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Las monterías en Sierra Morena: Una Cacería en El Socor

-Manuel Perales Solis-

En abril de 1877, Pascual Frígola, barón de Cortes de Pallás (1), se encargaba de redactar la crónica de una de las célebres monterías que el general Francisco Serrano Domínguez, primer duque de la Torre, organizaba en su finca del Socor. Estas monterías tuvieron lugar a lo largo de varios años; unas veces en los meses invernales (diciembre-enero) y otras en el arranque de la primavera, como fue el caso de la que narró el barón en la revista quincenal “El Campo”.  Al auge de estos eventos contribuyó  necesariamente la terminación, unos años antes, del tramo del ferrocarril Manzanares-Córdoba, con estaciones en Andújar y Marmolejo, hecho que facilitaba con mayor rapidez y comodidad el traslado desde Madrid a Andalucía de las élites políticas y económicas asiduas a este tipo de actividades cinegéticas siempre demandadas por quienes pretendían mejorar su “cachet” político u obtener oportunidades para su negocio. 

  Ha quedado constancia en  la prensa escrita de la montería celebrada en  enero de 1872, un año después de que Serrano ocupase la regencia de España (2). De ella  se hizo ampliamente eco la Revista de España (3). Asimismo de las celebradas en diciembre de 1876, abril de 1877 y febrero de 1880, dio cuenta la revista quincenal “El Campo: agricultura, jardinería y sport” (4), donde  a menudo escribieron políticos y personalidades de tendencia liberal del entorno del duque de la Torre. 

Por estas fechas la finca del Socor, ubicada por entonces en el término municipal de Montoro, cerca de la Venta del Charco y Cardeña, junto al rio Yeguas, era el lugar de descanso del duque de la Torre y hasta allí desplazaba a sus “ilustres amigos”, casi siempre personajes de la política nacional y provincial y altos cargos de la administración del Estado cercanos al general y al partido Liberal. La nómina de personalidades a estas monterías se completaba con la asistencia de empresarios solventes y, en ocasiones, de  famosos artistas o reconocidos cantaores flamencos de la tierra. 

    El general Serrano una de las figuras decisivas en el devenir político de la segunda mitad  del siglo XIX era persona muy vinculada a la provincia de Jaén en donde salió elegido como diputado en varias ocasiones. Tenía propiedades rústicas y urbanas  en Arjona, Arjonilla y Escañuela y visitaba también muy a menudo en Marmolejo, la casa de su sobrina carnal Luisa Serrano desde 1882, año en que su esposo, el senador liberal Eduardo León y Llerena adquiría los manantiales minero-medicinales. Fueron frecuentes, igualmente, en Marmolejo las reuniones políticas del duque de la Torre con miembros de su facción política (partido Constitucional y más tarde Izquierda Dinástica) y sus ratos de descanso en  casa de Luisa alternados con estancias en la finca del Socor. De hecho en  las monterías celebradas, en tiempos que Eduardo León y Llerena era dueño de los manantiales, las comitivas de monteros hicieron parada obligada para tomar las aguas en el Balneario antes que  poner rumbo al Socor junto al resto del personal (podenqueros, sirvientes y escopetas negras) que esperaba al otro lado del puente sobre el Guadalquivir. 

El transcurrir por la carretera de la sierra era presenciado por caseros y jornaleros que recolectaban las aceitunas en los olivares de la sierra  y que acudían movidos por la curiosidad  para dar testimonio del paso de tan especial cortejo repleto de ilustres personalidades de la nación, acompañadas de las realas más famosas de Andújar, Marmolejo y Arjona y de las caballerías y carruajes que portaban a los invitados al evento. 

