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La vida en el campo: La casería y molino

de la Marquesa

 


-Claudio Alchivet Lara-



Situada en el centro geográfico de la loma a la que le da nombre, esta  casería del olivar serrano dominaba no hace más de media centuria, con su singular silueta, el perfil del pago de Cerrada. La torre de su molino de viga se podía contemplar desde varios kilómetros a la redonda y el caserío, con sus paredes de tapial de cal y canto,  protegido por un peculiar muro almenado en la fachada de poniente, completaba la silueta de este emporio productivo de los primeros años de la explotación olivarera serrana. Aunque sus orígenes podrían situarse en las postrimerías del XVII, o comienzos del XVIII, ya en el XIX todos los testimonios aportados por antiguos marmolejeños apuntaban a los Condes de Villaverde la Alta como titulares de este dominio. El 30 de septiembre de 1899 el ayuntamiento de Marmolejo se dirigía  a  D. Agustín Brochetón, propietario en esas fechas   “preguntándole si le conviene vender el altar y retablo de la capilla que hay en la casa de la hacienda denominada La Marquesa” (1).

 Muro almenado de La Marquesa. Fuente: Manuel Perales Solís.

 Maqueta reconstrucción de La Marquesa por Robles.

 Se pretendía dotar de dicho mobiliario a la capilla del cementerio nuevo que se estaba terminando de construir en el pago de Ribera. También contamos con referencias de que la campana de la pequeña iglesia u oratorio que estaba frente a la fachada amurallada, fue donada por los condes para la espadaña de la ermita de Jesús en Marmolejo, templo al que habían ayudado en su restauración y adecentamiento en 1887.

Y es que previsiblemente para esa fecha los condes ya habrían dejado de utilizar  este impresionante recinto, momento a partir del cual debió de empezar su declive. Aún en los años de la postguerra sabemos que vivía en una de sus casillas situadas frente a la fachada almenada la familia de Pablo Rumaco, un jornalero empeñado en las labores de la finca según los testimonios de Francisco Zamora Buenafuente.

 La Marquesa y sus plantaciones de olivares pasaron posteriormente a propiedad de Catalina Navarro Parra “la Aviadora” probablemente a través de la herencia de su abuelo el arjonero José Domingo Navarro Salcedo personaje que acumuló en nuestro término municipal gran cantidad de patrimonio rústico en el pago de Cerrada.

  Muy próximo a la casería se encontraba el arroyo del mismo nombre con una alcobilla de cuyas aguas se alimentaba su cauce. Junto a la alcobilla un albercón servía para dar de beber a los animales y para proveer de caudal constante a unos huertos, que  en su día, estuvieron destinados a proveer las despensas de los antiguos señores, pero que a  la altura de 1930 lo explotaban en arrendamiento la familia del bailenense Claudio Alchivet Pozo.

Ramón Alchivet Rodríguez vivió de pequeño en los huertos de la Marquesa junto a su familia. Foto propiedad de su hijo Claudio Alchivet Lara.

Tomás Alchivet Rodríguez. Foto cedida por Claudio Alchivet Lara.

 Llegado a este punto considero interesante reproducir los apuntes facilitados por  uno de sus nietos, Claudio Alchivet Lara (2), sobre la vida de su familia en el arroyo de la Marquesa:

“La Marquesa en si se remonta a unos tiempos lejanos. Lo que es dudoso de confirmar es su construcción, aunque a lo largo de los años fue adquiriendo sucesivas ampliaciones y, por supuesto, mayor  capacidad de alojamiento. Últimamente y antes de su destrucción estaba dotada de viviendas y de una iglesia  que a la llegada de la familia Alchivet ya se encontraba semidestruida.

Las viviendas mencionadas estaban compuestas por la de los caseros, de los señores, o dueños de la finca, y también existían justo al otro lado del camino (frente al muro almenado), cuatro o cinco casillas llamadas con el nombre de casillas de los aceituneros. Estas casillas eran ocupadas durante el periodo de recolección por todos los miembros de cada familia de aceituneros. Parece ser que la ermita se encontraba alineada con este cuerpo de casillas.

