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Leyendas populares marmolejeñas: La leyenda de la casería del Lobo.

-Manuel Perales Solís-



Siempre escuché de los antiguos que el pequeño y cerrado  valle  donde se encontraba la casería, le llamaban  “Barranco del lobo”. Sin embargo el toponímico con el que se identificaba este bello paraje de nuestro término municipal en el Catastro de Rústica de 1905, era “Barranco de Mena”. Deduzco que era llamado así en memoria de uno de sus más lejanos dueños, Leandro Romero Mena,  marmolejeño que poseía en aquel rincón del pago de la Herradura, una serie de pequeños predios de olivar, junto a otra gran propietaria local, Ana Cañete Romero, conocida popularmente como La Cañeta (1858-1936).  Esta andujareña era la esposa de quien fuera líder del Partido Conservador Marmolejeño y Alcalde de Marmolejo  en los primeros años del siglo XX, José Alcalá Ortiz.
Leandro Romero Mena, casado con Ana García del Prado Montoro, fue el padre del líder del Partido Liberal marmolejeño, Lorenzo Romero García del Prado, varias veces Alcalde de Marmolejo entre 1899 a 1922, y heredero de la parcela de olivar donde se ubicaba la casería. Más tarde la heredaría su hija Ana Romero Delgado-Caballero, que contrajo matrimonio con el joven y prestigioso médico José Perales Jurado. Al morir ésta en 1927,  mantuvo el usufructo de la finca su esposo, hasta su fallecimiento en 1983.
¿Por qué entonces “Barranco del Lobo”?. La leyenda que más abajo relato y que escuché, hace muchos años, de boca de los trabajadores de la finca del Ecijano, nos lo aclara. (1)
Para llegar al Barranco del Lobo hemos de tomar el camino de La Viñuela de Godoy, a la altura de la Herradura Parra, y cuando divisemos hacia poniente la casería del Santo, tomaremos  dirección oeste buscando el rio de Las Yeguas. Cercana al río y en el fondo de este pequeño valle se encontraba una antigua casa de dos plantas (la planta alta para pajar y cámaras donde meter aperos) con muros de tapial y sillares esquineros como la mayoría de las caserías de la sierra. A su derecha disponía de un buen corral cercado de muros de tapial y mampostería utilizado para guardar los animales de labor y las piaras de cochinos. En la orilla del río existía una fuente  donde los caseros se aprovisionaban de agua a pesar de que las aguas del Yeguas también eran potables para el consumo humano. Cerca de la casería atravesaba el río la línea eléctrica que en los años iniciales del siglo XX hizo instalar el propietario agrícola e industrial hostelero, Pedro Perales “Periquito Semana”, para llevar el fluido eléctrico a su casería del Santo en el Charco del Novillo.

Desparecida tras las obras del pantano del Yeguas, el recuerdo de este recóndito lugar ha quedado para siempre vinculado a la antigua leyenda que a continuación transcribo. (2)

“Aquel era un lugar lejano y apartado de las rutas más transitadas por las gentes de las poblaciones de la comarca. Para llegar allí, al “Barranco del Lobo”, había de abandonarse la vieja carretera de la sierra, a la altura de las ruinas de la casería de la Virgen, y adentrarse por un antiguo veredón que  a  ambos  lados  ofrecía exquisitas  vistas  de  una  comarca  olivarera 

Poste del tendido eléctrico costeado por el marmolejeño Pedro Perales Domínguez "Periquito Semana", en la década de los años veinte del pasado siglo, para llevar la luz eléctrica a su casería del Santo en el Charco Novillo de Montoro. Esta línea cruzaba el río Yeguas por el barraco del Lobo para llevar el progreso y la modernidad a las almazaras olivareras del Charco Novillo

Reproducción de la desaparecida casería del Lobo. Dibujo: Robles.

salpicada de casillas y de hermosos lindazos de vegetación arbustiva. Además, la estupenda visión que brindaba  la escena  cercana   del  pago del Charco Novillo, con sus emporios de vida rural, como la casería de las Loras, El Santo o la Palma, hacían que el asiduo visitante de estos parajes, se sintiera especialmente reconfortado con tanta belleza.
Desde lo alto de la loma de la Viñuela de Godoy, el casero del Lobo, disfrutaba cada tarde de aquel maravilloso espectáculo. Allí justo donde la vereda  que descendía hasta la casa se internaba en un callejón de lentiscos y romeros, era el lugar preferido por Perico para llevar a las yeguas y a los marranos, pues en todos estos lindazos, durante el otoño, alguna que otra bellota ya se había desprendido de los chaparros.

