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Antonio Alcalá Venceslada

-Manuel Perales Solís-

 

Antonio Alcalá Venceslada, nació circunstancialmente en Andújar el 5 de noviembre de 1883 en la casa de su abuela materna, según era la costumbre de la época. Toda su infancia y juventud discurrió, sin embargo, en su Marmolejo del alma, en una espaciosa y alegre casa de la calle Granados, propiedad de sus padres, de cuyo patio dijese el afamado escritor Francisco Rodríguez Marín que “es un patio que ríe”.

Pertenecía a una familia de hacendados agrícolas con posesiones olivareras y cerealísticas en nuestro termino municipal, aunque nunca diera el tipo del propietario sino de intelectual de aspecto machadiano, humilde y sencillo, dedicado a su trabajo como funcionario y a su vocación docente y literaria.

Su padre era el abogado y propietario agrícola Juan Manuel Alcalá Orti, sobrino del catedrático de Metafísica de la Universidad Central de Madrid, el también marmolejeño Juan Manuel Orti y Lara, más conocido como “El Sabio andaluz”. Junto a su hermano José, lideró durante los años iniciales de siglo veinte el Partido Liberal Conservador marmolejeño. La madre de Antonio, Manuela Venceslada, era natural de Andújar, perteneciente a una familia de clase media. El matrimonio tuvo seis hijos/as: Antonio, Josefina, Dolores, Vicente (Secretario del Ayuntamiento en 1917), Juan (concejal monárquico en el Ayuntamiento Republicano de 1931) y Ana. Perteneció Antonio junto a su padre, al Partido Conservador, ocupando cargo de concejal entre 1909 y 1915, aunque con reiteradas ausencias de la localidad a consecuencia de sus quehaceres universitarios. No obstante desempeñó con entusiasmo las áreas de gestión encomendadas relacionadas casi siempre con la instrucción pública, la cultura y los festejos en compañía de su inseparable compañero y amigo el popular alfarero, Francisco Vallejo Torres.

La solvencia económica de su familia le va a permitir cursar estudios de secundaria en Zaragoza, en el colegio de los Padres Jesuitas. Posteriormente pasó al de El Palo (Málaga) finalizando el bachillerato en la célebre Institución de Santo Tomás en Jaén, donde ya compone sus primeros romances “Azarque” y Homar y Celinda” que le valieron el aplauso de consagrados poetas. 

La familia Alcalá-Venceslada al completo. De izquierda a derecha: Josefina Alcalá, Emilio Caballero-Infante (su esposo, de pie), Dolores Alcalá, Antonio, Juan Manuel Alcalá Orti (padre), Vicente (de pie), Ana, Manuela Venceslada (madre) y Juan Alcalá. Los niños que aparecen sentados son los hijos del matrimonio Caballero-Infante-Alcalá; el de la izquierda es Francisco Caballero-Infante y a su derecha su hermano Juan. La foto fue realizada hacia 1915-1916 en el patio de la casa de la familia en la calle Granados, del que el escritor Rodríguez Marín llegara a decir que “es un patio que rie”. Fuente: Natalia Alcalá Valenzuela.

En 1902, ingresó en el Real Colegio de San Bartolomé y Santiago, en la Universidad de Granada, donde simultaneó los estudios de Derecho y Filosofía y Letras, terminando la licenciatura en la Universidad de Sevilla ciudad con la que tuvo una estrecha relación y en la que ya se había establecido su hermana Josefina casada con el sevillano Emilio Caballero-Infante Soldado, doctor en Filosofía y Letras y catedrático de Instituto y miembro de una familia de reconocido prestigio en el mundo cultural y universitario de la ciudad hispalense (1). Emilio ejerció como profesor de Literatura y destacó por sus ideales liberales y republicanos, siendo uno de los intelectuales españoles que en marzo de 1938 firmó un manifiesto contra el fascismo. 

La familia Alcalá-Venceslada hacia 1905. De izquierda a derecha: Vicente, Antonio(sentado), Manuela Venceslada, Juan, Juan Manuel Orti, Josefina y Dolores. Fuente: Natalia Alcalá Valenzuela.

 

En 1915, previa oposición, Antonio Alcalá ingresaba en el cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, siendo destinado a la Universidad de Santiago de Compostela. Luego en 1917, fue trasladado al Archivo de la Delegación de Hacienda de Cádiz, entrando en contacto con el poeta gaditano Eduardo de Ory y fundando con él la revista “Vida Moderna”. Ya antes, nos dice su biógrafo Caballero Venzelá, durante su etapa estudiantil en Sevilla, había fundado con Felipe Cortinas Muruve, la revista literaria “Apuntes” en la que colaboraba con el pseudónimo de “Maese Gil”.

