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Recuerdos sobre Margarita Bugarín García "Doña Margot" (1883-1973)

 

-Manuel Perales Solís-

  De doña Margot tengo recuerdos de la infancia, unos bien asentados en mi memoria y otros, sin embargo,  algo confusos pues el primer contacto con esta vecina de la calle Maestro se producía cuando mi familia al completo se trasladaba a vivir,  frente a su casa,  en el año  de 1960. Yo tenía, en esa fecha, cuatro años y por tanto, de esos primeros momentos, las referencias son vagas e imprecisas en lo temporal.  Sin embargo a medida que avanzaba la década aparecen vivencias e imágenes  más afianzadas,  que son las que  intentaré transmitir, junto a otras pinceladas de su vida que me aportaron  personas que la trataron y que iré señalando a lo largo de estos párrafos. 


   A finales de 1963, el veintidós de noviembre, Albina Margarita marchó a Zaragoza con sus sobrinas Victoria y Emma, y la recuerdo como una mujer octogenaria que ya necesitaba de ayuda, pues empezaba a tener algunos problemas de salud propios de la edad, a pesar de su naturaleza fuerte ya que, raras veces, la vimos quejarse de alguna dolencia de importancia.  De hecho en aquella ciudad vivió todavía algunos años más. 
De la parte biográfica de su familia, ya aporté datos  en un artículo sobre su padre, Eugenio Bugarín Navarro, maestro de instrucción primaria, fallecido en Marmolejo el diez de diciembre de 1920, a la edad de ochenta años, en su domicilio de la calle Orti y Lara (1), según he podido constatar en su acta de defunción del Registro Civil de Marmolejo. En dicha certificación consta también que sus restos fueron enterrados en el cementerio de Santa Ana.  Posteriormente a la muerte de Eugenio,  su familia   adquirió una casa en  la calle  Divino Maestro  donde  Margot vivió hasta su marcha a Zaragoza. 


  Esta casa de la calle Maestro era  de fachada amplia, pero de una sola planta. Su interior denotaba, ya en estos años, cierto desaliño y decrepitud, como si en ella el tiempo se hubiera detenido. En su ambiente predominaba el olor a  sus gatos,  de los que gustaba rodearse habitualmente.  Estaba ubicada en la acera de los números pares,  en el solar que hoy ocupan los números 40 y 42. Recuerdo su disposición:  

 

A la derecha, con una ventana hacia la calle, una habitación tipo salón, donde estaba un piano de pared  y una gran mesa  ocupando el centro. Creo recordar algún armario aparador hacia el fondo de esta  estancia,  a la que se accedía por una puerta pegada a la del zaguán. Esta habitación era la de los “bichos embalsamados”,  que aparecían expuestos sobre una mesa central  y encima de  algún viejo arcón  y  sillas de madera de cierta calidad. La colección era impresionante, muy representativa de la fauna ibérica, con un ejemplar de cada especie: lechuza, lince, nutria, águila real, búho real, gato montés, etc.  

 

Y, seguramente,  muchos más que no recuerdo, pues la tenía  repleta de una gran variedad de ejemplares. Cuando dejaba abiertos los postigos hacia la calle, aquella habitación se convertía en  un auténtico espectáculo para los niños y niñas, pues tener la ocasión de ver, tan de cerca, aquellos animales montaraces, hemos de reconocer,  era todo un privilegio  en  años donde no existía televisión en casa.

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Eugenio Bugarín Navarro, padre de doña Margot, en el centro de la foto junto a sus alumnos. Fuente: Sonia  Carabantes González.