La Marquesa tenía una pared que iba aislando el exterior con el interior y de ese modo quedaba como amurallada, habiendo dos puertas en todo este recinto que comunicaban la entrada y la salida. En este interior había molino para extraer el aceite, también un aljibe donde se estancaban las aguas de lluvia para uso en el molino y para los animales ya que en aquellos tiempos todos los trabajos de labranza, acarreos de aceitunas, etc., se hacían sobre animales de herradura. También había un pozo en el patio principal para consumo humano de manantial inagotable con un enorme brocal de constituido por una sola pieza de piedra azucareña.


  Cuando llegó la familia Alchivet hacia 1930, los dueños de la finca eran Doña Catalina Navarro Parra, “La aviadora” y su esposo don Juan Díaz Criado, y aún se encontraban unos caseros muy mayores de nombre Antonio y Dolores que vivían en una de las casilla
s de aceituneros.

Toman asentamiento en el arroyo de la Marquesa, un  terreno libre de olivar con agua procedente de una alcobilla. La familia estaba compuesta por el matrimonio, Claudio Alchivet Pozo y Ana Rodríguez Chicano y cuatro hijos: Ramón, José, Tomás y María. Claudio realizó la vivienda aprovechando unas paredes de piedra cogidas con algo de barro sobre las que puso una cubierta de monte y ramajes. Vivieron de las cosechas de aquel huerto en donde había frutales y hortalizas tanto de invierno como de verano que luego se vendían en Marmolejo. Cada vez que se cogían los productos de la huerta se llevaba la carga al pueblo sobre un mulo a través de la cuesta de María Giralda. El acceso a estos huertos se realizaba, una vez pasada la Marquesa, dirección hacia los Mártires, por un camino perfectamente pavimentado con losas y guija que fue realizado por Claudio y muy bien celebrado por el dueño de la finca  don Juan Díaz Criado.



Los  pequeños y adolescentes iban  a la escuela nocturna que había en la casería de Los Mártires, en la Dehesa Cerrada. Los niños salían de aquella escuela  a la caída de la tarde y emprendían sus juegos  con niños de otras casillas de la zona y con los que vivían en Los Mártires y el Cortijillo.

   Después de vivir en aquella huerta, la familia se ubicó en la Marquesa en la vivienda que ocupaban los caseros, dedicándose la familia a las tareas del olivar, siempre a cargo de los capataces de la Aviadora.
   Merece la pena que destaquemos los antiguos caminos que permitían la comunicación desde el pago de La Marquesa a otros lugares del término. Hablamos de trochas y veredas que antes eran utilizadas con bastante frecuencia. Uno de esos caminos era el veredón del Recoche que a través de la Huerta del Carmen, colaba por un vado existente en las isletas de Casas Nuevas y daba acceso a la Aragonesa y Villa del Río. Muchas bestias colaban por este vado.


   Hay un detalle curioso en aquella época de postguerra que era el intercambio de productos, es decir, el dinero en el mundo rural apenas si existía y escasamente se utilizaba para comprar los artículos de primera necesidad. Lo que se usaba era el sistema de trueque. Se cambiaban animales por granos o cereales y el grano por harina para hacer el pan quedándose el molinero además con una parte del grano en concepto de gastos de la molienda. Muchas veces la familia Alchivet utilizando este vado del río trasponían  a Villa del Río para  moler el grano. El pan lo hacían en hornos de leña que ellos mismos fabricaban a base de mampostería.

La religiosa María de la Paz Alchivet Rodríguez con el hábito de monja se crió en los Huertos de La Marquesa. Foto cedida por su sobrino Claudio Alchivet.