 

Perico sabía que pronto, cuando el sol se escondiera tras la silueta del torreón del molino de Las Loras y abajo, en la huerta de Mollejas, las brumas comenzaran a inundar el valle del Yeguas,  Conse, su mujer, tendría ya preparada la cena de ese día a punto de finalizar. -“Apuraré la colilla y me bajaré hacia la casería. Los animales parece que ya se han hartado”.

La verdad es que a la altura de aquel mes de noviembre había llovido bastante. Toda la ladera que miraba a poniente comenzaba a verdear y entre los lindazos de las partes altas del valle, los musgos se mostraban frescos y olorosos bajo las lentisqueras. El río, tras la seca veraniega, dejaba escuchar el  constante  murmullo de  su 

Barranco del Lobo


corriente otoñal, y los cantos del cuco y de los mochuelos provenientes del bosquecillo de olmos y eucaliptos del arroyo de las Loras, daban unas notas mágicas a los atardeceres.A la hora de la puesta, la temperatura invitaba a la compañía de unas brasas en la chimenea de la casería. -“Ha debido de llover bien por ahí arriba en la sierra. El río se oye más que de costumbre para la época en que estamos. Veremos a ver si puedo cruzar el río para llevar mañana por la mañana a los animales a la fuente de La Gutierra”-. Éstas y otras consideraciones relativas a sus quehaceres cotidianos meditaba Perico mientras descendía por el chinarral por donde discurría la estrecha vereda que bajaba hasta la casería.
Mientras tanto, Conse, ya había apartado de las ascuas, una sartén con un carnerete de pan, huevos y trocitos de tocino preparado tras recoger a las gallinas y los pavos en el corral de la casa.



 

Cuando Perico llegó era ya casi de noche; tan solo quedaba en el cielo una ténue luminosidad rojiza que se fue apagando lentamente, dejando paso a un sin fin de pequeñas lucecitas parpadeantes sobre el firmamento del olivar. -“No me extrañaría, mujer, que la madrugada trajera escarcha. Se ha quedado raso y el suelo está muy húmedo”. -“He puesto –comentó Conse- sobre la cama la manta de lana que trajiste de Cañete de las Torres, cuando fuisteis por San Miguel a comprar las yuntas de Don José, y he preparado un carnerete bien caliente y unas rabanillas de la huerta de Mollejas”. -“Pues no hablemos más y vamos a cenar que habremos de acostarnos pronto para poder madrugar mañana y acercarnos al pueblo. Las provisiones están  muy escasas y noviembre se presenta lluvioso; no vaya a ser que se meta de agua y no podamos salir de aquí en varios días”. –“¿Recuerdas hace tres años cuando tuvimos que volvernos desde la Herradura  calados   hasta  los   huesos?,   dijo 

Conse”. –“Aquel invierno de 1929, ¡Qué buena cosecha de aceitunas hubo!. Estaban los olivos del llano que no aguantaban más la carga”, le apuntó Perico. -“Recuerdo que el casero de Las Loras sembró unas papas y unas habas que en mi vida vide cosa igual. Aquel año la cosecha de vino en las Cavas de la condesa de la Vega del Pozo,  tampoco fue mala”.
-“Como el otoño sea bueno de agua seguramente tendremos compaña pues probablemente Don José mande a Juan José “Salerete” con las yeguas desde el Ecijano. Tendremos que limpiar la cámara de arriba para que viva con su mujer”. En medio de esta conversación estaban cuando Perico terminaba de mojar los últimos trozos de pan en los restos de carnerete que aún había en la sartén. Sin darse cuenta, entre trago y trago de vino de pitarra que él mismo elaboraba con uvas de la Viñuela, el exquisito manjar, llegó a su fin.

La partida hacia Marmolejo, al día siguiente, la hicieron bien temprano, cuando aún el sol no había levantado por la loma de “Las setecientas”, de Doña Ana Cañete, pero estaban acostumbrados a ello ya que si querían volver antes del anochecer, no les quedaba otro remedio que madrugar. –“¿Has soltado a los animales?, preguntó Perico. ¡Veremos a ver donde me los encuentro cuando volvamos!. -Confío que no tenga que trasponer a buscarlos a la Herradura Parra. -Recuérdame al pasar por la Campana, que le diga al casero que esté pendiente por si los viera por el arroyo Los Caros, y espero que a los marranos  no les dé por irse pa el río. Parece que viene crecido”.

