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Rincones del olivar serrano

-Javier Castejón Lara y Manuel Perales Solís-

 

 

 

Las Cañadas de Velasco y de Las Papas      

Desde la Marquesa a las Casillas del Marqués median dos cañadas de conocido renombre: una es la "Cañada de las papas", y la otra de "Velasco". Las dos  se unen en una sola con dirección sur dando sus aguas al arroyo de las Fresnadillas, en otros tiempos, lugar de frondosa vegetación y rincón apropiado para el cultivo de pequeños huertos gracias al constante fluir de  veneros  que  manaban desde el arranque del arroyo pues en los años que vamos a referir la abundancia de agua era todavía mayor que la actual. 

 La "cañada de Velasco",  fue el sitio escogido por un jornalero apellidado  Velasco para hacerse una pequeña casilla, hacia los años 40 del siglo pasado,  junto a un pequeño manantial con el que se podían regar unos huertos abancalados, dada la fertilidad de  aquellas tierras y la suave caída de la cañada hacia el Guadalquivir cercano. Al igual que ésta, otras muchas cañadas del pago de Cerrada fueron punto de mira de los jornaleros del campo, previo trato con sus dueños (casi siempre grandes propietarios) para sembrar huertos  y melonares.

Es el caso de la cañada de Tejoneras, en el pago del Pino de Mazuelos;del arroyo del Ecijano; de los llanos del Cañuelo o  del arroyo de La Marquesa.    Hoy día nos parecería mentira, o simplemente un espejismo,  que estas cañadas del pago de Cerrada fuesen en aquellos años pequeños vergeles donde floreció una agricultura de subsistencia basada en el cultivo de hortalizas, cereales y leguminosas . La  aparente aridez actual en que las actuales prácticas de laboreo han convertido estos parajes; la pérdida de los acuíferos más  superficiales  debido a la irracional sobrexplotación de los ancestrales manantiales, así como la erosión provocada por la falta de cobertura vegetal durante el invierno y la primavera, solo nos pueden provocar sentimientos de impotencia e indignación ante el presente panorama de plena degeneración natural de muchos rincones de nuestra sierra olivarera. Aún a pesar de todo todavía siguen teniendo su encanto y quizás no sea tarde para reponer el rico inventario de especies vegetales y animales que antaño convivieron entre las viñas y los olivares.

 

La cañada de Velasco. Foto: Manuel Perales

Cañada de Las papas. Foto: Manuel Perales

 Pero como digo es digno de resaltar que en aquellos tiempos de escasez y pobreza,  todavía más próximos a la España preindustrial que a la modernidad en la que ya se habían instalado algunas naciones de Europa, este humilde  hombre supiera aprovechar el caudal de un  pequeño venero y, a su vera, intentase subsistir  durante los años más duros de la postguerra. Sobre un frondoso linzazo de la cañada  levantó su pequeña casa  a donde marcho  con su esposa (hija de Narciso "Perniles") y con su madre, una mujer ya metida en años, ataviada de ropajes grises y negros como era la costumbre.Al parecer tuvo estas tierras arrendadas al médico marmolejeño José Perales Jurado, dueño del olivar que ocupaba la cañada, en donde varios años también este propietario  sembraba trigos y avenas aprovechando la anchura de las camadas.     Allí se encomendaron,  con mucho esfuerzo, al cultivo de  patatas, habas y melonares, etc, sacando tiempo, además, para  la elaboración de picones y la práctica de la caza de todo tipo de aves;  del conejo y de la liebre.

También se dedicaron a la recogida de las aceitunas y demás labores agrarias en las fincas de la loma de la Marquesa.  Entre los años de 1940 y 1960  muchas familias jornaleras pudieron asegurar, de esta manera, la comida diaria, que necesariamente debían de complementar con la ración de pan que cada dos o tres días se adquiría en las tahonas marmolejeñas. Otras veces el pan de trigo o de centeno, se cocía en pequeños hornos de piedra construidos junto a casillas y caserías. La mujer de Velasco era la encargada de acercarse hasta Marmolejo en busca de provisiones. Calzaba, dicen los que la conocieron,  unas humildes zapatillas de suelas de esparto  muy finas. Me contaron que Velasco solía  advertirla antes de partir,  ¡pues  el hambre era mucha!,  para que no le metiera pellizco alguno al pan durante el largo y escabroso camino que realizaba a través de la cuesta de María Giralda, cercana a la Huerta del Río . 