De su etapa gallega, son sus colaboraciones en el “Diario de Galicia”, firmadas como “Tucho Castelo”.

En 1919 pasa al Archivo de Hacienda de Huelva y en 1920 al de Jaén, ciudad en la que se asienta hasta su muerte. Ese mismo año contraía matrimonio en Arjona con Isabel Muñoz-Cobo, perteneciente a una familia de ricos hacendados de esa ciudad. 

Hacia 1921 comienza su labor docente como catedrático del Instituto Virgen del Carmen de Jaén, tarea que continuará durante el resto de sus días. En la reunión tenida por la Real Academia de la Historia el 7 de diciembre de 1923, fue nombrado Académico correspondiente a la docta Corporación e, igualmente, lo será por la Real Academia de la Lengua. Por estos años le vemos impulsando la celebración en Marmolejo de los homenajes a Armando Palacios Valdés, en 1924, y de su tio-abuelo el filósofo Juan Manuel Orti y Lara, en 1926. Sin lugar a dudas sería el alma principal de estos dos eventos con los que se vuelca entusiastamente y en el que participan varios intelectuales jiennenses agrupados en torno a Alfredo Cazabán en la revista “Don Lope de Sosa”, entre ellos el escritor y abogado, premio Nacional de Literatura, Ángel Cruz Rueda, compañero de Antonio en la redacción del diario “Norte Andaluz”.

El amor que profesó por Marmolejo quedaba estampado en esta poesía dedicada al escritor Palacios Valdés que leyó en el banquete celebrado en el Hotel de los Leones frente al homenajeado. Allí nos hizo esta curiosa descripción de nuestra villa:

 

A orillas del Betis florido,

al pie de la Sierra Morena,

en jardín de olivares y huertas

-edén de los ojos, descanso del alma-

humilde y callada.

Es un trozo de mármol pentélico;

un terrón de las sales del Ática;

fresca moña de abiertos jazmines

y bando en reposo de palomas cándidas.

La mano de Dios prepotente,

derramando a raudales su gracia,

quiso darle un tesoro sin precio

en ricos veneros de próvidas aguas.

¡Cuántos seres bendicen su nombre

y cuántos por ellas al Señor alaban!

Aquí tiene el nidal escogido

la selecta raza

pulcra, fuerte, ingeniosa y sencilla

que aunque a veces sueña, a veces trabaja,

y aquí expanden sus risas y lágrimas.

 

El Vocabulario Andaluz de Antonio Alcalá Venceslada. En el recogió palabras de toda la geografía andaluza, siendo algunas de ellas tomadas del habla marmolejeña. 

Portada del libro “Cuentos de Maricastaña” de Antonio Alcalá Venceslada.

Al morir Alfredo Cazabán Laguna, Antonio fue llamado a ocupar la presidencia de la Comisión Provincial de Monumentos Artísticos en 1931. El Ayuntamiento republicano de Jaén, en acuerdo tomado en noviembre de 1934, decidió reconocer sus altas cualidades humanas e intelectuales dedicándole una plaza en uno de los barrios más castizos del viejo Jaén.

Durante la postguerra ocupó puestos de concejal en las corporaciones franquistas de la capital siendo teniente de Alcalde y varias veces Alcalde accidental. Ello no fue obstáculo para que supiera siempre discernir su compromiso político con su obligación como persona solidaria y valiente; yo diría que como marmolejeño cabal, amigo de sus amigos aunque estos fueran de otras ideas y pudiese verse comprometido frente a los adalides del régimen. Pero él estuvo siempre por encima de esas miserias humanas, intentando aportar a esos años de postguerra algo más de humanidad y de cordura en las relaciones entre personas de ideas diferentes.

Estamos en la década de los 40, son años de penuria, de hambre, de falta de libertades y de ausencia total de derechos humanos; hacia la capital del reino acudía cada 10 ó 15 días el marmolejeño José Gutiérrez Alcalá, en libertad vigilada desde 1943 tras su paso por las prisiones de Madrid y Guadalajara, para pasar ante la Comisaria de Policía, los controles pertinentes. José era amigo personal de Antonio Alcalá; sus méritos para ser encarcelado habían sido el haber militado en el partido de Unión Republicana y ocupar durante la República la Secretaría Particular del presidente de las Cortes Republicanas, el sevillano Diego Martínez Barrio, por cierto antiguo aguanoso en Marmolejo donde surgió una sincera amistad con el joven José. Los días que le tocaba control en la comisaría de Policía, Antonio Alcalá dejaba sus quehaceres para ir a ver a su compañero del alma con el que compartía un “cafetito”, y entablaba una entrañable charla, ayudándole en lo que podía para salir lo antes posible de la situación por la que atravesaba (2). Uno de esos días Antonio indignado, probablemente, por las malas prácticas de las autoridades provinciales, le comentó confidencialmente un asunto de estraperlo cometido por el Gobernador Civil de la provincia que iba a dejar sin determinados productos básicos a Marmolejo para el día siguiente. Cuando José regresó al pueblo lo comentó y alguien que lo escuchó se lo dijo a las autoridades locales y fue motivo para que lo encarcelasen esa noche. Al día siguiente cuando las gentes que acudían a abastecerse notaron la falta de azúcar, y de otros productos de primera necesidad, empezó a correr la voz por el pueblo de que José Gutiérrez había dicho la verdad. A pesar del miedo, los lamentos unánimes de las gentes bastaron para que el alcalde Francisco Rivillas diera marcha atrás y lo sacara del calabozo. José jamás delató a su amigo por aquella información confidencial que pudo haberle causado a Antonio graves quebrantos en su situación personal como autoridad del régimen en la capital.