Cuando Perico y Conse pasaban por el camino de La Campana, el día empezaba a clarear. Sus caseros ya estaban levantados pues se veía humear la chimenea y se escuchaban desde lejos murmullos de animales y de jornaleros. El casero, fiel a una costumbre, les salió al paso y les entregó una carta para su hijo que estaba en Larache (Marruecos), sirviendo al rey. Al paso por la casería de Olaya también vieron luz de candiles por las ventanas, y a la altura del Ecijano el sol les enseñó sus tenues rayos proyectados desde la loma de Marmolejo. Entonces, Perico, siguiendo el ritual de costumbre, se bajó de la yegua blanca ante la cercanía de la cuesta de Polo para llevarla de reata. Conse continuó, sin embargo, montada;  cubría su cabeza con un bello pañuelo azul y verde que acostumbraba a fijar con un nudo debajo de la barbilla. El pelo lo llevaba recogido con un hermoso moño y el vestido para la ocasión, de color marrón oscuro, resaltaba el colorido de un delantal de tonos más alegres. Una espesa toca de lana negra  completaba su   indumentaria.  Perico  también 

La desaparecida Casería de Olaya

llevaba su atuendo de gala para la ocasión, no en balde habían estado sin ir por el pueblo durante una larga temporada ya que el pan lo hacían a diario en un viejo horno de leña junto a la casería.
Mientras tanto, las yeguas y los mulos habían quedado solos, trabados con sus cencerros en los lindazos de las “Setecientas”. Los marranos se afanaban en rastrear con su olfato la ribera del Yeguas, frente al arroyo de las Loras y las gallinas picoteaban en torno a la casería la tierra humedecida en busca de gusanos y lombrices, o de  las  alúas que salían de los hormigueros con el sol del mediodía. Todo parecía en orden tal y como Perico lo presuponía. Aún así, en su mente rondaba una preocupación por algo que le  había ocurrido años atrás a un antiguo casero que allí vivía. La historia se la refirió a un arriero con el que coincidió  durante su parada habitual para tomar el vino en el ventorrillo del Lobo, de regreso a la casería:

-“Era un día de riguroso invierno y a duras penas aquellos caseros pudieron salir  barranco arriba buscando el carril de La Herradura. Dejaron a los animales encerrados en el corral; los prepararon bien de paja y de grano para que no les faltara, pero cuando regresaron del pueblo les llamó la atención ver entreabierto el postigo de la ventana trasera y que algunas gallinas andaban sueltas fuera del corral. Las bestias también estaban intranquilas. Todo parecía extraño y misterioso.

Aquel hombre se dispuso a entrar en la casería, quedándose su mujer subida en el mulo. Nada más abrir la puerta escuchó en el interior un ruido, como si alguien hubiera dentro de la casa. Su sorpresa fue ver acurrucado bajo la escalera a un lobo de grandes dimensiones que en lugar de atacarlo se limitó a mirarlo con cierto temor. Enseguida se percató de que estaba muy asustado. -¡Corre mujer!.- ¡Da la vuelta por la parte de atrás y cierra el postigo de la ventana!. ¡ Me meteré como pueda para espantar a un lobo que hay dentro de la casa!.

Así lo hizo aquel hombre, armado de valor se introdujo en el portal, fue hacia la cocina para coger una escopeta y dando un tiro al aire vio como el lobo salía huyendo por una ventana trasera que no tenía reja. Al darse cuenta que el animal no quería hacer daño alguno lo dejó marchar. Dicho esto el arriero que alternaba con Perico se emocionó al pronto y le refirió que por aquellos años un lobo como aquel, de una gran pechera blanquecina le salvó de morir desangrado, cuando estaba solo y desamparado, cerca de la finca de 

Casería de la Campana (Marmolejo) propiedad del Marqués de Grañina y Conde de Gómara.

los Rasos. –“Me había pillado la pierna en un cepo para venados y aquel lobo me lamió la herida hasta que se me cortó la hemorragia, cicatrizando en breves minutos la profunda herida. Después pude avanzar, dando gritos de dolor, hasta llegar donde se encontraba mi familia en las Labraillas”.
Dicho esto el arriero se despidió de Perico continuando su camino  por el viejo veredón que desde el mismo ventorrillo ascendía  por el arroyo del Agua, en dirección a la Loma de Candelas para adentrarse en Sierra Morena por el vado de Los Cabios.
Perico y Conse sorprendidos por lo escuchado, subieron la cuesta Polo arriba por el camino de carne paralelo a la carretera. En breve pasaron por La Campana donde los caseros les salieron al paso para recoger las cartas del primogénito que en África servía a la Patria. -“!Adiós Pedro!,- ¡adiós Conse!, les dijeron. ¡Hasta Nochebuena que nos volvamos a ver para comernos las perrunas y los pestiños!.-!Este año vendrán los aceituneros del Cañuelo a tocar con las bandurrias!. No faltéis!. ¡Pasaremos un buen rato!”.