 

 Pero los tiempos empeoraron y Velasco, al igual que otras muchas familias trabajadoras del campo, haciéndose insostenible su frágil situación económica, debió de marchar a la emigración quedando allí, solitaria y triste, aquella porción de tierra donde el matrimonio mantuvo el sueño imposible  de una vida mejor. 
    Hoy día ha desaparecido el pequeño manantial de la cañada, rodeado hasta hace algunos años, de grandes higueras y tampoco perviven los perfectos bancales sobre los que se sembraron aquellos huertos de Velasco. La cañada, para triste desgracia, aparece irreconocible: erosionada y herida por un profundo regajo central  que en muchos de sus tramos hacia la Fresnadilla se hace difícil de sortear. 
   Aún así el pago de la Marquesa y Casillas del Marqués mantiene la huella del discurrir vital de aquellos antiguos moradores que, abandonados a su suerte, pero luchando día a día con dignidad y perseverancia, se resistieron a  claudicar frente a los envites de los años más duros de aquella larga postguerra.

Las Casillas del Peligro (o de Peligros):

 

  No muy distante de la cañada de Las Papas, en dirección hacia el Guadalquivir, se encontraba la casilla del Peligro, hoy en ruinas. Recibía este nombre por estar sobre una ladera escarpada en la orilla derecha del río Guadalquivir, aguas abajo de la casilla de Goyete, con vistas espectaculares sobre el pequeño desfiladero que por allí forma el río. En relación al nombre no descartamos la posibilidad de que en sus origenes fuese conocida como la casilla de “Peligros” en recuerdo de una antigua propietaria, vecina de Andújar, María de los Peligros Ruz y Serrano que ya hacia principios del diecinueve  disponía de  viñas en el pago de La Centenera y quien sabe si, también, en el pago de Cerrada. En ese caso, previsiblemente, el apelativo original de “Casilla de Peligros”, tuvo que evolucionar con los años hacia  “del Peligro”,  bastante adecuado, para el lugar escabroso y de difícil acceso, en que se disponían las dos casillas de la finca. 

   Estamos en el pago de Cerrada, cerca de la casería de la Fresnadilla y de las casillas de Torta y  del Marqués, dando vistas al pago de la Aragonesa que queda a la otra orilla del río. 

Casilla del Peligro. Foto: Manuel Perales

 

 El Guadalquivir desciende por aquí camino de Villa del Río a través de un hermoso valle flanqueado por los laderones de los Algarbes (aguas  abajo, a la derecha) y de Bretaña, a la izquierda. En su curso proliferan tramos de aguas rápidas como el lugar conocido como El Trafalgar en  el que podemos admirar un salto de agua de especial belleza producido por una falla  en el cauce del rio.   Entre el río y la ladera donde estaba la casilla, es decir a lo largo de la ribera derecha, discurría también un viejo camino que antaño usaban los pastores para trasladar sus ganados desde Marmolejo hacia tierras cordobesas.  No se disponen de datos relativos a la construcción de estas antiguas casas, sólidamente edificadas con sillares de piedra de azucareña, extraídas, de las mismas canteras de roca existentes en los escarpados laderones que dan al río.

De las dos viviendas solo queda una en semiruina: ambas eran de características similares, de una sola planta con cocina y dos pequeñas estancias que servían de dormitorios, siendo la principal la que daba espaldas al río Guadalquivir. Su fisonomía respondía al modelo de construcción empleada por los pequeños propietarios (viñeros y olivareros) del pago de Cerrada: pequeñas casas de dos o tres  habitaciones para vivir humildemente en estas bregosas parcelas,  solo  rentables económicamente si se empeñaban en ellas toda la familia.    El manantial cercano para proveerse de agua se situaba en el arroyo que proviene de la Cañada de las Papas y seguramente proveía de huerta a los sucesivos moradores que en diferentes épocas habitaron estos pagos. Hemos de destacar la profusión de higueras chumbas en la ladera sobre el Guadalquivir, que en su momento  tuvieron una función social gracias a la venta de los higos en las poblaciones de la comarca, particularmente en las ferias de Marmolejo y de Andújar donde habitualmente  concurrían los  jornaleros con sus canastas repletas de higos chumbos.

Casilla del Peligro. Foto: Manuel Perales

Teresa Garrido Molina (centro sentada), propietaria de la finca de “Casillas del Peligro”, en donde trabajaba para sacar adelante a sus tres hijos pequeños: Juan, Bartolomé y Manuel. Las jóvenes que le acompañan son sus hermanas Isabel (izquierda) y Ana María (derecha). Fuente: Doña Luisa Casado Majauelos, nieta de Teresa e hija de Juan Casado Garrido.

