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Cortijos de la campiña: Santa Cecilia

-Manuel Perales Solís-

 

   Una parte importante del término municipal de Marmolejo, lo constituye su campiña, franja de terreno comprendida entre las vegas del Guadalquivir y la línea fronteriza limítrofe, de este a oeste, con los términos municipales de Andújar, Arjonilla, Arjona y Lopera. Toda ella se manifiesta bajo la característica común del predominio de los terrenos calizo-arcillosos con tonalidades de suelos que oscilan  entre el  pardo oscuro y blanquecino, aunque en las zonas cercanas al Guadalquivir, como ocurre en la Aragonesa, se extiendan espacios de suelos rojizos con componentes areniscos similares a los de la sierra. 

   Antes de generalizarse el cultivo de olivar  a partir del último cuarto  del siglo XX, nuestra campiña se diferenciaba nítidamente del paisaje serrano por el predominio de los cultivos de  cereales y  leguminosas, alternando en ocasiones con melonares de secano, siendo escasa todavía la presencia de olivos centenarios que quedaba limitada fundamentalmente a los pagos de Las Calañas, Camino del Cerro, Valdivia o La Aragonesa. Aún así  muchas de las fincas de campiña dispusieron también de algunos reductos reservados al olivo frente al dominio del cereal. En la actualidad sin embargo se ha extendido definitivamente el olivo, en régimen de monocultivo, y podemos afirmar que son inexistentes los antiguos campos abiertos encomendados a la sementera  que daban al paisaje el verdor típico de la primavera y las tonalidades doradas durante los meses de agosto y septiembre. 

    Nadie mejor que el bujalanceño Manuel Moral ha expresado, y recogido con su cámara, en  “Paisajes de campiña”,  las sensaciones que irradian de ese paisaje campiñego que antaño estuvo presente en nuestro horizonte cercano: “La campiña de espacios abiertos, de amplitud, de vacío, con sensación de estar perdido en mitad de la nada. La campiña con trazos de líneas diagonales y horizontales, zonas enmarcadas por colores diferentes. La campiña con cielos azules o cielos cubiertos. La campiña es visión y sensación de soledad, rota por el sonido de un tractor lejano o de un inmensa máquina que sobresale por la linea del horizonte. La campiña es la visión de cortijos abandonados y derruidos, donde la vida humana en el campo casi ha desaparecido. La campiña son ondas y olas de tierra calma pelada”(1).

Casería de Santa Cecilia en el término municipal de Marmolejo, zona de la campiña.

Foto: Manuel Perales.

 El paraje y casería de Santa Cecilia tuvo en su día grandes extensiones de tierra dedicadas al cereal, aunque  en nuestros días toda esta gran finca y sus colindantes se encuentren  plantadas de estacares relativamente jóvenes pero en plena producción. Se ubica en las proximidades de  la antigua carretera general IV (general vieja), a unos tres kilómetros del cruce de Arjonilla, tomando dirección hacia Villa del Río. Es inconfundible por su estampa con los  cipreses que flanquean su fachada. También es agradable llegar a ella a pie, tomando el atajo que nos proporciona el Camino entre dos Cerros que discurre  entre el cerro de San Cristóbal y los altos de Ropero.  A la altura de la altiplanicie de Valdivia nos sorprenderemos con la bella perspectiva que nos brinda su caserío y sus peculiares cipreses con el fondo de las sierras subéticas. Aunque actualmente se encuentra en semiruina, habiendo desaparecido sus portajes y rejería, sin embargo tuvo un pasado lleno de vida y de historia. 

   Desde el siglo XVIII, parece ser que era una casa de postas para el descanso de diligencias, ganados de herradura y viajeros que transitaban por el viejo arrecife de Andalucía, si bien  no queda del todo claro si el lugar de descanso era la actual casería o una pequeña casa que se encuentra a la derecha de la carretera en dirección a Villa del Río y que también debió de pertenecer a la misma finca. Sea como fuere los documentos en donde se cita este lugar la nombran siempre como casa de postas de Santa Cecilia, y yo me inclino a pensar que por las dimensiones de la casería y la existencia en ella de grandes establos, patios y pajares y de un gran aljibe para el acopio de agua potable, debió ser ésta la construcción adecuada para descanso y refugio de correos, caminantes y viajeros.