Al organizarse el Instituto de Estudios Jiennenses Antonio Alcalá fue llamado a formar parte de él, perteneciendo al mismo como consejero de número. Nos cuenta su biógrafo Manuel Caballero Venzalá, que Antonio falleció cristianamente en Jaén, en la casa número 6 de la calle de Los Peñas, el 15 de julio de 1955.

Nos dejó una vasta obra formada de una gran producción literaria y un sinfín de colaboraciones en la prensa de su época. Antonio fue un hombre cordial, de trato afable. El profundo interés que profesó a las cosas del pueblo llano –sus costumbres y sus decires- trascendieron su palabra y sus escritos haciendo de él una personalidad enamorada de lo popular. En su amplia producción, destaca siempre el alma del pueblo andaluz trasluciendo todas las diversas facetas y aficciones de los hombres de nuestra tierra. 

Antonio Alcalá Venceslada en sus años de madurez. Fuente: "Cuadernos de Historia Guadalquivir". Andújar

Desde el punto de vista filológico y andalucista, el Vocabulario Andaluz fue sin duda su obra principal de más trascendencia. En él recogió muchos vocablos que se empleaban entre el pueblo llano pidiéndole a sus alumnos del Instituto que le trajesen cada lunes, desde sus localidades de origen palabras que usaban sus padres y abuelos. Muchas de estas palabras antiguas las tomó del habla popular marmolejeña por eso, entre las 18000 que recogiera en su segunda edición, podemos identificar términos usados en nuestra localidad con relativa frecuencia aunque hoy día hayan caído en desuso. El resto de su obra literaria y poética fue prolífica destacando trabajos como “Cuentos de Maricastaña, “De la solera fina” (Jaén 1925), “Coplas andaluzas” o “La flor de la canela”(Andújar 1946), etc.

No quisiera terminar esta reseña biográfica sin reproducir unos de sus últimos escritos que dedicó a Marmolejo. Lo encontré en el diario Jaén de 4 de septiembre de 1943. En ella Antonio Alcalá, rememoraba de esta manera aquellas ferias de su infancia de finales del XIX, y precisamente lo hacía desde la ciudad de Cuenca, cuna del obispo San Julián, donde se encontraba pasando unos días de descanso. Dice así:

 

    “Hace medio siglo las fiestas en honor del Patrón de Marmolejo San Julián, Obispo de Cuenca, eran más humildes que las actuales, como era también menos lúcido el aspecto del pueblo en su urbanización. Las calles todas, empedradas de esa piedra “jabalina” privativa de nuestro suelo, lisa como bola de billar y tendiendo siempre a salirse de su cama, y solamente la Plaza del Amparo y las aceras soladas tenían la losa “azucareña”, que es tan dulce y tan mollar que se descantilla y derrite con poco menos que nada.

El actual paseo llamábase como hasta hace poco, el “Legío” y también por antonomasia, el “Llano”, lugar cubierto de eras en el estío y de carroña de animales en las demás estaciones; era digno compañero de los del Gamonal y de Las Cruces. Aparte este incómodo desaseo exterior, propio de los tiempos, las casas de Marmolejo ostentaban la limpieza y pulcritud de ahora y ni la más modesta dejaba de ser enjalbegada y fregoteada hasta bruñir sus ladrillos. Ya recordaréis que Don Armando Palacios Valdés en uno de sus discursos que leyó ahí con motivo del homenaje que se le ortorgó, confesaba que a la vista de estas humildes casitas, no le importaba ser pobre y vivir en alguna de ellas.

