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Patrimonio arquitectónico desaparecido III

-Manuel Perales Solís-

 

 

El Castillo de Marmolejo



El castillo existente en Marmolejo se hallaba enclavado en un solar anexo a las actuales calles de la Bombilla y Hospital. Aún hacia 1930, eran visibles algunos de sus paños de muralla según los testimonios de los antiguos y podemos  constatar desde principios del siglo XX la preocupación de la autoridades locales por el uso privado que se hacían de las piedras del castillo para ser reutilizadas en la construcción de nuevas viviendas. Finalmente los escasos restos que quedaban en pie acabaron por desaparecer durante la etapa de Postguerra coincidiendo con la construcción del barrio de Regiones Devastadas.

   La única referencia gráfica que tenemos de esta fortaleza bajomedieval, nos la ofreció el historiador Martín Jimena Jurado en el siglo XVII en el libro manuscrito denominado “Antigüedades de Jaén”, conservado en la Biblioteca Nacional. Estos datos fueron sacados a la luz por Juan Eslava Galán en un interesante artículo denominado “Los castillos del Reino de Jaén y su conquista por Fernando III”, que publicó en la revista Cajasur de abril de 1987.

Probablemente este castillo perteneciera al sistema estratégico defensivo creado por los almohades y posteriormente por los almorávides a lo largo de los siglos XII y XIII. En el caso concreto de esta fortaleza estaríamos hablando de un fortín bereber para defender los pasos y accesos al Guadalquivir. Con el tiempo la fortaleza se convirtió en la génesis de un pequeño asentamiento de población de agricultores y ganaderos de la zona que buscaron junto a sus murallas la protección necesaria de la fuerza militar que en ella se encontraba, sobre todo en los años más convulsos de reconquista cristiana. En el siglo XVII esta fortaleza aún se encontraba en buen estado pues Jimena Jurado nos dejó un dibujo de la misma y la siguiente descripción manuscrita:


“El castillo del Marmolejo es casi cuadrado, con cuatro torreoncillos redondos en las cuatro esquinas y una torre cuadrada alza en medio dentro de la cerca de las murallas. Todo es de piedra; el lienzo oriental y el occidental tienen, cada uno, 25 pasos de a cinco tercias de largo, y los otros dos lienzos del castillo, el meridional y el septentrional, tienen de largo 22 pasos de los mismos cada uno. Y así viene a tener todo de circunferencia 94 pasos de a cinco tercias cada paso.
  Es de la jurisdicción de la ciudad de Andújar en el Reino y Obispado de Jaén… No tiene rastro alguno de antigüedad romana, gótica, ni árabe (se refería a Marmolejo). La población es de casi 300 casas. En el castillo no hay más de una con la Iglesia antigua del castillo que es de San Lorenzo, porque en tal día se ganó a los moros y está arrimada a la torre alta que tiene en medio. Vénse hoy día ruinas de muchas poblaciones pequeñas alrededor y de cerca de este castillo y del río Guadalquivir”.



Hasta bien entrado el siglo XIX, el castillo continuaba usandose como lugar de culto  y enterramiento y seguramente que en la Guerra de la Independencia se empleó como lugar de resguardo de tropas, de uno como de otro signo.  En 1813, finalizadas las operaciones bélicas en nuestra región, nos llama la atención el testamento de Tadea y de Josefa García del Prado y Madueño, hijas de Andrés García del Prado, capitán retirado de las Milicias Provinciales y vecino de Marmolejo, y de Ana María Madueño. En él se dice que a su muerte “piden sean sepultadas en la hermita del Castillo en la que se veneran las imagenes de San Lorenzo y Señora Santa Lucía, con entierro mayor solemne, celebrándose en aquellos días misa cantada de cuerpo presente con diácono, subdiácono, vigilia y responso”. También dejaban una dotación  de 30 reales de vellón para “socorro y alivio de la suerte de nuestros prisioneros, sus familias, viudas y demás personas que hayan padecido en la presente guerra “. Esta claúsula se extendió en estos años de postguerra a todos los testamentos, según un decreto de las Cortes Generales y Extraordinarias de 3 de mayo de 1811, destinado a proveer fondos privados al resarcimiento de los daños de la guerra contra el francés.