Características de los cortijos de campiña:

 

 

   La construcción de Santa Cecilia y de los cercanos caseríos de Garbanceros, Los Cipreses (término de Arjonilla), Las Mercedes (término de Arjona) y Valcargao (término de Lopera), responden a la tipología de cortijos de las áreas rurales de predominio cerealístico, en torno a la "General Vieja" y a la línea imaginaria que va delimitando nuestro término municipal. En el completísimo estudio realizado por Gema Florido Trujillo (1) denominado “Habitat rural y gran explotación en la depresión del Guadalquivir" esta profesora de geografía humana de la Universidad de Córdoba, nos define las características generales de los cortijos de la campiña bética, elementos que podemos constatar, con ligerísimas variantes, en muchos de los caseríos de nuestra campiña:  “El cortijo cerealista es, ante todo, un edificio de carácter agrario concebido para dar respuesta a las necesidades laborales planteadas por la explotación, razón por la cual la mayor parte del espacio construido está destinado a las dependencias ligadas de forma más directa al trabajo rural. Entre ellas, el patio, es una pieza fundamental; su papel dentro del cortijo no se limita a ser un lugar de paso, sino que, por el contrario, funciona como un área plurifuncional en la que tienen lugar diversas actividades auxiliares, hecho que permite suponer que, en la mayor parte de las ocasiones, se trata de una pieza planificada de forma muy consciente. En el patio se detenían los ganados antes de su acomodo ordenado en las cuadras, en él se dejaban los aparejos y aperos por la noche y se aviaban las yuntas por la mañana, era almacén amplio para toda clase de trastos que no tenían lugar fijo; sitio donde se daban órdenes de trabajo cada mañana y donde se comentaba la jornada de trabajo por la tarde, etc, para lo cual solía estar acondicionado con diversos elementos complementarios como pozos, abrevaderos, emparrados, etc.....Lo normal es que sean de un tamaño grande en una proporción que puede ser superior al 50% del total edificado.

 

 También de gran dimensión en los cortijos cerealistas, eran las dependencias dedicadas a albergar al ganado, de las cuales las más importantes eran los tinahones para el vacuno de labor y las cuadras para caballos, mulos y burros. Situadas en los cuerpos laterales o al fondo de los patios, dichas piezas se conformaban como largas naves corridas o compartimentadas por tabiques medianeros de poca altura, ocupadas por filas de pesebres de considerable longitud. En el caso de las cuadras, que con frecuencia eran más estrechas, hechas de mampostería o de madera, las pesebreras podían ir adosadas a los muros laterales y eran de forma cuadrada; pero en las cuadras de mayor amplitud formaban dos filas paralelas colocadas en el centro de la nave, siendo más altas y con albercas de forma cuadrada;  mientras que eran de menor alzado y con comederos redondeados en el caso de los tinahones para los bueyes. La diferencia entre ambas se debe a la forma de comer que tienen los animales. Se dice que los bueyes, al recoger el pienso con la lengua, lo van amontonando contra las paredes del recipiente, por lo que en un pesebre cuadrado desperdiciarían lo que quedase en las esquinas, algo que no ocurre con el ganado equino que coge el alimento con los labios y sin esparcirlo.

  Entre las filas dos de pesebres, un pasillo central facilitaba al “pensaor” el trabajo de echar el alimento al ganado y, en el caso de naves especialmente largas, uno o más pasillos transversales permitían meter y sacar a los animales con mayor rapidez."

El acceso a Santa Cecilia desde Marmolejo se realizó por el camino del Cerro de San Cristóbal. Foto: Manuel Perales.

Parte trasera y corrales de la casería de Santa Cecilia. Foto: Manuel Perales.

