top of page

Sierra Morena: un último Paraíso

-Javier Perales Solís-

 

De vez en cuando, aunque sea de tarde en tarde conviene desconectar de la rutina de la vida cotidiana; es saludable para la mente, el cuerpo e incluso para la relación con nuestro entorno social más cercano. Suele ocurrir, sobretodo en núcleos rurales de población reducida, que cuadriculamos tanto nuestras mentes y  estrechamos tanto nuestro espacio vital que llegamos a pensar, aunque parezca exagerado, que el mundo se reduce a lo que vemos cuatro palmos más allá de nuestras narices y ello, claro está, empobrece nuestra existencia y condiciona nuestro comportamiento social hacia esquemas más conservadores.

Precisamente para combatir esta posible patología social, que nadie estamos exentos de padecer ante el alto grado de sedentarismo de nuestra sociedad, propiciado por el desarrollo tecnológico que ha inundado nuestras vidas de “comodidades”, hoy hemos decidido coger nuestras bicis, nuestros sacos de dormir y nuestra tienda de campaña para echarnos a la carretera, tres días de ruta por Sierra Morena nos esperan.

  Pendientes de los partes meteorológicos que preveían bajada de temperaturas para este primer fin de semana de agosto (véase un acertado uso de las nuevas tecnologías), efectivamente, la Naturaleza nos abre un paréntesis entre los calores veraniegos. Hoy viernes amanece nublado, a las 7 de la mañana hora de partida, en la vega de San Julián tal vez demasiado fresco, aunque pronto en la subida hacia Marmolejo empezamos a entrar en calor. El objetivo del día, hacer noche en Solana del Pino, un pueblecito de Ciudad Real enclavado entre agrestes montañas que rayan los 1400 mts. de altitud, allí donde Sierra Morena se hace más salvaje, más inaccesible, pero a la vez también más encantadora.

Santuario de la Virgen de la Cabeza. Foto: Ricardo Fernández Perales.

Un descanso en el Santuario. Foto: Manuel Perales

Una parada para disfrutar del paisaje. Foto: Ricardo Fernández Perales.

 Llegados  a la vecina localidad de Andújar comienza lo duro, abandonamos el valle del Guadalquivir y comenzamos a remontar las primeras estribaciones de nuestra sierra por la carretera que une  la citada localidad con el Santuario de la Virgen de la Cabeza y Puertollano. Las nubes nos acompañan durante toda la mañana y la temperatura desciende a medida que tomamos altura, al igual que nuestras fuerzas, por lo que conviene dosificarse y no cebarse en esta primera subida hacia las viñas de Peñallana. Grandes escollos nos quedan aún por sortear, el primero ascender desde el Jándula hasta el Santuario donde tenemos previsto un avituallamiento para recuperar  fuerzas, pero antes el descenso de “Valdeinfiernos” que como su nombre apunta, es siempre temerario y arriesgado; después gatear como podamos por las rampas del jabalí para finalmente ya, en el punto de avituallamiento, cruce del Santuario, despedirnos del mundo civilizado y adentrarnos en las soledades de Sierra Morena a través de 30 kms de altiplanicie granítica donde la presencia humana se reduce a algún que otro guarda de las grandes fincas acotadas para la caza mayor existentes en la zona.

 A continuación, ya se perfila en el horizonte, entre nieblas, el siguiente obstáculo a superar, el puerto de Sierra Madrona, un cordel  montañoso que supera los 1000 mts. de altura cubierto de bosques de pinares de repoblación en sus laderas y restos de vegetación autóctona en las riberas de sus riachuelos (alisos, fresnos….). No en vano la organización de la “Vuelta ciclista a España” decidió en dos ediciones consecutivas de esta prestigiosa competición ciclista hacer pasar una de sus etapas en ambas ocasiones por este itinerario, lo que motivó el acondicionamiento de esta carretera desde el Santuario de la Virgen de la Cabeza hasta el límite con la provincia de Ciudad Real que estaba bastante deteriorada. Desgraciadamente quedaron unos últimos kilómetros sin arreglar que en la actualidad contrastan enormemente con el buen estado de la calzada con el que nos recibe la vecina provincia manchega y sobretodo no facilita el deseo con el que amablemente despide la Junta de Andalucía al viajero, mediante un gran cartel en el que se puede  leer, “hasta pronto”.