Representación del castillo de Marmolejo realizada por el historiador Martín Jimena Jurado en el siglo XVII. Fuente: Juan Eslava Galán en revista “Cajasur”, de abril de 1987.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El Hotel de los leones:


La  familia Rostaing-Soullard:
  Este edificio fue reutilizado como residencia de la tercera edad a cargo de la Caja de Ahorros de Ronda hacia el comienzo de la década de los 80 del pasado siglo.  Su aspecto tanto externo como interno en el momento actual nada tiene que ver con el edificio antiguo aunque si se respetaron algunos de muros principales. Se trataba de una vasta construcción dotada de vivienda para hospedaje de agüistas, con casa para sus dueños, así como de un magnífico jardín, parte del cual afortunadamente se conserva en la actualidad. La fachada principal hacia la calle de La Fonda presentaba un ligero retranqueo hacia el interior que daba lugar a un coqueto patio delantero adornado de naranjos y delimitado hacia la calle por una verja sobre  zócalo de mampostería y un singular arco en el cual lucían dos pequeñas estatuillas de leones. La fachada posterior hacia el paseo de La Libertad también lucía una verja en hierro forjado anclada sobre pared de mampostería que dejaba ver el frondoso y romántico jardín del hotel. Se trataba de un edificio de estética decimonónica, equilibrado en la distribución de sus balcones y ventanas, y con tejados y cornisas muy al gusto  francés.

Vista general de Marmolejo hacia comienzos del siglo XX desde la zona del Camino Colorao. Podemos apreciar los restos de la torre del homenaje del desaparecido Castillo de Marmolejo. Fuente: Antiguo Bazar Solís.

Fue fundado en 1875 por el matrimonio formado por Pablo Rostaing y Catalina Soullard, ambos de origen francés, procedentes de un pequeño pueblo de la provincia de Grenoble, de nombre St. Etienne. Pablo había llegado a España para trabajar en la construcción del ferrocarril Córdoba-Sevilla y luego en el Sevilla-Cádiz y el Sevilla-Utrera y Morón. Al finalizar los trabajos de esta línea, a sugerencia de uno de los jefes de la empresa, se animó a venirse a Marmolejo para encomendarse al oficio de la hospedería. Por entonces el matrimonio vivía en Dos Hermanas (Sevilla) con dos hijos, Pablo y Alejo. Allí les nació el pequeño Antonio el 30 de agosto de 1866. Fue precisamente Antonio quien  a la vejez de los padres estuvo  a su cargo y quien, finalmente, lo heredaría.



Antonio Rostaing Soullard casó con la cordobesa Josefa Pinillos Raya nacida en 1863 en Montilla. Este matrimonio tuvo tres hijos: Claudio, el mayor, María, y Eladia. Claudio casó con la marmolejeña Isabel Lozano Pérez, hija de Pedro Lozano Muñoz (dueño del hotel Central) y Francisca Pérez Serrano. María casó en Marmolejo con Carlos Sánchez Solís (alcalde durante el periodo republicano de derechas) y finalmente Eladia, contrajo matrimonio con el veterinario José Solís Pedrajas.

Fachada principal de hotel de Los Leones a la calle León y Llerena.

Foto cedida por Antonio Rostaing Lozano, realizada a final del siglo XIX.

Claudio Rostaing Pinillos (n.1894-m.1979) estudió el bachillerato en Córdoba, en el Colegio Francés y finalizó igualmente los estudios de peritaje mercantil en la Escuela de Peritos de dicha capital. Antes de la Guerra trabajó en el hotel ayudando a su padre; fue vicepresidente del Centro Republicano de Marmolejo en febrero de 1934, perteneciendo junto a su cuñado Carlos Sánchez al Partido Radical Republicano. Posteriormente a la contienda civil ejerció el puesto de Interventor Municipal (1944) en el Ayuntamiento y también ejerció de Juez de Paz en los primeros años de Postguerra. Nada más estallar la guerra lo detuvieron las milicias republicanas pero lo dejaron en libertad ese mismo día. Por mediación del cónsul francés consigue marchar a Francia, a Montelimar a casa de unos primos hermanos, Camilo y Paul. Estuvieron allí toda la familia (padre, madre, Claudio, su mujer y el niño) durante 6 meses, y cuando se enteraron de que Sevilla había sido ocupada por Franco, marcharon allí, desde Francia, a casa de su prima hermana  Marta.  Luego vivieron  en Casariche donde residía un hermano de Josefa Pinillos Raya, llamado Antonio. Desde allí pasaron a Córdoba donde falleció Antonio Rostaing Soullard (comienzos de 1937). En Córdoba Claudio alquiló un restaurante en las Tendillas, esquina  calle Conde Gondomar, a un sacerdote de origen francés. Al terminar la guerra, en abril de 1939 la familia volverían definitivamente a Marmolejo para hacerse cargo nuevamente del hotel.