 Dedicadas al ganado mayor, muchos cortijos contaban, además, con cuadras de verano, instaladas en patios y corrales bajo galerías abiertas o en cobertizos, donde durante el estio era posible disfrutar de una temperatura algo más fresca. E igual de habitual era la existencia de yegüerizas y potrerizas, de becerreras para las crías de vacuno y, por supuesto, de grandes corrales cercados con altas tapias que, según las necesidades, ocupaban caballos, potros o ganado menor, con frecuencia abundante en las fincas como aprovechamiento complementario. 

   Específicamente (estos cortijos de campiña) disponían de dependencias diversas, más o menos numerosas en cada caso según las necesidades. No solían faltar las zahúrdas para los cerdos que, aunque una gran parte del año se criaban en régimen extensivo, durante ciertas temporadas debían estabularse; y junto a ellas se encontraban las parideras y ahijaderas para las hembras y las criaderas y destetaderos para los lechones, divididos en compartimentos donde separar a los animales según su estado, edad o peso. En las fincas donde había cabras también aparecían descansaderos, apriscos y cabrerizas y en todas las ocasiones la existencia de un gallinero para las aves de corral.

   Otras dependencias de los cortijos era los pajares para guardar la paja que se almacenaba pues la restante se apilaba en el exterior en almiares levantados junto a las eras; el alfolí o aljorín que servía para guardar las semillas para la sementera. Por su parte los graneros tuvieron una presencia más ocasional, ya que por lo general en la finca sólo se guardaba una pequeña cantidad de grano para simiente y para consumo del ganado, pues el resto era transportado en el verano al pueblo, antes de que los caminos se pusiesen intransitables por las lluvias y los barros. También encontramos en el cortijo de campiña uno o varios almacenes para guardar los arados y trillos, las carretas para el transporte, los aperos de labranza, etc, a veces complementado con algún cobertizo auxiliar de usos múltiples y, en especial, en las fincas donde los caballos eran más numerosos un guardanés para los aparejos y los arneses de las caballerías, completaban el espacio de almacenaje.

 

 

 Pero frente a la absoluta primacía asignada en estas casas rurales a la función agraria, nos dice Gema Florido que no fueron tantos los desvelos por parte de los propietarios para proveer a estos edificios de habitaciones dignas para los trabajadores que debían allí hospedarse dada la habitual lejanía de las fincas respecto a los pueblos. Estas necesidades se resolvieron casi siempre de manera precaria mediante instalaciones mínimas en las que la vida discurría casi siempre en condiciones lamentables. "La principal pieza de habitación, en la mayor parte de los cortijos tradicionales incluso la única para uso específico del personal, era la cocina, lugar donde se preparaba y se consumía la comida, donde se pasaban los ratos libres en torno al fuego, sobre todo en épocas de mal tiempo, e incluso donde dormían durante el invierno algunos de los gañanes. La cocina se encontraba en una habitación de forma rectangular al fondo de la cual, bajo la amplia campana de la chimenea, se situaba el fogón. En sus proximidades, en caso de existir, se abría la puerta de la despensa y una pequeña alacena donde colocar los cacharros de cocina. Unos poyos corridos adosados a los muros, largas mesas de madera para comer, alguna cantarera para el agua y sendas filas de estacas clavadas en la pared a modo de percheros completaban su escaso mobiliario". En nuestro término municipal era frecuente habilitar bajo los poyos de la cocina más próximos a la candela, unos compartimentos para las pavas y gallinas cluecas que estaban incubando los huevos o criando pollos pequeñitos. 

  "Aparte de la cocina, los trabajadores de los antiguos cortijos apenas disponían de ningún otro espacio de habitación propio, de no ser, a veces, alguna gañanía sin más equipación que unos poyos sobre los que colocar el jergón. Por ello, la mayor parte del personal debía buscar acomodo para dormir, al raso en verano, y en pajares, cuadras o establos durante el invierno, en unas condiciones tan deplorables como cualquiera puede imaginar... y es que durante siglos la casa de las tierras calmas andaluzas se concibió tan tan sólo como un instrumento de trabajo, como un elemento de producción  más dentro de la explotación, pero no como un verdadera vivienda".

Muro exterior de las cuadras y pajares de Santa Cecilia. Foto: Manuel Perales.

