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Los arrendatarios olivareros a principios del siglo XX: El caso del marmolejeño Andrés Pastor Peña (1881-1957)
Publicado el 20 de Septiembre de 2021
El presente estudio tiene por finalidad hacer una aproximación a la figura de los arrendatarios de bienes rústicos en la Andalucía de comienzos del XX, poniendo el foco, especialmente, en la trayectoria personal del agricultor y arrendatario marmolejeño, Andrés Pastor Peña, personaje de talante emprendedor imbuido de principios conservadores, a pesar de su origen humilde.
Pregón de la Feria del año 1987
Publicado el 27 de Junio de 2023
En primer lugar bienvenidos y bienvenidas a este pórtico de nuestra Feria que hemos querido celebrar en la Plaza de la Constitución: antes, ahora y siempre, la plaza de todos. En mi nombre y en el de la Corporación Municipal, !Felices Fiestas!.
Es un honor hacer de pregonero de la Feria de mi pueblo, habida cuenta de que me consta la existencia de paisanos más cualificados que el que os habla, para llevar a cabo el presente cometido con plenas garantías de éxito.
Marmolejo y la Batalla de Bailén
Publicado el 26 de Agosto de 2022
Son abundantes las obras artísticas en conmemoración de la renombrada batalla de Bailén que, como es bien sabido, tuvo lugar en las inmediaciones de la localidad vecina un tórrido 19 de julio de 1808. Pueden contarse por decenas los poemas, cuadros, novelas, esculturas, partituras, etc. que conmemoran tal efeméride. Por poner un ejemplo cercano, recordemos el Monumento a las Batallas en la capital provincial, obra del insigne escultor santistebeño Jacinto Higueras, que conmemora dicho evento junto a la batalla de las Navas de Tolosa.
Partidas carlistas y bandidos en el Marmolejo del siglo XIX
-Manuel Perales Solís-
El análisis del fenómeno del bandolerismo precisa necesariamente de su vinculación a la realidad social y económica que vive la Andalucía del siglo XIX. Una realidad claramente definida por el predominio, a todos los niveles, de la nueva clase burguesa acaparadora de tierras que junto a la pervivencia de la antigua nobleza latifundista favorecen la consolidación de un modelo de propiedad agrícola socialmente injusta que va a dar al traste con cualquier posibilidad de progreso de las clases sociales más débiles a las que irremisiblemente se les relega a situaciones de pobreza cuando no de marginalidad extremas. De entre estos estratos más pobres vinculados por necesidad al trabajo en el campo en régimen de jornaleros, surgen las personas que forzadas en un momento determinado por una situación especialmente adversa, deciden marchar al campo para vivir “al margen de la ley”. Se organizan en partidas, más o menos numerosas, bajo el liderazgo de un jefe carismático, procurando actuar casi siempre en defensa de los más débiles de la zona en la que operan, a los que conocen y ayudan económicamente, a cambio de obtener su complicidad en los momentos que la necesiten cuando se trate de eludir la acción de la justicia.
No es extraño por ello que con el tiempo aflorase también cierta complicidad entre las partidas de bandoleros más famosas de Andalucía y los movimientos liberales progresistas del XIX con cuya causa de libertad y justicia, los sectores populares del campo andaluz, se verían más identificados. Jefes de importantes partidas como la del célebre José María Hinojosa “El Tempranillo”, Juan Caballero o “Botija” de Torre del Campo ayudaron en los años de mayor actividad bandolera, de 1827 a 1832, al triunfo de las intentonas liberales para desbancar del poder a los gobiernos fernandinos proclives a la consolidación de las viejas estructuras políticas y sociales del Antiguo Régimen y remisos a favorecer procesos políticos de signo liberal-democrático.
Esta situación de enquistada penuria económica y falta de libertades iba a sufrir a lo largo del siglo, coyunturas de crisis políticas aún más profundas, que empeorarán la vida ya, de por sí, bastante lastrada, de los jornaleros y pequeños artesanos de las zonas rurales. Será entonces cuando resurja con mayor virulencia el fenómeno del bandidaje o de los bandoleros propiamente dichos, tal como fueron popularizados en la literatura romántica por los viajeros foráneos (franceses e ingleses) de visita por nuestra región.
Uno de esos momentos abarca desde el fin de la guerra de la Independencia (1814) hasta el final del reinado de Fernando VII (septiembre de 1833), fase política, (excepcionando al trienio liberal entre 1820 a 1823) que supondría el resurgir de antiguos métodos de represión sobre los elementos liberales que combatían contra el régimen absolutista y la consagración de privilegios por parte de la aristocracia adicta al sistema.
Es una etapa, además, de graves dificultades económicas a consecuencia de los efectos de la guerra contra el francés y de la deuda contraída con los banqueros franceses que obligó al pago de los empréstitos tomados años atrás. Y por si fuera poco, la pérdida progresiva de muchas colonias españolas en América desde 1810, “gravitó sobre la península como uno de los principales problemas del reinado” (1). La suma de todos estos factores, asociados a los males endémicos de nuestra economía, acabó debilitando, aún más, los recursos del país. Se considera esta etapa como la de mayor intensidad del bandolerismo con partidas bien organizadas como las de Juan Caballero, José María el Tempranillo, Botija, o Los siete niños de Écija.
Otros momentos generadores de situaciones calamitosas entre las clases campesinas los vamos a encontrar en el periodo de regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840) marcada por la sublevación de los carlistas, o partidarios del aspirante a la corona Don Carlos (hermano de Fernando VII) que no reconocían como sucesora a la Infanta Isabel. Don Carlos pretendía la continuidad del régimen monárquico absolutista mientras que la opción de la Regente y de su hija, la futura reina Isabel II, apoyados por los sectores liberales del país, perseguía la instauración del régimen democrático liberal nacido en las Cortes de Cádiz en 1812. Se entraba así en un periodo convulso de guerra civil (1ª Guerra Carlista) entre partidarios del liberalismo y los deseosos de mantener las esencias de la monarquía absolutista, cuyas acciones bélicas y de saqueo en muchos pueblos de España y de Andalucía, añadieron miseria y desolación a los sectores sociales más débiles, siendo especialmente temidas en nuestra comarca las acciones llevadas a cabo por partidas de carlistas rebeldes de “Palillos” (los hermanos Vicente y Francisco Rugero); Miguel Gómez, Mariscal de Campo de Don Carlos; Antonio García de la Parra, el tristemente famoso “Orejita” (otras veces “Orejitas”), y José Peñuelas. Curiosamente gran número de estos cabecillas carlistas procedían de Ciudad Real y desde allí extendieron sus actividades hacia la provincia de Jaén y Córdoba amparándose en los intrincados laberintos montañosos de Sierra Morena.
Para explicar el origen manchego de muchas de estas partidas carlistas que asolaron los campos y poblaciones de nuestra comarca, creo interesante reproducir uno de los párrafos que contiene el artículo denominado “Ciudad Real y las guerras carlistas”, basado en la obra del historiador y político liberal del XIX, Antonio Pirala. Dice así: “Dentro de la región manchega, la provincia de Ciudad Real sería uno de los escenarios más agitados, donde muchos de los guerrilleros que habían combatido contra la invasión francesa volvieron a las armas en apoyo de don Carlos, fuertemente respaldados y aun alentados por el clero, en defensa de un modelo de sociedad que parecía amenazada en sus fundamentos por los principios del régimen liberal tras la muerte de Fernando VII. A este factor religioso y, sobre todo, clerical del carlismo manchego, hay que añadirle para su comprensión, la defensa de las tradicionales
María Cristina de Borbón (1806-1878), madre de Isabel II; reina regente entre 1833 hasta la mayoría de edad de Isabel en 1840.
formas de propiedad, tanto de la eclesiástica como de la comunal, objetivo ambas de las medidas desamortizadoras del Estado liberal. Sus militantes son partidas de campesinos, de artesanos y de jornaleros, enardecidos por los párrocos de los pueblos, que actuaban como expertos conocedores del terreno y de la táctica de la guerrilla. En nombre de Carlos V (Don Carlos) levantaban partidas de 100 ó 200 hombres y su primera operación era apresar a los más pudientes de un pueblo, exigirles grandes cantidades y repetir tales hazañas a su paso. De ahí que el propio Pirala concluyese que la guerra de La Mancha lo era de vandalismo y surgían diariamente nuevos partidarios que, obrando por su cuenta cada uno, se oponían a toda unión que llevara consigo la subordinación a un jefe. Era el suyo el típico talante guerrillero. Muchos de los hombres de aquella lucha habían sido héroes populares de la Independencia: “El Locho”, Isidoro Mir, “Chaleco”, “Chambergo”, Peco, Doroteo, “La Diosa”, Revenga, Paulino, Zamarra, “El Rubio”, “El Presentado”, “Palillos”, “Orejita”, ….Este crecido número de guerrilleros, con su individualismo, su personal sentido de la lucha, su improvisación y su indisciplina, explica los continuos tropiezos de la causa carlista en La Mancha y, en último término, su fracaso y su carácter de lucha marginal…Por eso todo quedaba en acciones muy puntuales, seguidas de retirada a los seguros refugios de las sierras, ese laberinto impenetrable con mansiones subterráneas, con despejadas y naturales atalayas, donde puede acampar un batallón en el mismo terreno en que otro esté oculto con toda seguridad”.
Carlos María Isidro de Borbón, primer pretendiente carlista al trono de España, en septiembre de 1833.
En general podemos afirmar que la mayoría de los voluntarios carlistas, al margen de la disciplina de sus jefes, camparon de forma autónoma por amplias zonas del país dedicados al bandidaje y contrabando infundiendo el miedo e inseguridad entre los vecinos de aldeas, villas, y ciudades en su afán de proveerse de medios de subsistencia para su partida. A diferencia de los bandoleros románticos, al estilo de José María el Tempranillo”, cuyas tácticas de socorrer al pobre a costa de los ricos fueron bien entendidas por la gente del común, los guerrilleros carlistas, representaron sin embargo un fenómeno a la inversa con unos fines políticos claramente contrarios a la evolución histórica demandada por las clases populares del país. Raramente despertaron las simpatías de los pueblos del valle del Guadalquivir pues su causa política quedaba lejana de las preocupaciones de la gente del común, y sus acciones resultaron ser de puro saqueo sin distinción de clases sociales siendo, por momentos, especialmente crueles. Eso sí, aunque sus objetivos estaban basados en una ideología concreta, que en regiones de fuertes sentimientos forales o nacionalistas como el País Vasco, Cataluña, Navarra o Galicia recaudaría grandes adhesiones, en la región Andaluza sin embargo, de tradición más liberal, no obtendría el eco deseado y su fin último acabó siendo el robo y saqueo de las poblaciones cercanas a Sierra Morena desde donde actuaron y en donde encontraron seguro refugio.
El carlismo obtuvo, no obstante, algunos adeptos en la provincia de Jaén en sectores vinculados a la iglesia como el obispo Diego Martínez Carlón desterrado por los liberales en 1836 al ser considerado carlista. Este tipo de conflictos entre Iglesia y Estado fueron frecuentes en tanto que la Iglesia se consideraba especialmente perjudicada con la pérdida del patrimonio que le supuso las desamortizaciones de bienes impulsadas por los gobiernos liberales de mediados del XIX, si bien también hubo otros sectores del clero secular al frente de las parroquias de pueblos pequeños y ciudades medianas que adoptaron una práctica de apoyo incondicional a la reina Isabel II y su causa liberal.
En relación a ese otro fenómeno social del bandolerismo clásico andaluz, que también nos afectó en determinados momentos de nuestra historia, no podemos obviar las consecuencias sociales de las sucesivas leyes desamortizadoras sobre los bienes de
manos muertas como capellanías, hospitales y cofradías desarrolladas desde finales del XVIII (1798) por el gobierno de Manuel Godoy, y las promulgadas a lo largo del XIX por gobiernos liberales de signo moderado, sobre los bienes del clero regular impulsada por Mendizábal (1836), y de los municipios, del ministro Pascual Madoz (1855). En la mayoría de los casos supondrían la venta al mejor postor de muchos de estos bienes, casi siempre, a una nueva clase burguesa acaparadora de tierras.
Dichos procesos dejaron configurada definitivamente una estructura de propiedad latifundista en el campo andaluz con nuevas relaciones laborales que acabaron arrojando al paro y desolación a una ingente masa de campesinos, antaño ocupados en el cultivo de terrenos arrendados a bajos precios a órdenes religiosas, así como la pérdida del disfrute de los pastos, leñas, frutos y cereales de las dehesas de propios y comunales de los municipios. Así ocurrió, en Marmolejo, con las dehesas procomunales de Cerrada y Hormazal, y la hacienda de La Virgen, en el pago de La Aragonesa, dedicada tradicionalmente a olivar y cereales, también perteneciente junto al Baldío a los bienes de propios del Ayuntamiento, aunque esta dehesa, de más de 300 hectáreas, acabara salvándose milagrosamente del envite.
Las leyes desamortizadoras impulsadas básicamente para sanear la hacienda pública, favorecieron la formación de la numerosa clase jornalera campesina andaluza que desposeída del acceso a los bienes de producción se vería obligada a mercadear su jornal al mejor postor, planteando por ello continuas luchas reivindicativas para poder subsistir dignamente. Otras propuestas lanzadas desde sectores del liberalismo progresista y defendidas por el diputado Flórez Estrada frente al decreto desamortizador de Mendizábal, de febrero de 1836, intentaron evitar la venta de los bienes eclesiásticos a nobles y burguesía adinerada, proponiendo que las tierras se entregasen en arrendamiento, por cincuenta años, a los mismos colonos que las estaban trabajando para la Iglesia con posibilidad de renovación del contrato al expirar dicho plazo, pero dichas iniciativas no tuvieron en el Gobierno el éxito demandado por sus patrocinadores.
En nuestra comarca cabe reseñar, a lo largo del XIX, varios acontecimientos relacionados con el bandidaje aunque de naturaleza bien distinta. Por un lado los constituidos por acciones de militares y voluntarios carlistas, entre ellas las comandadas por los jefes carlistas ya mencionados, que se mezclan en el tiempo y espacio geográfico a otras asociadas a un bandolerismo local o regional, de corte más clásico, asociado al contrabando de productos de importación (dicho sea de paso, muy demandados por las clases pudientes de los pueblos como tabaco, café, y otros productos de lujo), al robo, y a la extorsión sobre propietarios agrícolas adinerados o viajeros de alta alcurnia (nobles, comerciantes, etc.) que transitaban las vías de comunicación más importantes.