Nosotros a golpe de pedal hemos dejado Andalucía atrás, atravesamos un gran valle glacial por su perfil en forma de U que recuerda a los valles pirenaicos,  con orientación oeste-este buscando la cuenca del Jándula encajado entre las formaciones montañosas de Sierra Quintana al sur y Madrona al norte. Ante nuestros ojos la primera y más dura rampa del puerto da por finalizada nuestra conversación. Todo el oxígeno disponible será necesario para oxigenar la sangre que alimenta nuestros músculos; las gotas de sudor comienzan a caer de nuestras frentes y salpiquean sobre el manillar y cuadro de nuestras bicis. De vez en cuando levantamos la mirada soñando divisar detrás de cada curva el cambio de rasante que ponga fin a semejante tortura, aunque el sueño parece convertirse en pesadilla que amenaza no acabar nunca; un acoso físico y psicológico que el “hombre del mazo”, figura tan legendaria como temida en este deporte de la bicicleta que suele precisamente habitar en estos puertos de montaña, dirige hacia  nuestra fuerza de voluntad para hacernos desistir en el  empeño de dominarlos, de coronarlos y hacernos la deseada foto junto al letrero que les da nombre y altitud, para mostrarla al mundo como un trofeo, una fiera domada, un logro más en nuestro palmarés deportivo.

 

Comenzando la subida a Sierra Madrona por la zona de La Torrecilla.Foto: Ricardo Fernández Perales.

La dehesa de Montealegre. Al fondo el valle del Yeguas.

Foto: Ricardo Fernández Perales.

En el puerto de Madrona a 960 metros de altitud. Foto: Manuel Perales.

     Afortunadamente, gracias a la constancia y el esfuerzo tenaz del empecinado ciclista, ese momento de gloria llega y aquí estamos pisando la cima, dominando las adversidades orográficas, fatigados, con las piernas doloridas y la moral por las nubes, tan solo el viento frio de la montaña sobre nuestros cuerpos sudados pretende aguarnos la fiesta. El enemigo vencido se muestra poco hospitalario pero no importa, la foto está hecha, el sol comienza a abrir claros entre las nieblas y emprendemos el descenso, una impresionante bajada que requiere técnica y cabeza, pero sobretodo buenos frenos, hacia el fondo de un profundo valle por donde discurre el río Robledillo, al frente, hacia el norte, la última gran muralla montañosa de la jornada, pero antes en la fuente de San Lorenzo, unos chorros de aguas cristalinas que brotan de las paredes rocosas junto a la carretera, paramos a comernos los bocadillos y a descansar bajo la sombra fresca de una umbría y frondosa aliseda, extendemos nuestras colchonetas y allí mismo en el arcén de la carretera decidimos sestear. El escaso tráfico de esta ruta favorece nuestro breve sueño reparador. El momento es único, inolvidable, no encuentro palabras para describirlo, perdidos en el corazón de estas sierras solitarias, nos viene a la memoria el recuerdo de otros tiempos pasados en que estuvieron pobladas por aquellos personajes serranos, pastores, arrieros, tramperos y cazadores, gentes que subsistían con mil penalidades en una economía de trueque y autoabastecimiento con los días contados y como no, de aquellos últimos guerrilleros defensores de la República que en estos valles y cerros encontraron refugio y aquí perdieron las últimas esperanzas de restituir el orden democrático en nuestro país; para todos ellos la vida fue bastante más dura que subir un puerto de montaña a golpe de pedal.