Aljibe con bóveda de ladrillo de la casería de Santa Cecilia. Foto Manuel Perales

  Sólo algunos de los empleados con categoría laboral superior como lo fueron los capataces, guardas o caseros, dispusieron en el cortijo de vivienda propia, aunque siempre en condiciones muy modestas y la mayoría de las veces insertadas dentro de mismo cuerpo del cortijo. De pequeñas dimensiones estas sencillas viviendas estaban compuestas por uno o dos dormitorios y acaso una pequeña cocina o sala de estar, donde se reunía toda la familia. Por lo que se refiere a la vivienda para los propietarios, conocida como señorío, en modo alguno constuía una constante en los antiguos cortijos cerealísticos y olivareros ya que hasta mediados del siglo XIX la costumbre de arrendar las fincas por parte de los dueños hizo que muchos no estuvieran provistos de vivienda para ellos, dada la escasa costumbre de visitar las fincas. Sólo más adelante cuando la nueva burguesía agraría poseedora de nuevas tierras empezó a gestionar directamente sus posesiones empezaron a construirse tanto en los cortijos de naturaleza cerealistica como olivarera auténticas viviendas bien diferenciadas del resto de edificaciones que, por regla general, la familia propietaria utilizaba como segunda residencia donde pasar algunas temporada. Este  tipo de viviendas suele contar con dos plantas o situarse en los pisos altos sobre otras dependencias, con acceso independiente, estando equipadas de manera similar a las casas urbanas y no es raro que hacia el exterior aparezcan elementos decorativos de cierta relevancia (escudos, frontones, rejería de calidad, recercos, guardapolvos en ventanales, etc). En algunos cortijos y caserías donde solían vivir muchos trabajadores, los dueños  las dotaron de pequeños oratorios privados o de capillas de dimensiones pequeñas o medianas que durante los actos religiosos permanecían abiertas al exterior para permitir la entrada de los empleados de la finca que, sobre todo, acudían los días de fiesta para participar en los oficios religiosos. Las capillas se dotaron de espadañas para darle más realce respecto al conjunto del edificio y de todo su entorno más inmediato.

 

  Finalmente, nos dice la autora citada, que los cortijos cerealísticos tradicionales contaron con una amplia gama de elementos auxiliares como la era, lugar donde después de la siega se hacía la trilla y se aventaba la mies para separar el grano de la paja; con frecuencia aparecía situada en las proximidades de la casa, en un lugar abierto donde aprovechar las escasas brisas del verano sin las que no era posible aventar la parva. También  existieron los muladares y estercoleros en los que se almacenaba el estiércol hasta el momento de ser esparcido en las tierras después de su fermentación. Los primeros eran grandes albercas donde cada día se iban arrojando las cargas de excrementos; los segundos, de un tamaño mucho mayor y sólo existentes en fincas en las que el número de cabezas era particularmente elevado, estaban formados por varios compartimentos separados por muros de contención altos y anchos y se situaban en la parte posterior de la casa. 

 

  También bastante frecuente en los antiguos cortijos era la existencia de fraguas y herrerías donde fabricar y, sobre todo, reparar los aperos de labranza (hoces, arados, azadas, escardillos, etc), las piezas metálicas de carros y carretas o algunos utensilios de uso doméstico como candiles, atizadores, trébedes, etc, trabajo que se realizaba a base de yunque y martillo. Una función similar desempeñaban las carpinterías, en las que se reparaban los yugos para los bueyes, los astiles de las herramientas, las distintas piezas de las carretas de transporte, etc;  albardonerías y talabarterías donde hacer y reparar los arreos y aparejos de las caballerías, un trabajo que normalmente se concentraba durante ciertas temporadas en las cuales acudían al cortijo guardicioneros, talabarteros y cordeleros contratados por varios días, que muchas veces procedían incluso de fuera de la región y que se iban desplazando de una finca a otra donde sus servicios eran requeridos.