En muchos casos nos resultará difícil discernir, a través de los documentos, la naturaleza de cada uno de estos episodios. En ese sentido Sierra Morena no solo se convierte en paradigma del refugio o escondite seguro, tanto de unos como de otros, sino que fue tradicionalmente la vía más segura del contrabando que desde Gibraltar transitaba hacia la Meseta Castellana. El hecho geográfico va a condicionar, sin duda, el tema de la seguridad en nuestro entorno pues no son casuales las referencias en la memoria colectiva al camino de “Los contrabandistas” que discurría cercano a la casería de Aguilera del término municipal de Marmolejo para penetrar en plena sierra por el cauce del Yeguas en dirección hacia Sierra Madrona y La Mancha a través de la ruta de Montoro a Puertollano. Otro camino muy frecuentado además de por bandoleros, por pastores y gentes de sierra, conectaba transversalmente las provincias béticas siguiendo las faldas de Sierra Morena desde la provincia de Huelva hasta la de Jaén.
-Las partidas carlistas en el valle del Guadalquivir (1834-1839):
La mayoría de las acciones llevadas a cabo por partidas carlistas o bandoleros propiamente dichos, tuvieron su momento álgido en un corto periodo de tiempo,
Isabel II, reina de España entre 1833 y 1868.
coincidente con la etapa en que se produce la minoría de Isabel II, tras la muerte de Fernando VII en septiembre de 1833. Casi siete años de gobiernos liberales de signo moderado tutelados por la reina Regente María Cristina de Borbón (1833-1840) en los que van a tener lugar, como hechos políticos dominantes, la vuelta a la senda política liberal diseñada en Cádiz, con la aprobación del Estatuto Real en 1834 y la Constitución liberal en 1837, y por otro lado, el levantamiento militar que diera lugar a la primera guerra carlista (1833-1840).
La situación política de Marmolejo con la llegada de la Regente se caracterizó por un cambio obligado en las personas que integraban las corporaciones fernandinas hacia otras, de perfil más liberal, dispuestas a convertirse en soporte del nuevo régimen. El 28 de diciembre de 1833 se elegían los siguientes cargos municipales que tomaron posesión el 1 de enero de 1834:
Primer Alcalde Ordinario: Bartolomé Serrano Ruiz
Segundo alcalde Ordinario: Juan Francisco Castillejo Ruedas
Primer Regidor: Roque de Robles Romero
Segundo Regidor: José Medina Rodríguez
Diputado de Abastos: Manuel Romero Vicaria
Sindico: Manuel Vizcaíno Padilla
Sindico personero: Juan Antonio de Lemus y Montoro
Alcaldes de la Santa Hermandad (2): Manuel Arévalo Pérez y Manuel Fernández Gómez.
Unos meses antes del nombramiento de esta corporación ya vemos en las sesiones del cabildo el problema de la delincuencia a través de la preocupación latente por la inseguridad de los caudales públicos cuyo origen debió radicar en la existencia de acciones esporádicas de partidas de bandidos y delincuentes comunes. En mayo de 1833 los regidores locales intentaron resolver el problema razonando la solución a adoptar de la siguiente manera: “El artículo 12 de la Real Instrucción de 6 de julio de 1828 establece la construcción de un Arca de tres llaves que debe conservarse en sitio seguro y bien custodiada, cuyas llaves han de tener el Regidor decano, el síndico y el cobrador. En esta villa no le falta (razón) en el caso de constituirla porque nada ay seguro en ella, como se hizo presente a Su Majestad en representación de 8 de noviembre de aquel año y con más extensión al Sr. Intendente de esta provincia en las representaciones de 22 de febrero y 15 de marzo de 1830 y otras diferentes exposiciones…, sin que hasta la presente se haya obtenido la resolución terminante que necesita el Ayuntamiento para salir de la responsabilidad en que se encuentra, pues no hay sitio seguro y bien custodiado…Acuerda que no retengan las contribuciones que se recauden ni un solo instante pasando lo que se recaude si posible fuese de mano del cobrador a la depositaria del Partido, con lo cual se hace mejor servicio al Rey N.S. y se evitan a punto fijo los riesgos y males que son inevitables en esta villa y su término en la que se han cometido los hechos representados a S.M. y al Sr. Intendente..Por todo queda establecida el Arca de la Depositaría en la Ciudad de Andújar”.
No sería una hipótesis descabellada imputar el desasosiego e intranquilidad de las autoridades locales a las acciones repetidas de partidas de bandidos como la de los Botija de Torre del Campo (Jaén), capitaneada por Gaspar López “Botija”, que encontramos operando muy activamente entre 1830 y 1831, en el reino de Jaén, sobre todo en su parte sur-occidental, y en otras ocasiones, como apunta el historiador José Antonio Martín (3), en zonas limítrofes con la de Córdoba. Menos probable sería la presencia de la partida del “Tempranillo” a pesar de textos con resabios de leyenda como el que nos dejó Prosper Merimé en “Carmen. Cartas de España” describiéndonos la presencia del célebre bandolero en una boda campestre en los alrededores de la vecina Andújar. Se tratase de unos u otros no debemos descartar la presencia de grupos de bandidos de procedencia cercana con residencia en los pueblos de nuestra comarca. De cualquier manera no he hallado referencias más clarificadoras que nos ayuden a identificar a los autores causantes de tanto desasosiego e intranquilidad.
A comienzos del verano de 1833 el rey Fernando caía enfermo y por si la muerte le sorprendía se pusieron en marcha los mecanismos para la sucesión en su hija, aún menor, la infanta Isabel. Un paso previo sería nombrarla Princesa de Asturias al tiempo que heredera al trono, con la oposición declarada de Don Carlos, hermano del rey y sus incondicionales. La noticia llegó a Marmolejo una semana después y el Ayuntamiento no tardó en dar al acontecimiento la celebridad que se le requería desde las instancias de la gobernación provincial. Así quedó recogido en las actas del cabildo del 27 de junio: “Como aparece en los papeles públicos tuvo efecto en la Corte, el 20 del corriente el acto de reconocer la nación bajo juramento por sucesora a la corona de España bajo el título de princesa de Asturias a la Serenísima Sra. Dña. María Isabel Luisa, hija primogénita de los Reyes…El Ayuntamiento acuerda que en la víspera que se anuncie la función del 7 de julio con una limosna de 1145 panes que facilitaban voluntariamente diferentes personas del pueblo, repiques de campanas, iluminación general la noche del 6 al 7 con conciertos de la Capilla de Música de Andújar que será traída y vuelta en las casas capitulares…haya repique solemne de campanas, descargas por los Voluntarios Realistas y concierto de música…Que se celebre una misa mayor solemne oficiada por la Capilla…que la tarde del mismo día 7 se invierta en la plaza a cuyo frente se haya el balcón de las Casas Capitulares en conciertos y repiques de campanas y al tiempo de ocultar el retrato real con las mismas demostraciones y además descargas por parte de los Voluntarios Realistas, que estarán de guardia todo el día para dar sin interrupción centinelas a la imagen real. Que para la noche del día 7 al 8 se disponga una gran función a la que concurra la Capilla de música y por convite las personas principales del pueblo y forasteros de la misma clase que puedan concurrir”.
Las fiestas al parecer transcurrieron al gusto de todos, pues en la sesión celebrada el día 8 de julio el Secretario recogió en el acta con rigurosa exactitud, la descripción del programa previsto, resaltando que “sobre las 5 de la tarde se colocó la capilla en la plaza donde tocó escogidas piezas hasta el toque de oraciones a cuyo tiempo el alcalde D. Juan Francisco Ayllón y Ortega ocultó el retrato del rey entre las salvas de los Voluntarios Realistas, el vuelo de las campanas y los repetidos y alborozados vivas al Rey. La jornada se prolongó en casa del Alcalde con un baile al que asistieron las personas de más distinción del pueblo. A las 1 de la mañana se presentaron en ella diez parejas de artesanos graciosamente vestidos que bailaron diversas contradanzas. Al amanecer se retiraron todos los concurrentes llenos de satisfacción”.
Aspecto que presentaba el templo parroquial de Ntra. Sra. de la Paz de Marmolejo antes de las reformas acometidas a fines de S.XIX por Justino Flores Llamas. Desde su crucero y desaparecida doble espadaña se vigilaban las evoluciones de las partidas carlistas y de faccinerosos comunes en los campos próximos al núcleo urbano. Óleo del pintor malagueño José Moreno Carbonero (Málaga 1858-Madrid 1942), asiduo aguanoso y amigo personal del polifacético escritor Antonio Alcalá Venceslada
El ambiente de celebración festivo vivido el mes de julio se tornaría de luto unos meses más tarde con la noticia de la muerte del monarca la tarde del 29 de septiembre. El 4 de octubre eran conocidos los hechos por la corporación municipal que inmediatamente se reunía en las Casas Capitulares para establecer el protocolo a seguir tras el luctuoso suceso de calado nacional. Se ordenó que: “Este acontecimiento se anuncie al público con clamores de campanas en esta noche que continuará desde ella por mañana medio día y noche hasta la del sábado inclusive doce del corriente y que en el domingo día 13 se celebre por el alma de nuestro difunto Rey misa cantada con diácono y subdiácono, vigilia y responso, con oración fúnebre que será encargada al presbítero D. Alonso del Ruiz García”.
Hubo toques fúnebres de campanas durante los días sucesivos hasta el día 13 que se celebró el funeral en la parroquia. Para ese acto se dispuso en el crucero y con proximidad al presbiterio un bufete cubierto con tafetán negro y “una caja o ataúd suficiente para haber incluido al Rey cadáver porque la estatura era muy conocida. El ataúd se forró con terciopelo negro con galón de plata en toda su circunferencia”. Llegado el día 13 y hechas las señales de costumbre con las campanas después de las nueve de la mañana se reunió todo el clero en la parroquia, el Ayuntamiento y las cofradías sitas en la parroquia y hermita a saber: de Jesús, de la Vera Cruz, del Rosario, de la Soledad, de San Juan y la de Ánimas… Por convite del Ayuntamiento algunas personas de distinción que
de otras provincias existían en el pueblo. El Tercio de Voluntarios Realistas, reunido y armado en la Plaza Real y al frente de la Parroquia dispuso cuatro individuos que se situaron en los extremos del cuadro con el alumbrado que se hizo extensivo con velas amarillas a todos los altares que contiene la parroquia”.
¿Pero quiénes eran estos Voluntarios Realistas que rendían las honras fúnebres al rey?. Se trataba de un cuerpo presente en casi todas las poblaciones del reino; era una fuerza constituida por personal voluntario con asignación económica que realizaban funciones mixtas entre milicia y policía, siendo destacado su papel en la persecución de las partidas de bandoleros pero también en la persecución de los elementos liberales defensores de las ideas propugnadas en la Constitución de 1812. Aunque militarmente estaban al mando del capitán general de los ejércitos, dependían sin embargo de los ayuntamientos, siendo su jefe local, el alcalde. Citando textualmente a Rodríguez Martín, “Los voluntarios nacieron del fervor monárquico y antiliberal de 1823 basados en la total adhesión al trono. Engrosaban sus filas individuos de probado amor al Soberano, buena conducta, reconocida honradez y decididos a defender con las armas el orden imperante. Componían, bajo el carácter de entidad cívico-militar la segunda reserva del Ejército; desde su fundación, gozaban, además de la máxima confianza regia, de un excepcional permiso para ejercer la policía en el interior de las ciudades, poseer un reten donde no existieran fuerzas del Ejército, pedir pasaportes a los extranjeros, celar los establecimientos públicos, concurrir armados al toque de incendios o alarma, acudir al requerimiento de las autoridades locales en caso de necesidad, perseguir y aprehender malhechores o desertores y conducir presos”. “Los Voluntarios fueron el brazo armado de la ideología conservadora del absolutismo, la del Trono y el altar”, los absolutistas puros o ultras, anclados en una ideología feudal, adoctrinada por los sectores reaccionarios de la nobleza y por los elementos más fanáticos de la Iglesia. Se identificaban con una escarapela o divisa que llevaban en el sombrero” (4).
Tras su disolución por la reina Regente, en 1833, muchos de los Voluntarios se integraron en los ejércitos carlistas para defender la causa de Carlos María Isidro. En su lugar los gobiernos liberales impulsaron la Milicia Urbana recogida en el Estatuto Real, y más tarde la Milicia Nacional, en 1837.
Un pilar básico en la seguridad de los pueblos y los campos fue la policía urbana y rural. Paradójicamente en Marmolejo era propuesto para el cargo de jefe de esta policía en enero de 1834, el padre de los Artacho, bandoleros de segunda fila que adquirieron cierta notoriedad en la segunda mitad de siglo y de los que hablaremos más adelante. Se trata de José Artacho y Linares, natural de Cuevas Bajas (Málaga), casado con la andujareña Rosa González. Su fama de hombre recto le debió granjear la confianza de las autoridades locales en quien depositaron la seguridad de la villa y de los campos, nombrándole consecutivamente alcalde de la Santa Hermandad en 1833 y celador de la policía urbana y rural en 1834. En diciembre de 1838 se vería, además, recompensado con el puesto de Guarda de los Montes Nacionales incluidos en la jurisdicción del partido judicial de Andújar, probablemente por el perfecto conocimiento que debió adquirir de la sierra durante los años de persecución de las partidas carlistas y por su papel destacado en la lucha contra el carlismo. Un pariente suyo Gregorio Artacho, capitán de Caballería, ya licenciado, ejerció de comandante de la Milicia Nacional.
Junto a la Policía local y la Milicia Nacional, los guardas de campo, se distribuían a diario por los diferentes pagos del término municipal, para velar también por la seguridad de los campos, advirtiendo con tiempo sobre la aproximación de partidas, de uno u otro signo.
