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La vida en nuestros campos: La Casería del Cañuelo

-Manuel Perales Solís-

 

Esta romántica casería cercana a la cuenca del Yeguas, estuvo  rodeada de historias y de leyendas como la que afirmaba ser uno de los refugios preferidos del  bandolero local Luis Artacho González hacia los años centrales del XIX. Hoy se encuentra en total ruina aunque todavía podemos intuir las distintas estancias que formaban el edificio, integrado de viviendas para caseros y trabajadores, distribuidas en torno al patio principal, al que se accedía desde el exterior por un típico portón con arco de ladrillo de medio punto rebajado. El resto de estancias lo constituían cuadras, patios troje y molino. Su emplazamiento dentro del amplio pago de Cerrada en las proximidades de la casería de Los Pobres, se sitúa en una suave cañada que en dirección oeste acentúa su  inclinación hacia  el cercano Yeguas.  Dicha cañada forman aguas abajo, gracias al manantial del “Chorrico dorao” y a las aguas que bajan desde el cerro Álvarez y “La Piedra de los Hierros”, el arroyo del Cañuelo, cuyas empinadas riberas flanqueadas de frondosos y viejos eucaliptus, choperas, lentiscos y zarzales  le han dado  a este paraje gran frondosidad y  singular  belleza.

Parte posterior de la casería del Cañuelo. Foto Manuel Perales Solís.

Algunos de los datos sobre la vida de la casería han sido obtenidos de los testimonios  de antiguos jornaleros y muleros que como  Alfonso Merino Gómez o Juan Martínez Cano “Matarratas”, trabajaron durante más de tres décadas (1930 a 1960) para Doña Catalina Navarro Parras “La aviadora”.
    Hacia la década de los 30 del siglo pasado  estaban de caseros el matrimonio formado por Ramón, el de “Bonicamente”, y Juana,  hija del “Marquesito”, naturales ambos de Marmolejo. Junto a la casería existía un manantial de exquisita agua frecuentado, casi a diario, por todos los lugareños y jornaleros de aquellos pagos. Este manantial tenía el sonoro nombre del “Chorrico dorao”, y su agua vertía a una alberca situada en un bosque formado de grandes ejemplares de eucaliptus y de vegetación arbustiva como lentiscos romeros y zarzas que antaño fue un cuidado jardín.  La dueña de la finca,  Doña Catalina, (con residencia en Marmolejo aunque oriunda de Arjona)  había heredado la finca de su abuelo Domingo Navarro Salcedo quien, al parecer, se la había comprado al marqués de Grañina. Esta señora tenía la costumbre de beber el agua de ese manantial por lo que todos los días la casera se encomendaba en la tarea de arrimarle a su casa, por un trayecto de unos 6 kilómetros, seis cántaras de agua que portaba en una bestia de labor.

Puerta principal de entrada a la casería del Cañuelo.

Foto: Manuel Perales Solís.

 Se refería en las comidillas de los tajos que no siempre el agua que Juana llevaba a la señora era del “Chorrico dorao” ya que resultaba laborioso, a veces, llenar las seis convenidas cántaras, pues  había días que las faenas de la casería se alargaban y a Juana no le quedaba mucho tiempo para bajar hasta el manantial cercano a la casería. Cuando eso ocurría, la casera le llenaba las cántaras del pozo del Cañuelo que a los efectos debía de estar igual de exquisita al paladar de doña Catalina, pues ésta, sin llegar a sospechar nada raro, celebraba de igual manera las excelencias de aquella agua, diciendo como cada día “¡Que rica está, y como me gusta, el agua del Chorrico dorao!”.



Otra de las vivencias más impresionantes en relación al Cañuelo fue la que hace unos años  se publicó en la revista “Olivar Serrano” bajo el subtítulo “Una carta al anochecer para don Manuel”. Los hechos que allí  relataba Alfonso Merino no eran producto de su imaginación sino pura realidad y hemos de ubicarlos  cronológicamente hacia 1942-43, es decir  en plena postguerra, en unos momentos en que las autoridades franquistas perseguían, día y noche, a los grupos de milicianos republicanos refugiados por Sierra Morena y en algunos parajes del olivar serrano marmolejeño y montoreño cercanos a este lugar.