  Por último, en relación con los espacios de vivienda, muchos cortijos podían contar con un horno de pan donde cocer el pan que se amasaba en la propia casa y que formaba parte fundamental de la dieta diaria, un depósito para guardar el tocino que se iba consumiendo a lo largo del año, uno o varios emparrados a la puerta de la cocina, de las viviendas o en alguna parte del patio, con los que acondicionar como espacio de uso algunas zonas exteriores, etc.

Casería de Garbanceros (año 1887) en el entorno de Santa Cecilia, término municipal de Marmolejo. Foto: Manuel Perales.

Casería de Garbanceros (año 1887) en el entorno de Santa Cecilia, término municipal de Marmolejo. Foto: Manuel Perales.

Algunas referencias históricas del cortijo de Santa Cecilia:

 

 

   A la altura de 1835 tenemos constancia de un hecho que ocurrió en las inmediaciones de esta casería relatado con minuciosidad en el oficio que Carlos Espinosa de los Monteros, capitán general de las tropas de Andalucía, dirigía al alcalde de Marmolejo.  Se trata del asalto de una diligencia, donde viajaban ciudadanos de nacionalidad inglesa, por una partida de bandidos o facinerosos  cuando transitaban en una silla de posta por la vieja carretera de Andalucía entre los términos de Arjonilla, Lopera y Marmolejo. No sabemos qué cuadrilla de salteadores pudieron intervenir en el hecho,  pero está claro que el suceso parece reunir los rasgos característicos de las actuaciones del latrocinio a caballo de los años centrales del XIX, protagonizados bien por bandidos comunes o  partidas carlistas.  Sobre  este episodio ha quedado descripción detallada en las Actas Capitulares a través del oficio de fecha 6 de octubre de  D. Carlos Espinosa, comandante general de las tropas de Andalucía destacadas en Andújar. Su contenido es el que sigue:

“Habiendo sido robado por cuatro hombres armados el uno montado, a las dos y media de la mañana, a media legua de Santa Cecilia, en el camino de Aldea del Río, un Secretario de la legación inglesa que iba en una silla de posta con dirección a Sevilla no puedo menos que haber mirado este hecho con el mayor desagrado pues se que se repiten con frecuencia  en esas cercanías y a fin de que en lo sucesivo no se reproduzcan estos crímenes y estando persuadido que una gran parte de la culpa es de los pueblos que los abrigan y toleran y no los persiguen como debían, entre otras disposiciones he determinado paguen inmediatamente entre los individuos de ese Ayuntamiento y mayores contribuyentes de los pueblos de Arjonilla, Lopera, y Marmolejo la multa de 5000 reales, distribuidos en la forma siguiente: 1500 el primero, igual cantidad el 2º, y el tercero, 2000, poniéndolos a mi disposición dentro de las 24 horas para indemnizar al robado, cuidando usted de darme parte en todos los correos de lo que resulte de la sumaría que formará y de cualquier novedad que en el distrito de su jurisdicción suceda, en el bien entendido que de repetirse estos hechos tomaré las más serias providencias contra los morosos en perseguir a los malhechores y contra los que aparezcan culpables, sirviéndole de regla que entre los efectos robados se halla un reloj y una  maleta que si usted recupera se rebajará de la multa. Firmado en Andújar a 6 de octubre de 1835. Carlos Espinosa”. 

   Por la cuantía de la multa impuesta a Marmolejo parece estar claro que Espinosa de los Monteros sospechaba más de la complicidad de Marmolejo que de los otros dos pueblos aunque el comandante se curaba en salud repartiendo la multa entre las tres villas, dada su equidistancia con el lugar del robo. Aparece aquí una constante en la lucha contra el bandolerismo a lo largo de todo el siglo XIX, cual era, penalizar con altas multas a los vecinos de los pueblos para disuadirlos de que no debían de amparar ni proporcionar cobijo a las partidas de bandidos. Estos métodos fueron ya ensayados en la persecución de partidas tan famosas como la de José María el Tempranillo, (asesinado en 1832), Juan Caballero “Lero”, y otras.