Recomponemos nuestro equipaje y sin más dilación ni titubeos agotamos el último kilómetro de bajada y ya sobre el puente del Robledillo, en el fondo del valle, donde no se deja notar el viento frio de las alturas, con el ambiente bastante más caldeado, nos enfrentamos de nuevo a la cruda realidad…, rompernos las piernas escalando el puerto de los “Rehoyos”; el único consuelo pensar que Solana del Pino, el fin de etapa del día, nos espera allá arriba, aunque si elevamos la vista tan solo logramos ver un trazado tortuoso y serpenteante de carretera interminable sobre imponentes laderas que más parecen por sus pendientes grandes paredes naturales rematadas por crestas rocosas, al otro lado, al norte,  la inmensa llanura, el Valle de Alcudia paraíso de la oveja merina nos recuerda que estamos en tierras manchegas; pero  nosotros que aún estamos luchando contra la fuerza de gravedad intentando tomar altura metro a metro sobre el empinado asfalto, soñando con la llanura, hacia la mitad del puerto, cuando sobrepasamos una gran casa de campo, “Las Lagunillas”, con una marquesina de obra aledaña a la carretera que contiene una hornacina de un Santo y una frase en sus paredes en la que leemos, “viajero estás en Sierra Morena”. Tenemos claro que a esto hemos venido, a subir y bajar montañas, aquella, la llanura quedará para otra ocasión, para una próxima escapada.

      Algo más arriba nos encontramos con el cruce de Solanilla del Tamaral y el Hoyo, la pendiente se suaviza algo y la proximidad de las crestas rocosas que rematan estas cordilleras nos indica que el final del puerto está cercano, así es, pocos kilómetros más adelante divisamos ya la desviación hacia Solana del Pino, llegados a este punto comienza el “paseíllo” triunfal, tres kilómetros de suave descenso por una carretera perfectamente acondicionada que nos introduce, llenos de orgullo y satisfacción, en este bello pueblecito serrano donde la hospitalidad de sus gentes en ningún momento nos hace sentir extraños.

 

Ante la fatiga acumulada, finalmente optamos por alojarnos en una casita rural donde poder ducharnos y descansar sobre cómoda cama; Manolo “Lucero”, suegro de la propietaria, la señora Mar que a la vez regenta una carnicería y tienda de comestibles, nos proporciona la llave y amablemente nos desea feliz estancia, mientras tanto durante la conversación mantenida, al conocer nuestra procedencia, Marmolejo, nos confiesa conocer perfectamente nuestra localidad y comarca por haberla visitado en innumerables ocasiones cuando daba portes con su camión y de regreso volvía cargado de ladrillos de Bailén para la obra, hoy jubilado y con 76 años de edad reconoce no haber vuelto por nuestra tierra desde hace ya bastantes años. De su conversación deducimos que estamos ante una persona inquieta y emprendedora que no pudo aprender de la escuela, sino de la vida.

 Una vez acomodados salimos a pasear y conseguir provisiones para la cena; en la carnicería de Mar encontramos todo cuanto podemos necesitar, allí volvemos a encontrarnos con la amabilidad de las gentes del lugar que no paran de recomendarnos la visita a la piscina municipal, por lo visto, según comentan, al construirla, un error en los cálculos por exceso, terminó dándole características y dimensiones olímpicas, pero a nadie parece importarle el posible sobrecosto derivado de aquel error, pues nadie oculta su orgullo y complacencia por disponer hoy día de este recinto único en la comarca del Valle de Alcudia. 

Solana del Pino. Foto: Ricardo Fernández Perales.

 En una panadería cercana nos disponemos a comprar el pan pero observamos que está cerrada, suele ocurrir en estos pueblecitos que nada pasa desapercibido y rápidamente una viejecita vecina que observa nuestros movimientos nos indica con todo tipo de detalles cómo debemos operar: “vayan ustedes dos casas más arriba que allí vive la panadera, pero no llamen al timbre porque está averiado, den unos golpes en la puerta”. Muchas gracias señora, respondemos nosotros, que actuamos tal y como se nos ha indicado y….. efectivamente, problema resuelto, inmediatamente nos atiende una mujer, que sin pedirle explicaciones, tal vez para justificar el tener cerrado, nos informa de que suelen acostarse un rato  por la tarde para descansar de la dura faena en la panadería y que mañana tienen que llevar pan a Solanilla del Tamaral y al Hoyo. Termina sugiriéndonos un pan redondo de horno de leña que no dudamos ni un segundo en comprar, ¡ah! y también unas magdalenas caseras para el desayuno.

