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La Loma Candelas

-Manuel Perales Solís-

Limítrofe con la serranía y delimitado al norte y oeste por el rio de las Yeguas que lo separa de la sierra más montaraz, se encuentra el paraje conocido desde tiempo inmemorial por Loma de las Candelas. Se caracteriza por su relieve quebrado, de lomas de perfil piramidal, plantadas de olivos que desde sus cotas más altas descienden en hiladas serpenteantes hasta la orilla del río. Estos terrenos fueron ganados a la sierra hacia mediados del siglo XVIII en que se pusieron las primera estacas y se injertaron los viejos acebuches preexistentes desde época antigua. Por lo general pertenecieron en su gran mayoría a diferentes linajes nobles afincados en Andújar, si bien con el paso de los años, la propiedad se fue fraccionando accediendo a ella pequeños propietarios de la villa dedicados con especial mimo al cultivo de sus predios.

Se conservan en este paraje algunos lindazos ricos en vegetación arbustiva, siendo especialmente exhuberante la ladera conocida como la Umbría de los Negros. Encontramos también en este pago dos casillas muy características, bastante bien conservadas, que fueron testigos de los años de ajetreo y lucha de aquellos primeros colonos para obtener en estos terrenos areniscos de color rojizo una rentabilidad hasta entonces insospechada. Hablamos de dos edificaciones de uso agrícola plantadas cada cual en lo alto de sus respectivas lomas, desde donde se domina el paisaje que las circunda con el rio Yeguas y el alegre caserío del Charco del Novillo de Montoro como telón de fondo. A una de estas casillas se le conocía por “La Loma de Bartolico Robles”; la otra, podríamos decir casi gemela, construida sobre otra loma cercana, se le conoce como “La loma de Bartolomé Vizcaino”.

 

 

Loma Candelas con casería de Vizcaíno. Al fondo el Charco del Novillo con la casería de Los Miñones. Foto: Francisco Moreno Gómez.

En cuanto a la casilla de Bartolico Robles hemos de apuntar que le debe su nombre a la persona que la construyó hacia finales del siglo XIX, es decir: Bartolomé Robles Serrano, pequeño propietario agrícola también vinculado a la administración del Ayuntamiento y al partido conservador marmolejeño, popularmente conocido como “Bartolico Robles”. Llegó a contar en aquel pago con una cifra cercana a los 1250 olivos. Una cantidad superior tenía su pariente y vecino Bartolomé Vizcaíno Serrano que además disponía de molino de aceituna eléctrico y era titular del Teatro Español en la calle del Hospital.

El sentido de estas sencillas construcciones puede explicarse por la lejanía de estos olivares serranos respecto al núcleo de población principal lo cual hacía recomendable la provisión de un alojamiento básico, en la mayoría de los casos bastante austero, para ser utilizado en las épocas de recolección como residencia temporal, evitando con ello largos y fatigosos desplazamientos hasta el pueblo por intrincadas trochas y caminos. Por otro lado, tras las agotadoras jornadas de trabajo, las tardes de invierno eran fugaces y la noche se imponía de inmediato, siendo preferible vivir cerca de los tajos buscando el merecido descanso junto al calor de la chimenea.

Ello iba a propiciar el surgimiento de historias de románticos galanteos amorosos o de sucesos sorprendentes ocurridos a los moradores de estos pagos. Fue costumbre que los jóvenes aceituneros andasen, a menudo, varios kilometros a la caida de la tarde desde otras caserías cercanas para encontrarse con la joven pretendida. Es el caso del joven Mateo Solís Rodríguez, hijo del encargado de la finca de Aguilera (distante de allí unos 3 kilómetros) que acudía hasta la casilla de Bartolico Robles para encontrarse con su hija Natividad, de la cual estaba en vísperas de entablar relaciones de noviazgo formales. Hasta tanto ese momento llegaba los novios tenían que “pelar la pava” en la puerta de la casa.