 Se conoce que pertenecerían a su padre, persona  de ideas sociales y políticas avanzadas  que, a buen seguro, la creó como recurso pedagógico con sus alumnos, o quizás por pura afición a la taxidermia que parece ser heredó doña Margot.  Una de las alumnas, asistente a su escuela nocturna, hacia la década de los cincuenta, María Lozano Ríos, refiere  que Doña Margot  manejaba  también magistralmente la técnica de la taxidermia, y muchas veces vio colgadas las pieles de los “bichos” en el patio de la casa, que luego ella embalsamaba , como si de procurarle  vida eterna se tratase. Este hecho me lleva a pensar que  pudo ser este oficio otro modo más de obtener algunos ingresos complementarios.


   Por su parte otro de sus alumnos en esa década, Alfonso Rodríguez Casado, asistió a la escuela de Margot cuando tenía unos  7 u 8 años, y recuerda como preparaba sus comidas y las guardaba en una tinajilla. También rememora el nido de golondrinas que había en el portal, y el revoleteo de sus inquilinos  para arrimar comida a los guacharros mientras transcurrían las clases, y de cómo los alumnos más traviesos se entretenían en molestar a las golondrinas con el natural enfado de doña Margot, que las consideraba como unas huéspedes muy  preciadas.
    La existencia del piano existente en el cuarto de los bichos sería otro signo  del  nivel cultural que debió de tener su familia; de hecho doña Margot era una mujer educada  y culta y, en extremo, cariñosa con los niños, a los que siempre nos transmitía valores de amor y de respeto hacia las personas y la naturaleza. Creo que, en todo momento, estuvo  muy por encima de la uniformidad cultural e ideológica imperante en estos años, a pesar de su humildad y discreción.  Su periplo, a lo largo de su juventud, por localidades del Campo de Gibraltar (San  Roque, Arcos y Algeciras), mucho más permeables a las influencias de otras culturas, en donde su padre se vio obligado a ejercer la docencia tras su obligado “exilio político” de Alburquerque, tuvo que influir necesariamente en su talante tolerante y liberal.


   Este piano del cuarto de los “bichos” perteneció a su padre pero no recuerdo ver a doña Margot tocarlo en nuestra presencia, ni escuchar sus notas desde mi casa en ningún momento del día. Sin embargo sí que lo hicieron en su juventud,  sus sobrinas Victoria y Emma con la ayuda de una profesora particular, según el testimonio de Antonio Carabantes, hijo de Emma.

Cuando el padre de Margot fallece, la familia sobrevive con la pensión de maestro y probablemente de algún patrimonio heredado de los abuelos, pues la condición de militar de alta graduación del abuelo paterno, hace pensar que en años anteriores, la familia hubo de disponer de mayores recursos, ya que muchos de los objetos y cosas que había en aquella casa, reflejaban un cierto nivel económico que, desde luego, había mermado ostensiblemente en el tiempo que compartimos vecindad. Creo que sus muñecas, y especialmente “La Pepona”, guardadas en una alacena bajo las escaleras, simbolizaban para ella esa infancia pasada, en la que tuvo que ser una niña muy feliz en su Alburquerque natal.

Por estos años que relato, doña Margot ronda ya los ochenta pero aún sobrevive, de forma muy austera, con la escuela que mantiene, desde los años veinte, en el portal de su casa, donde acuden niños de familias de muy bajos recursos y muchachos trabajadores después de su jornada laboral en el campo, que aspiran a dominar las reglas básicas de la gramática y de la aritmética antes de irse a servir a la Patria. De vez en cuando, acoge también a alguna muchacha, en la edad de la adolescencia, como la referida María Lozano, que la recuerda por su afán de enseñarle a leer y escribir correctamente.

Esta vocación docente, le viene, indudablemente, de su padre que ya, desde los años de maestro en Alburquerque, mantenía clases nocturnas de manera altruista, para los hijos de los jornaleros de las dehesas y de los obreros de las fábricas del corcho. Doña Margot, sin embargo, aunque sus clases eran muy económicas, las debía de cobrar, a veces, casi a diario, para poder subsistir, sobre todo en los momentos más duros de la Posguerra. A sus alumnos los sentaba en torno a una amplia mesa camilla colocada en el centro del portal, justo en el eje que formaba la puerta de la calle con la de acceso al patio (ésta tenía cristales, con postigos de madera).