 

   Nos llama, como no, la atención el procedimiento empleado para acceder a este rincón salvaje y casi inexplorado de Sierra Morena desde la estación de ferrocarril de Andújar o de Marmolejo donde esperaban carruajes y caballerías que luego transitaban  a través de antiguos caminos de carne rodeados de jaras y de monte. Una vez en la finca el general disponía del montaje de varias tiendas de campaña donde los invitados debían de acomodarse durante los  seis o siete días de cacería, en los que el anfitrión prohibía hablar de política. Así describía el privilegiado paraje la revista “El campo” con motivo de la montería celebrada en diciembre de 1876: “Preciosos paisajes presentan los lugares en que tienen lugar las batidas, salpicando, aquellas inmensas sabanas de jara, de lentisco, de brezo, de labiérnaga, de aulaga, de arrayan, de zarzas, de queruela y de carrasca, que cubren la superficie de los montes, graciosos grupos de abetos, bosquecillos de quejigos, de acebuche, de piruétanos y majoletos y festoneando sus cordilleras anchas franjas de tomillo, de cantueso y de madreselvas. Cubren los arroyos como si quisieran precaver  sus frescas márgenes de los ardores del estío y á sus acuáticos habitantes de los hielos de Enero, frondosas espesuras de almoraduces y adelfas; allí florece el romero en pleno invierno, y conservan las madroñeras rojo y sazonado fruto el año entero. 

  Forman la totalidad del coto dehesas diferentes cada una, con su nombre especial, que sirven en los días de montería de punto de reunión de los cazadores. El Cardito, La Loma de la Pedrera, la posada de Rabiavacas, El Cañadizo, Navalrosal, La Choza de D. Cristóbal, El Cerro de Cabrasquemadas, El Cuervo, El Valle del medio, Las Umbrías de Valdecañas, El Monte de la Retama, El Abanto, Valdeaparacio, Navalquemadilla, El Atalayón del Judío y El Cotillo de Bronrubio, son los sitios más célebres por la abundancia de jabalíes, venados y corzos que allí se encuentran. También pueblan aquellas espesuras gatos cervales, melones y algunas nutrias; hay muchas perdices y conejos, y en ciertas estaciones del año, patos, palomas torcaces y chochas.

  La extensión del Coto del Socor es de 5.368 fanegas de tierra que componen 3.672 hectáreas próximamente. Es abundante en pastos propios para la manutención de reses vacunas y ganado lanar”.

Portada de la revista quincenal “El Campo”. Fuente: Hemeroteca digital del Ministerio de Cultura. 

 En los días previos a esta montería, el diario Córdoba del 27 de marzo de 1877, dió cuenta del elenco de personalidades reunidas en la estación de Atocha de Madrid con destino a Andújar:

  “Hoy saldrán para Andújar a tomar parte en la montería que ha de verificarse en el Socor, una de las mejores propiedades del duque de la Torre, los Sres. Sagasta e hijo, barón de Córtes, marqués de Campo-Sagrado, Tamberlick, Fernández (Don Hipólito), Goizueta, Herreros de Tejada, González (D. Venancio), Lecanda (D. Eloy y D. Antonio), marqués de Ahumada, O´Lawlor, Acuña (D. Felipe,  D. Antonio, D. Manuel y D. Cristóbal), San Juan (D. Juan de Dios), duque de Hornachuelos é hijo, Loreto, Albarracín, Albareda, Pérez, Fernández (D.E.) y otros muchos amigos de Jaén  y de Córdoba. La reunión para emprender desde allí la jornada con el duque de la Torre y su hijo, tendrá lugar en Andújar, partiendo los espedicionarios en carruaje hasta Marmolejo, donde tendrán dispuestos los caballos para dirigirse a la dehesa del Socor, a cuyo punto llegarán a las seis de la tarde del 25, para dar principio, al clarear del 26, a dicha montería, que durará toda la Semana Santa. Es probable que luego el duque de la Torre regrese a Madrid con su hijo y con los amigos procedentes de Madrid. Ciento ochenta perros mantiénense preparados para esta cacería”(5).

 

    Miguel Delibes comenta en su libro “El cazador”, que la caza en las postrimerías del siglo XIX no ha pasado todavía de ser una reminiscencia feudal, y habla en concreto de esta clase elitista de caza mayor donde solo pueden concurrir la gente con altas capacidades económicas porque son los que pueden permitirse varios días de asueto en la sierra y los caros desplazamientos en tren, carruajes y caballerías hasta el lugar de la montería. Nos habla de que en esta época no operan en el campo sino dos tipos de escopetas: las ilustres -aristocráticas, militares, políticas- y las llamadas negras, esto es, las de los asalariados y furtivos.  A diferencia de la caza menor, democrática y andariega, donde el cazador se elabora su propia suerte y los gastos no van más allá de la cartuchería, en las monterías del siglo XIX coinciden solamente villanos y señores. El villano hace de la escopeta su sustento diario, su salario; los señores, sin embargo, se entregan a la caza como deporte. A este respecto resulta risible la práctica frecuente en las batidas, interporlar escopetas negras entre las escopetas egregias para aumentar el botín, con la precaución de situarlas entre las novatas para que no se vertiese la sangre aristocrática si acaso a aquellos se les escapaban unas perdigonadas. El cazador-señor del siglo XIX es, pues, un ser que manipula todo en  su provecho que, incluso, llega a servirse del villano para que, actuando de pantalla, reciba los plomos que se pierden en el campo (6).     

