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Francisco Reina Aguilar: un niño estepeño en las trincheras de Marmolejo.
-Manuel Perales Solís-



Coincidiendo con el 75 aniversario del golpe de estado del general Franco cuya consecuencia inmediata sería el estallido de la Guerra Civil, se publicó en  agosto de 2011, en el diario digital de la Sierra Sur sevillana,   un interesante artículo sobre la experiencia vivida por el estepeño Francisco Reina Aguilar en aquellos duros años de contienda cuando aún era un niño de 10 años. El citado artículo de carácter biográfico, salido de la pluma de la joven periodista Remedios Camero (1),  tiene el  suficiente interés como para ser conocido por los marmolejos/as, ya que Francisco Reina pasaría parte de la guerra viviendo con su padre en una de las trincheras de nuestra localidad tras de haber sufrido un particular calvario hasta llegar al Frente de Marmolejo, en la frontera entre la España republicana y la sublevada.

  Hacia Estepa me dirigí a comienzos de octubre; bulliciosa capital de los mantecados y reino de la hojiblanca. La cercanía de la casa de Francisco a la fábrica de una de las principales marcas de dulces, impregnaba el aire de un agradable olor a mazapanes y alfajores recién horneados. Allí pude mantener una amena conversación con este hombre afable y sencillo, de aspecto bonachón, junto a la grata compañía de su hija Asunción y de su yerno, que nos atendieron con exquisita amabilidad y cortesía. A este encuentro, casualmente, se unió,  algo más tarde, uno de los nietos de Francisco, que regresaba de fin de semana de la capital hispalense donde, me dijo, trabajaba en la Consejería de Educación como ingeniero informático. Evidentemente todo un orgullo para este anciano de 85 años que ha podido experimentar como sus sufrimientos y sacrificios vividos,  tuvieron la justa recompensa de un futuro más digno y prometedor para los suyos.

El estepeño Francisco Reina Aguilar, de joven. Fuente: Asunción Reina

 El texto entrecomillado que sigue a continuación ha sido extraído del artículo de Remedios Camero, al que he añadido algunas aportaciones, en base a la conversación con Francisco y de mis investigaciones sobre el tema.

   “Cuando estalló la guerra (julio de 1936), la familia de Francisco se desplazó  a Málaga temiendo una pronta llegada de los nacionales a Estepa. Su padre Vicente Reina, trabajaba en el ayuntamiento republicano de Estepa, y su madre Brígida Aguilar, era costurera y cosía camisas para “los rojos”, al igual que otras muchas mujeres de la localidad; era una forma de ganarse unos ingresos”.
   Según su nieta Asunción,  Vicente Reina no era un hombre especialmente vinculado a partido político alguno, sino que obtuvo aquel trabajo  dada su condición de cabeza de familia con varios hijos a cargo y con una situación de absoluta necesidad por llevar unos ingresos a casa.   Tras la llegada a Málaga “Francisco Reina podría ser hoy uno de esos “niños de Rusia” que fueron enviados en barco por sus padres republicanos hasta aquel país huyendo de la guerra, porque había barcos cargando a estos niños en el puerto de Málaga, pero reconoce que no subió a ninguno porque le dio miedo. Cuenta que en Málaga vivían en el sótano de la fábrica de tabacos y que había gente evacuada por todas partes. Mucha gente en los refugios, en las calles, en las carreteras.
   Allí ha de vivir la toma de la ciudad por las tropas franquistas momentos de gran dramatismo para cuantos no profesaban simpatías con la causa del general Franco. Con la llegada del Cuerpo Expedicionario Italiano al mando de las tropas franquistas, en la ciudad cunde el pánico, por lo que las tropas republicanas y miles de civiles protagonizan una huida en masa hacia Almería por la carretera de la costa, una vía que no había sido cortada pero que estaba a merced de los bombardeos franquistas desde tierra, mar y aire. Se calcula que durante los varios días que duró este éxodo, más de cien mil personas pudieron desplazarse hasta la zona roja, y se sabe que durante el duro trayecto fueron duramente hostigados por la artillería de los buques nacionales Almirante Cervera, Baleares y Canarias, así como la fuerza aérea franquista. Varios miles de civiles murieron en este penoso capítulo que ha pasado a la historia como “la masacre de la carretera de Málaga-Almería. Estos acontecimientos ocurrieron entre el 17 de enero y el ocho de febrero de 1937.

