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Panorámicas campiñegas: una tarde por Torreparedones en bicicleta

-Manuel Perales Solís-

 

 “Todos los caminos llegan a Torreparedones, de hecho era la “Roma” más cercana”  (Juan A. Bafalliu).

   

 

Torreparedones es como “la gran ola” en la orografía ondulada de la campiña cordobesa, entre Cañete de las Torres y Castro del Río. Este paisaje de la campiña profunda (para los que procedemos del valle) ubicada entre las vegas del Guadalquivir y las Subéticas,  podríamos compararlo a un océano embravecido que, por momentos,  hubiera dejado sus olas quietas. De vez en cuando entre las crestas de ese mar imaginario hay ondulaciones más suaves, permitiendo al viajero  visualizar perspectivas más abiertas, que en época de primavera nos deleitan con las agradables tonalidades de los verdes y ocres de los sembrados y barbechos que van alternándose hasta el infinito. 
    A veces vislumbramos en estas panorámicas campiñegas otras gamas de colores ofrecidas por la rica flora (por desgracia en extinción) de las lindes rectilíneas y/o “curvirectas” que perimetran las parcelas. Hablamos de las típicas amapolas y jaramazgos, y de otras especies de floración morada y violeta como gladiolos y lenguazas; todo un clásico de nuestra campiña cerealística en  primavera  para los amantes de la pintura y fotografía. Por cierto, me sorprendió gratamente la vistosidad de las siembras de colza, con su intenso color amarillo hasta hace pocos años nada habitual en la campiña cordobesa.


   Decidí salir de casa a las tres y media de la tarde, poniendo rumbo a Cañete de las Torres, aún con la digestión por hacer.  El pueblo estaba tranquilo; la intensa luz y la largueza que van cogiendo los días a comienzos de abril, parece que  invitaba a sus vecinos a respetar ya la hora de la siesta. No hacía calor, pero tampoco frío; eso sí, corría una brisa fresquita del noroeste, ideal para la bicicleta. 

   Cañete es un pueblo coqueto, de estética muy andaluza que la ha sabido preservar, sobre todo, en su barriada del Huerto del Francés. Tienen buena fama sus embutidos de cerdo, sus aceites y sus leguminosas, sobre todo el garbanzo de Cañete, del que parecen quedar ya escasas plantaciones. Antaño se celebraba aquí, por San Miguel, una importante feria de ganado donde concurrían gentes de toda la comarca. Me consta que desde Marmolejo se acudía con las bestias a través de viejos caminos para vender y comprar ganado de labor. Eran muy codiciados los famosos “orejones” (melocotones secos) e “higos pasos” que  visitantes a la feria de ganado, como los hermanos Ortega Robles “Garrios” (Antonio, Pepe y Juan), llevaban a sus familias como regalo codiciado y exquisito. 

   En su iglesia principal, con campanario clásico de los pueblos de campiña y un típico arco anexo en su cabecera, hay una talla del imaginero sevillano  Antonio Castillo Lastrucci, y en su plaza existen restos de un castillo medieval, al que se adhieren edificios como el  popular bar Amarillo, en la misma esquina de la plaza, frente al Ayuntamiento,  donde, desde tiempos inmemoriales, dispensan las mejores tapas de chorizo de la zona, de lo que pude dar fe en otras ocasiones que visité Cañete. Los muros exteriores y el solar del Amarillo tienen toda la pinta de haber pertenecido al castillo del que tan solo queda la torre del homenaje.