Terminada la compra entramos en el bar “La Traviesa” dispuestos a tomarnos unas cervecitas fresquitas, en fin, darnos un pequeño homenaje por la gesta del día, aquí la conversación con la dueña, Concepción, es entretenida y amena, nos pone al día de los por menores de la vida en estos lugares, las fiestas patronales en honor a San Pantaleón que acaban de terminar, la sacudida de la crisis cebándose sobre la juventud que se tiene que ir fuera. Ella misma tiene dos sobrinos con sus carreras terminadas trabajando en Irlanda, en fin, el fantasma que oscurece el futuro de estos pueblos cuya población cada vez está más envejecida; aunque no deja de ser curioso que este fenómeno, según nos comenta, esté generando empleo entre mujeres más jóvenes que se dedican al cuidado de personas mayores, entre esto, los maridos que generalmente se ocupan en los retenes contra incendios y algún que otro arrimo más de alguna pequeña propiedad o negocio local, echan el año “abajo” como pueden; aquí no existe el subsidio agrario. Finalmente, entre cerveza y cerveza y exquisitas tapas especialidad de la casa terminamos comentando la gran relación que existe entre nuestros pueblos. Es cierto que en Marmolejo habitan varias familias procedentes de aquí, posiblemente la trashumancia ganadera o cualquier otra actividad relacionada con el ganado provocara estos desplazamientos con posterior asentamiento en estas latitudes de Valle del Guadalquivir.

De regreso a nuestro hospedaje, mientras admiramos la belleza del paisaje a través de un callejón con vistas a la sierra, se acerca a nosotros una señora mayor, Gonzala, interesándose por nuestra procedencia. -Venimos de Marmolejo señora y sólo pasaremos esta noche aquí, respondemos nosotros. Ella amablemente nos indica cual es su casa y al conocer nuestro origen exclama, ¡hombre de Marmolejo!, yo soy prima de Obdulia, la mujer de Pedro Poyatos, ya fallecido (1). Si señora conocemos a la familia y mantenemos buena relación, son muy buena gente. Ella desconsolada por la reciente muerte de su esposo Desiderio, de la que posiblemente no se haya enterado su prima en Marmolejo, nos confiesa sentirse muy sola porque en su matrimonio no tuvieron hijos, aunque dice tener una resobrina pequeñita que es lo único que le alegra la vida. Nosotros tratamos de animarla y de hacerle ver que siempre hay algo por lo que aferrarse a la vida aunque sea la simple posibilidad de contemplar, cada mañana, estas montañas que nos rodean.

Pedro Poyatos Muñoz y Obdulia Canales Duque, naturales de Solana del Pino, se vinieron a Marmolejo en 1967. Pedro se dedicó toda su vida al oficio de pastor, primero en su pueblo y posteriormente en distintas fincas de Sierra Morena de Marmolejo, Adamuz y Córdoba. Foto cedida por su hija Obdulia que aparece junto a ellos en la foto.

Una calle de Solana con sierra Madrona al fondo. Foto: Ricardo Fernández Perales.

Pedro Poyatos en una reunión familiar con su hija Eusebia y su yerno Andrés. Foto cedida por su hija Obdulia.

La iglesia de Solana del Pino.

Fuente: wwwciudad-real.es

 La noche se cierne sobre el lugar y aunque sus habitantes mantienen una dilatada actividad nocturna en calles y bares, nosotros, después de cenar, optamos por acostarnos pronto, la jornada ha sido dura y mañana de nuevo nos espera la bicicleta.

     Un nuevo día por delante, la mañana está soleada pero corre una brisa fresca, desayunamos y preparamos el equipaje, la intención es estar hacia el medio día en la “Fuente del almirez”, 30 kilómetros de pista forestal pedregosa y descarnada nos separan; nuestra mayor preocupación, los pinchazos y averías.