 Durante los años de la República y primeros de la Postguerra, la finca de Las casillas del Peligro  perteneció a  Teresa Garrido Molina que vivía allí con sus tres hijos, Juan, Bartolomé y Manuel Casado Garrido, aunque esta mujer también dispuso de casa en la calle Orti y Lara de Marmolejo. La vecindad con la casería de la Fresnadilla hizo que Teresa mantuviese buenas relaciones con el arrendatario Manuel Martínez Martínez y Elena Pérez Contreras, su esposa, costumbre habitual entre los residentes de estas caserías en donde se imponían conductas sociales de carácter solidario que ayudaban a paliar las penurias económicas en estos años de escasez  de alimentos. 

 En los primeros años de Postguerra, 1942-44, frecuentan esta zona el grupo de Los Jubiles, donde se encuentran de forma más estable los hermanos “Béjar”, Manuel y Mateo Alcalá Cabanillas, naturales de Bujalance pues Mateo se había ennoviado con Julia Martínez la mayor de las hijas del casero de La Fresnadilla. Teresa, mujer de principios solidarios, sabe que Mateo es un joven de ideas anarquistas perseguido por el franquismo, y ello la puede comprometer seriamente. Aún así ayuda a la celebración de la boda civil de la joven pareja en pleno campo, actuando como testigo de aquella ceremonia. A partir de ese momento su vida va a discurrir por los mismos derroteros de sufrimientos y penurias que la familia de Manuel y Elena. Esto es: el día 7 de enero de 1944 era detenida, junto a la familias del casero de La Fresnadilla, Manuel Martínez, “por haber favorecido a huidos rojos de la sierra” y tras sufrir cárcel en Sevilla, fue puesta en libertad a finales de 1946. 

 Pasado el tiempo, hacia final de la década de lo setenta, la casilla del Peligro fue adquirida por el matrimonio formado por  Francisco Castejón Peña y Adela Lara Casado, ambos naturales y vecinos de Marmolejo.  Francisco era jornalero del campo, de principios y afiliación comunistas. Su padre y un tio suyo habían pertenecido al Partido Comunista de España desde los años de la 2ª República. Trabajaba en lo que le salía, pero principalmente en el campo. En medio de una gran crisis económica en el pais y con cuatro pequeños a su cargo (tres niñas y un niño) Francisco y Adela decidieron buscar alivio a su situación y al igual que otras muchas familias marcharon para  trabajar en los campos de habicholillas de la zona de la Dordogne (Francia). Durante una década, entre 1979 a 1989, abandonaban su casa de las Vistillas entre los meses de junio a octubre. Con los ahorros obtenidos la familia Castejón-Lara  adquirió la casilla del Peligro y un olivar en Valhondillo, pensando así complementar  su renta familiar con estas parcelas de unos 600 olivos en pendiente, pero  bastante asequibles al presupuesto de una familia jornalera de entonces. Otros muchos marmolejeños emigrantes a Francia invirtieron sus ganancias adquiriendo igualmente olivares en la sierra. En definitiva mucho trabajo y mucha briega para hacer de aquellos escarpados terrenos  pequeños vergeles  donde, finalmente, viesen plasmados sus sueños de  convertirse en pequeños propietarios olivareros y tener garantizada esa deseada renta con la que encarrilar el futuro de los suyos. 
    Francisco y Adela son, pues, el paradigma de aquella generación de andaluces que pasaron los mejores años de su vida en el país vecino, vendimiando o recogiendo frutas o habicholillas; luego regresaban a sus pueblos y con sus merecidos ahorros invertían en pequeñas fincas de olivos y/o regadio;  acabaron arreglando sus humildes casas, dignificándolas y haciéndolas más cómodas  y  que duda cabe, le proporcionaron a sus hijos  un futuro mejor. 

Francisco Castejón Peña (1933-1992) y Adela Lara Casado (1934-2005). Fuente: Francisco Javier Castejón Lara.

La familia Castejón-Lara, en los campos de habicholillas franceses (principios de los ochenta). De izquierda a derecha: Adela Lara (madre); Francisca (hija pequeña), Manuela, María Dolores (la mayor, al fondo), Javier y Francisco Castejón (padre). Fuente: Francisco Javier Castejón Lara.

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