzgado nº 3 del Tribunal Especial se había dirigido reclamando información, daba los siguientes datos en relación a Martín:  “Como continuación a mi escrito número 138, de fecha 17 de marzo último relativo a Martín Zamora Zamora, al que por ese juzgado se le instruye sumario número 149-C-52, tengo la distinción de participar a V.S. que dicho individuo tiene 44 años de edad, de estado casado, hijo de Francisco y María, natural de Carboneras, de esta provincia, y vecino de Marmolejo (Jaén), con domicilio en calle Norte, número 2, el que según informes facilitados por el Servicio de Información de aquella Comandancia, es de ideas izquierdistas, así como todos los familiares, estando afiliado a la UGT desde el año 1933, durante el Glorioso Movimiento Nacional sirvió voluntario en el Cuerpo de Carabineros, permaneciendo en dicho Cuerpo y en la zona roja durante 22 meses; un hermano suyo llamado José, fue detenido el año 1945 por formar parte de una organización clandestina comunista, desempeñando el cargo de jefe de la misma, por cuyo motivo fue detenido y condenado a 30 años de prisión…No mereciendo el concepto de dirigente ni inductor de la tarea marxista, comunista o similar”. Dios guarde a V.S. muchos años. Almería, 5 de Mayo de 1952. Fdo: El Comandante”.  El dos de febrero de 1953 le era sobreseida su causa, con carácter provisional, al no encontrar el citado Tribunal Especial, entidad suficiente en la conducta político-social de Martín.



A muchos obreros como a Martín se les volvió a incomodar con detenciones inoportunas en el camino hacia el trabajo reclamándoles a diario los famosos salvoconductos. En una de las ocasiones en que iba hacia la casilla de La Paula, un Guardia Civil le pidió que se identificase. Éste lo hizo con la carta de tutela de Don Francisco Quero,  a lo que el guardia de manera desafiante le interpeló: -“¿Y cómo es que tú siendo comunista tienes tan buenas relaciones?”-. Martín le respondió de manera metafórica: “Porque esto (refiriéndose a España) ha sido un pan que ha quedado dividido en dos partes, a unos les ha tocado comer de un lado y otros apenas si comemos porque estamos del lado comunista y por eso necesitamos que alguien nos ampare”.



   Los abuelos Casto y Dionisia disponían, como hemos dicho, de una casa en la calle del Norte nº 2 donde criaron al pequeño Francisco con muchos sacrificios. Un buen amigo de la familia, Manuel Moreno “El cortaor” (6), hombre del campo dedicado a la poda del olivo y de las encinas en Sierra Morena, les regaló una cabra para leche con el fin alimentar al pequeño. Pero la mayor parte del año sus vidas iban a transcurrir en el campo trabajando de caseros y jornaleros en las Casillas del Marqués y, a partir de 1934, como arrendatarios de la cercana finca de la Boca del Río donde Casto se empeñaba en el cultivo de las bregosas laderas de olivar de esta propiedad enclavada en la misma desembocadura del Yeguas.

En esta casería y en la de las Casillas del Marqués,  donde los abuelos volvieron entre los años 1941 y 1942, pasó Francisco gran parte de su niñez con recuerdos imborrables como el del encuentro de Casto con un antiguo compañero de juventud, Baldomero Arévalo García “Buengusto” jornalero afiliado a la Unión General de Trabajadores durante la República, ahora perseguido. Este hecho se produce en las laderas de los Algarbes, cerca de la Boca del Río, cuando en un paseo del abuelo portando al nieto sobre sus hombros, oyen salir de detrás de una lentisquera una voz que dice -¡Casto!, ¡Casto!-. Se trataba del perseguido por sus principios socialistas, que iba acompañado de unos seis o siete hombres, todos ellos refugiados en la sierra para eludir el acoso de las autoridades franquistas. Se saludaron con un fuerte abrazo y entonces  Baldomero le comunicó al abuelo las intenciones de proveerse en la Boca del Río de unos mulos y de una cántara de aceite, pues su situación en la sierra era cada día más complicada y precaria.