 

A continuación transcribo los aspectos más interesantes del relato que de dicha montería, hizo Pascual Frígola, barón de Córtes:

 

   “Desde el día en que el Sr. Duque de la Torre me hizo el honor de invitarme á la simpar montería con que últimamente ha obsequiado á sus amigos, adquirí el compromiso de ser el cronista de la expedición, dándome por muy honrado con que el Duque y todos los compañeros de caza fiaran la relación de sus futuras glorias y proezas á mi mal cortada pluma; y animándome la idea de que, como habían leído ya mi librejo sobre caza, no podían llevarse chasco cuando vieran mi prosaica inutilidad en esto de escribir.

 

  Pero si en todo tiempo era este compromiso superior á mis fuerzas, !cómo no ha de serlo hoy, al tener que hablar de un asunto que con tanta galanura, talento y gracia ha tratado ya en La Época su ilustrado redactor D. José María Goizueta! ¿Qué podré yo decir que no sea pálido al lado de los coloridos cuadros que ha descrito dicho señor en su Revista? En cuanto llegué a Madrid y tuve el gusto de leerla fué grande mi contentamiento al creerme ya dispensado y libre de mi palabra; así lo hice presente con gran satisfacción á los compañeros; pero al ver con qué ensañamiento han dado en exigirme que cumpla mi obligación, comprendo que ésta es una broma, un nuevo complot contra mí, de los permitidos en el art. 3º del Bando del Socor: es simplemente que mis amigos quieren seguir divirtiéndose al verme en este aprieto, agua al cuello, y el bueno de Goizueta es el jefe de la conjuración, puesto que conociendo mi compromiso, me ha soltado su preciosa y chispeante revista diciéndome: !Pobre Barón! Ahí queda eso.....Arréglate ahora como puedas.

Por fortuna la mala forma de este preludio hará caer el periódico de la mano á muchos de los que comiencen á leerlo, y así excusaré en parte las rechiflas que ha de atraerme lo que voy á decir; con que audaces fortuna y uvas; procuraré recordar algo que haya olvidado mi despiadado amigo Goizueta, y allá voy....

 

 

Salimos de Madrid, el 24 de Marzo confortablemente instalados en dos salones del tren de Andalucía, y como era de rigor empezar á divertirnos desde el primer momento, y como allí no estaba el Duque, nos dedicamos a mortificar al famoso y célebre D. Jorge: hubo bromas pesadas, y á fuerza de pellizcar y tirarle de las orejas al buen señor, sacaron más de cuatro muy calientes las suyas; pero dijeron que se habían divertido.

Concluyó esta especie de sinfonía de la fiesta cuando llegamos á Alcázar de San Juan, donde teníamos preparada una suculenta cena por todo lo alto, sazonada con tan alegres y repetidos brindis de Burdeos, Jerez y Champagne, que al volver al tren, más que de seguir martirizando á don Jorge, teníamos todos ganas de dormir.

 

Pero !oh dolor! !Amaneció lloviendo! !La cacería se aguaba! !Casi llorábamos como las nubes!; el cielo estaba cerrado; todos los pronósticos, incluso el del Zaragozano, eran fatales; sólo el nigromante Tamberlick, que a fuerza de hacer bien El Profeta (7) ha llegado sin duda á apropiarse sus virtudes adivinatorias, nos repetía lleno de fe cuando más diluviaba, que á las once tendríamos sol y buen tiempo; pero por si acaso su virtud profética faltaba, el simpático tenor iba desdoblando una colección de hules, con los que a guisa de miriñaques, cubría desde la copa de su sombrero á la punta de sus botas; aclaraba algo en encapotado cielo, renacía la confianza del inspirado cantante y empaquetaba sus hules, que volvía á preparar cuando un nuevo chaparrón descargaba.