Continuando con la distribución de aquella casa, a mano izquierda, también con ventana hacia la calle, había una habitación, de cierto aire decimonónico, con cama de matrimonio, que debió de ser la de sus padres, pues no la usaba como dormitorio. Era como el cuarto de invitados (con cortinajes de época en las ventanas), donde se hospedaban los miembros de la familia cuando venían a visitarla. Principalmente, su sobrino-nieto Eugenio, hijo de su sobrina Emma. Se trataba de un joven apuesto, muy sociable y simpático; solía venir muy a menudo por mi casa. A mi hermana le decía en plan de broma: “Si fueras más mayor, me casaba contigo”. Siempre estaba de guasa con los chinches de la cama donde dormía, a los que culpaba de pasar las noches en vela.

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Albina Margarina Bugarín, “doña Margot” (Alburquerque, 1883-Zaragoza, 1973). Fuente: Sonia Carabantes González

  Emma, su madre, contrajo matrimonio durante la Guerra Civil en Marmolejo  con Pedro  Pablo Carabantes  Jiménez, joven carabinero  republicano que se encontraba destacado  en la localidad. En Marmolejo les nacería su primer hijo Eugenio. También por esas fechas y tras la ruptura del frente republicano, a principios de abril del 39, marchan hacia Cella (Teruel) de donde era natural Pedro Pablo para emplearse allí como panadero.  


  Según consta en el Expediente nº 460 del Tribunal de Responsabilidades Políticas de Zaragoza del año de 1939, su militancia sindical en la CNT y su compromiso Republicano durante la contienda, le valdría ser detenido en Cella.  Es sometido a juicio sumarísimo y condenado a 20 años de prisión en junio de 1939. De ellos solo cumpliría seis, al salir en libertad condicional, gracias a la mediación de Adolfo Lanzuela,  lego del colegio de La Salle de Zaragoza. Tras su excarcelación marcha de nuevo a Cella donde habían quedado su esposa e hijo, y allí residen hasta  el comienzo de los cincuenta en que la familia se traslada a Zaragoza  donde el padre se emplea  como obrero de la construcción. Para entonces ya les ha nacido en Cella, el segundo hijo, Antonio, que en esos momentos cuenta con unos cuatro años de edad.  

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De pie, Victoria (izquierda) y Emma (derecha). Sobre el  caballo, Antonio Carabantes  y sobre la bicicleta, Eugenio, hermano mayor de Antonio. Fuente: Sonia Carabantes González.

 Tanto Emma como Victoria, que no tuvo descendencia,  eran  hijas de Juana,  hermana de Doña Margot;  vivieron su infancia y juventud en Marmolejo donde tuvieron sus amistades y sus primeros novios. En el caso concreto de Victoria,  mi madre nos contaba que mantuvo  relaciones formales de noviazgo con un primo hermano suyo, Pedro Relaño Robles.


   Juana, la madre, nacida al igual que Margot, en Alburquerque, había  contraído matrimonio con Cristóbal Carretero García, natural de Ohanes (Almería),  viudo, con una hija llamada Amelia,  de un anterior matrimonio. El matrimonio se conoció en Algeciras, donde nació, que sepamos, Emma.  Marcharon a Zaragoza cuando Cristóbal, agente de seguros, hubo de hacerse cargo de la dirección de la compañía “Patria Hispania” en aquella ciudad.


  En el centro mismo del primer cuerpo de la casa de doña Margot, se encontraba el portal, donde ella  impartía sus clases nocturnas. Recuerdo verla sentada en los inviernos presidiendo una gran mesa camilla alumbrada con una pobre bombilla y calentada con un buen brasero de picón. Este portal contaba con unos pollos de obra, adosados a la pared, donde se sentaban  también algunos alumnos en los turnos más numerosos de la noche.