El contexto social y económico existente a la llegada de la Reina regente, María Cristina de Borbón, no podía ser más calamitoso. Una pertinaz sequía arrastrada desde el año anterior, derivó en una situación catastrófica en el campo en el verano de 1834. Las cosechas de cereales apenas pudieron recolectarse y los olivares mermaron considerablemente sus frutos. Sin apenas cosechas los jornaleros quedaron sin trabajo avocados a la miseria más absoluta. La falta de pan y demás productos básicos alcanzaron entonces precios elevadísimos y pronto el fantasma del hambre asoló a las familias más humildes. Por si fuera poco entre el 16 junio y el 28 de julio, se desató una cruel epidemia de cólera morbo llevando a la población a la penuria más extrema. La epidemia se extendió como la pólvora por todos los pueblos de la comarca en donde las víctimas mortales se contaban por cientos, y los afectados por miles. Así quedó descrita la dramática situación en las actas municipales del 18 de junio: “Se reúne con toda urgencia la corporación para escribir al Gobernador Civil (Jefe Político) para hacerle presente el estado lamentable, desdichado y lúgubre en que se encuentran los habitantes de esta villa a esta hora que son las 10 de la mañana y es el caso que el cólera morbo se ha presentando causando los estragos intempestivos que con tal lágrimas en los ojos manifestamos a N.S. por el orden a saber: Desde anteayer se dieron algunos casos que puso al facultativo en bastante cuidado, en el de ayer, se dieron muchos más, y en el discurso de la noche del día de ayer al de hoy han muerto en muy pocas horas 6 personas , cuyos cadáveres están depositados en la ermita del cementerio...Por tan lastimoso estado en el día de hoy quedan alzadas las guardas y demás que teníamos establecido para preservar al pueblo de tan lastimoso estado….En este día han sido invadidas del mismo mal otras diferentes personas y es de advertir que los invadidos desde el naciente origen de la aparición de este cruel azote pertenecen a la clase más pobre de la población…Esta villa que cuenta con algunos más de 2000 habitantes no tiene más que un facultativo suficiente para tiempos ordinarios. Se va a facilitar la venida de un profesor de Andújar por la cantidad diaria que se convenga…Se establecerá un local suficiente para incluir a los más pobres para que los auxilios se invirtiesen exclusivamente en beneficio de los mismos”.
A continuación otra carta al Gobernador, de fecha 18 de junio, vuelve a resaltar que “casi todos los habitantes de la villa pertenecían a la clase de pobres de solemnidad y de jornaleros y artesanos pobrísimos, no ocurriendo lo mismo en Andújar donde hay grandes propietarios, labradores, artesanos, un sinfín de empleados en comercio, etc.”.
Llegados a este punto conviene recordar que desde la guerra contra el francés, las poblaciones ribereñas del Guadalquivir habían sufrido sobre sus precarias economías fuertes imposiciones tributarias para contribuir al sufragio de los gastos que la contienda generó, y su población masculina se vería sometida a reclutamientos continuos con la consiguiente merma de sus efectivos más jóvenes y productivos. El crecimiento vegetativo de la villa se estancó y no se observamos recuperación demográfica importante desde finales del XVIII. En 1792, según el médico Juan de Dios Ayuda (5), Marmolejo contaba con aproximadamente 1475 almas, por lo que en 1833, el censo solo se había visto incrementado en algo más de 550 personas, -es decir una población de 2020 personas-, y así continuará prácticamente inamovible a la fecha en que Pascual Madoz recopiló los datos para su Diccionario-Estadístico-Histórico en 1846. El número de casas tampoco había experimentado un aumento destacable: se pasó de las 276 de 1792, a las 300 casas (solo 24 más) contabilizadas por el ministro liberal, con lo que hay que presumir problemas de hacinamiento de las familias para absorber el incremento de efectivos (6).
Al igual que ocurriera en la vecina ciudad de Montoro, de la que conocemos los datos de la epidemia de cólera a través de la obra del erudito Manuel Criado Hoyo (7), las autoridades locales y los vecinos más pudientes se volcaron esos tristes días en la búsqueda de remedios urgentes para paliar la necesidad de los más débiles, sobre todo proveyendo de trigo para pan y dinero de los pósitos a los más necesitados y repartiendo el Ayuntamiento una extensión de 16 fanegas en la zona norte del Gamonar, en la parte colindante al pueblo, para las familias más necesitadas a razón de a fanega cada suerte a repartir. “Esta tierra (en palabras del Alcalde) es de mala calidad, porque no produce más que gamonas, por eso se titula de Gamonar, y únicamente puede destinarse para la plantación de viñas, cuya estabilidad podrá conseguirse con los abonos extraordinarios que los interesados proporcionen al terreno”. También la epidemia asoló a la ciudad de Andújar produciendo estragos entre todos
Vista general de la Ciudad de Montoro.
los estratos sociales, inclusive algunas de sus autoridades municipales, como nos apunta Luis Pedro Pérez en “Andújar y el largo siglo XIX”. (8)
En medio de tanta calamidad, y con casi todos los vecinos afectados por el hambre, era difícil atender a los acontecimientos políticos del país, aunque se tratara de festejar la promulgación del Estatuto Real con el que se recuperaban parte de las conquistas liberales conseguidas en Cádiz. La celebración tuvo lugar pero de manera austera, sólo con un repique de campanas y la iluminación general del pueblo, para el día 29 de junio, no habiendo lugar para otros festejos por el estado lúgubre y espantoso en que se encontraban los habitantes del pueblo por los desastres ocasionados por el cólera morbo asiático que apareció el día 16 de junio. Con todo, al acto celebrado el 29, concurrieron un gran número de marmolejeños frente al balcón principal del Ayuntamiento adornado de antemano. El Alcalde, desde el balcón se dirigió al pueblo diciendo: ¡Viva la Reyna!, (se refería a Isabel II), ¡Viva la Reyna gobernadora!, ¡Viva el Estatuto Real!, contestando a todo el público espectador con señales nada equívocas de aprecio hacia los tres objetos vitoreados…El Ayuntamiento, con el clero y personas de distinción se constituyó en la Iglesia Parroquial, se cantó un solemne tedeum.”
El estado de penuria fue a peor en agosto de 1834 sobre todo por el fantasma del paro y del hambre que ya preocupaba más a las autoridades que los efectos del cólera por lo que se reiteraron en las rogativas al Gobernador Civil del mes anterior: ”El hambre ataca por lo menos a 1.950 personas, cuasi todos pertenecen a la clase de pobres, mendigos, jornaleros pobres y propietarios en pequeño, que todos perecen por falta de recursos para cubrir sus principales atenciones. La cosecha de granos ha sido nula, encontrándose los ejidos donde se verifica la saca, tan limpios como a fines de septiembre en años abundantes. La cosecha de aceituna pendiente es también nula….Por todos estos hechos desgraciados el hambre está ya a la vista y causando ya sus efectos. El hambre ha de ser causa que aumenten los funestos progresos del cólera y en la proporción que se aumente la miseria han de aumentar los hechos criminales. Casi todos los jornaleros se ven parados desde fin de junio... casi todas las especies tiradas a la tierra en sementera anterior han sido perdidas”.
He de aclarar que la saca a la que se refería el Alcalde consistía en la obtención de los distintos granos por el viejo método de la trilla, en las eras existentes en los ejidos, o llanos, ubicados a las afueras de la villa.
Los daños en vidas humanas de la epidemia fueron cuantificados en agosto por el Ayuntamiento en 77 personas: 19 hombres, 37 mujeres, 13 niños y 8 niñas, dando por concluida la misma el 28 de julio a partir del cual no se constatan casos de personas afectadas por el cólera. “Tal es el estado de miseria del pueblo y de sus gentes que no es fácil encontrar personas entre los sectores sociales más saneados de la villa para hacerse cargo de la gobernación del municipio”.
La renovación del Ayuntamiento para enero de 1835 se consiguió tras varios intentos pues la situación económica de las arcas municipales era caótica y casi nadie deseaba hacerse cargo de los destinos del municipio. Al final fue elegida la corporación de entre personas que manifestaron mayor fidelidad a la reina Regente y, lógicamente, con mayores recursos económicos. El cargo de alcalde recayó, por esta vez, en un hombre vinculado a una familia de tradición militar, Narciso García del Prado Espinosa, comandante de la Milicia Nacional de la villa, fuerza de orden público que vendría a sustituir con el Estatuto Real a los Voluntarios Realistas. Para segundo alcalde fue elegido, Juan María Jiménez y para regidores: Vicente Orti Criado, médico del Balneario, y Antonio Perales y Perales; para diputado de abastos, Cristóbal López Fernández y para el cargo de procurador síndico a Francisco de Paula Perales Lara. Como síndico personero fue nombrado Alfonso de Lara y Lara. Pero las personas elegidas duraban poco tiempo en los cargos y a lo largo del año vamos a ver relevos en los puestos principales de la gobernación local.
Una nueva amenaza se unió a las ya mencionadas desde la declaración de guerra por el aspirante al trono Carlos María Isidro, en octubre de 1833. Las pretensiones del hermano del fallecido Fernando generaron un ambiente de contienda civil en gran parte del país con esporádicos episodios de guerrilla en Andalucía, Extremadura y La Mancha. Ello vino a empeorar, todavía más, el estado de miseria de las poblaciones andaluzas que como Marmolejo, Andújar o Montoro se encontraban al paso del camino que unía Andalucía con la Corte. La cercanía de la sierra propició, además, que las acciones guerrilleras de las facciones carlistas lideradas por jefes como Miguel Gómez, Antonio García de la Parra “Orejita”, “Palillos”, Isidoro, Basilio, Muñoz, y Choclán, encontrasen escondites seguros desde donde lanzar sus operaciones de sabotaje y saqueo contra estas poblaciones, proporcionando un continuo desasosiego a sus habitantes y un elevado coste económico a las arcas de los municipios que tuvieron que sufragar, con provisiones y dinero, los costes de la guerra y las exigencias de los guerrilleros, amén de aportaciones continuas de jóvenes para la milicia. Estas operaciones de acoso las detectamos desde 1834, siendo los momentos álgidos entre 1835 y 1838.
En nuestra comarca las primeras noticias de partidas carlistas empezaron a conocerse desde los primeros meses de 1834 poniendo en guardia a las autoridades de todas las poblaciones próximas al valle del Guadalquivir. La inquietud quedó manifestada en el acta de 16 de marzo de 1835 donde se recoge el acuerdo para establecer una ronda o patrulla que vigile el pueblo y sus alrededores desde las 9 de la noche hasta el amanecer. Esta ronda se constituyó por ciudadanos de la mayor confianza del Ayuntamiento para ejercer el cargo indicado que lo habrían de verificar alternativamente todas las noches. Las personas componentes de la ronda eran: Manuel Gómez Osorio, José Gómez Osorio, Juan Castilla Melero, Diego Perales Huertas, Antonio Perales Perales, Francisco de Paula Perales y Lara, Pedro Padilla García, Rafael Vicaria Fernández, José Morilla Castilla, José de Ortega García, Mariano Rivillas Torres y José Artacho Linares. Algunos de ellos eran miembros del cabildo municipal y personal empleado del Ayuntamiento.
Es difícil precisar a qué partidas carlistas se referían las autoridades locales cuando hablan de “la calamidad de los presentes tiempos en que se cometen desordenes en muchas partes que se anuncian en los papeles públicos”, pues no hacen mención los libros capitulares a este dato, pero si podemos presumir que al igual que en Montoro habrían llegado ya los ecos de las actuaciones del cabecilla Manuel Adame “Locho”, que en los primeros meses de 1834, como nos cuenta Criado Hoyo, “vagaba por la Mancha entrando en los pueblos imponiendo todo género de exacciones, penetrando en la provincia de Córdoba por la parte que confina con el valle de Alcudia, pero el 19 de abril fue derrotado por una columna de tropa y milicianos urbanos, persiguiendo después a los dispersos, hasta arrojarlos del territorio los milicianos de los Pedroches, Pozoblanco y otros pueblos de la comarca”(9).
Este cabecilla ciudarealeño se había distinguido en la lucha contra los franceses y, durante el Trienio Liberal, en la defensa del absolutismo regio. A finales de 1833 creaba una partida para defender los derechos de don Carlos conociéndose sus acciones por su extrema crueldad. También las partidas de Barba y de Rodera quisieron llevar la guerra a la serranía de Córdoba, pero
Ayuntamiento de Montoro desde el Campanario del templo parroquial de San Bartolomé en los años cincuenta. Fototeca Pasión por Montoro
fueron hechos presos los cabecillas por los voluntarios de Jundilla, según refiere Criado Hoyo, quedando la zona libre de partidas carlistas.
Sin embargo en estos momentos de inestabilidad política y social no parece descartable que el bandido o bandolero común, ajeno a la causa carlista, encontrase también el ambiente apropiado para ejercer sus acciones, pues en el término de Montoro vagaban por su sierra, hacia la primavera de 1835, algunas partidas de ladrones maltratando a los colonos y cometiendo toda clase de robos, sin que hubiese una propiedad segura. ¿Se trataban de miembros de partidas carlistas o eran bandidos comunes de la zona?.
Similares grupos o cuadrillas de bandidos, me inclino a pensar, pudieron ser los artífices del robo con asalto perpetrado al secretario de una legación inglesa en las proximidades de la finca de Santa Cecilia, en la campiña marmolejeña, durante los primeros días de octubre cuando viajaba en una diligencia por la vieja carretera de Andalucía entre los términos de Arjonilla, Lopera y Marmolejo. No sabemos qué cuadrilla de salteadores pudo intervenir pero está claro que parece tener los rasgos característicos de las actuaciones del latrocinio a caballo de los años centrales del XIX. Sobre este episodio ha quedado descripción detallada en las actas capitulares.
El 7 de octubre llegaba un oficio del Sr. D. Carlos Espinosa, comandante general de las tropas reunidas de Andalucía en Andújar, escrito el día 6, con motivo de haberse verificado un robo en el camino Real de Villa del Río a media legua de Santa Cecilia, ejecutado en un Secretario de la Legación Inglesa. Su contenido es el que sigue:
“Habiendo sido robado por cuatro hombres armados el uno montado, a las dos y media de la mañana, a media legua de Santa Cecilia, en el camino de Aldea del Río, un Secretario de la legación inglesa que iba en una silla de posta con dirección a Sevilla no puedo menos que haber mirado este hecho con el mayor desagrado pues se que se repiten con frecuencia en esas cercanías y a fin de que en lo sucesivo no se reproduzcan estos crímenes y estando persuadido que una gran parte de la culpa es de los pueblos que los abrigan y toleran y no los persiguen como debían, entre otras disposiciones he determinado paguen inmediatamente entre los individuos de ese ayuntamiento y mayores contribuyentes de los pueblos de Arjonilla, Lopera, y Marmolejo la multa de 5000 reales, distribuidos en la forma siguiente: 1500 el primero, igual cantidad el 2º, y el tercero, 2000, poniéndolos a mi disposición dentro de las 24 horas para indemnizar al robado, cuidando usted de darme parte en todos los correos de lo que
La ciudad de Andújar, al igual que Marmolejo y Montoro, sufrió el acoso de las partidas carlistas
resulte de la sumaría que formará y de cualquier novedad que en el distrito de su jurisdicción suceda, en el bien entendido que de repetirse estos hechos tomaré las más serias providencias contra los morosos en perseguir a los malhechores y contra los que aparezcan culpables, sirviéndole de regla que entre los efectos robados se halla un reloj y una maleta que si usted recupera se rebajará de la multa. Firmado en Andújar a 6 de octubre de 1835. Carlos Espinosa”.