Casto marchó hasta la casería con el grupo de huidos y para evitar problemas, al momento les ofreció dos mulos y una cántara de aceite. Lo mismo hizo el administrador de la finca que pasaba allí temporadas con su familia, ofreciéndoles una yegua y un mulo. Antes de partir Baldomero les advirtió que no diesen parte a la Guardia Civil hasta pasadas dos horas ordenando que fuera el administrador quien lo hiciera. Al decir esto, el hijo del administrador le retó diciéndole que por qué no era Casto quien daba parte. Ante los gestos desafiantes del joven, Baldomero reiteró que debería ser el administrador. Tras unos momentos de cierta tensión, los huidos marcharon, apareciendo las caballerías al día siguiente al otro lado del Yeguas, por la zona de la Garabitera. (7)



Son años difíciles: los perseguidos por el franquismo amparados en la grandeza de Sierra Morena se encuentran muy acosados y en situación de cierta penuria, pues su lucha no deja de ser un acto de heroísmo sin más apoyos que las familias jornaleras que pasan el chaparrón de la postguerra malviviendo en el campo con jornales de miseria. Por eso a menudo se dejan caer por las zonas del olivar serrano montoreño y marmolejeño, para proveerse de alimentos en caserías y lagarillos y contactar, de paso, con antiguos compañeros que les pongan al corriente de la situación de sus familiares en el pueblo. Pero lo han hacer cada vez con más sigilo ya que a los jornaleros se les empieza a controlar por efectivos de la Guardia Civil pues se desconfía de ellos no vaya a ser que sean enlaces de los “rojos”.

   

Casillas del Marqués, donde Martín Zamora Buenafuente pasó varios años de su infancia junto a los abuelos maternos Casto y Dionisia. Cuadro al óleo de Robles.

Precisamente esta etapa de acoso y de persecución desembocaba en la madrugada del 8 de enero de 1944 con la encerrona y posterior matanza de la Loma Candelas llevada a cabo por fuerzas de la Guardia Civil y algunos voluntarios falangistas de la localidad con el triste balance de las muertes de Baldomero Arévalo, los hermanos Mateo y Manuel Alcalá Cabanillas (8) y el cardeñero, Juan Cachinero Montoro “El Obispo” de ideología comunista. También matan al casero de La Loma, Ramón Lara Gómez, hieren a una de sus hijas pequeñas en una pierna y detienen a su esposa Ana Peña Pedrajas que estaba en cinta de un varón, a la que envían a la cárcel de Jaén en los días siguientes (9).


  En la mente, aún de niño, de Francisco Zamora quedaron grabadas para siempre las imágenes de aquella mañana, cuando “la comitiva de muerte” llegaba al Ayuntamiento transportando los cadáveres: “dos van sobre un mulo y tres sobre otro. Van amarrados con unas cuerdas atadas desde el cuello hasta las piernas. Allí en el patio del Ayuntamiento los dejan caer al suelo sin el más mínimo reparo en evitar el golpe brusco de los cuerpos contra el pavimento. Entonces recuerda como el Alcalde dice: “¡Quitadme de en medio esta basura!. Se los llevaron al cementerio, les despojaron de todas sus ropas y enterraron desnudos en una fosa común. Las ropas se las repartieron entre quienes los habían enterrado”.

Ruinas de la Casilla de La Paula

La falta de roce con sus padres hace que el niño Francisco Zamora sienta que sus abuelos son como auténticos padres, por lo que cuando Martín y Paula regresan a Marmolejo encuentran cierta resistencia a que el niño acepte el nuevo hogar familiar. Ello hace que muchas veces se escape de la casa de la calle Pablo Iglesias, alquilada por el matrimonio, y se marche a la calle del Norte donde viven los abuelos. Esta situación llegó a generar tensiones entre Martín y sus suegros que no se resolvieron hasta que definitivamente, Casto y Dionisia, dejaron  la Boca del Río y decidieron adquirir unas parcelas de regadío en Andújar, donde fijaron nueva residencia.
La huida hacia adelante: 