 

Los hules de Tamberlick fueron la diversión de aquella mañana, como más tarde lo fueron la colección de sombreros que fui yo sacando á luz según el día era de nieve, agua ó sol. Afortunadamente el pintor que llevamos á la expedición nos hizo un quiebro y se largó; de otro modo no me escapo de que mi vera efigie figurara hasta en las cajas de fósforos, con mis populares y altísimas botas y mi inconmensurable sombrero de palma, obra monumental que me costó cuatro reales en la calle de Toledo, amén del coste de seis varas de cinta encarnada de algodón que necesité para ribetear sus anchas alas y ponerle una escarapela que daba la hora.

 

 Aquel sombrero hizo las delicias de la gente blanca y de la negra que me conocía por el del sombrero.

  Confieso que soy insoportable en esto de divagar: sigamos el viaje. Ya os ha contado Goizueta que al llegar á Andújar nos vino Dios á ver, es decir, se nos agregó el clavario de la fiesta, el espléndido anfitrión, el hombre que iba á hacernos completamente felices por ocho días, el Duque de la Torre en fin.

  Y que al llegar a Marmolejo hallamos buenísimos caballos para todos los convidados y para nuestros sirvientes, y que caballeros en ellos, es decir, en aquéllos, salimos galopando alegremente y dando vivas al que nos daba la fiesta y al profeta Tamberlick, que como otro Josué tuvo poder para disipar las nubes y hacer lucir el sol en el alto firmamento, según había predicho.

 

  Y llegamos a Sierra Morena; no conocía yo aquellos montes; nunca vi vegetación más esplendente, variedad tal de plantas y arbustos, ni en jardín alguno tantas flores. Con la estación adelantada y las recientes lluvias estaban en todo su esplendor la blanca florecilla de la jara, la purpúrea de la estepa, la blanca y roja del brezo, la del romero, tomillo, madroño, violeta, arrayan, madreselva, rosal doble y fino, y la de la magnífica peonía, que todas esas flores y mil y mil más se hallan en abundancia en aquellos valles y umbrías, alegrando la vista y perfumando el ambiente con sus aromas.

 

 Pero vamos andando. Llegamos al Socor al anochecer; el aspecto no podía ser más agradable ni pintoresco; la casa, las tiendas de campaña, la gente negra pululando, los doscientos perros ladrándonos, pero....el pícaro Goizueta que tan magistralmente ha descrito este gran cuadro, me hace dar punto a la parte descriptiva, y pasar por alto la de la cena. ¿A qué ponderar la mesa? No faltaba más sino que el espléndido Duque de la Torre no tratara a sus amigos como siempre lo ha hecho, al pelo, al reloj; así que bastará decir que buscamos y hallamos fácilmente nuestras confortables camas, porque cada una tenía un cartelón con el nombre del feliz mortal que debía ocuparla, y dormimos como príncipes.....cansados.

Ilustración publicada en la revista “El campo”, sobre una  cacería  celebrada  en el Socor en diciembre de 1876. Fuente: revista “El campo”.

El general Francisco Serrano Domínguez. Fuente: “La Ilustración Española y Americana”.

Eloy Lecanda, fundador de las bodegas Vega-Sicilia, fue uno de los invitados a la montería de 1877 en el Socor. Foto: www.vega-sicilia.com.

  Diana al amanecer; chocolate, huevos, migas y á cazar.-Y ésta es la hora de referir á los desgraciados que no fueron allá con nosotros, la manera magistral, especialísima y perfecta como se caza en el Socor.