Por la cuantía de la multa impuesta a Marmolejo parece estar claro que Espinosa sospechaba más de la complicidad de Marmolejo que de los otros dos pueblos aunque el comandante se curaba en salud repartiendo la multa entre las tres villas, dada su equidistancia con el lugar del robo. Aparece aquí una constante en la lucha contra el bandolerismo a lo largo de todo el siglo XIX, cual era, penalizar con altas multas a los vecinos de los pueblos para disuadirlos de que no debían de amparar ni proporcionar cobijo a las partidas de bandidos. Estos métodos fueron ya ensayados en la persecución de partidas tan famosas como la de José María el Tempranillo, (asesinado en 1832), Juan Caballero “Lero”, y otras.
Pero ¿quién era este Carlos Espinosa que con tanta autoridad intentaba restablecer el orden y la seguridad en el partido judicial de Andújar?. Se trata del mariscal de campo Carlos Espinosa de los Monteros, militar de origen asturiano de fuertes convicciones liberales que tras haber permanecido exiliado en Francia regresaba a España en 1834 para participar en la guerra carlista, encomendándole la Junta Suprema de Andalucía, constituida en Andújar el 2 de septiembre de 1835, la dirección del Ejército de Andalucía con el rango de capitán general. Desde ese cargo le correspondería perseguir al general carlista Miguel Gómez cuando intentó invadir Córdoba en 1836.
La Junta Suprema de Andújar se convierte así en el primer precedente en la historia de un gobierno andaluz. Fue convocada a iniciativa de la Junta de Córdoba para reclamar, entre otros muchos objetivos, la consolidación de Isabel II en el trono y el sostenimiento de las libertades públicas frente a las políticas moderadas de los gobiernos de la Regencia.
En esos mismos días un movimiento de insurrección instigado por el corregidor de la ciudad de Andújar, Laureano Rojas, al comprobar que las acciones del cabecilla carlista “Orejita” no podían tener una respuesta contundente de la Milicia existente, ordenaba “que todos los vecinos tomasen las armas en defensa de Isabel II y las libertades patrias”. Y es que el tal Antonio García de la Parra “Orejita” sorprendió a la Milicia Local, hacia mediados de agosto, liberando a los presos comunes que se encontraban en la prisión del partido, antes de marchar en dirección a Despeñaperros”(10).
El movimiento juntero promovido por las corrientes más progresistas del liberalismo nacional cristalizó y puede considerarse el precedente de la sublevación, el 12 de agosto de 1836, de la Guardia Real al frente de los sargentos que custodiaban el palacio de La Granja de San Ildefonso, donde se encontraba la Regente de veraneo, obligándola a restaurar la Constitución de 1812.
La casería de Santa Cecilia, antiguo lugar donde repostaron viajeros y caballerías. Muy próximo a ella se produjo, los primeros días de Octubre de 1835, el asalto al Secretario de una legación inglesa cuando transitaba por la antigua carretera de Andalucía en una silla de Postas.
Foto: Manuel Perales Solís.
Dado el alto rango que en este momento ostentaba Carlos Espinosa, el Ayuntamiento de Marmolejo se reunía el mismo día 7 de octubre para preparar su particular defensa ante el asunto del robo: “Estando reunido el Ayuntamiento de Marmolejo en el día de ayer con el objeto de dar cumplimiento a la orden para la presente quinta, se recibió y leyó el oficio de V.E de 6 del corriente por el que multa en la cantidad de 2000 reales en unión con los mayores contribuyentes de la misma población por el robo cometido media legua de Santa Cecilia, camino real de Villa del Río, a un secretario de la Legación Inglesa: Los individuos de esta corporación se han conmovido vivamente con esta resolución de V.E. porque si bien sus vidas y sus haciendas están dispuestas a sacrificarse en aras de la patria para bien y felicidad de la nación y sostén de la libertad y el trono, no cabe en sus corazones animados de tan nobles y generosos sentimientos, el dolor y amargura al ser considerados y castigados por V.E. si no por protectores, al menos por toleradores de tan feo y odioso crimen. Hace 6 días, Excelentísimo Señor, que el Ayuntamiento tomó posesión de sus destinos y en tan corto periodo no ha podido extender su autoridad sino a hacer efectiva la quinta y reunía las cantidades que se le piden por la Junta de Gobierno de Jaén, y cuando en el interior de su consciencia se daba el parabién de haber satisfecho con celo patriótico un objeto tan privilegiado y esencial en las presentes críticas circunstancias, es acusado y castigado con más exceso que los pueblos de Arjonilla y Lopera...
Señor, la Sierra Morena se encuentra llena de facinerosos que con el ominoso título de facciosos roban, asesinan, imponen contribuciones a los poseedores de fincas y caseríos, interrumpen la buena administración que la vista de los dueños establece en sus haciendas so pena de ser sorprendidos y vejados de mil maneras y a esta espantosa calamidad que lloran en bano los vecinos honrados de este pueblo que tiene la desgracia de estar situado a las faldas de dicha sierra añade V.E. la de ser multados y envilecidos. Estas hordas de malhechores proceden de todas las provincias confinantes a una comarca que por la escabrosidad de su terreno (les permite) reunirse, eludir la persecución y derramarse a la campiña a cometer toda clase de delitos y violencias con la seguridad de volverse impunes a ocultarse en su guarida. Quien puede pues contra este general e inmoral desorden… Si a nadie, mejor que a los Ayuntamientos conviene más la extinción de estos malvados. No está V.E., la causa de estos males en los pueblos, no lo está ciertamente. Sus ayuntamientos y hacendados respectivos saben dónde está, pero sufren y callan los golpes, el órgano más débil de la sociedad sobre el que se concentra todos sus vicios o enfermedades, los que tienen menos fuerzas para hacer valer sus quejas y sus justicias, y por otra parte merece más consideración porque llevan el peso que gravita sobre la nación como que son el primer soporte de su riqueza y poderío.
Sírvase V.E. penetrarse de la extensa significación de estas breves y compendiosas indicaciones mientras el Ayuntamiento confiado en su inocencia y en la sabiduría y justificación de V.E. le suplica reboque la disposición comprendida en su oficio ya citado, en el sentido de contribuir al sostén del trono de nuestra adorada Reyna Doña Isabel segunda y de la libertad de la patria. Ofrece el Ayuntamiento todas sus vidas, todos sus intereses... Casas consistoriales de Marmolejo, 8 de octubre de 1835”.
Desconocemos la respuesta del comandante Espinosa y si finalmente hubieron de hacerse efectivas las exigencias pecuniarias impuestas, pero parece quedar meridianamente clara la presencia de un bandolerismo de corte clásico en la cercana Sierra Morena aunque entre 1834 a 1838 conviva o se solape con actuaciones de saqueo de las partidas carlistas.
Mientras tanto las peticiones de ayudas para la guerra siguen siendo una constante a lo largo de 1835 por parte de los gobernadores civiles. En noviembre el de Jaén “invitaba a las corporaciones municipales y eclesiásticas a conseguir donativos voluntarios para el sostén de los defensores del trono legítimo de nuestra adorada Isabel II y libertades patrias y así cooperar con sus intereses al exterminio de la guerra fratricida que nos aflige y en su consecuencia ha decretado se oficie al Sr. Prior de esta parroquia y al Sr. Comandante de armas de la Milicia Nacional, para que cada uno por su parte excite a sus subordinados a tan santo y grandioso objeto, haciéndolo el Ayuntamiento respecto a las personas acomodadas de este pueblo, y además por medio de un edicto al público, nombrando una comisión en su seno que los manifieste al objeto y reciba las ofrendas que se sirvan hacer”.
En ese sentido la preparación del presupuesto para 1836, en muchos pueblos, fue todo un encaje de bolillos para poder atender el gasto corriente y satisfacer, al mismo tiempo, los recursos necesarios para el sostenimiento de la Milicia Local, en aras de la seguridad del pueblo frente a las facciones carlistas.
Las acciones de la guerrilla carlista se iban a intensificar a partir del verano de 1836. A Marmolejo llegaban noticias de las incursiones en la sierra de Montoro de varias partidas procedentes de la Mancha. La capitaneada por el cabecilla A. Quero “Jatón” fue derrotada, y muerto el cabecilla, por una sección de tiradores acantonados en Cardeña a cargo del teniente Muñoz. Igual suerte corrió la mandada por Pedro Ruano “Calzas”. El 21 de julio se tiene conocimiento en el Ayuntamiento de Montoro que la partida carlista mandada por “Palillos” perseguida por milicianos de Andújar, Marmolejo y Arjonilla, se había internado en la sierra montoreña cometiendo algunos robos en molinos de aceite y caseríos, según Criado Hoyo.
El Gobernador Civil de Jaén alertaba, el 13 de julio, a las autoridades de las poblaciones cercanas a Sierra Morena, para que se tomasen todas las medidas y disposiciones que se crean útiles y necesarias para la conservación del orden y tranquilidad pública en todos los pueblos de la sierra, y en todos los vecinos, hasta el término de dos leguas, aproximadamente unos 15 kilómetros si consideramos la medida de legua más usada en la época. En consecuencia las autoridades locales acordaban el 16 de julio: “se haga presente al público una orden fijándola en los sitios de costumbre para que ninguno pudiera alegar ignorancia e igualmente se le oficiase al Sr. Gobernador Civil del estado de la Guardia Nacional de la localidad y los ningunos recursos con que cuenta, ni armas, ni municiones para el sostén y custodia de este pueblo. Como también que de todo esto se le hiciese entender al Sr. Capitán Comandante de la Guardia Nacional (Narciso García del Prado) de esta villa para que con la fuerza de su mando… tomase todas las medidas que crea conveniente para la defensa y seguridad de esta villa.”.
Por estos días la facción de “Orejita” sorprendía a varios vecinos de Marmolejo en las afueras de la población cuando recolectaban sus mieses, exigiéndoles lógicamente suministros en especie y dinero para los hombres de su partida. De estas acciones dio cuenta el Eco del Comercio de Madrid en su crónica firmada en Andújar el 29 de julio de 1836. Dice así: “Ayer, como a las tres y media de la mañana, fue cercado el pueblo de Marmolejo, distante legua y media de esta ciudad, por unos 70 bandoleros a caballo al mando de los cabecillas Orejitas, Gabino y Matalauvas, quienes al momento se apoderaron de unos 100 labradores que dormían en el campo. El benemérito comandante de armas y decidido patriota, capitán de la Guardia Nacional de ésta, Don Juan Romeu, apenas recibió el aviso de esta ocurrencia, mandó tocar generala y reuniendo inmediatamente unos 70 u 80 nacionales de la Compañía Volante que hay en ésta, 24 de caballería y tercera de línea, y 8 escopeteros de Andalucía, salió en su persecución para el punto atacado, el que afortunadamente aún no había sido presa de los bandidos. Apenas divisaron a nuestros lanceros huyeron cobardemente llevándose prisioneros a los labradores y se internaron en la sierra donde fueron perseguidos al gran galope, logrando rescatar los prisioneros después de cuatro leguas de marcha, cogiéndoles también infinidad de mantas, sombreros, escopetas, y otros enseres que iban abandonando en su fuga; por cuya precipitación y conceptuar imposible que los caballos pudiesen resistir más, mediante que algunos de ellos murieron reventados, se tocó retirada, la que se efectuó al citado pueblo de Marmolejo, desde donde regresaron a éste, en unión de la infantería”.
Tratándose los problemas de seguridad que el conflicto bélico exigía, a la altura de agosto, llegaban las noticias a nuestras autoridades de la referida “sublevación de los sargentos” en el palacio Real de la Granja, el día doce. María Cristina se veía obligada a atender los deseos de las fuerzas progresistas de reinstaurar en la nación la Constitución de Cádiz. Un nuevo gobierno presidido por Calatrava convocaba elecciones constituyentes para adecuar el texto gaditano a las necesidades políticas de la época.
El 14 de agosto de 1836 se reunía el Ayuntamiento de Marmolejo, junto a los mayores contribuyentes de la villa, en sesión presidida por el alcalde Manuel Valentín Hernández “acordando seguir el movimiento de las capitales de provincia y partido y de otros pueblos limítrofes y en consecuencia que como en aquellos y en estos se restableció la Constitución de 1812 y que este restablecimiento se verifique en el día de hoy llamando la atención pública por medio de repiques solemnes de campanas y por último que de todo se de aviso que interesa la autoridad Provisional de esta Provincia con testimonio de este acuerdo. A las 11 de la noche la Corporación daba al acto de la promulgación el carácter de acontecimiento político de primer orden, y así se lo comunicaba al Gobernador Civil interino de la Provincia: “iluminada la Plaza y el balcón de las Casas Capitulares concurriendo a la misma la Guardia Nacional de Caballería y de Infantería y un inmenso concurso (de población) reunido por la convocatoria del repique solemne de campanas, dándose los vivas oportunos por mí, como presidente del ayuntamiento, y desde el balcón, a la constitución, a la reina constitucional y a la libertad, dándolos también la Milicia Nacional verificándose todo con placer y sin haber ocurrido el más pequeño disgusto”.
El día 21 de agosto el cabildo en pleno, asistidos del párroco y demás personas de representación de la villa volvían a comparecer para jurar la constitución: “habiendo concurrido merecido número de personas al frente de las puertas y balcón de estas Casas Capitulares, en cuyo frente se colocó la Guardia Nacional, de una y otra armas, a presenciar el acto para el que todos han sido convocados con la composición y adorno del balcón desde las horas primeras de esta mañana y los repiques de campanas de la noche de antes, por el Secretario se ha leído desde el balcón en alta voz La Constitución política de la Monarquía española sancionada por las Cortes Generales y Extraordinarias en 19 de marzo de 1812. Terminada la lectura se dieron gracias al Alcalde constitucional los vivas de ordenanza a los que el público contestó con el mayor gusto y placer y seguidamente hubo un repique solemne de campanas y después se volvieron a repetir los mismos vivas gracias a la Guardia Nacional, haciendo varias descargas y se volvieron a repetir todos los repiques de campanas con un entusiasmo extraordinario”.