 Una calle del barrio del Huerto del Francés, en Cañete de las Torres. Foto Felix Romero

Campiña cordobesa: Foto David30370

   Desde Cañete me dirigí por la carretera de Castro, hasta el punto más alto de la campiña. Me refiero al lugar conocido como Torreparedones (cerca hay un cortijo conocido como Torreparedones de Medina),  a casi 600 metros de altitud, donde hace años se localizaron importantes restos arqueológicos de antiguos asentamientos de origen íbero y romano, Hoy  día se realizan  diferentes prospecciones arqueológicas por la Universidad de Córdoba a las que se pueden acceder desde  el viejo camino de Baena a Cañete. En el punto más alto de su cota podemos contemplar  también  un castillo medieval cuyas murallas se encuentran en ruinas, aunque la torre del homenaje parece conservarse en buen estado. La verdad es que no llegué a subir hasta allí porque desde esta ruta no hay acceso para bicicletas. Tan sólo existe un sendero agrícola  que te aproxima a ese lugar pero luego hay que trepar andando campo a través un buen rato.

    El camino desde Cañete por la A-3127, en sus primeros kilómetros,  y hasta que comenzamos a subir a Torreparedones, presenta un paisaje suavemente modulado por colinas sembradas de trigos, leguminosas y girasoles. En este tramo del camino impera la paz y el silencio sólo alterado por el revoleteo de un grupo de palomas o  por el arranque presuroso del vuelo de algunas perdices. Hay momentos que se escucha algún tractor faenando por  olivares lejanos, pero de nuevo acaba imponiéndose la paz y el silencio. Antes de llegar al cruce con la carretera de Bujalance a  Valenzuela (CO-4200),  hay un punto desde donde apreciamos bonitas estampas del caserío de Bujalance con su torre de la iglesia de la Asunción; dicen que es la más alta de la provincia de Córdoba; también es conocida como la “Pisa cordobesa” por la inclinación notable que presenta a partir, sobre todo, de su segundo y tercer cuerpo. Si bien es verdad que desde este punto ese defecto no me pareció apreciarlo tanto como cuando se visualiza a Bujalance desde otros lugares.  
 

Pintura al óleo: “Campiña cordobesa”. Autor: Rubén de Luis

Paraje de Torreparedones. Fuente: Blog “Cazando Instantes” de Juan A. Bafalliu

  Más adelante las perpectivas cambian a medida que la carretera se pone cuesta arriba y empezamos a subir de cota. A la izquierda hay un punto en que vemos Valenzuela  de donde era natural un viejo amigo ya fallecido, Julián Pedregosa: iba a su pueblo una vez al año, por Semana Santa, para ver salir al Nazareno y de paso visitar a amigos y familiares y tomarse, como decía él, unas copas y unos rosquillos con aguardiente.  Más a lo lejos, a nuestra izquierda, estampas de la caliza y blanquecina campiña jiennense. Si echamos la vista atrás nos aparecerá la imagen  de Porcuna, sobre su típica loma, y las estampas de Cañete y Bujalance con el telón de fondo de Sierra Morena. Poco a poco, al fin, entre cerros de olivares -ahora el paisaje ha cambiado- se empieza a ver la torre del castillo y cuando se culmina la subida de este pequeño puerto, de pronto las perpectivas se amplian y profundizan hasta incluso la lejana Sierra Nevada que en días claros como éste, deja ver de forma  nítida  su manto de nieve impoluto.   Hacia el sur vislumbré Baena con las sierras de Luque y Zuheros de fondo; y hacia el suroeste se adivinaba la cercanía de Castro del Rio (a no más de 9 kilómetros). Y, como no, hacia el oeste y como si se encontrara a tiro de piedra, en otra loma gemela a ésta de Torreparedones, el castillo y el pueblo de Espejo dominando el valle del Guadajoz.

Decidí descender tres kilómetros más dirección Castro, pero cumplido mi objetivo de llegar a este punto mítico de la campiña, y sabiendo que la vuelta se iba a poner muy “cuesta arriba” decidí volverme hacia Cañete donde había dejado el coche. El esfuerzo había merecido la pena. La campiña cerealística cordobesa volvió a sorprenderme en  primavera: es un paisaje único en Europa,  quizás en vías de extinción -pronto el olivar lo inundará todo-  si nuestra Comunidad Europea no hace algo para preservarlo antes de que sea demasiado tarde.
 

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