 De todo ello tiene perfecta memoria Francisco Reina. Recuerda como si fuera ayer el bombardeo de la aviación contra puentes e incluso alcantarillas para cortar cualquier vía de escape y a la gente corriendo para ponerse a cubierto, así como a los barcos lanzando proyectiles desde la costa hacia la sierra de Málaga. En ese revuelo, en ese pánico, en esa huida de gente hacia todas partes y hacia ninguna, Francisco se perdió de sus padres, y al no saber qué hacer siguió andando, como hicieron miles de personas, hacia Almería, a donde llegó ocho días después tras recorrer a pie los 200 kilómetros que separan ambas capitales, en un viaje que, tal y como lo describe, hizo prácticamente llorando y contando a unos y otros que se había perdido, sin que nadie pudiera darle norte de dónde estaban sus padres y sin que nadie quisiera hacerse cargo de él”.



  Durante ese discurrir por campos abiertos, siempre con el mar de fondo, y avanzando  a la par que el resto de evacuados con una manta sobre su hombro y un palo de cañaduz, Francisco me refiere que sus zapatillas estaban ya desgastadas y cuando tocaba comer algo se agregaba junto a otras personas, evitando no causarles molestias, sólo para ver si buenamente podían darle algo que echarse a la boca y reponer sus debilitadas fuerzas. Un día encontró a su padrino, pero dadas las dramáticas circunstancias no quiso hacerse cargo de él. Una noche se acostó a dormir en la puerta de un cortijo junto a él pero cuando llegó el alba y despertó ya se  había marchado, quedando de nuevo en el más absoluto desamparo. Continuó su marcha siempre caminando en dirección a Almería con la ilusión  de volver a encontrar a sus padres.

 “Aunque Francisco confiesa que en aquellos inolvidables días pensó alguna vez que no volvería a ver más a sus padres, y cuenta también que supo años después que al caer la noche, su madre lo llamaba a voces pero la gente le mandaba callar porque nadie quería llamar la atención, ya que había mucho miedo. El ejército nacional, el día de la estampida, cortó la carretera de Málaga a Almería y su madre y hermanos quedaron del lado fascista, por lo que volvieron a Estepa cuando pudieron. Su padre, en cambio, logró continuar hacia Almería, aunque Francisco no lo sabía, y ambos llegaron a la capital almeriense con un día de diferencia.

Por suerte, al segundo día de llegar, Francisco vio gente de Estepa y se arrimó a ellos, los cuales dieron también con Vicente, su padre, y los pusieron por fin en contacto. Desde entonces, febrero de 1937, y hasta que acabó la guerra civil en abril del 39, Francisco estuvo con su padre en Almería, Marmolejo (Jaén) y Murcia. Su madre, mientras tanto, regresó a Estepa que ya estaba tomada por los nacionales, y se encontró su casa ocupada por otras personas, por lo que tuvo que irse a vivir con sus padres. Así fue durante un tiempo, hasta que Brígida decidió que volvía a su casa, que para eso era suya, estuviera ocupada o no. Finalmente, después de un tiempo conviviendo todos juntos, propios y extraños, la familia ocupante se hartó y se marchó y su legítima dueña pudo recuperar su hogar”.

Francisco Reina Aguilar en la actualidad.

Fuente: Quino Castro

Por su parte, Vicente fue llamado en Almería a filas en el ejército republicano, donde sirvió como soldado durante toda la guerra. Primero fue destinado al frente de Pozoblanco-Villanueva de Córdoba y hacia esta zona del Valle de los Pedroches se llevó a su hijo. Allí conocieron a un municipal que le ayudaba lo que podía llevándose a Francisco a comer a su casa. Recuerda como su padre no quería buscar compromisos pero este buen hombre le decía: “como tengo cinco hijos, uno más no se va a notar”. Luego, al cabo de unas semanas, una vez que aquel frente quedó estabilizado, la brigada de Vicente fue trasladada a Marmolejo donde la situación también había quedado relativamente tranquila tras la famosa “campaña de la aceituna” impulsada por el general Queipo de Llano, en su afán de avanzar hacia Jaén, por el Valle del Guadalquivir y la campiña norte, durante los últimos días de diciembre de 1936.  A partir de ese momento los hechos de guerra más dañinos en nuestra localidad se concretarían en los bombardeos con obuses del ejército sublevado desde Porcuna (Jaén) y los efectuados por la aviación franquista entre  1937 y  1938, con el resultado de varias personas fallecidas.