  Corren los primeros meses de 1946, y en medio de una escasez dramática de alimentos de primera necesidad, el matrimonio Zamora-Buenafuente marcha a vivir al campo,donde al menos, a duras 

penas, se podía buscar algo para comer. Para ello tienen que vender la casa de la calle Norte y un mulo, adquiriendo una finca de olivar a los hermanos Bono (10) por 12.000 ptas. La diferencia la obtuvieron en préstamo del agente bancario Alfonso Sánchez Solís, con el aval de los abuelos Casto y Dionisia. Se tratan de unos 750 olivos en la ladera del arroyo de los Caros, de la que solo una parte se puede labrar con bueyes; el resto hay que hacerlo manualmente con azada debido a las máximas pendientes. Deciden levantar una casilla donde vivir, pues la parcela queda lejos del pueblo, y poder dar así cobijo a una prole que sigue incrementándose. La casa, de solo dos estancias (una cocina y un cuarto más grande que sirve de único dormitorio para toda la familia) la levantan sobre un rellano dando vistas al río Yeguas. En el centro del rellano un árbol de grandes dimensiones,  tumbado años después por un fuerte vendaval, proveía de sombra a la casilla en los rigores del verano.

Los materiales de la casilla de la Paula (que así será conocida por la gente del campo) eran obtenidos de lugares cercanos.  Las vigas se extrajeron de los álamos del arroyo del Cañuelo y de la alameda de Las Loras; las tejas las cogieron del viejo caserón de los Pobres y de La Marquesa, en estado de cuasi ruina,  donde aún vivía por estos años un tal Pablo “Rumaco” en una pequeña vivienda de obreros, frente al muro almenado. En otras ocasiones transportaban sillares de piedra azucareña desde la cercana casilla de “Garrote”, situada sobre las partes más altas de los Menchones del Cañuelo, con vistas al Yeguas. En fin toda una carrera por la supervivencia repleta de enormes sacrificios con jornadas de trabajo de sol a sol y en donde los niños, sin posibilidad de acudir a la escuela, ayudaban lo que podían.



Para el mayor, Francisco, las tareas se convertirían en auténtico suplicio pues presenta una lesión importante en el brazo y pierna izquierda  consecuencia de la bomba que cayó en la guerra en la calle   del   Norte.  Las   heridas    le    han   dejado   una 

Ruinas de la casilla de La Paula, con el Yeguas al fondo, a su paso por el barranco de La Romana.

incapacidad permanente de la que no ha quedado totalmente inútil gracias a los cuidados del médico D. Luis Villarejo. La bomba explotó muy cerca de la chimenea de la casa de los abuelos. El niño cayó sobre las brasas y una vecina que corrió en su auxilio, por querer ayudarlo de la manera más rápida, cometería la imprudencia de arrojarle agua hirviendo de una olla que calentaba al fuego sobre las quemaduras del brazo y pierna. De aquel suceso jamás pudo recuperar del todo la movilidad de la mano.


    Tanto Paula como Martín trabajaron siempre juntos, a la par: unas veces en las labores de la finca así como  por cuenta ajena en otras fincas de olivar del entorno. Además se empeñaban en sus ratos libres en realizar carbón vegetal con los chaparrillos que había en la ladera de los Menchones. Gran parte de ese carbón era para venderlo a Alfonso Sánchez para saldar el préstamo contraído pues a Paula le gustaba cumplir con los compromisos contraídos de manera puntual. Uno de los recursos habituales era rebuscar las aceitunas de los olivos de aquellos alrededores pero con el cuidado de no ser cogidos por la Guardia Civil.

Martín Zamora Zamora y Paula Buenafuente Carrilero con sus dos hijos pequeños Manuel e Isabel. Foto cedida por Isabel Zamora Buenafuente.