La “Pepa” estuvo vigente hasta el 17 de julio de 1837 en que sería promulgada por María Cristina, en nombre de la menor Isabel II, la nueva constitución de 1837. Podemos pues constatar cómo los acontecimientos políticos de este periodo eran vividos, una y otra vez, con cierto entusiasmo por los vecinos, a pesar de las adversas circunstancias a las que se enfrentaban, mucho más cuando se trataba de apoyar eventos políticos de signo progresista.
Como podemos observar todos los acontecimientos importantes de nuestra villa se celebraban en la plaza de la Constitución donde se ubicaba el antiguo edificio Ayuntamiento de dos plantas y la Iglesia parroquial que aún lucía su antigua doble espadaña anterior a las reformas llevadas a cabo en 1899 por el arquitecto Justino Flores Llamas bajo el mecenazgo del conde de Villaverde, Teodoro Martel. Hoy conocemos gracias a los pinceles de José Moreno Carbonero y al testimonio de Alcalá Venceslada el aspecto que lucía el templo antes de sus reformas.
Faltaban pocas fechas para que de nuevo las comarcas del alto Guadalquivir de Andújar y Montoro se viesen alteradas por episodios violentos achacables al conflicto carlista, en esta ocasión provocados por la irrupción en estas tierras del general carlista Miguel Gómez durante los días 28 y 29 de septiembre, conocida como la “Expedición de 1836”. Este tipo de incidentes mantuvieron en alerta a los pueblos asentados entre el Guadalquivir y Sierra Morena desde septiembre de 1836 al verano de 1837, si bien desde julio ya era temidas las acciones del cabecilla Orejitas que por su cuenta realizaba diversas operaciones de saqueo para proveer a su partida.
El general Miguel Gómez Damas había nacido en Torredonjimeno en 1785; estudiante de Derecho en Granada en su juventud, abandonó los estudios tras el alzamiento contra la invasión de las tropas francesas en 1808, ingresando como subteniente en el ejército y tomando parte en la batalla de Bailén. Defensor acérrimo de las ideas absolutistas, durante el trienio liberal, comenzó a conspirar contra los sucesivos gobiernos liberales. Con la restauración absolutista, propiciada por la intervención militar de los Cien Mil Hijos de San Luis (1823), Miguel Gómez logra frenar un movimiento liberal en Cádiz que le vale la comandancia de Algeciras, cargo del que será depuesto durante la Regencia de María Cristina por sus ideales antiliberales y absolutistas
Cuando estalla la primera guerra carlista en 1834, Gómez se encamina a Navarra para ponerse a las órdenes del general carlista Tomás de Zumalacárregui. Enseguida es nombrado jefe de su Estado Mayor participando en distintos episodios bélicos de la contienda junto al pretendiente al trono don Carlos María Isidro. En junio de 1836 iniciaba una peculiar expedición compuesta por 2700 infantes y 180 jinetes. Partió en dirección a Asturias y Galicia y más tarde a Andalucía, donde penetró en la provincia de Jaén por Villanueva del Arzobispo ocupando sin resistencia alguna Úbeda y Baeza, y poniendo en jaque a las poblaciones del alto Guadalquivir como Andújar, Marmolejo y Montoro. La fuerza de la Milicia Nacional de Caballería organizada en la provincia para detenerle nada pudo hacer por ello.
El general carlista Miguel Gómez Damas (Torredonjimeno, 1785-Burdeos 1864).
Dibujo de Isidoro Magués
En el largo recorrido por España se le habían ido uniendo gentes de simpatías con la causa absolutista hasta llegar a juntar, en algunos momentos, hasta seis mil hombres. Cuando llegó a Andújar, a final de Septiembre, se presentó con una columna de más de 1000 hombres. El alcalde Juan Nepomuceno, la Milicia Local y otras personas contrarias al carlismo hubieron de huir hacia Córdoba al no poder poner resistencia con sus escasas fuerzas a los facciosos.
Mientras tanto, se hizo cargo del Ayuntamiento una Junta con la misión de conservar el orden público durante la estancia de los carlistas en la ciudad. Gómez “señor y dueño de la situación exigió que se le entregaran doscientos mil reales y raciones de alimentos para su tropa a costa de imponer contribuciones extraordinarias sobre los vecinos. Las cantidades adelantadas a tal fin por los mayores hacendados locales serían devueltas entre 1838 y 1843, mediante un repartimiento o impuesto general conocido como la exacción de Gómez que gozó de pocas simpatías entre el vecindario y que a veces fue difícil de recaudar “(11).
Las exigencias de la expedición de Miguel Gómez y del cabecilla Antonio García de la Parra “Orejita” a las autoridades marmolejeñas, representadas en la persona del alcalde Vicente Orti Criado (12) no fueron de menor calado. En un oficio enviado a la Diputación Provincial un año después de aquellos acontecimientos, julio de 1837, se cuantificaban los daños ocasionados entre julio y septiembre de 1836 por las facciones de Orejitas, y Gómez, y de otras partidas (presumiblemente la de Palillos), en más de 30.000 reales, cantidad a la que ascendieron todas las raciones en alimentos, y las cuantías en metálico exigidas por los rebeldes. Las calamidades que sufrió esta población, dice el alcalde, “van a pesar sobre el corto número de propietarios, exceptuando el labrador de tierras y olivos, comercio, el empleado, el que vive de las rentas, el ganadero menestral…que por tener la mayor parte de sus intereses dentro de la población, se liberaron de la agresión facciosa que hicieron unos y otros”. Muchas de las aportaciones en metálico o especie, que hubieron de hacer los propietarios marmolejeños más solventes, les fueron luego resarcidas a través de un repartimiento vecinal impuesto a la población en los meses siguientes a verse la localidad cercada por el cabecilla Orejita, en julio, y por la facción de Miguel Gómez en septiembre.
En muchas ocasiones resultó laborioso para el Ayuntamiento recaudar el repartimiento vecinal “pues habiendo procedido a hacer el alistamiento de las personas que en esta villa pagan la contribución de paja y utensilios, con la exclusión de los hacendados forasteros, resulta un corto número de contribuyentes, por no pagar la mayor parte de los vecinos, al no ser estos propietarios de ninguna finca de las que poseen, y como esta contribución gravita sobre los propietarios de aquí, son contadas las personas que se hayan sujetas a esta clase de contribución y entre este corto número de individuos se hallan los que sufrieron las exacciones que hizo la partida de Orejita, tanto en metálico cuanto en caballos, yeguas, aparejos, granos, caballerías y demás enseres de labor”.
En Montoro, el cabecilla Orejita reclamaba al Ayuntamiento abundantes raciones de pan, carne, vino, cebada y alpargatas además de una considerable cantidad en metálico con la amenaza de saqueos y fusilamientos, si en brevísimo plazo no se les entregaban. Otro tanto ocurrió en Andújar durante la presencia de las tropas de Miguel Gómez con el saqueo de sus tiendas y casas de labor. La casería de Villalba, que el marqués de Falces poseía en el término municipal de Marmolejo, fue saqueada, robándole caballos, grano y dinero por un valor de 66.418 reales (13).
En relación a los daños sobre efectivos humanos con resultado de muerte, ya sea de la población civil o de miembros de la Guardia Nacional y del Ejército, no ha quedado constancia ya que los libros de defunciones parroquiales no mencionan ese dato, aunque con total seguridad las hubo y no solo en la parte de los rebeldes facciosos.
Con la retirada de las tropas de Miguel Gómez a las regiones del norte, quedaron merodeando por la provincia de Ciudad Real y la sierra norte cordobesa, las partidas de Orejita y Palillos, que unidas circulaban libremente por el término de Montoro, y Marmolejo, “inquietando a los pacíficos labradores y amenazando constantemente a ambas poblaciones”.
Casas Capitulares de Montoro a inicios del siglo pasado, manteniendo aún su encalado, colocado para erradicar las epidemias. Fototeca Pasión por Montoro
En enero de 1837, según los datos aportados por Criado del Hoyo, el Ayuntamiento montoreño recabó al comandante militar de Córdoba soldados de caballería para combatir con éxito estas partidas. Finalmente llegó una sección del Regimiento del Príncipe en número de 30 jinetes, que unidos a 400 individuos de la Milicia Nacional con sus jefes Pedro Camacho y Juan Urbano: “Salieron en la madrugada del día 4 de enero en busca de la partida de Orejita y Palillos que merodeaban en el pago de Casillas de Velasco, logrando sorprenderlas y derrotarlas haciéndoles muchos muertos y cogiéndoles 85 caballos, que con multitud de armas de todas clases, ropas y alhajas, fruto de sus rapiñas, fueron llevados a la población que recibió a los vencedores con clamoroso entusiasmo. La felicitación enviada al alcalde de Montoro, Matías Guerra, por el Jefe Político de la provincia cordobesa reflejaba el entusiasmo por el éxito de esta operación: “Por oficio de V.S., he visto el buen comportamiento de ese pueblo contra las facciones de Palillos derrotados en su término, y cuyo suceso se sabía ya en esta Capital por parte del Sr. Comandante General. Puede V.S. estar persuadido, así como esos valientes patriotas ciudadanos, que no perderé ocasión en hacer saber al Gobierno todo cuanto pueda interesarles y sea conveniente, poniendo además en su noticia que por el correo anterior, recomendé a S.M. a la benemérita Guardia Nacional de Montoro, en cuyo Real nombre y en el de la Patria les doy las gracias por la valentía con que en esta ocasión ha rechazado a los enemigos que siguen la bandera del menguado Príncipe Don Carlos. Dios guarde a V.S. ms. as. Córdoba a 8 de Enero de 1837”.
Con la derrota de las partidas carlistas en el pago de Casillas de Velasco y con la muerte del latro-faccioso José Serrano, por el vecino Miguel Rodríguez Calvo, por cuyo hecho fue gratificado con la suma de 6000 reales, y sobre todo con las buenas y abundantes cosechas que se lograron en los años 1839 y 1840, Montoro volvía a recobrar su antiguo sosiego y bienestar, dedicándose sus laboriosos habitantes a mejorar sus fincas algún tanto descuidadas por las continuas correrías de las facciones y de las partidas de malhechores, y roturar los terrenos concedidos en la sierra para el cultivo de la vid y el olivo, con lo que ganó considerablemente la riqueza agrícola”(14).
Sin embargo en los primeros días de junio de 1837 la intranquilidad por la cercanía de algunas partidas que debieron quedar refugiadas en Sierra Morena volvió a generar desasosiego entre las poblaciones del valle. El dos de junio el Ayuntamiento de Marmolejo se reunía para “tratar de los medios de resistir la agresión de una partida facciosos a que está expuesta esta población con motivo de su proximidad a Sierra
Morena y ser la estación más a propósito para que estos forajidos crucen con más facilidad los inmensos despoblados de ella según aconteció en el estío del año pasado y según se está ya experimentado y de resultas de investigaciones particulares de voces esparcidas por el público, y de un oficio del Sr. Alcalde constitucional de la ciudad de Andújar de 1º del corriente, que la facción descrita se ha acercado con 60 caballos e intentado penetrar en la ciudad de Montoro, cometiendo en su término infinidad de robos y tropelías horrorosas que ofenden la moral pública y acobardan el ánimo más esforzado”.
El alcalde Vicente Orti Criado, afamado médico del Balneario, natural de Castro del Río, pero afincado en Marmolejo desde 1817 tras conseguir por oposición la dirección de las Aguas Minerales, manifestaba “estar deseoso de preservar a la población de tamaños despropósitos de los que no se libró el año de 1836 haciéndole presente a la Corporación que las medidas de vigilancia y seguridad públicas que tenía acordadas para evitar no eran suficientes para contrarrestar cualquier intento de ataque por sorpresa de una gavilla numerosa sobre el vecindario, ya que en primer lugar la Milicia Nacional carecía absolutamente de armas y de todos los elementos necesarios para la defensa por la heterogeneidad de sus individuos y defectuosa organización. En segundo lugar los demás vecinos y ciudadanos que pudieran esgrimir sus armas contra tan viles opresores, se hallan en la actualidad ocupados en recoger los tristes y escasos restos de la esterilidad del año, por lo que por carecer de punto de apoyo y confianza, yacen en su desmayo y en el abatimiento. En tercer lugar y de cualquier modo que siendo fácil a los facciosos ocupar los ejidos de las afueras de la población y aminorar las mieses con el fuego a sus dueños. Al remedio de estos males le parece al Sr. Presidente podría solicitar de la diputación Provincial y del Sr. Comandante Militar, armas para los nacionales aptos, y un destacamento de tropa de línea que sirva de punto de apoyo…Siendo ya avanzada la estación muy próximo el peligro y distantes de conseguir por medio de representaciones e instancias los indicados auxilios, le ha parecido lo mejor nombrar una comisión de su seno para que pase a la ciudad de Jaén a hacer personalmente las gestiones”.
Para tal cometido se nombraron en representación del Ayuntamiento a Narciso García del Prado (síndico) y a Roque Barrera. A esa misma comisión se le iba a facultar para solicitar a la Diputación Provincial la realización del ya citado repartimiento vecinal con el fin de afrontar los gastos, que el año de 1836, el municipio tuvo que hacer “en las distintas ocasiones críticas y amargas que ocurrieron con motivo del tránsito de la facción de Gómez, de las diferentes amenazas y compromisos con Orejitas y de los que ocasionó la partida de escopeteros que se creó en el año anterior en unión con Andújar y Villanueva de la Reina”.
Mientras la vida cotidiana transitaba por estas preocupaciones, la realidad política del país volvía a condicionar, aunque fuese por unas horas, el ritmo político de los pueblos de la comarca. El 17 de junio de 1837 era aprobada una nueva constitución liberal por las Cortes de Madrid y unos días después las autoridades de los diferentes municipios se disponían a jurar cumplir con los principios generales contenidos en dicho texto. Los actos conmemorativos se adornaron de la máxima solemnidad, a pesar de la situación crítica y la angustia producida por la siempre continua amenaza de los carlistas. En cierta medida se intentaba reafirmar la adhesión inquebrantable en una monarquía constitucional, de carácter liberal, garantizada en el nuevo texto en la persona de la futura reina, Isabel II. Las celebraciones llevadas a cabo en Marmolejo quedaron recogidas en el acta del día 15 de julio de la siguiente manera: “Habiendo habido la noche la noche de antes iluminación general y esta mañana el toque de diana, repique general de campanas como igualmente el día y la noche de ayer, y hechas varias salvas por la Milicia Nacional, acompañados por todas las personas de representación de esta villa, se constituyeron en la Iglesia y enseguida se dio principio a la celebridad del acto. Antes del ofertorio el caballero Párroco leyó la constitución y enseguida hizo un discurso muy propio y análogo a las circunstancias. Se juró y cantó un solemne tedeum, con un repique de campanas y varias salvas”.