Cuando llegaron a Marmolejo (probablemente hacia el mes de marzo de 1937), el padre fue destinado a un puesto de vigilancia en unas trincheras. Francisco no recuerda bien el lugar; es lógico si pensamos que aún tenía 11 años recién cumplidos y para él era un terreno totalmente desconocido. Sí recuerda, con meridiana claridad, que desde la salida del pueblo,  por la carretera de Andújar, marcharon andando hacia un cortijo cercano a las trincheras en donde los soldados harían vida en sus horas de descanso.

Ruinas en viviendas de Marmolejo ocasionadas por los bombardeos del ejército de Franco durante la Guerra Civil.

Fuente: Diario Jaén de 8 de Julio de 1943.

El padre, temeroso de que no le dejasen entrar con un niño, le dijo a Francisco: “Tu te quedas aquí y cuando me veas llegar a aquel cortijo, al rato vas y te presentas”. Así lo hizo y sin ningún reparo el resto de milicianos lo aceptaron. A partir de ahí lo que vino fue una vida más o menos rutinaria y tranquila. “Francisco pasaba el día en las trincheras con su padre y los demás soldados, (según refiere, en número aproximado de 50), y sobra decir que allí era el único niño que había. Por eso mismo recuerda con una sonrisa “cuando repartían el rancho yo era el primero que comía”. Su padre le propuso en broma por aquellos días que si se quería volver a Estepa le hacía una bandera blanca atada a un palo para que él cruzara el campo en son de paz por si lo veía el enemigo, pero él aunque estaba deseando volver a su pueblo, dijo que no porque temía que el enemigo no tuviera en cuenta ni su edad, ni su bandera.
   De Marmolejo también recuerda una noche en que se metieron a dormir en un cortijo viejo y se cayó el techo de un apartamento donde dormían unos pocos, provocando aquel accidente la muerte de un soldado amigo de su padre y que también era de Estepa, y al que enterraron en la vecina Andújar”. 



Pero ¿en qué lugar estuvo ubicada esta trinchera en la que pasaron la guerra Francisco y su padre? Si tenemos en cuenta que Francisco refiere que desde las trincheras se divisaba perfectamente Andújar y el Santuario del Cabezo y que, incluso, muchos días se distraían viendo a lo lejos el avión de “Pepe el Tranquilo” (2)  tirarle  provisiones a las familias y guardia civiles  refugiados en el Santuario, tendríamos con cierta seguridad acotada la zona. Estaríamos hablando de las partes más elevadas del pago de Ahumada, punto geográfico donde se dan las dos circunstancias que Francisco recuerda con precisión  y, además, allí cerca, se encontraba y se encuentra, hoy día, el cortijo  de Ahumada, y no muy lejos se otea la carretera de Andújar, otro dato que Francisco recuerda con claridad por el trasiego de guardias civiles y soldados que, a menudo, pasaban por una carretera cercana.

  Pero en relación a la ubicación de este cortijo en donde habitaban los soldados, y cuya techumbre se hundió una noche, aún me surgen algunas dudas derivadas de las imprecisiones en los recuerdos del Francisco niño. Por ejemplo: dice, que el cortijo se veía desde Marmolejo y que tenía olivos cercanos; que él marchó solo desde la salida del pueblo hasta el cortijo cuando vio llegar a su padre. Ello implicaría la posibilidad de que se tratase del Molino Quemado, única casería, por estos años, cercana a Marmolejo en la dirección de Andújar y con olivos próximos, según los recuerdos de Francisco. Desde ahí, a la zona de trincheras habría un trecho de más de un kilómetro y medio, y  los soldados lo andarían previsiblemente a través de toda la loma de olivos conocida como del “Molino Quemado” para llegar hasta los altos de Ahumada, en donde empiezan ya a otearse con suficiente nitidez el Santuario y la ciudad de Andújar.