Son años de autoritarismo pleno; los señoritos han vuelto a coger la sartén por el mango y eran  realmente quienes  mandaban sobre las autoridades locales en la Andalucía de la postguerra. Además en el terreno laboral campan a sus anchas sin el control y vigilancia de las organizaciones obreras,  abolidas y perseguidas por el franquismo.  La Guardia Civil trabaja más o menos que a sus órdenes, vigilando sus fincas y persiguiendo con crueldad los pequeños hurtos y robos que un ejército de familias jornaleras sin tierra, y sin nada que echarse a la boca, han de cometer para poder subsistir. Es raro el año que no se suceden sistemáticas redadas contra los jornaleros/as que  vuelven al pueblo con 20 ó 30 kilos de aceitunas rebuscadas. Ante las denuncias de los grandes propietarios olivareros de la sierra sobre robos de aceitunas en sus fincas, la Guardia Civil monta controles en los caminos más transitados y a latigazo limpio van requisando las aceitunas a los trabajadores que regresan a sus casas después de una jornada agotadora (11).

El matrimonio después de recoger las aceitunas de su ladera a principios de diciembre, antes de su caída al suelo (12), marchaban también a trabajar a la recolección de fincas como La Boca del Río, El Cañuelo, de Don Juan Díaz Criado “el aviador” y Las Viñuelas, propiedad perteneciente al dueño de Las Prensas, pero arrendada por entonces a un señor apodado “Cantón”. Luego, Martín se empeñaba en diferentes trabajos de poda y quema de ramón en esas mismas fincas y preparando la siembra del huerto que Paula, con la ayuda de los niños, se encargaba de cultivar con esmero sobre bancales regados con el agua procedente de un venero del arroyo de los Caros. Hicieron construir una pequeña alberca para almacenar el agua. Paula  acostumbraba a sembrar  macetas y  gran cantidad de frutales alrededor de esta alberca, que dieron a aquel rincón una frondosidad nunca vista. El huerto lo ubicaron junto al arroyo de los Caros comiéndole un poco a la ladera y a continuación del huerto de la casilla de Vergara, descendiendo escalonadamente siguiendo el cauce del arroyo. Para fertilizarlo y mejorar su drenaje llevaron arenas del Yeguas que mezclaban con estiércol de los animales domésticos pues el complemento de la economía familiar lo constituían tres o cuatro cabras, unos borregos, una docena de cochinos, unos cuantos pavos y gallinas que habitualmente andurreaban por aquellos parajes buscando su alimento.


     La vida parecía transcurrir con el viento algo más a favor para el matrimonio, que ya había aumentado su prole en tres varones y cuatro hembras: Francisco, Martín, Paula, Josefa, Juanita Isabel y Manolo. Corría la década de los cincuenta y el trabajo no faltaba en las fincas aledañas. Además en las proximidades cuentan con la compañía de otras familias de caseros que residen en el Cañuelo, la Boca del Río, y en la más próxima casilla de Vergara, donde Antonio Soriano y Olimpia Martín y sus dos hijos -Antonio y Juana-, ya adolescentes,  pasan largas temporadas empeñados en el cultivo de los olivos. Muchas tardes, cuando el matrimonio terminan sus faenas gustan acercarse hasta Marmolejo subidos en el borrico “Gasparete”; ven a la familia, a sus amistades, a veces van al cine, y ya de noche o al día siguiente vuelven al campo pues los niños han quedado solos bajo el cuidado de los más mayores, Francisco y Martín. Cuando ello ocurre la “prole” se apega al calor de la familia de Antonio y de Olimpia y por la mañana la madre les trae del pueblo algún extraordinario: ¡unos pocos churros para desayunar! (13).