   Detrás de la maestra,  la puerta del patio, por lo que, Margot  se situaba con vista frontal hacia la puerta del zaguán con un peculiar babi con el que impartía sus enseñanzas. En tiempo de verano,  las puertas de par en par para que corriera la brisa, viéndose, casi al completo, aquella peculiar escuela  desde la calle. A su izquierda colocaba una pequeña hornilla de acero, alimentada de carbón de encina, en la que preparaba su cena (habitualmente una sopa, papas fritas o arroz,) al tiempo que atendía a los educandos. Otras noches la veíamos  hacerse  una tortilla, freírse un huevo  o algunas rodajas de salchichón, uno de sus manjares preferidos.


    Era  la suya, una enseñanza sencilla basada fundamentalmente en la caligrafía, el abecedario, la lectura y la aritmética más básica. La caligrafía del día la escribía siempre con pluma de tintero y la repetía hasta la saciedad hasta que el alumno  alcanzaba la perfección. Gustaba emplear palabras de varias sílabas, entre ellas, la más usada, el nombre de su pueblo: Alburquerque.  Recuerdo que siempre lo estaba refiriendo.- ¿A ver si sabéis escribir correctamente Alburquerque?, nos decía. 

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Eugenio Carabantes, sobrino-nieto de doña Margot, en el patio de la casa de la calle Maestro, junto a un gato montés, embalsamado de la colección de doña Margot. El reloj que cuelga de su camisa perteneció al abuelo paterno de doña Margot, Eugenio Bugarín Ocampo, comandante de Infantería y consejero de la reina Isabel II.  Fue un regalo de la reina en agradecimiento a sus servicios. Fuente: Sonia Carabantes González.

  A la derecha del portal ascendía una escalera hacia la camarilla y debajo de esta escalera, había una habitación oscura  donde guardaba sus juguetes y objetos más  preciados, entre ellos, su muñeca “Pepona” que nos enseñaba  siempre que podía, para deleite de la chiquillería.  Su habitación quedaba a la izquierda del portal, aunque no recuerdo haber entrado nunca en ella. Tras este cuerpo, se encontraba un hermoso patio  y finalmente un corral (con un pequeño cuarto donde tenía el picón y el carbón) separado del patio por un muro rematado de teja  moruna.
Completaban las estancias de la casa una habitación con escasos muebles (tan solo recuerdo un viejo filtro de agua en un rincón) de donde partía la escalera hacia la camarilla y, a continuación, la cocina, con puerta hacia el patio, que contaba con un pollo de hornillos para carbón; más al fondo, otra pequeña cocina con chimenea de leña.

  A medida que voy relatando, otros recuerdos se amontonan. Por ejemplo  su imagen inconfundible cuando venía de comprar, si era invierno, siempre son su abrigo rojo, con solapa negra, y unas botas katiuskas blancas; su tez trigueña;  su pelo blanco nieve,  algo enmarañado; sus gafas  y su andar pausado.  Si era verano, con vestidos   más alegres de lo habitual, con  faldas  de volantes; nada de lutos, ni de grises oscuros, y eso que su edad ya rondaba las ochenta primaveras.   Venía,  con su cesta, andando lentamente por la calle Maestro, y cuando llegaba a la altura de nuestra casa gustaba cruzar para hablar con mi madre, Angelina. Otras veces se detenía para cumplir con las vecinas o vecinos más cercanos: Dolores, la “Jardinera” y su esposo José Robles “Garrido”; Juana, la de José “Rivillón”; Rafaela  la de “Cancán”; Mariana, nuestra vecina de la izquierda, mujer pequeñita, casada con Victoriano (éste padecía una sordera  extrema y  gastaba boina); Teresa Nieves, María Ortega y su esposo Juan Robles, padres  de “Los Garríos” (Pepe, Antonio, Juan y Capilla)…, gentes  entrañables, sencillas y buenas de las que quedan recuerdos agradables en tu memoria. Con todas se llevaba bien doña Margot y siempre se profesaron aprecio mutuo, hasta  que marchó a Zaragoza.  Ese día, no faltó nadie de la calle para abrazarla y despedirla. La vinieron a recoger su sobrina Victoria; su esposo Agustín y Antonio Carabantes, hijo de Emma.