 

   Gran organización y orden se necesita para que no se note la menor confusión ni barullo en una montería en la que toman parte sesenta escopetas blancas, amen de cien personas más entre ojeadores, podenqueros, escopetas negras, etc., etc., con ciento cincuenta perros y cien cabalgaduras. Porque allí, no solo tenía cada convidado un caballo á su orden, sino que nuestros criados nos acompañaban á los ojeos todos los días, caballeros en buenísimos jacos. Brillaba entre todos los convidados, por su justa fama de gran cazador, un simpático marqués; se le suministró la mejor y más fuerte de las cabalgaduras, la cual satisfecha de llevar tal caballero, piafaba, hundiendo sus poderosos remos en la tierra hasta los corvejones; mucho trabajó el buen potro durante la cacería; su fuerza y brío fueron la admiración de todo el mundo: hoy está el noble animal descansando de su brillante campaña,  porque el último día de cacería...reventó

Feliciano Herreros de Tejada Íñiguez fue otro de los personajes liberales, amigos del general Serrano  invitado a sus famosas monterías en su finca del Socor del término de Montoro.

Pasucal Frígola Ahís, barón de Cortes de Pallás, sería el encargado de inmortalizar en su crónica de la revista “El campo” la cacería celebrada en la Semana Santa de 1977. Fuente: aledua.wordpress.com.

Nada faltaba en aquel paraíso, y teníamos un D. Bernabé, Providencia que sacaba de apuros al que los tenía, por raros que fueran.

 

  Se organizó la tropa de cazadores en tres divisiones, cada una mandada por un jefe blanco, cuyas funciones se reducían á pasar lista de su gente á la salida, y de imponer alguna vez silencio durante la marcha; pero en llegando cerca del portillo que se había de ojear, cesaban por completo sus facultades y entraba en absoluta plenitud del poder el jefe negro, que se titula allí postor. Han sido en esta cacería jefes blancos de división los Sres. Marqueses de Ahumada, D. Pedro Manuel de Acuña y su hermano don Felipe; y cúmpleme consignar aquí el voto unánime de gracias que merecieron por el brillante desempeño de sus honoríficas funciones.

 

  Los postores ó jefes negros eran los cien veces beneméritos Aniceto, Cachinero, y Juncal. No encuentro palabras para ponderar la inteligencia, pericia é instinto matemático de estos tres monteros.

 

  Otra cosa muy notable de aquel país son los perros de las jaurías, que allí se llaman realas. Yo había visto en todas las monterías en que he tomado parte, que las realas estaban compuestas en su mayoría de podencos, pero llevando siempre algunos alanos, que sirven para sujetar los jabalíes que han hecho cara a los perros, los cuales víctimas de su afición y valentía, son muertos ó mal heridos por el afilado colmillo de la fiera.

 

  En las realas que llevábamos en esta ocasión, sólo podencos había; pero tan buenos y valientes, que el jabalí que los esperaba, por grande que fuera, por largos y afilados que tuvieran los colmillos, no tenía más remedio que morir....Otra excelente cualidad de los perros de aquellas jaurías es su educación, su obediencia al toque de llamada del caracol marino que llevan los perreros en vez de corneta.......

   En los montes del Socor hay más caza mayor que en ningún otro monte abierto de España, porque el dueño no permite que entren ganados, carboneros ni cultivadores de ninguna clase, para que la caza no sea molestada por ningún viviente: por eso se reúnen en aquellos silenciosísimos desiertos todas las reses de Sierra Morena á disfrutar de tanta tranquilidad, sólo interrumpida una vez al año, cuando el Sr. Duque da su periódica y justamente renombrada cacería.....Los cazadores que más ocasión han tenido de lucirse por sus buenos tiros, han sido D. Carlos Acuña, D. Francisco Serrano, los duques de la Torre y de Hornachuelos, D. José Sagasta, don José Armero, el marqués de Ahumada, D. Pedro Manuel Acuña, D. Eloy y D. Agustín Lecanda y D. Antonio Arévalo.

  Buenos y divertidos días hemos pasado cazando en aquellos montes, pero no menos agradables y amenas eran las veladas en la casa. Durante la comida, los sesenta convidados que nos sentábamos á la mesa del Duque manteníamos de seguro treinta conversaciones diferentes; contaba cada cual á gritos sus proezas ó desgracias, sin que nadie aplaudiera las primeras ni se condoliera de las segundas.; no se encontraban allí corazones tiernos; los que no tenían recientes peripecias que contar, relataban sus pasadas glorias, y salían buenas y gordas. 