También se empeñaba Paula con la ayuda de sus hijos Martín y de Francisco en la caza del zorzal por el método de la chifla. Aprenden a construir puestos camuflados de monte en las zonas más propensas de las inmediaciones del arroyo del Cañuelo y del Barranquillo, paso natural de los zorzales. Los más mayores, sobre todo Martín y Francisco, se dedican a buscar espárragos durante el invierno y la primavera por las laderas cercanas al Yeguas y a pescar en el río  donde el padre  dejaba echada una red para que horas después apareciera repleta de peces. Solamente los abusos cometidos por los animales del “Aviador” (cochinos y caballerías que andaban sueltos por la zona) alteraban casi a diario la paz de la familia. Raro era el día que estos animales no campaban a sus anchas entre los olivos de la casilla metiéndose y dañando las siembras del huerto. Esta situación llegó a momentos de tensión pues Martín, para defender lo suyo, tuvo que advertirle al encargado del “Aviador”, un hombre apodado “Ronquito”, que lo que ocurría era una gran injusticia cometida por un señor todopoderoso contra una familia humilde y trabajadora a la que se le estaba humillando y negándole el derecho a existir. Finalmente Martín, aconsejado por su acreedor Alfonso Sánchez, a la vista de que los animales  continuaban  metiéndose en su finca, optó por vallarla sin negar el paso a los obreros que iban a trabajar a las fincas colindantes, pues el camino que desde el Cañuelo descendía hasta el Yeguas pasaba por su ladera. Este camino daba paso en aquellos años a mucha gente jornalera que iba a trabajar al Charco Novillo, a través del vado de “Mariquita La  Salvaora” (14).

La búsqueda de la tierra prometida:


  A pesar de los pesares el matrimonio parecía mejorar su situación en este olivar de sierra y justo cuando empezaban a albergar planes de ampliar y mejorar la casilla, un fuerte viento de características ciclónicas vino a traer la ruina a la familia: más de 500 olivos quedaron literalmente arrancados de raíz sin posibilidad de regeneración a corto plazo. Fue entonces cuando comenzó a vislumbrarse en la mente de Martín la necesidad de vender la finca y vivir en el pueblo encomendado a trabajos como jornalero. En 1957, tras muchos días de dudas y cavilaciones, el matrimonio acabó aceptando finalmente una oferta de compra de Don Juan Díaz Criado, quien andaba interesado en la ladera para el paso a su finca de Los Menchones.


   España en estos años seguía lastrada por la larga postguerra y los jornaleros de muchos pueblos andaluces empezaban ya a contemplar como única salida a su situación de miseria, la emigración a las regiones más pujantes como Cataluña y el Levante. Muchos marcharían con lo puesto, en los trenes de la noche, para no verse obligados a saldar sus deudas con el panadero o el lechero de toda la vida. Mientras tanto, el joven Francisco que mantenía desde su adolescencia la idea de marchar algún día a Valencia, tierra que había idealizado a través de las narraciones de su padre, se puso a trabajar en la finca de Los Mártires en el cuido de los caballos, con el fin de ganar un dinero rápido y realizar su sueño. Cuando recibe su paga después de un mes de trabajo, ve la posibilidad de viajar al fin a la tierra de promisión. Lo hace de manera sigilosa y secreta; apaña un ato de ropa, le pone una nota escrita a sus padres comunicándole sus intenciones y en el coche de los “Gafas”, marcha para la estación del tren dispuesto a comprar un billete por valor de 6 pesetas, para “el tren correo” con destino a Alcázar de San Juan y después hacia Valencia.



Francisco ya no volvería más a trabajar en Marmolejo. Tenía la edad de 20 años y cuando llevaba unos meses  en los arrozales de Valencia, noticias  prometedoras sobre ofertas de trabajo en la provincia de Lérida le arrastran hacia allá buscando aún mejores condiciones de vida. Así lo hace: de nuevo toma el tren a la aventura y cuando llega a Lérida comprueba la presencia de varios capataces en los andenes de la estación que ofrecen trabajo a los emigrantes que llegan a diario desde Andalucía y Extremadura, regiones sumidas por el Franquismo en la postergación y la miseria. Francisco acepta, entonces,  trabajar en las explotaciones madereras de la zona de Balaguer (Lérida) y hasta allí  arrastra, meses después, al resto de su familia incluida la abuela Dionisia y la tía Teresa que vivían en Andújar.