 Como era de esperar toda vieja casería tenía su narración fantástica: una vieja leyenda vinculaba a la Marquesa con un cura o fraile que a la caída de la tarde se hacía ver arrastrando unas cadenas por los alrededores y portando su cabeza sobre la mano, causando lógicamente el pánico entre los habitantes de aquellos pagos. Por eso durante muchos años después, la mayoría de las gentes de campo procuraban pasar por su puerta antes de que el sol cayese y los caseros de casillas y caserías  aledañas cerraban las puertas a cal y canto procurando salir lo menos posible. Dicen los más antiguos que por entonces se refugiaba en la Marquesa un conocido bandolero al que no interesaba, para nada,  el tránsito de  personas por la zona, por lo que de noche se disfrazaba para provocar el pánico de transeúntes y caminantes”(3).

Ambas fotografías se corresponden con el Paraje de la Huerta de La Marquesa. Fuente : Manuel Perales Solís

Próxima a la casería en dirección a la Dehesa Cerrada y el pago del Recoche, estaba la era de la Marquesa, donde se sacaban los cereales cosechados entre las anchas camadas de olivos, pues conviene recordar que las primeras plantaciones de olivos en la sierra adoptaron marcos muy anchos para hacer compatible varias cosechas. Es lo que se llamaron tierras de pan y aceite. Estos parajes conservaban,  hasta no hace muchos años, chaparros centenarios y frondosos lindazos de vegetación arbustiva que en algunos casos dieron nombre a los pedazos  de olivos, como el “cuarto del Lentisco” llamado así por el enorme lentisco que perduró entre la plantación de los olivos cerca de la Marquesa, o el “cuarto del Almendro” en las cercanas Casillas del Marqués.

Dibujo ilustrativo de la leyenda del fraile de La Marquesa. Fuente: Revista “Olivar Serrano” editada por la Asociación Cultural de Escalera y San Camilo de Lelis, año 2007.

El “cuarto” se constituyó en los comienzos de la explotación olivarera de la sierra en medida de superficie básica a la hora de hacer las plantaciones. Generalmente un cuarto consistía en una plantación de aproximadamente 250 plantas que se dejaban cercadas de lindes de vegetación autóctona  como lentiscos, aladiernos, juagarzos, romeros, madreselvas, labiérnagos, cantuesos, madroños, y tomillos.  Es decir se rozaba el monte de la superficie a plantar pero se respetaba el del perímetro de la explotación. En muchos casos estas lindes además fueron protegidas con una cerca de piedra, pues en los primeros años de plantación del olivar (finales del XVIII, principios del XIX) los jóvenes olivos convivieron con el cultivo de la viña y del cereal siendo por ello  necesario protegerlos de ciervos, jabalíes y zorros. También estas cercas impedían la entrada a animales de labor ajenos al propietario del olivar, situación que a menudo dio lugar a pleitos entre propietarios. Igualmente la vegetación de las lindes  proporcionaba anualmente leñas, picones para el invierno y bellotas para alimentar al marrano durante el otoño. En los terrenos con pronunciadas pendientes de la sierra, los cercados  cumplieron igualmente el doble cometido de contener la erosión de los suelos actuando de  bancales que permitieron retener los limos más fértiles para las nuevas plantaciones.
  Durante el tiempo en que los condes de Villaverde ostentaron la explotación de La Marquesa, sus aceites obtuvieron el reconocimiento tanto en Europa como en Latinoamérica, convirtiéndose Teodoro Martel, hacia 1889, en uno de los más afamados exportadores aceiteros de España, por la calidad de sus aceites, gran parte de ellos producidos en sus fincas de Marmolejo (4).

Notas y fuentes:

(1)Actas Capitulares del Ayuntamiento de Marmolejo. Sesión Plenaria del 30 de septiembre de 1899.
(2) Testimonio de Claudio Alchivet Lara, nieto de Claudio Alchivet Pozo y Ana Rodríguez Chicano.
(3) La referencia a esta leyenda la encontramos en la Hoja Semanal Informativa “Olivar Serrano”, editada por la Asociación Cultural de Escalera y San Camilo de Lelis en enero de 2007.
(4)”Diario Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos”; número 11931 de 21 de febrero de 1889. Fuente: Hemeroteca del Ministerio de Cultura. Madrid.

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