Antonio Rostaing Soullard y su esposa Josefa Pinillos Raya.

Fuente: Antonio Rostaing Lozano.

Sobre la vida del hotel, gracias a los apuntes realizados en su diario por una de sus huéspedes más ilustradas, Enriqueta Raggio Moreno, podemos conocer, hoy día, aspectos muy interesantes de este establecimiento entre los años de 1908 a 1912. Los he desgranado en varios apartados que he ido rellenando con las impresiones de ésta ilustre malagueña.

En relación a la fisonomía y estancias del Hotel nos cuenta en el primer viaje realizado a Marmolejo en octubre de 1908 que “es el mejor de los que hay en Marmolejo. Tiene dos fachadas, un buen salón, jardín y una pequeña huerta. En la portada a la calle de León y Llerena tenía dos pequeños leones, de los que tomó el nombre. Fundado en 1875 por Pablo Rostaing que era francés. Hoy es de sus tres hijos.  El jardín estaba muy cuidado por Luis el jardinero. Dispone de un depósito del carbón que llevaban de Málaga y mucha yerba luisa que en más de una ocasión necesitaron los huéspedes”.
  Hay que decir que este hotel dispuso de agua corriente procedente de la noria de una huerta que al final de calle “El Santo” había comprado Antonio Rostaing. El agua le llegaba por su propio pie a través de una tubería soterrada y gracias a ese recurso nunca faltó el agua corriente a los agüistas.

De los empleados, nos habla de  la señora Paula que era el ama de gobierno desde tiempos de Don Pablo y doña Catalina padre de los dueños. Era muy viva y trabajadora, aunque vieja. En su primera estancia en Marmolejo nos dice  que  Juan Cano era cochero del hotel, que bajaba a la estación dos o tres veces al día; Juana era la camarera, y José el portero, un vejete que estaba siempre en el patio dando a la bomba y haciendo los mandados de la fonda. También dice, que disponía de sellos de correos que facilitaba a los huéspedes mediante alguna gratificación. Cita igualmente a  tres camareros que no podían atender bien a tantos huéspedes  en los momentos de temporada alta. Uno que era de los más antiguos se llamaba Ginés, pero el principal de ellos era Manuel. “Buscaron otros camareros a poco de llegar nosotros, pero a pesar de haber aumentado el número, como era aún mayor el aumento de huéspedes, que ya no cabían en la mesa y comían en las mesitas apartes, no podían dar abasto y de un plato a otro transcurría el tiempo necesario para poder hacer la digestión”.

También menciona al muchacho que llevaba el agua de la fuente Olid en un burro y cántaros de hechura especial  y a las mujeres que entraban con manojos de gallinas y pollos para la cocina y a los vendedores que pregonaban sus diferentes mercancías.

En su segundo viaje de 1910 nos habla de Ana María Cano, la peinaora, que le había recomendado Paula el ama de gobierno. “Esta mujer tenía muchos peinados  en las distintas fondas y sólo en la nuestra llegó a reunir ocho o diez. Mientras la peinaba le daba cuenta de todo lo ocurrido en el pueblo y no porque fuera habladora sino porque ella preguntaba demasiado. Iba a casarse con un sobrino de Semana que tenía empresa de coches y pasaba por uno de los más acomodados de Marmolejo. Nos dice que hay en la casa, además de los Rostaing que son los dueños, tres camareros, Manuel, Ginés y otro, hijo del cocinero y tres camareras. Una de ellas se llamaba Juana, y Paula que es el ama de gobierno y lleva el cargo de todo, lavandera, planchadora, y freganchina”.  Luis era el jardinero y un hijo suyo que  le ayudaba y servía de pinche.
   “Me agradaba -nos dice- en esta fonda ver la antigüedad de todos los criados, muchos de ellos del tiempo de los padres de los actuales dueños. Pasada la primera temporada, quedan las mujeres en el hotel, fregando las camas, lavando los colchones y blanqueando los cuartos. Empalmaban así la segunda temporada y concluida ésta todos se van a sus casas hasta el año siguiente, a excepción de Paula, Juan el cochero y José el portero, únicos que quedan en el hotel”

La agüista malagueña Enriqueta Raggio Moreno, autora de un interesante diario,  junto a su esposo  Luis Mapelli. Enriqueta frecuentó Marmolejo en los años iniciales del siglo veinte y se hospedó en el hotel de Los Leones. Fotografía cedida por su biznieto Enrique Mapelli Gómez.