   El referido Carlos Espinosa de los Monteros era mariscal de campo, militar de origen asturiano de fuertes convicciones liberales, que tras haber permanecido exiliado en Francia regresaba a España en 1834 para participar en la guerra carlista, encomendándole la Junta Suprema de Andalucía, constituida en Andújar el 2 de septiembre de 1835,  la dirección del Ejército de Andalucía con el rango de capitán general. Desde ese cargo le correspondería perseguir al general carlista Miguel Gómez cuando intentó invadir Córdoba en 1836.

 

 Pasado el tiempo nos encontramos con otro hecho sorprendente, esta vez relacionado con quien era su propietario a mediados del siglo XX, don Jacinto Alcántara Gómez, casado con Rosario Muñoz-Cobo, nieta de Isabel Serrano Serrano, hermana de Luisa, la mujer de Eduardo León y Llerena y, a su vez, dueña del Balneario de Marmolejo desde 1882. La madre de Rosario, de nombre Isabel, estuvo casada con su primo hermano, Joaquín Muñoz-Cobo y Ayala, gran contribuyente de Andújar. Muy probablemente la finca de Santa Cecilia fuera herencia recibida de su familia por la esposa de Jacinto Alcántara, pues entre esos familiares se encontraba su tío, Diego Muñoz-Cobo Ayala, quien era el titular  hacia 1905.

 

Diego Muñoz-Cobo Ayala, sentado a la izquierda junto a miembros de su familia, era un  propietario cerealístico con posesiones en Arjona, Arjonilla y Marmolejo. En 1905 aparecía en el Catastro de Rústica como dueño de la finca Santa Cecilia. El personaje que aparece sentado en el centro era su primo hermano, el general Diego Muñoz-Cobo Serrano.  Fuente: “diegomunozcobo.blogspot.com”.

Paisaje de campiña cordobesa. Fuente: Manuel Moral Torralbo (Revista “Adalid”, Bujalance).

 El matrimonio residía en Madrid, donde Jacinto ejercía como director de la prestigiosa Escuela de Cerámica, institución que había fundado su padre, Francisco Alcántara Jurado, activo intelectual humanista, pedagogo, crítico de arte, y catedrático relacionado con la Institución Libre de Enseñanza, que había nacido en Pedro Abad (Córdoba) en 1854. Don Jacinto, al que gustaba venir con frecuencia por Andalucía, había nacido en Madrid en 1901 y era nombrado director de la Escuela en 1926, para suceder a su padre, manteniendo una intensa vida social y cultural en diversas instituciones públicas, hasta que en una tarde del 6 de junio de 1966, uno de sus alumnos, hijo de un buen amigo de Jacinto Alcántara, puso fin a su vida. He recuperado de la edición del  ABC del día 8 de junio de aquel año, el relato de los hechos: “El infortunado académico don Jacinto Alcántara, asesinado el lunes en su domicilio por un demente, era un gran y viejo amigo del médico don Serapio Blanco Turiña, , padre del homicida. Al parecer las patológicas razones que impulsaron a Juan Francisco Blanco Viloria a cometer su acción remontan su origen a 1933. En aquella fecha, don Jacinto Alcántara regaló un lienzo a don Serapio. El cuadro representaba a una campesina. Juan Francisco Blanco, que ya entonces había dado algunas muestras de enajenación mental, afirmó que el lienzo era un retrato de su madre, cosa que de ninguna manera podía ser cierta. Don Serapio trató durante muchos años de disuadir a su hijo de esta idea, pero Juan Francisco continuaba afirmando que el lienzo representaba la imagen de su madre, y precisamente muy mal dibujada, lo que era un insulto para ella.

  Durante el juicio celebrado contra Juan Francisco Blanco por el asesinato del profesor del Liceo Francés don Miguel Kreisler Padin en 1960, el loco homicida exclamó en la sala de la Audiencia: !Mataré también a don Jacinto!

  Don Miguel Kreisler Padin en unión de don Jacinto Alcántara, había formado parte del tribunal que examinó de francés a Juan Francisco Blanco durante sus estudios de Bachillerato. Juan Francisco fue suspendido y, al parecer, desde entonces alentó la idea de asesinar a su profesor.