 

Comía a mi derecha un señor, tal vez el más formal de todos los presentes, y me contó que allá en su país, cerca de Valladolid, la gente pobre se alimenta largas temporadas con la cecina de los grajos que él mata: el modo de cazarlos es original; dice que hay ciertas arboledas á las cuales van a dormir infinitos bandos de esos pajaruchos negros; en las noches más oscuras suben los hombres á los árboles con gran silencio, porque si un grajo despierta y chilla, escapan todos. Así es que el cazador va sin hacer el menor ruido de rama en rama, coge el grajo por el cuello, lo aprieta para que no chille, le aplasta los sesos de un bocado, y ya muerto, lo tira al suelo: así a diente, solía matar mi compañero 3000 grajos en una noche...!Morder es!.

   También era aficionado á la pesca, y me refirió que en el rio Arevalillo, que cruza la provincia de Segovia, se crían peces incorruptibles, de tal manera, que los aficionados á la pesca, al sacar los barbos y truchas, los depositan en canastillas sin sal ni preparación alguna, y encerrados en la despensa se conservan perfectamente, de modo que los descendientes del que los pescó los halla á los cuarenta años tan frescos y hermosos como el día que los sacaron del rio

 

 Concluida la opípara comida, se tomaba el moka, se encendían los cigarros, se quitaban las mesas y principiaba la tertulia, a la que el Sr. Duque admitía gente negra mientras cabía en el largo salón. Los mejores cantaores de la tierra, blancos o negros, nos regalaban los oídos con malagueñas, polos playeras, con la gracia que es propiedad exclusiva de los que beben las aguas del Guadalquivir. Con el mismo gracejo nos representaban también unos pasillos o sainetes, producto de su chispeante ingenio.

     Allí me entusiasmé en el debut de Tamberlick (pues que yo hasta entonces confieso que no los había oído) cantando admirablemente aires españoles a la guitarra;!qué guitarra señores!....desde allí al cielo; sólo me gusta más que ese alegre instrumento la dulzaina y tabalet de mi Valencia.

   Desgraciadamente, el tiránico empresario del Teatro Real nos privó del gran tenor y del querido amigo, teniendo que dejarnos al cuarto día, no sin jurar antes que en sus futuras contratas dejara libres los días de cacería en el Socor.

  -Dígame usted, Sr. de Barón, me preguntó un escopeta negra; ese señor que canta tan retebien ¿es de estrangis?.

  -Sí, le contesté.

  -Ya me pareció a mí en su manera de jablar que era inglés!

 

La velada más original y memorable fue aquella en que, según antiquísima costumbre de todas las monterías, se celebró el juicio contra dos cazadores noveles que habían muerto reses por primera vez. Presidía el tribunal como juez, grotescamente vestido, el Sr. Antonio Arévalo, hombre de talento superior y gracia sin igual; tanto el juez como el fiscal D. Venancio González y el defensor de un reo, D. Tomás Pérez, estuvieron felices y oportunos en sus improvisados discursos; pero los honores de la noche fueron para Albareda.

   Así como los críticos que tienen valor para juzgar las obras del Sr. Echegaray, dicen de este gran autor que escribe tres actos de un drama sólo para venir a una escena, a una frase, rasgo dramático que constituye la esencia del drama entero, de la misma manera nos pareció a todos que la grandiosa y espléndida cacería con que nos obsequiaba el Duque de la Torre había sido dispuesta y organizada con el solo objeto de dar ocasión al brillantísimo rasgo de ingenio del Sr. Albareda. Su improvisado discurso, tan elegante en su forma, como graciosísimo, correcto y cómico, entusiasmó a la concurrencia, que lo interrumpía a cada frase con salvas de aplausos y estrepitosas carcajadas. Nos faltó un taquígrafo:!gran lástima ha sido no conservar estos discursos y las graciosas improvisaciones poéticas del D. Pedro Manuel Acuña!

  Alternando con estas y otras diversiones pacíficas, no faltaron bromas de más bulto que pudieron haber dado motivo a revocar el tercer artículo del bando, que permitía todo género de barbaridades; esa era la palabra.

   Una noche, a las dos de la madrugada, cuando más tranquilos dormíamos, unos cuantos caballeros de los más formales, al parecer, nos favorecieron con una serenata orfeónica, entonando el popular coro de Los Cuatro Sacristanes:

 

     “Aquí nos tienes ya, bella Conchita,

      Por más que no te guste la visita”.