Por cierto, me viene a la memoria que cuando salía a la calle con su cesto de la compra, lucía también un gorrito, tipo “Belle Époque”, con bastante estilo y bien maquillada, al gusto de los años 20. Seguramente la huella que en ella dejó la etapa de su juventud, hubo de ser determinante. Está claro que su aspecto, denotaba modernidad, a pesar de los esfuerzos de aquella dictadura por volvernos a una estética y costumbres más cercanas al Antiguo Régimen que al siglo XX.

¡Cuántas noches, después de terminar sus clases, se venía a nuestra casa para hablar con mi madre y contarnos cuentos e historias de su vida y de su pueblo!, y ¡cuántas veces ayudó a mi madre en la ardua tarea de convencer a mi hermano pequeño para que comiese! Ella, con su habilidad y maña, finalmente conseguía que el plato de sopa o el vaso de leche con “Cola-cao” quedaran bien apurados… ¡En muchísimas ocasiones, mientras comíamos, nos persuadió para no hacerle pasar un berrinche a mi madre, si algún plato no era de nuestro agrado! y ¡cuántas veces nos convenció de la necesidad de apreciar el trabajo que nuestros padres hacían por nosotros! ¡De cuántos sopapos nos librábamos, gracias a su mediación!

  Es probable   que doña Margot viera  en nosotros  los nietos que no pudo tener y por eso nos trató con tanto cariño. Al fin y al cabo éramos  los guarines más inmediatos de su entorno vital.   En realidad, para  mis hermanos y yo, fue como una segunda abuela, pero una abuela con aspecto y maneras de “hada madrina protectora” que, con su ojos pequeñitos, nos aportaba cosas diferentes, yo diría que algo mágicas, al resto de personas conocidas en nuestra, hasta entonces, corta existencia. Eso  la hacía ciertamente atractiva.   Esta personalidad cargada de bondad pero curtida por la inteligencia y una cultura liberal, exenta de supersticiones  y de excesivos tabúes religiosos,  era lo que la convertía, no diría que en una persona rara, pues el pueblo  estuvo  acostumbrado, gracias al tirón del Balneario, a convivir y recibir  a personajes de todo tipo de diferente clase y condición, sino en la nota discordante, de manera muy consciente, con el resto de la uniformidad  imperante, en aquella  sociedad  lastrada por el  declive cultural y económico  al  que condujo la dictadura y el pensamiento único ultracatólico de la Posguerra. Su propio nombre de pila Albina-Margarita, nos trae evocaciones de ese ambiente laico y liberal que debió de impregnar la zaga de los Bugarín.  

Refiere Cristina Salad (sobrina-biznieta de Marciana Duque Serrano, cuñada de doña Margot, casada con su hermano Luis Bugarín) que su abuela, Carmen Duque Berral le contaba  que un viernes Santo  de finales de los años 50, doña Margot, se presentó en los oficios religiosos  con su habitual abrigo rojo y sus botines blancos, provocando el consiguiente estupor entre los asistentes.  ¿Desafío subversivo  para los más puritanos/as de la época? o ¿pura ingenuidad y autenticidad? Yo diría que lo segundo. Aun así, gracias a una personalidad desnuda de toda hipocresía y maledicencia,  curtida en otras ideas y culturas más cosmopolitas, los pequeños  parecíamos percibir las virtudes de otros modos y maneras de afrontar la vida; en definitiva reconocíamos  influencias totalmente positivas, que, mira tú por donde,  nos dejarían una huella imborrable y nos aportaron  en aquellos  años tempranos de la infancia momentos de indudable felicidad.  Una vez en Zaragoza, en la vivienda de su sobrina Victoria (un piso alto sin ascensor), seguía echando de menos a Marmolejo donde siempre quiso volver, según el testimonio de su sobrino-nieto, Antonio Carabantes, al que le decía: “Te dejo todo lo que tengo, si te vienes conmigo a vivir a Marmolejo”.
  “Doña Margot”,  extremeña,  nacida en Alburquerque (Badajoz)  el  dos de junio de 1883, dejó de existir  en Zaragoza, en la calle Fray Luis Urbano, nº 32, el veintidós de julio de 1973, a la edad de 90 años.   Nuestro recuerdo es el mejor de los homenajes.