La casera del Cañuelo había llegado como todos los días del pueblo a la caída de la tarde tras llevar las cántaras a la casa de los señores. Esta vez, el señorito don Juan Díaz Criado (popularmente conocido como “El Aviador”) le encomendaría un recado que habría de cumplir al pie de la letra: que uno de los jornaleros hospedados en el Cañuelo llevasen una carta a su hermano don Manuel que estaba en el cortijo de “Los Mártires”, del pago de la Dehesa Cerrada. La casera sabía bien los riesgos que ello conllevaba y por esa razón esa tarde se dio más prisa de lo habitual en regresar al Cañuelo. La casera sabía también que el hombre que la llevara a su destino podía tener algún encuentro con el grupo de huidos de Bujalance que andaban por aquellos parajes.
  Los muleros y obreros hospedados en el Cañuelo encomendados a las labores de las fincas del Aviador conocían el peligro, pero también intuían que los rojos (nombre por el que eran conocidos los miembros de la guerrilla republicana que se resistían a rendirse al régimen de Franco) raramente se metían con los obreros del campo. Más bien al contrario. En muchos casos los ayudaban con comida y dinero, sobre todo si carecían de medios básicos de subsistencia. Aún así para muchos de estos obreros suponía un serio compromiso la relación con los “rojos”, sobre todo de cara a las posibles represalias de las autoridades del régimen y por eso en muchos casos procuraban eludirlos.

 El mulero mayor conocía la presencia del grupo de los hermanos “Jubiles” de Bujalance porque las noticias entre la gente jornalera del campo se cundían como la pólvora y además seguramente los habría visto merodear por las inmediaciones del arroyo del Cañuelo y del Yeguas, donde se podían proveer de higos, granadas y bellotas abundantes en la zona. Éste lugar era además un paso estratégico por donde solían transitar con frecuencia. Se sabía que estos republicanos de ideologías anarcosindicalista, socialista y comunista  andaban refugiados en la casería de La Fresnadilla, muy cerca de La Marquesa y que a menudo hacían incursiones en Sierra Morena siguiendo el cauce del Yeguas, para no permanecer mucho tiempo en el mismo sitio y así no levantar sospechas. Uno de ellos, Mateo Alcalá se había enamorado de Julia Martínez, la hija del casero, una atractiva joven, con la que casaría en el año 43 en la cercana casilla del Peligro, actuando como autoridad oficiante el mayor de los hermanos Jubiles, Francisco Rodríguez Muñoz, comandante del desaparecido Ejército Republicano. 

La casa de “la Aviadora” hacia 1973. Foto: Manuel Perales Solís.

Teresa la Garría amiga de la familia de Julia, hizo las compras del convite en la tienda de Ramona, y ella misma lo preparó con la debida cautela para no levantar sospechas de nadie en Marmolejo.

La llegada de la casera del Cañuelo con aquella carta “nos puso en vilo pues ya casi habíamos terminado la cena de papas a lo pobre que uno de los muleros más viejos había preparado en la sartén sobre el fuego de la chimenea. La tarde caía y las instrucciones de aquella mujer fueron  claras: había que llevar la carta al cortijo de los Mártires, en la Dehesa Cerrada, donde temporalmente residía Don Manuel Díaz Criado, el hermano del “Aviador”, distante más de 4 kilómetros”

El camino se hacía por una vieja trocha cercada por entonces de monte (lentiscos, chaparros, hiniestas e hinojos). Don Manuel Díaz Criado (1), también conocido como “el verdugo de Sevilla” y “Criadillas” representaba justo lo contrario que los huidos  republicanos.  En 1940 era comandante del ejército, victorioso en aquella guerra fratricida, y se había ganado el merecido mote por su crueldad a la hora de reprimir a los republicanos de aquella ciudad durante el comienzo de  la sublevación de los militares rebeldes al frente de Queipo de Llano (su principal valedor) en 1936.

Finca de Los Mártires en la Dehesa Cerrada. Foto: Manuel Perales Solís.