Pero la vida cotidiana de las poblaciones de nuestra comarca continuaba sobresaltada por el acoso de las partidas carlistas. Un reflejo de ello serán los capítulos presupuestarios destinados a combatir los peligros que acechan al vecindario y sus haciendas. El alcalde Vicente Orti preveía en la cuenta municipal de 1837 una aportación para contribuir a sufragar a las partidas de “Escopeteros voluntarios de Andalucía” y otra para pagar a “los verederos y propios espías, vigías en el crucero (15) de la Iglesia parroquial y cualquier otro medio que el Ayuntamiento considere para estar alerta, y vigilar los pasos de las facciones y estar con este motivo en comunicación con los pueblos limítrofes”. Las partidas de Escopeteros voluntarios realizaron tareas de apoyo en la persecución de partidas de bandoleros a lo largo de la geografía andaluza. En 1833 se incorporaron a estas partidas antiguos bandoleros indultados por Fernando VII, que empezaron a colaborar con las autoridades en la eliminación de este fenómeno social. Y es que a pesar de que las partidas ya no hostigaban a la comarca con la crueldad del verano del 36, sin embargo aún llegaban noticias nada tranquilizantes
El general liberal Ramón María Narváez (Loja, 1800-Madrid, 1868) visitó nuestra comarca en febrero de 1838 al frente del Ejército de Reserva para sofocar las últimas escaramuzas de las partidas carlistas. Obra de Vicente López realizada en 1849. Museo de Bellas Artes de Valencia
desde otros lugares cercanos. En una circular del dos de diciembre de 1837 se comunicaba al alcalde que si “hubiese temores de la proximidad de una facción a la que el pueblo no pudiese resistir, se retirarán a la capital los caballos que les pudiesen ser útiles (a los rebeldes), del mismo modo se hará de los caudales pertenecientes al estado, de los mozos solteros, armas y equipos de la Milicia Nacional y de cuanto pudiera ser útil a las hordas rebeldes”.
La visita del general Ramón María Narváez, jefe del Ejército de Reserva, a la ciudad de Andújar en los primeros días de febrero de 1838 estuvo precisamente motivada por la actividad que aún mantenían los carlistas en algunos focos de la provincia de Jaén. Este llamado Ejército de Reserva se empezó a formar entre enero y febrero siendo la Diputación Provincial de Jaén la encargada de coordinar su preparación, exigiendo a los Ayuntamientos colaborar con suministros básicos y personal de tropa. El 15 de enero se solicitaba desde la Intendencia Provincial suministros para el ejército nacional, y el 12 del mismo mes llegaba una circular solicitando “una suscripción general en todo el vecindario para que presten recursos bien sea en panes, lienzos, dinero u otros cualquiera efectos que puedan tener aplicación al Ejército de Reserva que va a formarse en la Andalucía”. El 14 de febrero el Ayuntamiento de Marmolejo suministraba a este Ejército de Reserva 19 fanegas de cebada entregadas al alcalde de Andújar Alonso Álvarez y otras 34 fanegas el 16 de marzo.
Unos días antes Marmolejo sufriría de nuevo el acoso de la partida de los cabecillas carlistas Orejita y Peñuelas, hecho que conocemos al detalle gracias a la crónica de la Estafeta de Madrid: “En la madrugada del 10, las facciones de Orejita y Peñuelas con la fuerza de 400 hombres asaltaron la villa de Marmolejo, más los nacionales y paisanos que el primer Alcalde constitucional tenía ya preparados, les prestaron la más vigorosa resistencia. Lo débil de las fortificaciones, lo extenso del círculo del pueblo y la copiosa lluvia facilitó a los enemigos introducirse en las calles extremas robando y asolando cuanto encontraban, penetrando algunos grupos a lo interior hasta la línea de defensa establecida en la plaza desde la que se les hizo un fuego vivísimo que pudo contenerlos. El Alcalde primero acudía a todas partes dando sus disposiciones con el mayor valor; y habiendo ido a reforzar un punto que trataban de flanquear los enemigos, tuvo la desgracia de caer prisionero. A pesar de este contratiempo continuó vigorosamente la defensa, hasta que cansada la canalla, viendo el denuedo con que se les resistía, y que les era imposible penetrar en el centro del pueblo, se retiraron dejando tres muertos y varios heridos, y llevándose al citado Alcalde primero, Don Vicente Orti.
Tanto en la parte de la población que ocuparon, como en los inmediatos caseríos, han destruido, robado y aniquilado cuanto hallaron. Caballerías, alhajas, ropas, dineros, nada ha escapado de su rapacidad. El Alcalde, después de mil peligros, consiguió rescatarse mediante una cantidad considerable. Se ha dispuesto que la Milicia Nacional y las partidas de tropas se sitúen en puntos convenientes para proteger a estos pueblos. La Milicia Nacional de Marmolejo ha cumplido su deber defendiendo sus hogares con el mayor denuedo. Es digna de elogio la conducta del Alcalde primero constitucional a cuya acertada disposición y decisión se debe principalmente tan brillante suceso, y que sacrificando parte de su fortuna y exponiendo su vida ha sabido acreditar su patriotismo y su amor a la causa nacional”.
Hacia mediados de febrero de 1838 se habían concentrado unos dos mil carlistas en Linares, mandados por Vicente Tallada y los hermanos Vicente y Francisco Rugero “Palillos”, estos últimos de triste recuerdo para los vecinos de nuestra comarca. La cercanía de los acontecimientos volvió a despertar la impaciencia y el desasosiego tanto de Andújar como de Marmolejo. En Andújar, por ejemplo, el Alcalde, el 23 de febrero, afirmaba: “que dichas fuerzas no vienen con otra idea que con la del pillaje o robo de todas clases y a todas las personas sin distinción de colores”. Se optó por convocar a los miembros de la Milicia Nacional y se decidió estar preparados para una posible invasión.
Una situación similar se repitió durante el mes de marzo cuando los carlistas Basilio García y Vicente Tallada concentraron sus tropas entre Úbeda y Baeza. Allí fueron derrotados en el lugar conocido por el Encinarejo, cerca de Úbeda y Baeza, por las tropas del gobierno liberal constituidas por el Ejército de Reserva, en lo que parece ser fue la mayor batalla contra el carlismo en la provincia de Jaén. Hubo más de 100 muertos y casi 1000 entre heridos y prisioneros (16).
Todavía a mediados de junio de 1838, era latente la preocupación por la presencia de Orejita cerca de Bailén. El nuevo alcalde marmolejeño Valentín Hernández y Merino sustituto de Vicente Orti, desplazado hasta su pueblo natal para poder reponerse de un problema de salud, recibía un oficio del Jefe Político de Jaén donde le prevenía “que habiendo llamado su atención los continuos robos y vejaciones que están sufriendo los propietarios y viajeros que transitan por todo este territorio. Para remediar tamaños males le ha parecido conveniente formar dos partidas de infantería y caballería que persigan a los criminales…”. La corporación formada además por Pedro Padilla (Regidor 1º) y Francisco Castillejo (Regidor 2º), tuvo un carácter muy provisional pues el uno de enero de 1839 se renovaba al completo en las personas de D. Juan María Jiménez (alcalde), D. Bartolomé Serrano y D. Manuel Romero (regidores) y F. Juan de Lemus y Montoro (regidor síndico). Finalmente, el 21 de marzo, ocupaba la alcaldía Narciso García del Prado. A ellos les tocaría gestionar un tiempo de paz que llegaría con la victoria de las tropas isabelinas sobre las carlistas en el último reducto de Morella (Castellón) el 30 de mayo de 1840, aunque ya desde el 20 de agosto del 1839 se firmaba la paz en Vergara (Guipúzcoa), hecho que ponía fin al conflicto en el norte con el exilio a Francia del aspirante D. Carlos María Isidro.
En el país se abría una nueva etapa de gobierno de signo liberal progresista, con la regencia del General Espartero (firmante de la paz), tras la dimisión de la reina regente, que va a perdurar hasta la declaración de la mayoría de edad de Isabel II, el 10 de noviembre de 1843.
De algunos de los jefes carlistas sabemos que acabaron detenidos y ajusticiados, como ocurrió con Francisco Rugero, fusilado el 27 de agosto de 1837 en Almagro, su pueblo natal, a la edad de 50 años. Sobre el final de Orejita circulan dos versiones: una lo da por asesinado por su propio criado o ayudante siendo su cadáver expuesto públicamente en Ciudad Real; en otra fuente se dice que murió en octubre de 1838, en el curso de una acción cerca de Mestanza (Ciudad Real).
El cabecilla Choclán (oriundo de Arjonilla) encontró la muerte en Andújar el 31 de julio de 1839, junto al río Guadalquivir, cuando increpaba a un grupo de bañistas, a manos del lancero Pedro Colmenero perteneciente a la compañía de lanceros de Granada, Esta compañía junto a la de lanceros de Sevilla estaba empeñada en la persecución de las partidas carlistas que quedaban por la comarca. Junto a Choclán murió un miembro de su partida y consiguió huir su comandante Pedro Navarro que buscó refugio en Sierra Morena.
Otros muchos cabecillas tras sufrir prisión fueron indultados si bien su integración en la sociedad isabelina resultó lenta y traumática, volviendo, algunos de ellos, a defender nuevamente con las armas la causa de Don Carlos en la segunda y tercera guerra carlista.
-Los hermanos Artacho González y algunas muestras de bandolerismo de extorsión en nuestro entorno:
Aunque las acciones delictivas de los hermanos Artacho se desarrollaron avanzado el siglo XIX, en lugares de la geografía andaluza distantes de nuestra localidad, hemos de hacer una breve mención a ellos por haber pasado su infancia y juventud en Marmolejo aunque no tengamos excesivos datos sobre cual pudo ser su recorrido vital y en qué momento y por qué razones decidieron fijar como lugar de operaciones el entorno geográfico de Cuevas Bajas (Málaga), de donde era natural su padre José Artacho y Linares.
Luis era el miembro más conocido de su saga, formada además por su hermano José con quien le vemos en el momento final de su muerte en las cercanías de Lucena. Aparece también en los estudios realizados por José Cruz Gutiérrez, la figura de un pariente de ellos Ramón apodado “Pollo-Gallo” del que dice fue detenido por la Guardia Civil en noviembre de 1881 por robo de una yegua y de un mulo a un vecino llamado Gregorio Jurado. Que sepamos este Gregorio Jurado era vecino de Marmolejo, persona de arraigada tradición hortelana, con excelente huerta en el lugar conocido como el Navazo.
La casería del Cañuelo, obra de fines del XVIII, donde según la leyenda popular encontró seguro refugio el bandido marmolejeño Luis Artacho. Su padre José Artacho Linares trabajó muchos años para el marqués de Grañina, propietario de esta finca del pago de Cerrada, muy próxima al Yeguas. Foto: Manuel Perales Solís
Luis Artacho González (1870). Fuente: Julián de Zugasti
Del que tenemos plena seguridad que nació en Marmolejo es de Luis. Su partida de nacimiento existente en la Parroquia de La Paz dice así: “En la villa de Marmolejo en 31 de mayo de 1829 años: Yo el Bachiller D. Manuel de Medina, cura de esta Iglesia Parroquial de Santísima Madre y Señora de la Paz, bautizé y chrismé en ella solemnemente a Luis José Petronilo Fernando de la Santísima Trinidad que nació en el mismo día a las cuatro de la mañana. Es hijo legítimo de D. José Artacho, natural de Cuevas Bajas y Doña Rosa González, natural de Santo Santiago en Andújar y vecinos de ésta. Fue su padrino nombrado por su padre, Don Pedro Cárdenas…”. Sin embargo de su hermano José no figura inscripción registral alguna en los libros de bautismo de la parroquia, desconociéndose también si existieron otros hermanos/as más.
Parece probable, según algunos viejos dichos populares, que estos hermanos cuyo padre y tío, José y Gregorio Artacho respectivamente, fueron fieles mantenedores del orden y seguridad local durante los difíciles años en que las partidas carlistas acosaban las villas y pueblos del valle del Guadalquivir, cometieran sus primeros robos o raterías en Marmolejo, viéndose obligados posteriormente, en una fecha de difícil fijación, a retirarse a Cuevas Bajas, pequeña villa ubicada en el centro geográfico de operaciones de gran parte de las partidas más famosas de Andalucía. Allí, nos dice Cruz Gutiérrez, “se dedicarán al oficio de taberneros como tapadera de sus desmanes”.
El fín del conflicto carlista volvería a reavivar el bandolerismo tradicional en las provincias de Córdoba y Jaén, fundamentalmente en Sierra Morena junto al Camino Real de Andalucía. Eso indudablemente pudo suponer un acicate, algunos años después, para animar las actividades delictivas de los hermanos Artacho, pues en octubre de 1843 hay constancia de la llegada a Marmolejo de una partida de 23 hombres a caballo que entran en el pueblo con intenciones de saquearlo (17).
Igualmente y sin pretender imputar su responsabilidad a los hermanos Artacho, hacia el mes de marzo de 1859, la prensa recogió varias noticias lamentándose de la frecuencia con que se repetían los crímenes entre los términos municipales de Andújar y Marmolejo, en concreto informaba del asesinato de “un desgraciado padre de familia que iba a Marmolejo, y el de un arriero que con unas caballerías se dirigía a Arjonilla, después de haber despachado el carguío que en ellas conducía, llevándose los criminales todo lo que le encontraron y aún se dice que las caballerías”. Algunos días después, el 28 de abril de 1859, también daban cuenta de un robo de varios ladrones en una bodega de la calle Pino de Marmolejo, “llevándose una gran cantidad de comestibles y de tres a cuatro arrobas de aceite” (18).