  

Cuadro al óleo del malogrado pintor marmolejeño José Francisco Díaz Navarro “Pepe-quico”. También fue conocido en el mundillo artístico provincial por “Jofra”. El cuadro lo dedica a un jornalero cualquiera del campo marmolejeño y lleva por título “Sombrero roto”. Este tema fue recurrente en su obra pictórica, haciéndose llamar “Pintor de los campesinos”.

Martín y Paula marcharían a Lérida los primeros años, y hasta comienzos de los sesenta, de manera estacional, pues para la recolección de la aceituna volvían por Marmolejo trayéndose consigo a los más pequeños. Martín también se ocupaba por estos años en la siembra de algodón, trigo y garbanzos en una pequeña parcela que adquirió frente al cementerio de Marmolejo, tras la venta de la casilla. Pero el destino de sus vida estaba ya fijado para siempre en aquella tierra de la Cataluña interior, donde Paula moriría a la edad de 51 años. Martín le sobrevivió diecinueve años más, falleciendo también en Lérida en 1984. Allí reposan hoy  sus restos, al calor de los suyos, en su nueva tierra de acogida donde echaron raíces después de luchar con tesón sin resignarse a sucumbir a la miseria de una España plena de injusticias y aislada del mundo civilizado. Todavía hoy los hermanos Zamora-Buenafuente, sienten la nostalgia de su Andalucía, y de su pueblo natal, y se emocionan con lágrimas en los ojos al recordar sus primeros años de vida en el valle del río Yeguas.



Notas:

(1) Sánchez Tostado, Luis Miguel: “La Guerra no acabó en el 39”, páginas 223 a 236. Edita: Ayuntamiento de Jaén. Año 2001.
(2) Moreno Gómez, Francisco: “Córdoba en la Postguerra”, página. 63. Edita Francisco Moreno Gómez. Córdoba 1987.
(3) Testimonio de mi apreciado amigo, Juan Cañuelo Coba, “Juanillo Ricardo”, fallecido a la edad de 94 años (q.e.p.d). Mi más emocionado recuerdo hacia este marmolejeño de bien.
(4) Perales Solís, Manuel: “La Memoria Rescatada (1931-1951): 2ª República, Guerra Civil y Postguerra,  página 140. Marmolejo 2007.
(5) El control sobre los jornaleros que iban a trabajar al campo continuó siendo implacable durante los años cuarenta. Según el testimonio del jornalero del campo Alfonso Merino Gómez trabajador en la casa del entonces comandante de aviación Juan Díaz Criado “El aviador”, distinguido por sus múltiples servicios durante la guerra en el ejército sublevado, un día que iban a trabajar a las fincas de este señor, fueron detenidos por la Guardia Civil en un control en el puente del Balneario por no llevar el salvoconducto. Tras identificarse verbalmente como obreros de la casa de Don Juan Díaz Criado,  los guardias no les dejaron pasar perdiendo ese día el jornal. Al llegar al pueblo fueron a contarle lo ocurrido al “Aviador” y este tuvo que usar sus influencias para que en los días sucesivos no volvieran a molestarlos más. Testimonio de Alfonso Merino Gómez (n. 5-11-1921; m. 21-12-2008)
(6) Manuel pertenecía junto a su hermano Antonio, a una familia de larga tradición “cortaora”. Debió de ser persona muy solidaria con los jornaleros perseguidos durante el franquismo pues también dio trabajo en su cuadrilla al joven Manuel Martínez Bueno “Rosendo” antes de que este se echara a vivir en la sierra”. Manuel Perales Solís en “La Memoria Rescatada”, página 262.
(7) Testimonio del hijo de Martín y Paula, Francisco Zamora Buenafuente, recogido en la ciudad de Lérida, el 2 de mayo 2009 en la entrevista realizada en el Hotel Pirineos y en su casa de la calle La Unión. Francisco nació en Marmolejo el 8 de agosto de 1936. Tendría la edad de 6 años cuando ocurrieron los hechos narrados. La documentación existente sobre la muerte de José Zamora y el expediente informativo incoado contra su hermano Martín han sido gentilmente cedida por Isabel Zamora Buenafuente, hija de Martín y de Paula.
(8) Juan Cañuelo Coba mantenía sin embargo que el día de los hechos fue la madrugada del  6 de enero, fiesta de Los Reyes Magos, pues él trabajaba en la taberna “El Bodegón” de la calle Calvario, frente a la Vejeta, cuando llegaron a temprana hora los Guardias Civiles a almorzar. Dejaron los mulos en la puerta cargados con los cadáveres de los huidos asesinados y pidieron que les preparásemos unas perdices para celebrarlo. Mateo Alcalá Cabanillas “Béjar” y su hermano Manuel se habían unido en los primeros años de postguerra al grupo de huidos de los hermanos Jubiles de Bujalance, tras ser descubiertos como enlaces: Mateo lo hizo en 1942 y Manuel en noviembre de 1943. El padre de ambos era Manuel Alcalá, casero en un finca de Montoro donde se refugian los Jubiles ya desde los primeros momentos de la postguerra. Mateo Alcalá conoció en La Fresnedilla de Marmolejo a Julia, la hija del casero, con quien contrajo matrimonio civil en la Fresnadilla, probablemente hacia finales de 1943, en una ceremonia oficiada por uno de los hermanos Jubiles con graduación militar.  Francisco Moreno Gómez: La resistencia armada contra Franco: tragedia del maquis y la guerrilla. Editorial Crítica 2001.
(9) Entre algunos sectores de la población corrió el malintencionado rumor de que Ramón Lara  había sido en realidad un desdichado cebo de la Guardia Civil cuya misión habría sido dar confianza a los huidos para atraerlos hacia la trampa mortal del 8 de enero.  Según esa versión, lo convenido esa noche era que el casero saldría a tirar una brasas  como señal de que estaban dentro los huidos pero esto son meras especulaciones sin base alguna desmontadas por los propios hechos, es decir: el casero fue el primero en morir por los efectos de la bomba de mano que le lanzaron hacia la puerta. Los datos apuntan a que el verdadero infiltrado de la Guardia Civil  en el grupo de Los Jubiles, sería Juan Olmo “El Abisinio”, un carbonero de Villanueva de la Reina, principal colaborador de la Guardia Civil  en esta operación y en la realizada el día 6 del mismo mes en el cortijo de Mojapié de Montoro.
(10) Los hermanos Bono eran residentes en Marmolejo, solteros, vivían con la madre. Un buen día, decidieron vender todas sus posesiones y marchar a Madrid. Testimonio de Francisco Zamora Buenafuente.
(11) Francisco Zamora no olvida el día que desaparecieron 500 kilos de aceituna en una finca cercana a la Herradura Parra. La Guardia Civil montó un operativo para recuperar los 500 kilos a costa de requisar, usando métodos violentos, las aceitunas rebuscadas a todo un verdadero ejército de pobres jornaleros que regresaban por los caminos del olivar serrano hacia sus casas. Cuando  se recuperaba  la cifra denunciada dejaban de requisar.
(12) Las aceitunas las recogíamos a principios de diciembre. Las vareábamos al suelo y caían hasta el arroyo donde las recogíamos en sacos. La ladera era en algunos sitios  tan pendiente, que en algunos tramos no entraban ni los bueyes (Testimonio de Francisco Zamora).
(13) Testimonio de Antonio Soriano Martín (nacido en abril de 1945), hijo de Antonio y Olimpia, dueños de la casilla de Olimpia. En sus recuerdos me refirió la amistad de Paula con el párroco Don Manuel Maroto Castro. Siempre que iba al pueblo aprovechaba para visitarle y hablar con él. Eran habituales estos comportamientos entre las gentes jornaleras de la época como recurso necesario para disponer en cualquier momento del apoyo o favor necesario de  personas que, en esos momentos, tienen capacidad de influencia sobre los poderes políticos y económicos del régimen, como era el caso del párroco Manuel Maroto Castro. 
(14) Mariquita La  Salvaora era una mujer que iba a lavar las ropas de los hoteles echas un “liote” sobre su cabeza a este lugar del río Yeguas, cercano al arroyo del Cañuelo.

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