   Manolo Lucero que empieza su actividad también temprano nos despide y confiesa haber sido en su juventud un gran usuario de la bicicleta, pero no por afición sino por obligación para ir al trabajo de la mina todos los días, la mina asesina (2), qué bien cerrada está como él dice, porque se llevó por delante la vida de muchos lugareños. Continúa relatando sus recuerdos y asegura que en estas tierras manchegas siempre han ido por delante de nosotros en Andalucía y aún nos describe la imagen de aquella Andalucía que él conoció en su juventud, cuando venía con rehalas de perros a las monterías y veía acercarse a las gentes del lugar pidiendo para comer las asaduras y vísceras de las reses capturadas. Le sorprendía que ante la mayor fertilidad de aquellas tierras andaluzas pudiera vivir la gente peor que ellos aquí, encaramados en estas sierras. Todavía se inunda de rabia cuando lo cuenta culpando a aquellos señoritos andaluces dueños de todo y es que, como declara,  le tiene gran cariño a nuestra tierra.

¡Adiós Manolo!, gracias por la hospitalidad; de esta manera, sintiéndonos hermanados ya con estas gentes, emprendemos nuestra marcha en busca de otros lugares y de otros personajes.

 La etapa del día es corta pero nos vemos obligados a ir despacio porque la pista presenta mucha piedra suelta, comenzamos descendiendo nada más salir de Solana del Pino siguiendo el curso de un valle hacia el oeste, no tardamos en alcanzar la cota más baja y encontrarnos con una empinada subida que flanquea un collado elevado para después continuar bajando, en este punto dejamos a la izquierda un viejo caserío ganadero y una pista que se adentra en dirección sur ascendiendo por la montaña. De nuevo en el seno del valle tras recorrer algunos kilómetros nos encontramos con una casa de guardería forestal y algo más adelante tras atravesar el cauce de algún que otro arroyo seco entramos en una finca privada que está cercada y siendo esta pista vía pecuaria que no pueden cortar, han instalado unas rejillas canadienses para evitar que el ganado se salga. Transcurridos unos 15 minutos de pedaleo desde este punto nos topamos con una gran mansión, “Nueve veces”, a la que ya nos había hecho referencia Manolo Lucero esta mañana antes de salir y efectivamente, como él nos indicó a partir de aquí no pararíamos de subir suavemente hasta llegar a la Fuente del Almirez, pero antes nos encontramos con un cruce de caminos en un enclave de pinares, un letrero indica hacia la derecha “Ventillas”. Decidimos tomar dicha dirección y en menos de un kilómetro encontramos una pequeñita aldea de pocas casas que forman una calle con un pilar de agua al fondo; el lugar es estratégico en él confluyen tres valles. Un arroyo con frondosa galería de bosque de ribera refresca el ambiente y sobre las copas de sus árboles destaca sobre un pequeño cerro la ermita de San Marcos que alberga una curiosa pila bautismal milenaria tallada en piedra; como nota curiosa la pancarta que cuelga de la fachada de una de las casas convocando a los pocos vecinos existentes a un “guateque de los años 80” que celebrarán esta noche. Bonito lugar para regresar, a través de la noche de los tiempos, a los 20 años. ¿Quién sabe?, porque sin lugar a dudas algo de mágico tiene este entorno.

 

Continua la ruta hacia la fuente del Almirez:

Foto: Ricardo Fernández Perales.

Sierra Madrona, valle formado por el arroyo de los Canalejos.

Foto: Javier Perales Solís.

 De retorno a la pista que habíamos abandonado continuamos en busca del destino final del día, tras recorrer unos 4 kilómetros que sin parar de ascender se hacen pesados ya para nuestra piernas, “caemos” sobre la fuente del Almirez, un paraje sombreado por robles y encinas centenarias, humedecido por un manantial de aguas extraordinariamente frías que generan un humedal donde aparece el helecho como vegetación de sotobosque, algo que recuerda a aquellos paisajes que atravesamos hace algunos años por tierras del Bierzo y Galicia.