De la etapa en nuestra localidad de los Artacho quedan algunos recuerdos de carácter legendario: la memoria colectiva los relaciona viviendo en la calle del Santo donde poseerían un refugio para esconderse en las casas solariegas del Marqués de Grañina y Conde de Gómara (19). También hay quien refiere sus estancias en la antigua casería del Cañuelo, probablemente propiedad de dicho marqués, intentando refugiarse de las abatidas de la Guardia Civil, detrás de una piedra de molino que servía de tapadera a una pequeña habitación. En cualquier caso y al margen de estos datos con tintes novelescos, lo que si podemos asegurar es que Luis Artacho está hoy asociado en los estudios sobre bandolerismo, a la tipología del bandido secuestrador participando en varios de los secuestros que abundaron en el sur de la provincia cordobesa durante el bienio 1869-71 y que correspondieron solventar al Jefe Político de entonces D. Julián de Zugasti Sáenz (1839-1915). Este tenaz político liberal, defensor de la Revolución de 1868, es quien hace inmortal al bandido marmolejeño al dejar constancia de sus actividades delictivas en una extensa obra narrativa, pionera de los estudios sobre los bandoleros: “El Bandolerismo: Estudio social y memorias históricas”, publicada en tres volúmenes, en 1879.
Con su hermano José, y bajo la protección del “padrino de Benamejí”, don Antonio Arjona Espejo, a Luis Artacho lo vemos asociado con Rodrigo Torralvo “El Aperador”; Lorenzo Morales, Francisco Priego Gómez “El Gordito” y José Álvaro Alguacil “Carifancho”.
Dentro de los sucesos en los que tomó parte Artacho destacó la participación en el secuestro del niño de Palenciana (Córdoba), José María Crispín, el 28 de octubre de 1869, a manos de la partida de “Malas Patas” cuando viajaba acompañado de su madre de Antequera a Palenciana (20). Se le atribuye la organización de este secuestro al tío de Malas-Patas conocido como “El padrino” a lo largo de la mencionada obra.
El niño estuvo retenido en la cueva denominada de la Higuera del Diablo, situada en el entorno de Palenciana y Benamejí. El suceso es narrado por D. Julián Zugasti con gran detalle pues en todo momento se basa en los datos obrantes en el sumario judicial abierto para esclarecer aquel secuestro. En esta ocasión, Luis se presenta ante la familia del niño como mediador desinteresado pero en realidad pertenece a la trama que organiza el secuestro. La suma exigida por los bandoleros-secuestradores en una carta enviada a los padres, ascendía a doce mil duros, cantidad inasequible a la modesta fortuna del padre Francisco de Paula Jiménez. La familia a lo sumo podía llegar a la cifra de doce mil reales y así se lo hizo llegar a los secuestradores a través de Artacho. Este secuestro finalizó felizmente con la liberación del muchacho el día 30 de noviembre, tras treinta y tres días en poder de los secuestradores, siendo la intervención de Artacho decisiva para convencer al padrino y los secuestradores de la penosa situación de la familia de Crispín y del error que supondría acabar con la vida del muchacho. Por este suceso el fiscal de Rute pediría 17 años de presidio para Luis y José, 10 años para Antonio Arjona Espejo “El Padrino”, y la restitución de de 39000 reales, es decir los 1950 duros que le sacaron a la familia del niño en dos entregas, una de mil duros y otra de 950.
Zugasti también nos dejó en su obra una descripción somera de la fisonomía de Luis cuando se entrevista por primera vez con el padrino: “presentose un hombre como de unos cuarenta años, alto, grueso, peli-castaño, de abultado rostro, ancha frente y mirada incierta”.
Según los estudios de José Cruz Gutiérrez Luis Artacho planeó con sus socios Carifancho y El Aperador en 1870 la muerte del activo Gobernador Civil de Córdoba. Al parecer la acción se frustró ante la indecisión de un mandado por ellos, un tal León, a quien el Gobernador detuvo en la intentona de darle muerte. Igualmente hay constancia de otro encuentro frente a la Guardia Civil en las proximidades de Lucena (Córdoba) en los que la partida de Artacho mantuvo fuego cruzado con los agentes de la Benemérita, dándose posteriormente a la fuga. A partir de estos sucesos es “pregonao” por los juzgados para su busca y captura durante el mes de febrero de 1871 y hacia finales de marzo de ese año la prensa cordobesa sacaba la siguiente noticia: “Las autoridades de esta provincia encargan la busca y captura de Luis y José Artacho, vecinos de Cuevas Bajas, José Arjona Cuenca, de la misma vecindad, y D. Antonio Arjona Espejo conocido como el Niño Arjona, que lo es de Benamejí”(21).
Hacia octubre es detectada su presencia en los límites de las provincias de Córdoba y Málaga en compañía de una partida en la que también está su hermano José. Finalmente el cerco se va estrechando y el 18 de enero de 1872 es muerto en lucha con la Guardia Civil, en el camino de Rute, entre las malezas de Martín González del término de Lucena (Córdoba). Murió también su socio José Álvaro Alguacil (a) “Carifancho” y su hermano José logró escapar favorecido por el fuerte temporal. Esta operación en la que fueron requisados tres caballos y varias armas, fue coordinada por el alférez graduado y sargento primero de la Guardia Civil, Miguel Donado. (22)
Tres años después, en noviembre de 1875, José era detenido en el puerto de Málaga cuando se disponía a embarcar en el vapor Adriano: se le ocupó una célula de vecindad falsa, un arca de ropa y 2.792 reales. La operación fue llevada a cabo por el teniente coronel Fernando Camino, segundo jefe de la Comandancia malagueña, el teniente Rafael Serrano, alférez Bernardo Suárez y los guardias Contreras y Bueno, acabando, de esta forma, con la trayectoria turbulenta del bandido de Cuevas Bajas. El día 8 de noviembre cuando la Guardia Civil lo trasladaba a Archidona, le dio muerte al intentar fugarse. El telegrama enviado al Ministerio de Guerra en Madrid por el gobierno militar de Granada decía así: “El gobernador militar de Málaga me comunica haber sido muerto por la Guardia Civil al ser conducido a Archidona y tratar de fugarse, el famoso criminal y secuestrador, José Artacho (a) “El curita” (23).
Desaparecido el clan de los Artachos, que como hemos visto tuvieron su ámbito de operaciones lejos de nuestro entorno geográfico, utilizando la extorsión a través del secuestro, vamos a asistir a casos puntuales relacionados con la delincuencia de extorsión, o chantaje, fundamentalmente, sobre los grandes terratenientes. Esta modalidad se impuso con éxito en la década de los ochenta del XIX, en bandas tan conocidas, como la del Bizco de Borge y Manuel Melgares, jefes de una partida cuyos miembros en su mayoría naturales de poblaciones de la comarca
de La Axarquía, operaron activamente por tierras malagueñas y cordobesas entre 1880 a 1887. No podemos afirmar que los casos que describo a continuación fueran promovidos por personas relacionadas con partidas de bandoleros propiamente dichas, pero sí es evidente que actuaron a imitación de ellos para sacar suculentos beneficios con sus actos de chantaje.
En el diario “El Imparcial” de Madrid aparecía, el 11 de agosto de 1886, la siguiente noticia: “Desde hace unos cuantos meses, no pasa día sin que la prensa de cuenta de incendios intencionados en predios de Andalucía, y muy especialmente en la provincia de Jaén. El Bandolerismo en aquella región se manifiesta en constante ejercicio, unas veces, asaltando a mano armada a los viajeros o a los cortijos, otras apoderándose de las personas acomodadas para mantenerlas en secuestro hasta obtener crecido rescate, y actualmente devastando por el incendio la propiedad si no se satisface la cantidad exigida al propietario por medio del anónimo.
En una de las regiones más agrícolas de la Península, en la que el producto de la tierra constituye la casi exclusiva riqueza, el propietario encuentra amenazado constantemente su patrimonio si no paga crecido tributo al bandolerismo.
Tenemos a la vista una carta de Marmolejo, en la cual se da cuenta detallada de los medios que se ponen en práctica para exigir crecidas sumas con la amenaza del incendio y con su realización si no se satisfacen las exigencias de los criminales. Vean nuestros lectores la carta en que se da cuenta de semejante atentado: El día 19 del pasado mes fue avisado el comandante del puesto de la Guardia Civil de Marmolejo, José Rodríguez Simón, de que D. José María Ruano, representante del dueño de los cortijos de San Julián, acababa de recibir una carta en la que se le exigían 2500 ptas bajo la amenaza de poner fuego al haza de trigo y cortijos citados.
Enterado el comandante de puesto del sitio indicado por los bandidos para colocar el dinero, que era en una de las orillas del Guadalquivir, tomó las medidas convenientes, colocando después un pequeño saco lleno de calderilla, sin conseguir el resultado que se esperaba, por no presentarse los criminales.
Como en segundo anónimo dirigido al expresado señor, se le pidiera, no ya la anterior cantidad, sino 3750 ptas bajo la propia amenaza, falleciendo el Sr. Ruano en aquellos días sin que la familia con tan triste motivo llegara a acordarse de colocar el dinero en el punto precisado, cumplieron los bandidos la amenaza, prendiendo fuego al trigo, quemándose unas 5000 fanegas, no llegando a los cortijos el voraz elemento, gracias a las acertadas disposiciones de la Guardia Civil, que trabajó sin descanso. Después de varias indagaciones llevadas a cabo por el sargento Simón, pudieron ser capturados los presuntos criminales, que puestos a disposición del juzgado, confesaron ser autores del citado crimen. Son vecinos de Marmolejo, llamándose Juan y Pedro Barragán Ruiz, personas tenidas por honradas en esta población.
Se han distinguido en la captura de los dos bandidos, trabajando cuanto humanamente les fue posible en la extinción del incendio, además del sargento Simón, José Rios, el cabo segundo, Diego Prieto López y Vicente y José Ocaña Cabrera, que se han hecho acreedores a recompensas y a ser recomendados a los generales Cuéllar y Cervino.
Bien merece elogio el cebo desplegado por la Guardia Civil para el descubrimiento y captura de los culpables pero como no se trata de un solo hecho, sino de muchos que hasta ahora permanecen envueltos en el misterio y la impunidad, el gobierno y sus delegados en aquella provincia deben adoptar las medidas más rígidas y apropiadas, no sólo para castigar con energía tan repugnante delincuencia, sino para precaver hechos tan incalificables. No es posible levantar a la debida altura la industria agrícola en nuestro país, si a más de las crecidas contribuciones territoriales, de no contar con vías de comunicación para que circulen sus productos, el bandidaje se encarga de apoderarse por medio de la amenaza del importe de los frutos antes de recolectarse, o devastar y arruinar la propiedad si no se satisfacen las atrevidas exigencias” (24).
La ola de incendios intencionados del verano del 1886 afectó también a la Dehesa que la casa de Medinaceli poseía en Espeluy y a la finca del Barranco propiedad de Manuel Pérez de Vargas y Castejón, conde de Agramonte, gran contribuyente de Andújar.
El cortijo de San Julián era en esos años el latifundio más extenso y fértil del término municipal de Marmolejo, con una superficie cercana, por estos años, a las 3000 hectáreas, básicamente integradas de tierras calmas dedicadas al cultivo extensivo de cereales. Pertenecía a uno de los linajes nobiliarios de más peso en España; la casa ducal del Infantado. Su titular era Andrés Avelino de Arteaga y Silva Carvajal (1833-1910), XVI duque del Infantado y séptimo marqués de Valmediano entre otros muchos títulos. La inmensidad de este latifundio abarcaba las fértiles vegas junto al Guadalquivir aparceladas entre 1952-53 por el Instituto Nacional de Colonización así como las campiñas colindantes dedicadas a cereal y olivar con límites en parajes como Ropero, Portichuelo de Lopera, Cerro de las Monjas y Mirabuenos.
Generalmente estos latifundios eran gestionados a cargo de administradores que, a su vez, se apoyaban en encargados y capataces, con poderes amplios para realizar las contrataciones de los jornaleros de la zona, incurriendo, a menudo en abusos de poder y vejaciones humillantes sobre el personal contratado por lo que, a menudo, eran blanco de acciones de venganza y sabotaje. En el caso de esta finca ya encontramos otro episodio relacionado con el incendio de sus almiares algunos años antes (septiembre de 1865) en la que, una vez más, aparece destacada la labor de la Guardia Civil en su labor de protección de esta gran propiedad.
Unos meses después del espectacular incendio del Cortijo de San Julián, destacado en toda la prensa nacional, se repiten episodios de extorsión sobre ricos hacendados, siendo, esta vez, destacados en el diario “La Época” del 15 de enero de 1887. Dice así: “A pesar de la muerte de los tres bandidos más terribles que infestaban Andalucía, no debe haberse extinguido totalmente esa plaga pues en el “El Industrial” de Jaén leemos que en Marmolejo, por ejemplo, continúan recibiéndose anónimos pidiendo dinero y amenazando a muchos propietarios valiéndose del nombre de Melgares.
Ahora le ha tocado al vecino D. Francisco Delgado, que halló una mañana cierta carta en el pasillo de su casa. La carta reclamaba 10.000 reales en dinero que el Melgares pedía se colocaran en un hoyo detrás de la huerta llamada del Hospital, en las afueras de Marmolejo. Un mozo de toda confianza del Sr. Delgado habría de conducir la suma que se exigía. La Guardia Civil tomó sus medidas para la captura de los criminales, pero no pareció a recoger el dinero” (25).
Como en el caso anterior del incendio del cortijo de San Julián estaríamos ante un caso de extorsión provocado por algún vecino de Marmolejo, pues el célebre Manuel Melgares (26) ya había fallecido hacia finales de diciembre de 1886, probablemente a consecuencia de un ajuste de cuentas entre miembros de la partida del “Vizco de Borge” en las cercanías de Encinas Reales (Córdoba), donde su cadáver encontró sepultura el doce de enero de 1887.