El cuatro de septiembre comenzaban las fiestas, a las doce con los inevitables disparos de cohetes y los repiques de campanas en la vieja espadaña, antecesora de la actual torre, en la cual se balanceaban orondas la “gorda”, la “mediana”, el esquilón y otra campana pequeña que se asomaba a la calle de la Iglesia en un paredoncillo adosado en ángulo recto. Era un clásico campanario que mereció, muy poco antes de su derribo, el honor de ser copiado por los pinceles de Moreno Carbonero. Alternando con los laucinantes repiques y estampidos, daba su concierto la banda municipal dirigida por Don Francisco Martí, de quien fueron discípulos todos los músicos que hasta hace no muchos años actuaron en ella. No era Don Francisco ciertamente Wagner, pero tenía madera docente.

Nada había ya hasta la hora del “castillo” que era quemado con los cohetes y con las ruedas adyacentes, en la plaza principal, llamada entonces, y mucho tiempo después, de la Constitución. En aquella noche podían verse por los tejados de las casas inmediatas a la plaza, improvisados bomberos con un escobón y un cubo, ¡por si los cohetes”!. Bien es verdad que el “pirotesco” como decía el munícipe de aquel tiempo, no solía gastar mucha pólvora en salvas.

Los tenderetes de muñecos, las mesas de turrón, con peladillas y “cubiertos” de cidra y calabazate, los puestos de “arbeyanas” cordobesas y piñones, las rifas de paquetes y puros, las reolinas de “tío” y “tía”, ocupaban los costados de la plaza de la Iglesia extendiéndose por el frente de la del Amparo y el principio de la calle de la Estación hasta el Matadero, en cuya plazuela se hallaban instalados los únicos “caballicos” que solían concurrir a la fiesta.

No hay que decir que a la sazón ni se soñaba con la luz eléctrica y que las espléndidas iluminaciones reduciánse a faroles de petróleo del alumbrado público, a unos cuantos a la veneciana colgados delante del Cabildo y a los minúsculos que lucían en los atriles de los músicos. Obscurantismo puro.

El día cinco diana matinal y más tarde la fiesta de Iglesia con capilla de Andújar de la que formaban parte músicos tan notables como los Gálvez, los Vera, Miñana, Vaquero, Delgado, y otros, y en la que pronunciaba el panegírico del glorioso San Julián, sin olvidar a Lesmes, su paje y “alter ego” en el ejercicio de la Caridad, un famoso orador sagrado. Se barajaban los nombres de Francés, Galán, Sánchez Calderón, prior de la parroquia, que se codeaba dignamente en cuanto a elocuencia con los anteriores. ¡Qué buen predicador era Don Ambrosio!.

Terminada la fiesta, allá por las doce, refrescaban munícipes, cofrades e invitados en las salas consistoriales mientras la banda daba el tercer concierto. Después la siesta hasta la hora de la procesión con la sagrada imagen. En los principios de siglo, ésta sufrió una mutilación por la torpeza de un inconsciente iconoclasta y fue restaurada graciosamente por el insigne y malogrado escultor sevillano Antonio Susillo “aguanoso” y testigo presencial del suceso.

Y con el paseo de la noche y un baile de sociedad en el Ayuntamiento, terminaba todo el “gaudeamos” porque he de anotar que el seis de septiembre se incorporó a los festejos, y ello solamente para cucañas y concierto, con posterioridad a las calendas a que me refiero”.

 

Notas:

(1)Emilio Caballero-Infante era hijo del catedrático de la Universidad de Sevilla Francisco Caballero-Infante y Suazo, nacido en la Habana el 9 de septiembre de 1847 hombre cultísimo, arqueólogo, arabista e historiador que con Demetrio de los Ríos y José Gestoso “salvó” las ruinas romanas de Itálica del expolio y del abandono. Emilio casó con la marmolejeña Josefina Alcalá Venceslada (n. 1887-m.1972) de cuyo matrimonio nacería el 23 de septiembre de 1910 Francisco Caballero-Infante y Alcalá, personaje, igualmente, de rica vida social y cultural en la Sevilla de la postguerra y Juan, médico de profesión, que falleció muy joven en la guerra civil en el frente de Madrid cuando ejercía de alférez médico en la columna donde se encontraba.

Francisco fue químico y ejerció como profesional en las Industrias Farmacéuticas Miguel Ybarra de Sevilla, alternado esta labor con la de profesor de Matemáticas y Química en el colegio de San Francisco de Paula de Sevilla. Casado con Plácida Perales Yedrá (hija de Periquito Semana), a la que conoció en sus estancias en Marmolejo cuando visitaba la casa de sus abuelos maternos.

(2)Testimonio de Paulina Alcalá, viuda de José Gutiérrez Alcalá.

 

 

 

Fuentes y bibliografía:

Caballero Venzala, Manuel: “Diccionario bio-bibliográfico del Santo Reino”.

Diario ABC de Sevilla de 2 de febrero de 1972

Diario La Vanguardia de 15 de marzo de 1938.

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