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Carta de Don Antonio de Aguilera y Aguilera

-Manuel Perales Solís-

 

En el “Semanario de Agricultura y Artes”, dirigido a los párrocos, salía publicada el jueves 29 de diciembre de 1803, una interesante carta escrita por Antonio Aguilera y Aguilera, que a continuación reproducimos. En ella daba cuenta del problema de la oruga del olivo en nuestra comarca y de la oruga de la vid, en el pago de La Centenera:  

Carta sobre las orugas:

 

Señores editores: no es posible numerar las especies que hay de orugas; pero no dañan igualmente á todas las plantas, pues hay muchas que se alimentan exclusivamente de algunas sin causar perjucio á las demás. En la planta ó árbol en que cada especie encuentra el nutrimento que la conviene, pone sus huevecillos para sacar su cria, y por eso cuidan los inteligentes de despampanar, de descortezar, de raer y aun de bañar el tronco y ramas con algunos ácidos, en aquellas plantas que pueden sufrir este remedio; pero como con poca semilla que quede del insecto basta para propagar su especie, sucede que muchos abandonan este remedio porque se persuaden de que es el mal superior á sus desvelos.

La oliva es acaso el árbol en que causa mas daños cierta especie de oruga, que devora los ramos tiernos donde lleva el fruto. Es tan pequeña dicha oruga, que acaso será imperceptible su cresa, ni puedo descubrir el gusano, y solo diré que la mariposa es blanca y semejante a la que sale de la cebada. En los pueblos en que hay la prudente precaución de podar las olivas de tres en tres años casi no se conoce la oruga, porque este insecto necesita á mi ver de cáscaras secas y reviejas para anidar y vivificarse. Los hacendados andaluces estan tan persuadidos de esta verdad que luego que se seca alguna rama, mandan quemar hasta la mas pequeña hoja que queda separada del árbol, como que saben con evidencia que quando se va poniendo pajiza, se anida entre las cáscaras y la madera un gusanillo imperceptible que taladra el tronco ó rama por todas partes cubriendo la tierra de un aserrin blanco: de allí á pocos dias vuela convertido en mariposa á la cima del árbol, y devora los tallos mas tiernos y fructíferos. Ni se contentan con esta precaucion, sino es que abren las cañas de las olivas, y arrancan con instrumento bien afilado todo lo que hay seco ó corroido en donde pueda anidarse la palomilla. Estas precauciones se toman en Andújar, Marmolejo y Montoro para evitar la palomilla que tan grandes males causa en sus hermosos y bien cultivados olivares. Apesar de todas ellas he visto destrozados muchos pagos en Andalucía de los inmediatos á las poblaciones, no obstante que son los más abonados y de mejor calidad de tierra. Los inteligentes atribuyen esta calamidad á las enormes hacinas de leña de oliva que los hacendados tienen en sus casas; y yo he notado que los únicos pagos que sufren este contagio son los que caen hacia el oriente, sin duda porque la palomilla vuela con mas facilidad con el viento abrego, el mas fuerte y constante en aquel pais.

Ermita de San José en la Centenera, centro neurálgico de este pago serrano de gran tradición vitivinícola. Foto: Manuel Perales Solís.

Tambien tiene la encina su oruga favorita que causa mas ó menos daño, según los hombres y las estaciones favorecen ó detienen su propagación. Igualmente se hallan sus ramas secas, taladradas y cubiertas de aserrin. Nuestro Herrera conoció este insecto y no dá contra él remedio alguno, y a mi solo me ocurre que se pudiera disminuir el daño, limpiando con frecuencia las encinas de las ramas secas, separando de ellas la leña y quemándola quanto antes.

 

Oruga de la vid: el destrozo que hace muchos años en el pago de la Centenera, término de la villa de Marmolejo, un insecto llamado allí el revolvedor, me ha exitado á hacer sobre él mis pobres reflexiones. Le dan este nombre porque al brotar los tallos tiernos de la vied los envuelve con los ramicitos, y se secan y pierden sin remedio. Los naturales despampanan, y descortezan las cepas y sarmientos, quitando lo reviejo con instrumento cortante y aun ha habido alguno que ha arrancado la cepa contagiada; pero todo en vano, pues cada año va encastando y propagando mas el revolvedor. 

Yo he leido en Virgilio que el mejor cultivador es el que vendimia mas tarde y quema los sarmientos mas pronto: máxima que comparada con la que se sigue en Andalucía de quemar las ramas que en cualquier tiempo se separan de la oliva, me hace sospechar si sería conducente quemar los sarmientos luego que se efectúa la poda, aunque no se mas que para disminuir en ellos las orugas ó semilla de ellas que conserven. Lo cierto es que con motivo de estar dicho pago cercado de bosque, no se hace aprecio de los sarmientos como combustible, y solo sirven para reparar y fortificar las vallas. Y es muy de notar que á las cepas que estan cerca de las casas jamas llega el revolvedor, lo que procede en mi concepto de que los sarmientos de aquellas se queman como que estan á mano; y cuando no, porque dichas cepas estan distantes de los vallados en que se hacinan todas las del majuelo. Los naturales dicen que el estiercol es la causa de no contagiarse; pero lo cierto es que no se estercolan, y que puede ser muy corto el influxo de un estercolero pequeño y á mucha distancia de las vides. En el sarmiento me aseguran que se halla el aserrin y demas indicios que he dicho de la oliva y la encina, y así hay fundamento para creer que los resultados serán iguales.