 

 Fueron de cama en cama despertando a todo el mundo, y haciéndonos levantar volis nolis a reforzar el cero.

  Otra noche describió el Sr. D. Bernabé una conspiración, que pudo hacer fracasar, y se trataba nada menos que de pegar fuego a una tienda en que dormían dos pacíficos y respetables curas que habían venido de luengas tierras a cumplimentar al Duque. Decían los conspiradores que querían beber verdadero cura-asao.

 

José María Bernaldo de Quirós, marqués de Campo Sagrado. Fuente: geneall-net.

El famoso tenor italiano Enrico Tamberlick. Fuente: wikipedia

Contaré, por final, el trueno gordo: una noche, cuando estábamos de sobremesa saboreando el café, y entre señores y criados, éramos ochenta personas en el salón, nos metieron allí de improviso un enorme toro de cuatro años: el terrible animal, aguijoneado para que entrara, recorrió dado bufidos el salón, echado al suelo cuanto cogía por delante: no había medio de escapar; unos se arrojaban al suelo, otros se metían bajo la mesa; hubo hombre que se tiró de cabeza dentro de la chimenea, que por fortuna no ardía; pero tomó en grande la ceniza el Sábado de Gloria; los maestros en el toreo se valieron de quiebros maravillosos; hubo un marqués que no presume de ligero, y tuvo que dar para salvarse el salto de la garrocha. Tamberlick cantaba el Miserere con más fervor que en el teatro. A mí me pillo en el centro del salón, y no sé si empujado por el hocico del toro, por un bufido o por el miedo, volé por el aire y fui a dar de narices contra un rincón: en aquel momento, el monstruo animal derribó de una cornada la mesa, que vino, con todos los cachivaches, a dar sobre mí con horrendo estrépito, quedando yo aplastado contra la pared; aquella noche gasté en mi persona un gran frasco de árnica, pues mi diminuto cuerpo salió morado de la broma.

 

  No acabaría nunca si hubiera de contar todas las ocurrencias, chascarrillos y grandezas de esta notabilísima montería; pero mi pobre artículo, sobre malo, sería demasiado largo, que es ser dos veces malo. Concluyo, pues, pidiendo indulgencia a mis compañeros y lectores, y rogando encarecidamente al Sr. Duque de la Torre que me conserve el abono para las expediciones venideras. Madrid, 7 de abril de 1877”.

  La finca del Socor, fue vendida por el general Serrano, unos meses antes de su fallecimiento en Madrid en 1885, al vecino de Martos, Fernando Morales quien continuó organizando celebres monterías con eco en la prensa provincial en los años sucesivos.

 

Notas:

 

 (1)  Pascual Frigola Ahís (Adzaneta-Castellón de la Plana, 1822-1893) que fue el primer barón de Córtes de Pallás y senador vitalicio del reino en 1867.

 

(2) En esos momentos el Francisco Serrano acababa de ejercer la presidencia del gobierno de la nación y era diputado por la provincia de Jaén.

 

 (3) “La Revista de España” (1868-1895) fue una publicación de pensamiento político e intelectual fundada en Madrid por José Luis Albareda Sezde. Tuvo como directores al propio Albareda, a su amigo Benito Pérez Galdós, a Fernando León y Castillo y a José Sánchez Guerra, en su etapa final. Entre sus colaboradores se encuentran nombres relevantes de la época, tanto políticos como literarios: Emilia Pardo Bazán, Cánovas del Castillo, José María de Pereda, Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón, Urbano González Serrano, Ramón de Campoamor o el mencionado Galdós.

 

(4) La revista  quicenal “El campo: agricultura, jardinería y sport”, fue fundada en Madrid en diciembre de 1876. Fue dirigida por  José Luis Feduchy y Marti, conde de las Cinco Torres.

 

(5)  Algunos de los invitados más conocidos a la cacería fueron:

  -José Luis Albareda y Sezde (Puerto de Santa María, 1828-Madrid, 1897): periodista y político liberal, ministro de Fomento durante el reinado de Alfonso XII, y de Gobernación durante la Regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena.