Desde los lejanos tiempos de aquella leyenda, este lugar tan recóndito del valle del Yeguas se le conoce como Barranco del Lobo y a su casería, ya desaparecida, por “Casería del Lobo”.
Las noticias y las narraciones en torno a este animal legendario fueron habituales durante la pasada centuria. Una noticia curiosa, similar a la leyenda narrada pero con un final diferente, he podido rastrear en un diario salmantino, “El Adelantado de fecha 24 de febrero de 1909. Dice así: “Telegrafían desde Marmolejo un suceso que ha sembrado la consternación entre los campesinos de Sierra Morena. Dos leñadores han sido acometidos en lo más fragoso de la montaña por un lobo rabioso. Uno de ellos solo consiguió librarse de la fiera después de una lucha encarnizada, en la cual recibió, en la cual recibió graves heridas. El otro se hallaba en su choza cuando penetró en esta el rabioso animal. El campesino cogió un hacha y asestó al feroz visitante tan certero golpe, que cayó muerto a los pocos pasos” (3).

 

Al lobo se le consideró como un animal peligroso y dañino en un país donde los intereses de los ganaderos predominaban en  las vastas dehesas de Sierra Morena. Es obvio, por tanto, que no tuviera muy buena prensa y se fomentara su extinción al ser considerado un depredador peligroso para los intereses de ese colectivo, sobre todo en los años posteriores a la Guerra Civil.  Pero al mismo tiempo también se le va a profesar cierta atracción ancestral al ser un animal  mítico, de bella estampa, e imposible de domesticar por el hombre, por su carácter huidizo y salvaje. Se trata de una especie cuyos individuos viven agrupados en pequeñas sociedades familiares fuertemente jerarquizadas, que desarrollan, entre los miembros de la manada, hábitos de conducta muy solidarios. Curiosamente, a pesar de su fama de sanguinario, raramente atacarán al hombre excepto si se encuentran acosados o acorralados. Difícil de hacerse ver, el lobo vivía en el siglo XIX y comienzos del XX, totalmente libre en la inmensidad de Sierra Morena aproximándose, de vez en cuando, al olivar serrano para buscar  alimento en los animales domésticos (cabras, ovejas, gallinas y pavos) que criaban los caseros en las inmediaciones de cortijos y lagares. Por desgracia hoy día es, junto al lince, otro de los animales de nuestra fauna ibérica en peligro de extinción. Los últimos estudios estiman la población de lobos en Sierra Morena en torno a 50 ó 60 ejemplares, es decir 5 ó 6 manadas. Su final puede estar próximo si no se toman las medidas de protección adecuadas. Esperemos que así sea para no tener que hacer referencia a esta especie solo a través las viejas leyendas.

Juan José Casas Picón "Salerete" (1904-1988) tabajó varios años al cuidado de las yeguas en la casería del Lobo

Notas: 
(1) Escuché esta antigua narración de boca del marmolejeño Juan José Casas Picón “Salerete” (n. 1904-f. 1988), trabajador muchos años en la casa de José Perales Jurado y encargado del cuido de sus caballerías en la finca del Ecijano y en la casería del Lobo. Juan José era el padre  del último casero que hubo en  el Ecijano, José Casas, casado con Eloísa Lozano.
(2) Los caseros que se citan en la leyenda  son personajes reales. Se tratan de Pedro Barragán Correas (n 1894-m.1980), “Perico” y Concepción Torralbo Rodríguez (n.1899-m1980), “Conse”. Antes de ejercer de caseros en la casería del Ecijano, propiedad del “Médico Perales”, estuvieron  en la casería del Lobo cuando aún estaban recién casados, es decir hacia la década de los veinte del pasado siglo.
(3) Noticia titulada “El drama de la vida: un lobo rabioso”. Publicada en el Adelantado: diario político de Salamanca”. Número 7574 de 24 de febrero de 1909. Hemeroteca del Ministrio de Cultura. Madrid.

Documentación gráfica adicional

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