El fotógrafo de Andújar Rafael Gómez que estaba en Marmolejo, solía ir a la fonda para retratar a los agüistas, unas veces en grupo y otras individualmente.
   En el viaje realizado en 1911 relata cómo aún continuaba  Paula, los camareros Manuel y Ginés y al hijo del cocinero. Pero la camarera Juana, no estaba ya este año porque se había casado y  preparaban los cuartos Teodora, una de las antiguas, y María, que era prima de Juana y nueva en la casa.

De los huéspedes que conoce desde su primer viaje, va haciendo en su diario una relación de las personas con las que traba amistad, al tiempo que nos las va describiendo telegráficamente, entre ellas una tal Candelaria, de Montilla, que ocupaba la presidencia, beata y charlatana; una viuda y una niña, de Aguilar; don Lorenzo Carrión, abogado y notario de Madrid; don Rogelio Martínez, Decano del Colegio de Abogados de Albacete; doña Josefa, prima de éste, de Madrid; un matrimonio de Lucena; don Manuel Piñal y su señora que se llamaba Felisa, de Sevilla; la viuda de don Antonio Campos que no era conocida nada más que por su título de marquesa de Iznate y su hija Gracia. Ana María Jiménez, de Málaga; Gonzalo Moris, notario de Martos con su señora que se llamaba María; don Enrique Mena, coronel de artillería retirado, muy ocurrente e ingenioso, y su hija Rosalía, casada con un capitán de administración, guapetona, alegre y muy compuesta; una familia de Arahal, don Antonio Arias de la Reina, personaje mudo con cara de patriarca que comía muchísimo, su hermana doña Francisca, Viuda de Zayas, que estaba muy enferma y su hija Teresita, tipo especial de pueblo con grandes pretensiones, aunque ya pasadita y fea. “Se esperaban muchos más huéspedes, entre ellos al ministro o ex-ministro García Prieto con su familia que finalmente se hospedó en el hotel Madrid”.



Prosigue su relación con don Antonio Aguilar, abogado de Madrid; doña Jimena y Beatriz Aguilera, dos señoritas huérfanas de Madrid, que llevaban un luto riguroso, muy finas e instruidas, pero tan horrorosamente feas que su físico constituía una verdadera desgracia. Don Miguel Ortiz, de Estepa, con su señora doña Catalina Moreu natural de Palma de Mallorca. Iba con ellos Carmencita Padilla, una sobrinita lejana. Un tal Girón, corredor de frutos de Jerez, que había sido simple Guardia Civil. “Él y su señora olían a la Casa Cuartel a la legua, pero ésta mudaba de traje todos los días y seguiría variando el terno porque había llevado dos grandes baules mundos; la viuda del general Carmona que se llamaba Catalina y era bastante joven y su hija Conchita, muy guapita que contaba con una vocesita de tan escaso volumen que fatigaba oírla”. Don José Soler, magistrado de Córdoba y su señora Gertrudis Dueñas. Había después un señor Mata, no sé de donde, un señor Llerena, con su señora y una hija muy bonita, de Sevilla, una señora catalana cuyo esposo era Comisario y una familia de Linares”. De su marido, Luis Mapelli Valcárcel, nos dice que iba casi siempre a las aguas con don Lorenzo, don Rogelio y don Ramón García Valdecasas, Registrador de Campillo; Pepita Ordoñez y su tía Elisa que le presentaron a Carmen Morales y Rosa Alexandre, “la archimillonaria que es muy parada y su cara carecía de expresión, pero me parece sencilla a pesar de su dinero…”



“Como no paraban de llegar gente me enseño Paula el cuarto al lado del nuestro, que era muy chico, para que viera cómo habían dormido aquella noche parte de una familia hebrea que llegó el día anterior. Entre estas hebreas, que al principio y nada más que al principio, provocaron algunas muecas de las gentes ultramontanas, estaba la señora de Vehon, que volvimos a encontrar en otras temporadas y sus dos hijas, Ester y Sara y una señora muy joven y guapa, blanca y de facciones delicadas”.