  -Fernando O´Lawlor y Caballero (Granada, 1829-Madrid, 1908) militar con la graduación de general de brigada. Amigo personal del general Serrano, fue diputado liberal por la provincia de Teruel entre 1881 a 1890 y senador por la de Huesca desde  1893 a 1907.

 -José Ramón de Hoces y González de Canales (Villa del Río, 1825-1895), duque de Hornachuelos; senador por la provincia de Córdoba entre 1881-1882 y senador por derecho propio entre 1885-1886.

 -José Armero Peñalver, diputado por Sevilla (distrito de Estepa) entre 1884 y 1886.

 -Antonio y Eloy Lecanda y Chaves. Eloy fue un próspero agricultor y empresario vallisoletano, fundador de una bodega en Valbuena del Duero y del vino Vega Sicilia.

 -Pedro Manuel Acuña Espinosa de los Monteros, nacido en Andújar en 1834, fue diputado por Jaén entre 1871 y 1896; estaba casado con María Elvira Tita Pérez de Vargas y González de Canales. En la montería celebrada en El Socor en febrero de 1880 le correspondería realizar la memoria escrita que publicó en la revista “El Campo”.

 -Práxedes Mateo Sagasta, ingeniero de caminos y político liberal progresista, varias veces presidente del gobierno entre 1870 a 1902.

 -José Mateo-Sagasta Vidal (Sanabria, 1851-Madrid, 1894), hijo del anterior, fue diputado por Albacete y por Jaén entre 1886 a 1896.

 -José María Bernaldo de Quirós y González de Cienfuegos, marqués de Campo Sagrado. Diputado por la provincia de Oviedo entre 1869 a 1896.

 -Francisco Javier Girón y Aragón, marqués de Ahumada, (Sevilla, 1838-Madrid, 1899). Fue militar y diputado por la provincia de Jaén, distrito de Úbeda entre 1872 y 1884.

 -Enrico Tamberlick (Roma, 1820-París, 1889), fue un célebre tenor italiano.

 -Feliciano Herreros de Tejada Íñiguez (Lumbreras de Cameros, 1829-1897). Liberal de tendencia progresista, amigo personal del general Prim y del general Serrano. Fue alto cargo de la Administración de Hacienda, Gobernador civil de Tarragona, nombrado por Francisco Serrano, y diputado por la provincia de Murcia en 1869.

    En la montería celebrada en el mes de febrero de 1880, nos cuenta el diputado liberal Pedro Manuel Acuña, encargado en esa ocasión de redactar la memoria que publicó igualmente la revista “El Campo”, asistieron entre otros personajes, Mr. Auspach, ministro plenipotenciario de Bélgica, Leopoldo, el quinto hijo del duque de la Torre, casado con María Gayangos y Díez de Bulnes, hija de la marquesa de Monteolivar; los brigadieres Sres. Marqueses de Ahumada y Sánchez Mira; el Sr. Vacas, capitán de la Guardia Civil de Andújar; el conde de Benazuza, D. Martín Cobo y Ayala, Don Diego Cobo, José Domingo Navarro Salcedo, etc, éste último, gran propietario agrícola de Arjona y Marmolejo.

 

 (6) Miguel Delibes: “Obras Completas:“El cazador”. Editorial Leer-e. Imprimen: Herederos de Miguel Delibes. Año 2006

 

 (7) Se trata de la célebre opera de cinco actos musicalizada por Giacomo Meyerbeer con libreto de Eugéne y Émile Deschamps.

 

Fuentes y Bibliografía:

 

-Archivo de Roberto Mateo Caballero; contiene documentación de Feliciano Herreros de Tejada.

-Diario Córdoba, número 7962; 27 de marzo de 1877

-Diario Córdoba, del 8 de diciembre de 1888.

-Revista “El Campo: agricultura, jardinería y sport”. Año II, número 10, de 15 de abril de 1877.

-Revista “El Campo: agricultura, jardinería y sport”, de fecha 1 de marzo de 1880

-Revista “El Campo: agricultura, jardinería y sport”, Año 1, número 1, de 1 de diciembre de 1876.

-Revista de España, quinto año. Tomo XXIV. Madrid, 1872.

-La Ilustración Española y Americana, Madrid 1887, página 228.

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