Perteneciente al término municipal de Fuencaliente, es una zona recreativa equipada con mesas de madera, bancos, barbacoas y contenedores para depositar basura. La proximidad  a la carretera N-420, a un escaso kilómetro, nos permite percibir el ruido de los vehículos que por ella circulan y esto nos recuerda que volvemos al mundo civilizado. Efectivamente y es que aunque la tarde en el lugar está tranquila no paran de aparecer aguanosos adictos a las excelencias de estas aguas que incluso desde Puertollano vienen con gran cantidad de envases a aprovisionarse del preciado líquido elemento para todo el mes. En realidad aunque hemos venido buscando tranquilidad y sosiego, este ajetreado trapicheo de transeúntes en busca del agua, no nos incomoda, sino todo lo contrario, nos entretienen y amenizan la tarde con sus fugaces conversaciones; es el caso de un vecino de Puertollano oriundo de  Fuencaliente y su señora que suelen acudir habitualmente, dado el elevado número de garrafas que porta. Viene equipado con un cojín que coloca sobre la dura piedra donde se sienta para sostener los envases mientras se llenan y un filtro de tela porque asegura que aunque la apariencia del agua es nítida y transparente, arrastra alguna fina arena procedente de los veneros. Acostumbrados ya a esta operación que realizan mecánicamente, la señora arrimándole garrafas vacías y él llenándolas, no para de conversar con nosotros; nos cuenta gran parte de su vida, resulta haber trabajado como guardia de seguridad transportando explosivos para las minas en Puertollano, donde aún queda una en explotación de donde extraen carbón para abastecer la central térmica de Peñarroya ya que de las dos existentes en aquella localidad una está cerrada y otra mantiene un bajo rendimiento; nos describe  la beta existente y el proceso de extracción a cielo abierto como si de un ingeniero de minas se tratase. Indignado ante la política energética de este país cada vez más dependiente de terceros, asegura no estar aprovechandose bien nuestros recursos con los que podríamos autoabastecernos. De hecho recuerda como en los tiempos de la autarquía franquista durante los años del bloqueo internacional al régimen del general, los ingenieros de la refinería “Calvo Sotelo”, actualmente de Repsol, producían gasóleos a partir de la pizarra bituminosa, una piedra blanda grasienta, según describe, abundante en la zona. Nosotros que ante esta inesperada “clase magistral” recibida en materia energética, hemos permanecido absortos y boquiabiertos todo el rato, hubiéramos deseado prolongar más el momento, pero la última garrafa está llena y el coche cargado, sin habernos ni siquiera presentado nos decimos ¡a diós!.

Antes de preparar la cena y colocar la tienda de campaña damos un paseo andando hacia la carretera buscando cobertura en nuestros teléfonos móviles, para comunicarle a la familia que hemos sobrevivido. El punto de intersección de la pista con la carretera resulta ser la coronación del puerto de “Valderrepisa”, estamos a 800 metros de altitud rodeados de inmensos bosques de “pinus pinaster”. Desde aquí miramos hacia el sur y apreciamos perfectamente el inicio de la cuenca del Yeguas, también observamos cómo el vapor de agua emitido a la atmósfera por la abundante masa vegetal genera pequeñas nubes (cumulonimbos) que cuando existen las adecuadas condiciones atmosféricas se agrupan y dan lugar a las temidas tormentas, no es el caso de hoy que terminan desvanecidas por el viento.

La noche se nos echa encima, los últimos rayos de sol desaparecen sobre las copas de los pinos y el descenso de temperatura obliga a abrigarnos; cenamos consumiendo los restos de víveres que traemos desde Solana del Pino, algunos cómo frutas y zumos los habíamos puesto a refrescar en la fuente y ahora están en su punto.  La música de una emisora de radio sintonizada por un pequeño transistor que ha sido nuestro nexo de unión con el “mundo exterior” durante todo el viaje (curiosamente las ondas de radio llegan donde no pueden las de telefonía) pone fondo a nuestra conversación antes de irnos a dormir.

 La mañana del domingo ya está aquí, los rayos de sol aún no calientan el paraje. Nos levantamos, recogemos la tienda y todo el equipaje poniéndonos en marcha de nuevo sobre nuestras bicicletas; antes de llegar a Fuencaliente paramos a desayunar en un restaurante de carretera, a continuación seguimos descendiendo y atravesamos esta pintoresca localidad conocida por sus baños.