En su segundo viaje de 1910 nos refiere que se encontraba allí el marqués de La Peña de “Los Enamorados”, de Antequera, quien refería a cada paso que se le había despeñado su automóvil por el Puente de Alcolea; don Rafael Díaz de Granada y su señora Concha Sanz. “Era hijo del marqués de Dilar con su señora, muy atenta y muy remilgada, hacía de pollita y andaba dando saltitos. Iban a las aguas en automóvil y les acompañaba una sobrinita, Carmencita, muy guapita, que hablaba muy poco y comía menos.  Teresa Rodríguez Pedrol de los Rios era una catalana que tenía algo de andaluza. Viuda del pintor Gil de Palacios; Carmen Flores, de Cádiz, pero que vivía en Málaga, era viuda de Hernández-Quintero, viejo contratista de obras públicas. Iba con una doncella y su hija Carmencita que era una chiquilla hermosota. Don Agustín Aguilar Tablada, hijo del que fue mucho años Presidente de la Audiencia de Málaga y al que no conocíamos, era abogado y estaba casado con doña Enriqueta Toro, de Aguilar, en donde vivían. Iba con su señora quien era muy natural y simpática y su hija Elenita, muy viva y alegre al par que formalita. Estaba tan enfermo que parecía un espectro. Al principio no tomaba más que leche y en la mesa usaba un mosquiterito de papel rosa para espantar las moscas, que constituían una de las plagas de Marmolejo. Gran aficionado al arte dramático solía recitar en el Salón algunas noches. A Rosalía Mena le acompañaba su madre, que se llamaba Julia. Se había quedado viuda iba de riguroso luto. Decían que su marido, que era muy rico, le había dejado todo su caudal. Don Francisco Martínez de la Vega, era de Málaga de donde faltaba desde joven y primo de Joaquín el pintor, según  nos dijo era abogado y vivía en Casablanca o Tánger. Conchita Cabrera y su tía, de Córdoba; doña Carmen Giote, de Granada, era muy conocida y parecía llevar la representación de su pueblo.

Enriqueta Raggio y su esposo Luis Mapelli.

Foto cedida por Enrique Mapelli Gómez.

Debía ser rica porque hablaba reposado y con cierto aire autoritario. La acompañaba una sobrinita que se llamaba como ella, muy simpática y agradable; Juanita Tejada era hija del Ingeniero Jefe de la Provincia de Córdoba. Era muy baja y como iba engordando le gustaba pasear y me acompañó algunas veces al Manantial. Me agradó tratarla porque era sencilla y natural. Unos conocidos autores dramáticos que se encontraban en la Fonda hicieron unos florales. Fue una de las hebreas reina de estos y mantenedor un sacerdote ilustradísimo que le dedicó frases elocuentes. Quizás por esto nadie volvió a pensar en la diferencia de raza y religión….”.
  “La familia de Rosales, de Granada, era bastante curiosa. Según todos, su posición había sido modesta hasta que con la remolacha habían adquirido una gran fortuna. Iban a las aguas en automóvil. El nieto, Pepito Serrano, era muy guapito y simpático y llevaba su institutriz, creo que francesa, la que podía entretener a los niños en el Salón conservando el aire serio que correspondía a su cargo; pero cuando la familia se iba a las aguas desaparecía la gravedad y desde mi cuarto, muy cerca del suyo, oía las risas y gritos de “mademoiselle”, como decía la abuelita. Las carreras en los pasillos hacían suponer que no era solo el ama de los Laraña la que gozaba de popularidad en el Hotel.

Una señora de Sevilla Dolores Puerto Solís era muy francota; estaba casada con un catalán que tenía una fábrica de corcho. La mayor de sus hijas se llamaba Concha; las otras Dolores y Pilar. Elisa y Pepita Ordoñez llegaron a Marmolejo cuando ya no había un solo cuarto desocupado. Tuvieron que alojarlas en una casita enclavada en la misma fonda en la que vivía Don Pablo y su familia ya que al morir este su viuda no había querido continuar en ella. Ahora la habitaba el camarero Manuel que se había casado y allí seguía el depósito de semillas y plantas que tenían los Rostaing, así como los mueblecitos de madera hechos en Valencia y que tenían el letrero de “Recuerdo de Marmolejo”.