 He de apuntar que en Marmolejo existieron, además, otros puntos en los que se realizó vigilancia con soldados durante los años 1937 a 1939. Junto a esta trinchera  donde Francisco pasó su niñez, fundamentalmente encargada de controlar el acceso al pueblo desde la carretera de Andújar, destacaron igualmente otros puestos de vigilancia sobre el cerro San Cristóbal, altos de Ropero por fuente del Cuerno y cerro de Las Monjas, cuyo cometido consistió en controlar las posibles entradas de tropas enemigas a través del Valle del Guadalquivir. Finalmente se completaba el sistema defensivo republicano con la larga línea de  trincheras de casi dos kilómetros construida sobre el cauce del Guadalquivir, en su margen derecha, aguas  abajo de la huerta del Carmen, con vistas hacia la Aragonesa. Esta línea defensiva arrancaba desde las cumbres de los laderones de la casilla de Goyete, (donde aún se conserva un puesto de vigilancia para controlar el paso del río por el antiguo vado de la Huerta del Carmen), y continuaba por las laderas de los Algarbes, Boca del Río, para finalizar en los laderones del arroyo de los Caros, dando vistas al río Yeguas y al pago montoreño del Charco del Novillo.

Desde las trincheras de Los Algarbes se controlaba el tránsito de personas y tropas por el valle del Guadalquivir. A la derecha, foto de uno de los refugios excavados en las laderas de los Algarbes por el Batallón de Fortificaciones republicano.

Fuente: Manuel Perales.

 “Hacia 1938  el padre de Francisco pudo, al fin, escribir una carta a su mujer a través de la Cruz Roja, de manera que Brígida supo al fin que su marido y su hijo estaban vivos y juntos, ya que no había tenido noticias de ellos desde la estampida de Málaga. Probablemente hacia finales de ese año, licenciaron al padre y juntos marcharon a Murcia, ciudad que todavía estaba bajo mando republicano. Allí su padre se dedicó a la venta de productos que compraba en la huerta murciana mientras que él, ya con 12 años, hacía recados y ayudaba a la señora de la familia que los acogió desinteresadamente en su casa. Dolores Díaz Ayala y Antonio Martínez González eran los nombres de las dos personas que, generosamente, acogieron a nuestros dos protagonistas en su casa y para los que Francisco sólo tiene palabras de agradecimiento.

  Una vez finalizó la guerra, volvieron a Estepa en tren hasta La Roda de Andalucía. Su padre no tuvo miedo de volver, pero lo cierto es que nada más llegar, lo metieron preso un tiempo. Él que era ya un muchacho, escuchaba a los muchachos murmurar “ese es el rojillo, el que estaba perdido”, cuando lo veían pasar. Pero poco a poco las aguas fueron volviendo a su cauce, su padre salió de prisión y aunque nunca volvió a trabajar en el Ayuntamiento, se ganó la vida junto a su madre con un puesto en la plaza de Abastos de Estepa. Vicente y Brígida tuvieron dos hijos más, y la normalidad comenzó a recuperarse poco a poco”.

Notas:
(1) Artículo publicado el día 7 de agosto de 2011 en “El Digital de la Sierra Sur de Sevilla”, por Remedios Camero.
(2) Fue el mote con que era conocido en Marmolejo el aviador del ejército sublevado Carlos Haya. La provisión de alimentos y medicamentos (70 toneladas desde Córdoba y unas 80 desde Sevilla) a los guardias civiles y familiares refugiados en el Santuario del Cabezo (unas 1200 personas), se realizó por las tropas de Franco por el aire ya que por carretera era imposible debido al asedio de las tropas republicanas que pretendían forzar así la rendición de Cortés. Dada la imposibilidad, por otro lado, de usar paracaídas por la pequeñez del reducto a abastecer, se decidió utilizar dos técnicas: una, lanzarse en picado hacia el objetivo para aproximarse lo más posible, y otra la técnica del pavo para las provisiones más delicadas y de poco peso (medicamentos). Esta última técnica consistía en soltar pavos, a los que previamente se les habían atado las provisiones, desde la vertical del objetivo y con su frenético aleteo, que no les permitía volar pero si frenar la caída, aterrizar sin romper la carga. Además este curioso paracaídas también se podía comer. El aviador Carlos Haya fue uno de los que más servicios hizo de entre los 157 que se realizaron. Gracias a estos vuelos los sitiados aguantaron 9 meses, hasta el 1 de mayo de 1937 en que el Santuario fue tomado por las tropas republicanas. Fuente: Javier Sanz en “Historias de la Historia”. Esta misma técnica me fue ratificada por el marmolejeño Juan Martínez Cano, miliciano republicano presente en el asedio al Santuario.

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