 Unos kilómetros más abajo pasamos sobre el río Yeguas y de nuevo pisamos tierras andaluzas de la comarca cordobesa del “Valle de los Pedroches”; subimos por la “Umbría del ahorcado” hacia Azuel  que lo dejamos a la derecha para seguir a través de una larga y empinada recta interminable escalando hacia la cima de este batolito granítico pedrocheño donde se asienta Cardeña, después “Venta del Charco”, las dehesas de “Españares” y finalmente el descenso hacia Marmolejo y San Julián, la cota más baja de toda la ruta, donde nos espera en la sede de nuestra Asociación Vecinal,  Paco “Solano” con una cerveza fresquita.

   La experiencia ha merecido la pena y nosotros hoy ya aquí engullidos de nuevo por la vida cotidiana, tenemos más claro que nunca que ni las escarpadas fronteras naturales, donde el “hombre del mazo” suele hacer de las suyas, ni las absurdas fronteras políticas establecidas por el egoísmo patrio de los nacionalismos podrán frenar nuestro espíritu viajero; el mundo es un pañuelo y en él estamos todos, esta vez por estas sierras, pero algún día, tú, yo o cualquier otro volveremos a encontrarnos en alguna otra ruta de algún otro paisaje de este apasionante planeta.

 

Ventillas (Fuencaliente) Foto: Javier Perales Solís.

Ermita de San Marcos en Ventillas (Fuencaliente).

Fuente del Almirez. Fuente: wwwforo-ciudad.com

De vuelta en casa, Poblado de San Julián. Foto: Javier Perales Solís.

 

Nota del autor: Todo cuanto se relata y describe es real, si algo resulta inverosímil o exagerado, no es fruto de la ficción, sino de la pasión hacia este deporte y hacia estas montañas de Sierra Morena. Gracias.

 

Notas:

   (1) Pedro Poyatos Muñoz y Obdulia Canales Duque nacieron en Solana del Pino (Ciudad Real). Hacia 1967 se vinieron a Marmolejo con sus tres hijos pequeños, Antonio, Eusebia y Obdulia,  para trabajar  al cuido de las ovejas del ganadero Pedro López “Nicomedes”, solanero como ellos, e hijo mayor del conocido ganadero Nicomedes López Duque. Cuando joven, Pedro Poyatos, pudo trabajar en la minas de la zona, pero él siempre  decía que  era muy ingrato y sacrificado, por lo que prefirió cuidar del ganado a cielo abierto y, en tantas ocasiones, bajo la bóveda estelar serrana. El matrimonio fijó su domicilio en la calle Calvario, aunque por razón de su trabajo marchaban largas temporadas a distintas fincas de Sierra Morena por la zona de Adamuz, entre ellas la finca de Navalpedroso. Nacido en 1925, Pedro falleció en su casa de Marmolejo en el 2008. Obdulia nació en 1927 y aún vive en la calle Calvario. Testimonio de su hija Obdulia Muñoz Canales.

 

   En relación al ganadero y tratante de ganado de Solana del Pino, Nicomedes López Duque decir que su llegada a Marmolejo se produjo en 1939, una vez acabada la contienda civil quizás movido, según el testimonio de su hija Antonia, por la inseguridad existente en aquella comarca serrana durante esos años de postguerra como consecuencia de las actividades de grupos de huidos republicanos  de las que el propio Nicomedes se vería salpicado, pues hacia agosto de 1940, lo detuvieron en el arresto municipal de Solana acusado supuestamente de  colaboración con estos grupos, siendo puesto más tarde a disposición del Juez Militar de Almodóvar del Campo. Este tipo de acusaciones fueron frecuentes en estos años sobre todo entre las personas cuyo escenario de trabajo era la sierra. En noviembre de ese mismo año se encontraba en la Prisión del Partido Judicial de Almodóvar del Campo (Ciudad Real). Según se desprende de la documentación obrante en el Ayuntamiento de Marmolejo de esos años, las autoridades locales marmolejeñas estuvieron al tanto de estos hechos  y probablemente mediasen ante la Dirección General de Seguridad en Madrid para su liberación, pues Nicomedes era una persona apreciada tanto en Solana del Pino como en Marmolejo, caracterizándose, tanto él como su esposa Antonia, por hacer el bien a todo aquel que lo necesitaba sin entrar en consideraciones políticas. De hecho aún se le recuerda en Solana como una persona solidaria y muy querida por sus paisanos.