Precisamente el general golpista Gonzalo Queipo de Llano demostró tener una gran capacidad de metamorfosis y una gran deslealtad para con la República, régimen al que en 1931 había jurado fidelidad, y al que públicamente defendía no muy lejos de aquí, en Arjonilla, aprovechando una invitación de su amigo personal el teniente de húsares José Bernal Pérez cuando el general pasaba unos días en Marmolejo tomando las aguas. Por entonces era el Capitán General de Madrid e Inspector General del Ejército, además de consuegro del Presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora del que fue  su Jefe Militar. Según la crónica del Heraldo de Madrid del 4 de octubre de 1931, Queipo de Llano visitó el Centro Republicano “El socialista”, y diversos sitios de la localidad. Desde el balcón del Ayuntamiento dirigía la palabra a la multitud diciendo que “en estos momentos tanto los trabajadores como los patronos deben poner de su parte cuanto puedan para evitar trastornos y contribuir a la consolidación del régimen republicano. Los obreros –decía- deben hacer el sacrificio de aceptar los actuales jornales, y los patronos deben asimismo desprenderse de lo que les sobre para que las clases trabajadoras puedan tener lo que es necesario para vivir”.

El joven Alfonso Merino Gómez. Fuente: Archivo  Manuel Perales Solís.

Terminada la contienda, a Manuel Díaz Criado se le destinó como Comandante Militar de Andújar  y solía residir en el cortijo de Los Mártires,  finca de casi 300 has de fértiles tierras incautadas por el Frente Popular al marqués de Albaida y conde de Antillón pero que aún no se le habían devuelto al marqués. Allí  se trajo  gran cantidad de cabezas de ganado (vacas, toros, cochinos, mulos) todas ellas  requisadas en las zonas republicanas ocupadas. Don Manuel  se paseaba por Marmolejo con una fusta y un revólver, y en muchas ocasiones se tomaba la justicia por su cuenta con los más débiles. Se hizo enormemente impopular entre los olivareros del pago de Cerrada pues “sus piaras de cochinos” y los ganados requisados campaban libremente, sin freno alguno, haciendo daño en todos los olivares y siembras del pago. A pesar del hambre existente muchas de las vacas requisadas y balduendas por la finca morían sin que permitiese el aprovechamiento de sus carnes. Seguramente que por tantos méritos contraídos, este soberbio militar podía ser un posible objetivo del grupo republicano que se alojaba muy cerca de allí, en la Fresnadilla. Por eso no dudaba en tomar las precauciones pertinentes cuando decidía pasar temporadas en la finca de Los Mártires.



Una de ellas era cerrar la casería a cal y canto nada más caer la tarde y no abrir a nadie, aunque fuese alguien conocido. Sabía este señor que los rojos ya habían secuestrado a más de un señorito para hacerse de dinero y víveres y que no muy lejos de allí, en la casería de la Boca del Río, tuvieron secuestrados durante toda la noche al joven Pedro Jurado, el hijo mayor del marmolejeño Alfonso Jurado Lozano, próspero propietario de las fincas de la Garavitera y Herradurilla ubicadas en plena cuenca del Yeguas, aunque finalmente les dejaran en libertad sin consecuencias para sus vidas. También conocería que en los Huertos de Los Membrillejos, junto a la casería de la Campana, el grupo de Los Jubiles escapaba  milagrosamente de una encerrona de la Guardia Civil y que los secuestros de personas adictas al régimen de conocida trayectoria represora eran el punto de mira de estos grupos de refugiados republicanos.

 El mulero mayor de pronto tomó la decisión que todos temían. Este hombre curtido y con más de 60 años en su cuerpo  dirigiéndose al más joven de los muleros dijo: “Alfonsillo apareja el mulo y llévale la carta a Don Manuel antes de que la noche se cierre”. El joven Alfonso sólo tenía 21 años; desde la adolescencia prácticamente había trabajado en la casa de “La aviadora” pues su padre Carlos y su hermano mayor fueron trabajadores habituales de la casa desde siempre. Desde muy joven estaba acostumbrado a ir a trabajar desde el pueblo al Cañuelo incluso cuanto tuvo las calenturas malta; entonces echaba el jornal, todo el día arando, y volvía hasta su casa, por la tarde, acurrucandose bajo un olivo cuando la fiebre le apretaba.