 

Yo he hecho instancias á algunos hacendados para quemen los sarmientos y hojas secas que caen al pie; pero no he conseguido nada porque responden que si los demas no hacen lo mismo será perder el tiempo.

 

Voy á concluir esta carta con la noticia siguiente. Manuel Romero, labrador pobre de Marmolejo, quiso utilizar un terreno que tenia en una pendiente cubierta de mucha piedra menuda, sacando ésta hacia el arroyo en un carrito de que tiraba una burra; pero como ésta no tenia fuerza para sostener el peso del carro cargado al ir cuesta abaxo, ató á éste un arado que hincaba mas ó menos según lo arrastraba con mayor o menor fuerza el peso del carro, y de esta suerte despedregó su campo con facilidad, y lo labró al mismo tiempo”.

Probablemente el tal Antonio Aguilera conociese la zona de la Centenera a través de familiares cercanos o bien, incluso, pudo ostentar algunas posesiones en nuestro término municipal. Curiosamente el apellido Aguilera aparece asociado en los años finales del dieciocho y principios del diecinueve a diferentes lugares del pago de Cerrada y de la propia Centenera. Sabemos que el 15 de enero de 1808, Bartolomé José de Aguilera y Armijo, compraba una viña en la Centenera a María de los Peligros Ruz y Serrano, vecina de Andújar, con casa, bodega y vasos que estaba compuesta de cinco aranzadas y media, por el valor de 2057 reales de vellón. Años después, en 1817, el presbítero Bartolomé de Aguilera y Aguirre, adquiría unos injertos en la Umbría de los Negros, pago de La Cerrada, seguramente por poseer ya alguna propiedad de mayor importancia en la zona conocida, precisamente, por “Aguilera”, próxima a ese lugar.  

 La explotación vitivinícola tuvo un papel testimonial en el término municipal de Marmolejo a comienzos del XIX. Sólamente estaba presente en La Centenera y en algunos predios esparcidos por el pago de La Cerrada donde los viejos viñedos, ya en clara recesión, empezaban a sufrir la competencia de las nuevas plantaciones de olivares. 

Cumbres de la Centenera desde el Baldío. Foto: Manuel Perales

En ese sentido aún nos perdura como recuerdo de aquella actividad, los nombres de diferentes lugares del pago de Cerrada, encomendados al cultivo de la viña, entre ellos: “La viña de Cañete”, en la zona de La Romera; “Viñuela de Godoy”, en la Herradura; “Arroyo de Las Cavas”, junto al rio Yegüas, etc.

El vino producido era fundamentalmente para el consumo local y el cosechero más importante fue Francisco de Paula Arévalo titular de “Bodegas Arévalo”, de donde se surtían de vino blanco los distintos puestos de venta de la localidad.

Son frecuentes en los protocolos notariales el registro de compraventas de viñas en la Centenera en estos años de comienzos de siglo diecinueve. En junio de 1817, “doña Andrea Valenzuela Gutiérrez, viuda de José del Caño, vendía un viña de 8 aranzadas con casa, bodega y vasos, rodeada de otras viñas”. También en enero de 1818 se vendía una viña propiedad de doña María Pelayo compuesta por 6 aranzadas y cuarta, con bodega, a favor de D. Vicente Luque.

 En el caso de los arrendamientos de viñedos, conocemos un modelo de contrato “tipo” de los que se concertaron en esos años. Concretamente el que realizaron el vecino Miguel de Lorite a favor de don Andrés Ruiz Sánchez, vecino de Andújar el 24 de marzo de 1818. Dice así: “Que en pago de la Centenera de este término, tiene y posee una viña compuesta de 15 aranzadas y cuarta, con casa, bodega y vasos. Este arrendamiento se celebra por espacio de cinco años. El Andrés Ruiz ha de satisfacer al otorgante en cada uno de los cinco años 750 reales y además una carga de ubas de 8 arrobas, o su valor en caso de que no se produzca ninguna, poniendo todo de su cuenta y riesgo en casa y poder del otorgante en esta forma: los 750 reales de la primera paga, en primer día de Pascua de Resurrección del año próximo de 1819, y la carga de ubas, o su valor, el día 20 de octubre del mismo año, observando lo mismo los años siguientes hasta la extinción del contrato”.

 

Es lógico pensar, por tanto, que una de las preocupaciones más corrientes entre los agricultores de nuestra comarca fueran las plagas que periódicamente sufrían sus viñedos y olivares, contratiempos con gran incidencia en sus castigadas economías y a los que se le intentaba dar soluciones desde instituciones como la iglesia católica que ejercía, por estas fechas, gran capacidad de influencia en el medio rural a través de sus párrocos y presbíteros.

 

 

Fuentes y Bibliografía:

Archivo Histórico Provincial de Jaén. Sección: Protocolos Notariales. Años 1800 a 1818

Ayuntamiento de Marmolejo: Actas Capitulares, año 1836.

(*) Se ha respetado íntegramente la ortografía del texto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Portada del Semanario “Agricultura y Artes”. Fuente: Biblioteca Nacional.

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