  El 28 de diciembre era asesinado don Miguel Kreisler Padin cuando regresaba a su domicilio a consecuencia de las puñaladas asestadas por Juan Francisco Blanco. El asesino en aquellas fechas ejercía de maestro nacional en la localidad de Sarrión (Teruel) y se hallaba en Madrid para celebrar las Navidades con sus padres. Ya padecía trastornos psíquicos y su padre afirmó que siempre se había comportado de manera extraña, tanto en indumentaria como en sus costumbres y manias. 

 Detenido en aquella ocasión por unos transeúntes, tras el juicio consiguiente fue recluido en Ciempozuelos, como enfermo de ezquizofrenia. También ahora en su segundo crimen, se mostró pacífico tras la consumación del homicidio y no ofreció resistencia, a pesar de que en el bolsillo de la chaqueta ocultaba el arma empleada. Al parecer manifestó a don Juan Hinojosa y a don José Arrobas Vacas, que le condujeron en un automóvil hasta la comisaría del distrito de Universidad, había adquirido el arma homicida con los únicos veinte duros de que disponía.

  Los dos señores citados procedieron a la detención del asesino cuando descendía tranquilamente por las escaleras del edificio, una vez consumado el delito. Tan solo unos minutos antes se había presentado ante el piso de don Jacinto Alcántara. Vestía un pantalón gris y sahariana de cuero, y  manifestó a la doncella que le abrió la puerta ser conserje de la Escuela de Cerámica. Al aparecer don Jacinto, vestido con un batin de casa, Juan Francisco Blanco esgrimió el cuchillo y asestó dos puñaladas en el pecho de la víctima.....".

  Al acto del sepelio nos dice el ABC  concurrieron entre otras personalidades el vicepresidente del Gobierno, capitán general Muñoz Grandes; el ministro secretario general del Movimiento, señor Solís; presidente de las Cortes españolas, señor Iturmendi; alcalde de Madrid, Arias Navarro y presidente de la Diputación Provincial, ex-ministros señores Fernández-Cuesta, Asensio, Arburúa, Rubio García Mina, Navarro Rubio, González Bueno y Sanz Orrio, ex-alcalde de Madrid, conde de Mayalde, subsecretario de Educación Nacional, directores generales de Bellas Artes y Administración Local y miembros de las Reales Academias.

 

  Los recintos del tipo de Santa Cecilia se repiten en la geografía de nuestra campiña y aunque algunos como Los Cipreses (Arjonilla), Las Mercedes (Arjona), o Valcargao (Lopera) se encuentran ya fuera del ámbito del término municipal de Marmolejo, no cabe duda que conservan valores arquitectónicos y  un pasado histórico dignos de ser conocidos y conservados. 

Busto del profesor don Jacinto Alcántara en la Escuela de Cerámica de Madrid. Fuente: artedemadrid.wordpress.com.

Nuestra campiña dejó de ser cerealista para convertirse en olivarera. Casería de Valcargao (Término de Lopera), desde los Cipreses del Cerro Peralta.

Notas:

 

(1) Manuel Moral Torralbo: “Paisajes de campiña”, publicado en Revista Adalid, nº 4 de Bujalance.  

 

 

 

 

Fuentes y Bibliografía:

 

-Actas Capitulares del Ayuntamiento de Marmolejo. Año 1835.

-Gema Florido Trujillo: "Habitat rural y gran explotación en la Depresión del Guadalquivir" Edita: Consejería de Obras Públicas y Transportes de la Junta de Andalucía.  Sevilla, 1996. Páginas, 181 a 187.

-A. López Ontiveros “Emigración, propiedad y paisaje agrario en la Campiña de Córdoba”. Editorial Ariel, Barcelona, 1973, pág 537.),

-Diario ABC de 8 de junio de 1966. 

-González Puentes, Rosario: "Biografía de Don Francisco Alcantara Jurado (fundador de la Escuela Nacional de Cerámica). Edita Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Córdoba, Obra social y cultural. Córdoba, 2004.

-www.fernandoalcolea.com

-wikipedia

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