Obedeciendo la orden  aparejó el mulo tordo que se encontraba ya recogido en las cuadras, y pelliza al hombro, marchó con la carta hacia los Mártires por el camino que dirige a la Marquesa y el pago del Recoche. Antes de llegar al arroyo Candalija se desvió hacia su destino. Cuando llegó a Los Mártires tuvo ocasión de comprobar el miedo aterrador que Don Manuel, militar tan laureado y valiente, le profesaba a los “rojos”. La puerta de la casería estaba cerrada a “cal y canto”, y tras de aporrearla con sus nudillos multitud de veces nadie respondía desde el interior. Por fín y después de insistir un largo rato se oyó la voz del casero preguntar: ¿Quién va? A lo que el circunstancial mensajero respondió: ¡Alfonsillo Merino! ¡Vengo del Cañuelo y traigo una carta urgente para Don Manuel! A estas palabras contestó el casero: ¡Dice don Manuel que me des la carta y que te largues!

Pero Alfonso, cumplidor cabal de aquel recado, le respondió: ¡Tengo órdenes de que se la he de entregar en persona para así poder dar fe de que ha llegado a sus manos! A estas palabras el casero  volvió a consultar a Don Manuel que estaba dentro de la casería, sobre la forma en que debía de proceder. Finalmente al cabo del rato, y ya con la noche cerrada, Don Manuel accedió a que Alfonsillo traspasara el portón y le entregase la misiva en propia mano.

El pago de La Fresnadilla, donde encontraron seguro refugio el grupo de Los Jubiles entre 1941-1943. Foto: Manuel Perales Solís.

 Aquel hombre, con la frialdad que le caracterizaba, no tuvo siquiera unas palabras de agradecimiento por la forma tan diligente y correcta con que Alfonso cumpliera su cometido. Con las mismas y sin mediar palabras entre ellos, se volvió al Cañuelo. La noche era ya tan cerrada que se temió lo peor cuando se acercaba a la zona de La Marquesa. Pero enseguida el joven tuvo ocasión de confirmar una intuición que ya recorría desde hacía tiempo su mente, y es que aquellos republicanos refugiados en La Fresnadilla no tenían cuentas pendientes con los que se ganaban el jornal de sol a sol.

Sólo unos meses después, enero de 1944, parte de los efectivos más importantes  de aquel grupo de huidos perdían la vida en un encuentro con la Guardia Civil  en el Cortijo Mojapié de Montoro y en la Loma Candelas de Marmolejo (2). Así pues en la mañana del 6 de enero de 1944 eran sorprendidos en Mojapié el grueso de la partida de los Jubiles, a saber: Francisco Rodríguez Muñoz, “Jubiles”, de 37 años, casado, de Bujalance; Sebastián Rodríguez Muñoz, “Jubiles”, de 26 años, soltero, de Bujalance; Tomás Martínez Luque, de 39 años, de Bujalance; Antonio Castilla Ramírez “Bigotín”, de 23 años, de Bujalance; Miguel Morales Cueto “Payaso”, de 24 años, de Bujalance y Manuel Jiménez Fernández “Gato”, de 35 años, también de Bujalance. Sólo salvó la vida el más joven de ellos, el bujalanceño José Moreno Salazar, (n. 1923-m. 2007) con el que compartí una sincera amistad y a quien tuve la oportunidad de conocer en 1999 y escuchar de propia voz sus vivencias personales.

El marmolejeño Juan Martínez Cano “Matarratas”, fue trabajador en el Cañuelo, junto a su mujer Rosario Castillejo Real en épocas de recolección de las aceitunas. Juan fue afiliado durante la República a la UGT. Como jornalero del campo estuvo comprometido desde muy joven con el proyecto republicano de traer la añorada justicia social al campesinado andaluz. Participó en cuantas protestas de signo reivindicativo tuvieron lugar durante la 2ª República. Tras la guerra sufrió cárcel siendo condenado a trabajos forzados en Lora del Río. De allí salió bajo la tutela del militar de aviación Juan Díaz Criado “El aviador”, esposo de Doña Catalina Navarro.