   Al llegar a la estación de Marmolejo en 1911 encontraron a Juan Cano, el cochero de Los Leones, y se subieron en el coche con un señor de Granada, un tal Rojas, que tenía una fábrica de chacina y estaba con su familia en la fonda. La presidencia en la mesa del salón,  la ocupaba el Médico director D. Juan Bautista Horques “que ese año, como ya su viudez no era tan reciente, estaba más animado y se permitía ciertas bromitas con las niñas casaderas”. En su cuarto viaje de 1912 nos sigue presentándo todo un elenco de personalidades de la alta sociedad española y andaluza en la que  aparecen los nombres de sus localidades de procedencia: Madrid, Aguilar, Utrera, Granada, Almodóvar del Río, Martos, Sevilla, Málaga, Badajoz, Barcelona, Montilla, y un largo etcétera.



Fachada trasera y jardín del hotel de Los Leones hacia la década de los sesenta del pasado siglo. Fuente: Juan de Dios López.

Sobre las comidas del hotel nos describe minuciosamente los almuerzos y las cenas de todos los días, mientras que de los desayunos no hace apenas mención, salvo para hablarnos de los picatostes de la fonda: “Cuando por las mañanas tomaba el desayuno, me comía siempre un plato de picatostes que como masa frita eran sumamente pesados. Muchas veces, al salir a la calle, sentía tan ocupado el estómago que creía, de buena fe que no podría después almorzar. Pero ya en la Iglesia iba desapareciendo esa molestia, como si los picatostes se hubieran colocado mejor y cuando volvía a la Fonda esperaba, hasta impaciente algunas veces, que la campana diera la última señal para el almuerzo”.

Los almuerzos:
- Tortilla, pescada frita, bistec y melocotones.
- Huevos fritos con jamón, paella de arroz con pollo, bistec y melón
-Tortilla, salmonetes fritos y carne con papas.
-Tortilla, pescada con tomate, bistef y melón.
-Tortilla, salmonetes fritos, carne con papas y melón
-Tortilla de yerbas, carne con papas y zanahorias, bistef y queso
-Sopa, cocido, frituras de berenjenas, pollo, ensalada y “pudgdin”.
- Torta de papas, cabrito guisado, bistef, queso y galletas.

Las cenas:
-Sopa de pastas, cocido de garbanzos, con habichuelas, carne, gallina y jamón; frituras de berenjenas; pollo en salsa; carnepollo en salsa; carne asada con ensalada de escarola y melocotones en conserva y al natural, “muy buenos unos y otros”; aceitunas y salchichón. El vino según Luis (el esposo de Enriqueta), era bastante aceptable.
-Sopa de pasta, cocido como todos los días, mayonesa de pescada, carne asada, pollo y ensalada, natillas muy buenas y melocotones. 
-Sopa, cocido, pollo, habichuelas, carne y ensalada y flan.
-Sopa, cocido, buñuelos de viento, carne, pescada, ensalada y melocotones de lata.
-Sopa de pastas, cocido que era siempre igual, fritura de conchas, carne en salsa, pollo o  gallina asada, ensalada y flan. Tortilla de espárragos, pescada con tomate, carne, ensaladilla de papas y queso.
-Sopa de fideos, cocido, carne guisada, menestra o verduras cocidas, pollo, ensalada y bizcocho.
-Sopa-puré, cocido, croquetas, pollo, carne asada, ensalada y huevos moles.
- Sopa, cocido, pollo, habichuelas, carne, ensalada y flan
-Sopa, cocido, cabrito guisado, gallina, ensalada y bizcocho.

Fuentes y bibliografía:
-Archivo Histórico Provincial de Jaén. Sección: Protocolos Notariales. Legajo 4083. Año 1813.
-Mapelli López, Enrique: “Diario de Enriqueta Raggio”. Edición Ángel Caffarena. Málaga 1969.
-Asociación Fuente Agria: “Marmolejo: imágenes de un siglo”. Gráficas La Paz de Torredonjimeno. Año 2008.
-Testimonios y fotografías del malagueño Enrique Mapelli Gómez, biznieto de Enriqueta Raggio Moreno y Luis Mapelli Valcárcel.
-Testimonios de Antonio Rostaing Lozano, biznieto de Pablo Rostaing, fundador del hotel de “Los Leones”.

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