-Epílogo:
En nuestra localidad quedaron dichos e historias populares vinculadas a esta época convulsa como por ejemplo el famoso dicho “eres más ladrón que Orejita”, usado para descalificar a las personas acostumbradas a apropiarse de lo ajeno. La memoria colectiva recuerda también la existencia de dos cruces en el denominado Llano de la Dehesa al final de la actual calle Calvario denominadas, unas veces, de los facinerosos y, otras, de “Los Garabatos” por los ganchos de hierro que pendían de ellas. Al respecto la malagueña Enriqueta Raggio (27), mujer de amplia cultura y entretenida prosa, en su diario publicado por su nieto Enrique Mapelli, nos confirma este hecho. En su segundo viaje a Marmolejo para tomar las aguas (octubre de 1909), les llamaron la atención las cruces que había a la salida del pueblo hacia el Balneario. Ella misma nos lo cuenta así: “A la izquierda del camino había dos grandes cruces de piedra de las que se veían colgando unos garfios o ganchos de hierro. Gracia -su habitual acompañante- no encontró en ellos nada de particular, pero yo lo hallaba raro y le pregunté a la peinadora, cuando la vi más tarde, si sabía que era aquello. Había allí en efecto, algo legendario sumamente trágico. Aquellas cruces, llamadas de “Los Garabatos” eran las destinadas para colgar en ellas las cabezas de los malhechores. Ana María la peinadora- había
Fotografía realizada en 1902 de la Cruz de los Garabatos existente a la salida de Marmolejo por la carretera del Balneario. En estas cruces se exhibieron públicamente, colgados de unos ganchos de hierro conocidos como "garabatos", las cabezas de los faccinerosos o bandidos ajusticiados en Marmolejo durante el siglo XIX
oído contar a su abuela que las cocían en un caldero y que después las colgaban de los ganchos y que ella, cuando joven con otras muchachas del pueblo bajaba al río a lavar la ropa, cerraba los ojos al pasar por aquel sitio por no ver las cabezas de los ajusticiados que les producía un miedo horrible”. Desde luego los años en que aquella mujer, cuya identidad desconocemos, era joven son coincidentes con la época en estudio y me atrevería a afirmar que aquellas cruces, situadas en lugar de enorme trasiego de gentes, debieron servir de escarmiento público en los diferentes momentos turbulentos del XIX.
-Notas
(1) Jordi Solé Tura y Eliseo Aja: Constituciones y Periodos Constituyentes en España (1808-1936). Página 26. Editorial siglo XXI. Madrid 1977.
(2) Se conoce como Santa Hermandad a un grupo de gente armada pagada por los municipios para perseguir malhechores y criminales. Fue constituida en 1476 por Isabel I de Castilla. Esta especie de policía rural había sido muy eficaz en sus primeras épocas, infligiendo severos castigos y favoreciendo la autoridad central del rey frente al de la nobleza. En tiempos de Fernando VII era ya un cuerpo casi testimonial dedicado a funciones de policía rural. Sus antiguas competencias empezaron a recaer sobre los celadores urbanos y los Voluntarios Realistas. En 1834 fue abolida por las Cortes.
(3) José Antonio Rodríguez Martín: “José María el Tempranillo”, pág. 152. Ed. Castillo Anzur. Lucena (Córdoba). Año 2002.
(4) José Antonio Rodríguez Martín: “José María el Tempranillo”, páginas 200 y 201. Este autor cita a su vez la obra de Alfonso Braojos Garrido “D. José Manuel de Arjona. Asistente de Sevilla (1825-1833) editada en Sevilla en 1976.
(5) Juan de Dios Ayuda: “Examen de las Aguas Medicinales de más nombre que hay en las Andalucías” . Tomo segundo, Madrid 1794.
(6) Pascual Madoz: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar. Tomo XI, Madrid 1848.
(7) Manuel Criado Hoyo: “Apuntes para la Historia de la ciudad de Montoro”. Páginas 206 y 207. Edición facsímil realizada por la Diputación de Córdoba y el Ayuntamiento de Montoro en 1997.
(8) Luis Pedro Pérez García: “Andújar y el largo siglo XIX”. Edita: Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía. Año 2000.
(9) Manuel Criado Hoyo: obra citada, página 206.
(10) Luis Pedro Pérez García: obra citada, página 79.
(11) Luis Pedro Pérez García: obra citada, páginas 80 y 81.
(12) A este médico cordobés nacido en Castro del Río le tocó gobernar en uno de los momentos más críticos desde que Marmolejo alcanzara su independencia de Andújar en 1791. Vicente era un humilde profesional de la medicina de acreditado prestigio que llegó a Marmolejo nombrado por Fernando VII para llevar la dirección de las aguas minerales de la villa. Disfrutaba por ley del goce del Fuero de criados de la Casa Real. Cuando fue propuesto, el 22 de febrero de 1833, para desempeñar el cargo de Procurador Personero en el Ayuntamiento alegó estar excusado para ejercer cargos municipales. Nos dejó uno de los estudios pioneros sobre las aguas minero-medicinales denominado “Memoria sobre la aplicación terapéutica de las Aguas Minerales de Marmolejo”, terminada de escribir de puño y letra por él mismo el 20 de diciembre de 1848. Su memoria estuvo a disposición de los alumnos y profesores en la Biblioteca de la Universidad Central de Madrid. Se casó con la andujareña Marina Lara y Lara, dama de buena posición. De su matrimonio nacieron una nutrida prole de cuatro hembras y tres varones. El mayor de ellos Juan Manuel Orti y Lara (nacido en Marmolejo el 29 de octubre de 1826), fue Catedrático de Ética en la Universidad Central de Madrid, popularmente conocido como “El Sabio Andaluz”. Adquirió una educación religiosa y antiliberal que le llevaría a ser un convencido carlista hasta casi el final de sus días. Otros descendientes de Vicente, como su nieto Vicente Orti Muñoz, también nacido en Marmolejo, fue médico cirujano que ejerció con notable profesionalidad en Córdoba, así como su biznieto e hijo de éste, Miguel Ángel Orti Belmonte, extraordinario investigador, nacido en Córdoba. Durante más de treinta años vivió en Cáceres desarrollando una variada actividad cultural e investigadora que quedó plasmada en medio centenar de publicaciones, así como un número incalculable de conferencias y charlas. (Actas capitulares del Ayuntamiento de Marmolejo de 1833 y Protocolos Notariales de 1817, carpeta 4085. Archivo Histórico Provincial de Jaén).
(13) Luis Pedro Pérez García: Obra citada, pág. 87.
(14) Manuel Criado Hoyo: Obra citada páginas 211 y 212.
(15) Este era el punto edificado más alto de la villa, pues aún faltaba más de medio siglo para que se acometiera la reconstrucción de la iglesia por Justino Flores Llamas en 1899 con la construcción de una nueva torre más alta que la antigua espadaña.
(16) Julio Artillo González: “Jaén en la época Contemporánea (1808-1987)”. Capítulo de la obra “Jaén” (tomo II), colección “Nuestra Andalucía”, página 625. Granada, año 1989.
(17) Información recogida en el diario “El Católico”, nº 1305, del 11 de octubre de 1843. Madrid
(18) Informaciones publicadas por el “Diario Córdoba de comercio e industria y administración” en su número 2558, de 9 de marzo de 1859. Así mismo en “El Defensor de Córdoba”, número 2559 de fecha 28 de abril de 1859.
(19) El marqués Grañina y Conde de Gómara, con propiedades rústicas y urbanas en Andújar y Marmolejo era por estas fechas Francisco Javier de Cárdenas y Orozco, V marqués de Grañina y VI conde de Gómara. Se trata de uno de los mayores contribuyentes de Andújar hacia 1860, y en Marmolejo poseía entre otras fincas, la hacienda de La Campana, El Cañuelo, y unas casas solariegas en la calle del Santo. Al parecer el padre de Luis Artacho habría trabajado de encargado de las propiedades del marqués en Marmolejo. Paradójicamente el padre de este marqués sufriría en los primeros días de diciembre de 1832 el asalto, con robo, de uno de los bandoleros más sanguinarios y crueles que habían formado parte de la partida de José María el Tempranillo, el estepeño José de Rojas “Veneno”, el único de la partida de José María que no quiso acogerse al indulto del rey Fernando VII. En dicho asalto ejecutado cuando el citado marqués viajaba con su familia para Soria, y a pesar de los escopeteros que a sueldo les acompañaban, fueron detenidos y desvalijados, no tan solo de dinero, sino de todas las alhajas de plata que llevaba consigo…” (José Antonio Rodríguez Martín: José María el Tempranillo, página 293.
(20) Esta partida estaba formada entre otros por Narizotas, el Cuco, Manos-abiertas, El castellano, Sumé, y Vaca-rabiosa.
(21) Noticias publicadas en el Diario Córdoba de comercio, del 27 de febrero y 29 de marzo de 1871. Archivo del Ministerio de Cultura.
(22) Esta noticia fue recogida en “El Constitucional: diario liberal”. Año II, número 82, del día 24 de enero de 1872. Archivo del Ministerio de Cultura. Madrid
(23) “La Correspondencia de España: diario universal de noticias”, se hizo eco de este hecho en su número 6549, del 9 de noviembre de 1875.
(24) Artículo denominado: ”Los incendios en Andalucía”, publicado en el diario liberal “El Imparcial”, fundado por Eduardo Gasset y Artime. Madrid 14 de agosto de 1886
(25) Diario “Época” del sábado 15 de enero de 1887, Madrid.
(26) Nacido en 1838 en el cortijo de Los Picos cerca de Torrox (Málaga), de padres hacendados. Muy buscado en la década de los ochenta del XIX por la Guardia Civil no lo fue por ser un bandido de hábitos sanguinarios sino por sus métodos de extorsión sobre los terratenientes. Era Melgares un hombre alto, robusto, elegante en sus formas y muy instruido, dominando la escritura y la lectura. Decide dedicarse a la extorsión junto a la banda del Bizco de Borge para recuperarse de las pérdidas monetarias sufridas como consecuencia de su afición al juego. “Éste bandolero aunque perteneció y ocupó un cargo importante en la banda del Bizco, no era como aquel, ya que a pesar de que las gentes sabían que era un bandido, a Melgares le veían con agrado, dado que en su figura se daba aquello del bandolero bueno; y era bueno para la generalidad, porque Melgares raramente expoliaba a gentes corrientes y en aquellos tiempos de miseria el que le robara a los terratenientes estaba bien visto por muchos de los jornaleros que se veían sometidos a estos”. (Málaga.esdiputación).
(27) El diario de Enriqueta Raggio fue publicado por su nieto Enrique Mapelli en 1969. Esta malagueña culta y de educación liberal, nos ha dejado un exquisito diario lleno de vivencias y sensaciones vividas en Marmolejo en sus visitas para tomar las aguas, realizadas en 1908,1909, 1910, y 1911. Nos aporta una valiosa información sobre la vida de nuestra localidad en los años iniciales del siglo XX. En cuanto al llano de la Dehesa del Hormazal, éste se situaba al final de la actual calle Calvario, a continuación del antiguo callejón de la Posada. Las cruces de los Garabatos se localizaban a la izquierda del viejo camino que conducía al río; una, en el lugar donde hoy se sitúa el Hotel Balneario y la otra, aproximadamente, doscientos metros más abajo.
Archivos consultados:
Archivo Municipal de Marmolejo. Actas Capitulares de 1833 a 1839
Archivo Histórico Provincial de Jaén. Protocolos Notariales
Archivo Parroquial de Marmolejo. Libros de Bautismo y Defunciones desde 1808 a 1850.
Biblioteca Nacional
Archivo del Ministerio de Cultura
Artículos, prensa y Bibliografía:
-Diario “Eco del comercio”, número 825 del martes, 2 de agosto de 1836. Madrid.
-La Estafeta de Madrid. Numero 468, domingo 25 de febrero de 1838.
-Diario “El G. Nacional”, de 21 de agosto de 1839; nº 1323.
-Pascual Madoz: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones en ultramar”. Tomo XI. Madrid 1848.
-Varios autores: “Jaén”. Granada, año 1989
-Alfonso Bullón de Mendoza Gómez de Valugera: “La Expedición del general Gómez”. Madrid 1984
-Jordi Solé Tura y Eliseo Aja: “Constituciones y periodos constituyentes en España (1808-1936)”. Editorial siglo XXI. Madrid 1977.
-Manuel Criado Hoyo: “Apuntes para la Historia de la Ciudad de Montoro”. Edición Fácsimil de la Diputación Provincial de Córdoba y Ayuntamiento de Montoro. Córdoba 1997.
-Enrique Mapelli: “Diario de Enriqueta Raggio, (sacado a la luz por su nieto Enrique Mapelli). Edición de Ángel Caffarena. Málaga 1969.
-Luis Pedro Pérez García: “Andújar y el largo siglo XIX”. Edita Consejería de Educación y Ciencia y IES “Virgen de la Cabeza”. Jaén, 2000.
-José Antonio Rodríguez Martín: José María el Tempranillo”. Edita Castillo Anzur. Lucena (Córdoba), 2002.
-José Cruz Gutiérrez: “La saga de los Artachos (Síntesis histórica). Artículo publicado en la revista Cajasur, Año III, número 13, de 1985.
-José Cruz Gutiérrez: “Bandidos del sur, Los Artacho” publicado en el Dominical del Diario Jaén, de 10 de febrero de 1991, página 33. Jaén
-Manuel Perales Solís: “Partidas y bandidos en el Marmolejo del siglo pasado”. Artículo publicado en el programa Oficial de la feria de Marmolejo. Año 1987.
-Vicente Orti Criado: “Memoria de la aplicación terapéutica de las Aguas Minerales de Marmolejo”. Manuscrito conservado en la antigua biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Madrid. Terminada de escribir a mano por el autor en Marmolejo, el 20 de diciembre de 1848.
-Alonso J. Corrales Gaitán: “D. Miguel Ángel Orti Belmonte: sus tres emociones históricas vividas en Cáceres”. Artículo disponible en Internet.
-Varios autores: “In Memoriam: Antonio María Calero Amor”. En esta obra se encuentra un interesante trabajo de Juan Pro Ruiz, titulado: “Las tierras de Ánimas ante el Mundo Moderno: Una interpretación del proceso desamortizador de las capellanías en los siglos XVIII y XIX”. Edita: Diputación de Córdoba y Ayuntamiento de Pozoblanco. Córdoba 1998.
-Francisco Tomás y Valiente: “El marco político de la desamortización en España”. Editorial Ariel 1989.
Bernaldo Constancio de Quirós y Luis Ardila: “El bandolerismo andaluz”. Madrid 1978.
-Julián de Zugasti: “El bandolerismo. Estudio Social y Memorias Históricas”. Tomo VII. Madrid 1879.
-Francisco J. Aguilar: “Fotos y textos curiosos de Montoro” en “Montoro cuadernosciudadanos.net”.
-Íñigo Pérez de Rada Cavanilles: “La partida de Palillos y su estandarte. 1ª Guerra Carlista, 1833-1840. Disponible en Internet en “Carlismo en la red”.
-“Ciudad Real del siglo XIX”: “Ciudad Real y las guerras carlistas”. Artículo disponible en internet. Edita Ciudad-Real.es.