Notas:
(1)  La estancia en la casa de la calle Orti y Lara (años después del practicante Juan Perales Padilla) debió de producirse en régimen de arrendamiento.

 

Fuentes y Bibliografía:
-Registro Civil de Zaragoza: Certificado de defunción de Albina-Margarita Bugarín García. Tomo 17, página 7, sección tercera.
-Registro Civil de Alburquerque: Certificado de nacimiento de Luis Bugarín García. Tomo 66, página 246 vuelta, sección primera.
-Registro Civil de Marmolejo: Certificado de defunción de Federico Bugarín García. Tomo 51, folio 156 vuelta, sección tercera. Igualmente, certificado de defunción de Eugenio Bugarín Navarro, padre de doña Margot. Tomo 47, página 123, sección 3ª.
-Archivo Histórico Provincial de Teruel: “Responsabilidades Política, Tribunal Regional de Zaragoza”. Expediente 460 de Cella (Teruel). Documento: Sentencia de 23 de junio de 1939.
-Archivo Parroquial de Cella: partida de Bautismo de Antonio Carabantes Carretero, nacido el 10 de mayo de 1947.
-“La Correspondencia de España”, de fecha 22 de agosto de 1864.
-Suplemento de “La Escuela Moderna”.  Madrid, 26 de marzo de 1921.
-“La Región Extremeña”, Diario Republicano, editado en Badajoz (varios números). Año 1892.
-La Coalición”, periódico republicano-progresista de Badajoz. Fecha: 10 de abril de 1906.
-“El Campo de Gibraltar”, diario liberal independiente. Algeciras, 11 de marzo de 1916.
-“El Pacense”, revista de enseñanza” (varios números). Badajoz, 5 de julio de 1892.
-Sánchez Marroyo, Fernando: “Compromiso ético y lucha política: Joaquín Sama y el republicanismo pacense”. Trabajo publicado en “Joaquín Sama y la Institución Libre de Enseñanza”. Mérida 1997. ISBN: 84-7671-408-4. Depósito Legal: BA-317-1997
-Baumeister, Martin: “Campesinos sin tierra: supervivencia y resistencia en Extremadura (1880-1923). Serie Estudios: Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Diputación de Badajoz. Traducido por Joaquín Abellán. Serie Estudios nº 132. Año 1996.
-Aportaciones de Cristina Salad García de Vinuesa, basadas en los recuerdos de su abuela Carmen Duque Berral, sobrina-política de Luis Bugarín García, hermano de doña Margot.
-Testimonios de María Lozano Ríos, alumna de doña Margot.
-Testimonio de Alfonso Rodríguez Casado.
-Testimonios de Capilla Robles Ortega, vecina de doña Margot.
-Testimonios de mi hermana Natividad Perales Solís, a la que recurrí para contrastar algunos de los recuerdos y despejar dudas  sobre las vivencias de aquellos años.
-Agradecimiento  a  Sonia Carabantes González, hija de Antonio Carabantes,  y sobrina-biznieta de Doña Margot, quien me ha facilitado interesantes datos sobre su vida y las fotografías que ilustran este artículo. Entre las pertenecías de doña Margot, Sonia y su hermana, conservan un mantón de manila negro, un broche de racimo y una cajita pequeña.

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