En tiempos de recolección de las aceitunas, la casilla acogió a la familia de Bartolomé, pues no debemos de olvidar que estamos hablando de suelos accidentados y pobres en materia orgánica que hiceron necesario el trabajo de todos sus miembros para obtener la rentabilidad deseada. Después de la recolección aún prolongaban su estancia en el campo mientras duraban el resto de faenas agrícolas como poda, estercolado y arancias.

Para habitarla durante la estancia anual de tres o cuatro meses, era necesario acondicionar debidamente estas construcciones adecuándolas a las necesidades vitales de las personas y de los animales de labor, dentro de la austeridad y sencillez de la vida en el campo y el ajustado nivel de renta de estos pequeños propietarios. Sus sólidos muros de piedra y sus cubiertas de teja moruna proporcionaron la temperatura adecuada en sus interiores tanto en invierno como en verano. Hay datos concretos del aspecto que presentaba la casilla en cuestión hacia principios del siglo XX: cocina-hogar con chimenea de leña y pollos laterales que podían servir para el descanso nocturno de los aceituneros; dos o tres habitaciones para dormitorios y una cuadra para encerrar el ganado de labor. En el caso que nos ocupa su emplazamiento se escogió sobre la cota más alta de una de las lomas gemelas del pago de Candelas, dominándose desde ella el río Yeguas y casilla de la Loma Candelas de Bartolomé Vizcaíno. 

Paraje de la Loma Candelas en la zona ribereña al Yeguas conocida como La Umbría de los Negros. Foto: Manuel Perales Solís.

En sus proximidades un viejo manantial conocido como fuente de Las Tenazas, situado en la ladera del Yeguas proveía del líquido elemento a las cuadrillas de aceituneros y a los moradores del pago de Candelas y Valdemojinos.

A pesar de que la vida en el campo era dura y sencilla, sin embargo dentro de la temporada de recolección se vivían con plena intensidad y regocijo algunas de las fiestas campestres (ya desaparecidas) en las que participaban los habitantes de estos confines del olivar serrano. Todos los principios de año las familias al completo de Bartolomé Robles y Bartolomé Vizcaíno, entre las que existía una sólida amistad y cierto grado de parentesco, se desplazaban a la tradicional fiesta de la Sagrada Familia que se celebraba en la casería de Las Prensas el 21 de enero, al otro lado del Yeguas, en el pago del Charco del Novillo. Ese viaje se realizaba en mulos atravesándose dicho río por el vado de los Cabios cercano a la desembocadura del arroyo Fresnedoso. En las vísperas de la fiesta las mujeres María de la Cabeza Perales Fernández (esposa de Bartolomé Robles), Natividad y Cabeza, sus hijas, y su prima Julia Perales (esposa de Bartolomé Vizcaíno) preparaban una gran cantidad de dulces caseros: pestiños, roscos de aguardiente, tortas de aceite, ressoli (1), que consumían en aquella fiesta campera.

 

Acudían a las Prensas, por aquel tiempo propiedad de la Condesa de la Vega del Pozo, otros muchos lugareños del Charco Novillo y de los pueblos cercanos, que tras los actos religiosos de rigor celebrados en la iglesia de la casería, alternaban y compartían amablemente las viandas y exquisitos manjares que cada familia aportaba. La música de las bandurrias, acordeones y guitarras amenizaban los bailes de esta entrañable fiesta campera aún ubicada estéticamente en el más puro costumbrismo del XIX y de la que ya dimos cuenta en el artículo denominado “Gozos y sombras de la vida en el campo: las fiestas de Las Prensas”.

 

 

 

 

Notas:

(1) El “ressoli” o “resol” es una bebida tradicional andaluza, que se consumía fundamentalmente en las fiestas navideñas (también en Semana Santa en algunos lugares de la provincia de Córdoba). Consiste en obtener mediante maceración de varios días (entre 15 ó 20) un licor cuyos ingredientes básicos son el aguardiente seco al tercio, agua (dos tercios) café, canela en rama, hierbaluisa, cáscara de naranja y azúcar. Éstos ingredientes pueden variar según las zonas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Casilla de “Bartolico Robles”. Foto: Manuel Perales Solís

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