Dos día más tarde, en la madrugada del 8 de enero, encontraban la muerte en la casería de La Loma Candelas: Baldomero Arévalo “Buengusto”, natural de Huélago, de 40 años, casado; Mateo Alcalá Cabanillas  “Jubiles”, natural de Bujalance, casado con Julia Martínez (hija del casero de la Fresnadilla), de 27 años de edad; Manuel Alcalá Cabanillas “Jubiles”, natural de Bujalance, soltero, de 26 años; Juan Cachinero Montoro “Obispo”, natural de Cardeña, casado, de 40 años de edad, y el casero de la Loma, Ramón Lara Gómez, natural de Marmolejo, casado, de 45 años de edad.



Dentro de ese mismo contexto de persecución que se dio durante estos años de postguerra sobre los efectivos republicanos que aún quedaban en libertad por Sierra Morena, en marzo de 1946, un suceso desagradable ocurrido en el Cañuelo tuvo como protagonista al marmolejeño, ya fallecido, Francisco Vicaria Lara. Así lo refiere en la obra “Los maquis que nunca existieron” (3). Con motivo del asesinato del guardia motorista Mariano Paniagua Serrano el día 22 de marzo en la calle de Los Molinos, irrumpió en el Cañuelo, en el que se hallaban él y su hermano Manuel, la Guardia Civil. Los guardias que buscaban a los asesinos de Paniagua les preguntaron que donde estaban los rojos. Contestaron que ellos, con su padre, se dedicaban a pescar y que no sabían nada. Dejaron dentro de la casa a Manuel y sacaron a Francisco para fusilarlo por su silencio. Lo pusieron en lo alto de un montón de escombros y le advirtieron: “Cuando disparemos te tiras al suelo y comienzas a gritar con todas tus fuerzas”. Frente a él los guardias formaron una especie de pelotón de fusilamiento –“carguen, apunten, fuego”-. Así lo hizo aterrorizado: los guardias dispararon al aire y él gritó como si estuviera muriéndose gravemente herido. Los guardias entran en el cortijo para exigir a Manuel que o les decía donde estaban los rojos o lo fusilaban inmediatamente como acababan de hacer con Francisco. No obtuvieron la confesión que querían sencillamente porque ninguno de los dos sabía nada de los rojos”.

Al margen de estos episodios la vida de la casería estuvo siempre vinculada al trasiego de jornaleros y muleros que la habitaron empeñados en los trabajos de los olivares del entorno; muchos de ellos hacían noche en sus estancias, otros se volvían al pueblo a la caída de la tarde por la trocha del Nacimiento. Durante la recolección fue lugar de cobijo de las cuadrillas empeñadas en la recogida de las aceitunas, y punto de encuentro de los jóvenes que desde otros lugares distantes concurrieron hasta el Cañuelo de lagareo buscando la muchacha deseada o simplemente pasar un agradable rato de asueto.

Las umbrías del arroyo del Cañuelo. Al fondo el río Yeguas. Foto: Manuel Perales Solís.

Notas y Bibliografía:

(1) Manuel Díaz Criado (Sevilla 1898,- julio de 1947) fue un militar del arma de Infantería que, por encargo del general Gonzalo Queipo de Llano, dirigió durante los primeros meses de la Guerra civil Española los arrestos, torturas y fusilamientos en las zonas de Andalucía y Extremadura controladas por el bando nacional. Hijo del comandante de Intendencia Manuel Díaz Gavira y de Gloria Criado López de Navarra, mayor de cinco hermanos, hizo la guerra de África en la Legión española, donde ascendió a capitán en 1925. Militar africanista de tendencia matonesca, era conocido como «Criadillas». Se movió entre grupos de conspiradores derechistas (llamados "cívicos" voluntarios). Desde el inicio de la II República se significó en acciones subversivas para socavarla, que siempre les resultaron impunes. En mayo de 1936 Díaz Criado estuvo denunciado por preparar un atentado contra el presidente Manuel Azaña.
Tras un período silente en varios destinos castrenses, el 18 de julio de 1936 el capitán "diplomado" Manuel Díaz Criado reaparece en la ciudad formando parte del equipo que rodea a Queipo de Llano quien lo escogió como el hombre idóneo para controlar el aparato represivo con el nombramiento retórico de Delegado Militar Gubernativo o Delegado de Orden Público para Andalucía y Extremadura. Pero permaneció poco tiempo en el cargo. Por un asunto de inteligencia con el cónsul portugués, en el que estaba implicado Nicolás Franco, fue destituido fulminantemente por el general Franco cuatro meses después y enviado al frente de Talavera de la Reina a la V Bandera de la Legión, donde ascendió a comandante. Fue reemplazado en su trabajo represivo en Capitanía por el comandante de la Guardia Civil Santiago Garrigós Bernabeu. La "limpieza política" de Díaz Criado se desarrolló, pues, entre el 25 de julio y el 12 de noviembre de 1936. Fue un periodo de terror caracterizado por las ejecuciones extrajudiciales, paseos y sacas de presos de los lugares de reclusión.
   Bajo de estatura, «Criadillas» tenía fama de juerguista, alcohólico y mujeriego e iba protegido por guardaespaldas. La sola mención de su nombre suscitaba el pánico entre los detenidos y sus familiares y, entre sus compañeros, «silencios embarazosos y miradas esquivas». Señor de vidas y haciendas obtuvo de Queipo un poder ilimitado; el encarcelamiento, la vida o la muerte de miles de andaluces dependieron de su voluntad.  Según estimaciones de coetáneos que lo conocieron y trataron, Díaz Criado mandó matar a 11.000 personas;  Antono Bahamonde en su obra “Un año con queipo de Llano”, lo responsabilizó de unas 20.000 muertes. Los historiadores coetáneos franquistas borraron su figura de la Epopeya Nacional. Se conservan pocas fotografías suyas. Las hazañas de Díaz Criado, «brazo ejecutor de Queipo de Llano» han sido llevadas a la literatura. «Podía firmar sentencias de muerte completamente borracho y conmutarlas a cambio de favores sexuales de las mujeres de los condenados» o la fascinación del mal, inspiraron la novela de Olga Merino “Espuelas de papel”. Oscurecida su estrella, la última parte de su carrera transcurrió en Jaén, primero en el frente y más tarde en labores de traslado y custodia de presos. En marzo de 1940 se le nombró Comandante Militar de Andújar. En 1943 fue ascendido a teniente coronel y se le concedió la cruz de San Hermenegildo. Murió en el olvido en Sevilla el 7 de julio de 1947 dejando viuda y un hijo. Los datos sobre Manuel Díaz Criado han sido recopilados por la Wikipedia basándose en diversa bibliografía y artículos de prensa, entre ellos los de: Antonio Bahamonde: “Un año con Queipo de Llano”. Editorial Espuela de Plata. Sevilla 2005, páginas 143, 144, y 158; Antonio Espinosa: “La justicia de Queipo de Llano”. Editorial Crítica. Barcelona 2006,  y “Los conflictos obreros en Andalucía: Sevilla en estado de guerra”. Publicado en periódico La Vanguardia. Barcelona 24 de julio de 1931. Testimonios, igualmente recabados, de los marmolejeños ya fallecidos: Alfonso Merino Gómez, Juan Martínez Cano y Rafael Solís Rodríguez. Hay que decir que Antonio Bahamonde y Sánchez De Castro, era un católico madrileño, que tenía una imprenta en Sevilla. Queipo de Llano lo hizo su jefe de prensa y propaganda. Horrorizado de todo de lo que había sido testigo, decidió abandonar a los fascistas en 1937, publicando en Argentina, en 1938, “Un año con Queipo de Llano: memorias de un nacionalista”, en el que, entre otros muchos relatos horripilantes, cuenta cómo los mercenarios “regulares” marroquíes y la Legión Extranjera arrojaban granadas por las ventanas de las casas bajas, destruyéndolas y matando a mujeres y a niños, tras lo cual, las hordas moras (¿nacionales?) se entregaban libremente al saqueo y la violación, incitados por el General en sus charlas radiofónicas, y, posteriormente, comentadas sus realizaciones en las mismas, con todo lujo de detalles macabros, en tono sarcástico y de chanza.

(3) Experiencia referida en “Los maquis que nunca existieron”, de Alonso Sánchez Gascón, página 295. Editado por el autor. Año 2006.

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