   Desde su llegada a nuestra comarca, en un primer momento, Nicomedes  se estableció con toda su familia y  su ganadería  en la finca de los Rasos de las Tres Cabezas, del término de Montoro, arrastrando con él a varias familias de Solana como trabajadores a su cargo, que con el tiempo también  se quedaron a vivir en Marmolejo.  Luego, adquirió una casa en la calle Perales de Marmolejo donde se trasladó a vivir con su mujer y sus siete hijos (cuatro varones: Pedro, Manuel, Gaspar y Nicomedes, y tres hembras: Carmen, Justiniana y Antonia), aunque el ganado lo seguía manteniendo en la finca de Los Rasos.

La prosperidad de esta familia, no solo tuvo su origen en el buen hacer de este solanero sino en el patrimonio de Antonia Fernández  Ramírez,  en realidad,  la dueña de las fincas  heredadas de sus padres, entre ellas las fincas del Valle y de la Vera dotadas de buenos pastos, junto a los ríos Robledillo y Jándula;  varios molinos harineros y  excelentes caseríos. 

   Nicomedes volvió en la década de los cincuenta a  su pueblo natal y allí inició una nueva relación conyugal con otra mujer de Solana con la que también tuvo  descendencia, continuando con la actividad ganadera hasta sus últimos días de vida.  Antonia Fernández quedó en Marmolejo a cargo de sus hijos/as; dos de ellos, los más mayores, Pedro y Manuel, siguieron la tradición de la familia dedicándose a la explotación ganadera. Testimonio de su hija Antonia López Fernández y de su nieta María del Carmen Aldaba López. 

El matrimonio de Nicomedes López Duque y Antonia Fernández Ramírez. Le acompañan sus hijos/as: Pedro (izquierda, de pie), Justiniana (centro, de pie), Manuel (derecha, de pie), Carmen (izquierda, sentada) y Gaspar (entre las piernas de su padre). Esta foto, en la que faltan el pequeño Nicomedes y la menor Antonia, fue realizada en la casa de Solana del Pino. Fuente: Antonia López Fernández .

Antonia Fernández Ramírez, esposa de Nicomedes López Duque, poseía un importante patrimonio formado por varias fincas y varios molinos harineros en las proximidades de los rios Robledillo y Jándula, en el término municipal de Solana del Pino (Ciudad Real).

Las hermanas Carmen y Antonia López Fernández, hijas de Nicomedes, cuando ya residían en Marmolejo. 

(2)  Manuel “Lucero”, trabajó en la famosa mina de Diógenes, en el valle de Alcudia. En 1892 esta explotación minera de plomo era adquirida por la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, cobrando un nuevo auge. El brusco descenso de los precios del plomo, a comienzos de los años 30, hace que se cierre la explotación en 1932. Diez años más tarde, se reanuda la actividad con la instalación de un lavadero de minerales y en 1943 se logra una explotación regular, con más de 2000 toneladas anuales de mineral extraído, y entre 130 y 250 obreros, muchos de ellos de Solana del Pino. En 1958 se mejoran las instalaciones del lavadero, hecho que hace aumentar la producción. Durante los años 60 y 70 únicamente siguen en activo los trabajos, muchas veces de investigación de Diógenes y el lavadero de flotación de la mina La Gitana  en la localidad cercana de Mestanza en pleno valle de Alcudia.

 

Se conservan restos de las instalaciones más modernas: restos de las viviendas de los trabajadores de las minas, algunas instalaciones mineras, los lavaderos y una pequeña capilla. También quedan los restos del Balneario de Las Tiñosas. Destacar que todavía se aprecian en superficie las rafas o trincheras de explotación del filón de mineral de época romana.

 

Ha sido la última explotación subterránea de la comarca, procediéndose a su desmantelamiento en 1979. Muchos solaneros que trabajaron en ella, padecieron de silicosis y algunos murieron  a temprana edad por los efectos de esta enfermedad. Hoy día la mina de Diógenes es recordada en Solana con el nombre de una calle. Fuente; valledealcudia.net.

bottom of page