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Marmolejo en la prensa histórica: Una tertulia de principios del S.XX (*)

-Antonia Merino Jurado-

(*) Artículo publicado en el diario LA VOZ de Córdoba, del día 7 de febrero de 1923. Número 1101.

 

“En la persuasión de que a muchos lectores de LA VOZ en Marmolejo han de agradarles relatos y añoranzas de tiempos pasados y de personas que se fueron; en la convicción de que mis comentarios han de servir de envidia a la actual generación, patentizándoles el contraste que sería estímulo, si supiesen catar el sabor de épocas que algunos hemos vivido y de las que perennemente han de conservar en su magin, llevados del culto a unos antepasados que dejaron estela de gloria a los que viven, por la altura en que dejaron el nombre de Marmolejo; con mi buen afán por todo esto, escribo una cosa inactual, ciertamente, pero también provechosa a mi juicio. Sirvo al lector, que es mi misión, y, al mismo tiempo, pretendo dar unos perfiles de cosas y personas que han de ser simpáticas al que las vivió y orgullo de descendientes. Vean estos con envidia, los rasgos característicos y nada vulgares que no se han transmitido ciertamente a la generación que les sucede que, sin escrúpulos de conciencia, calificaría, hoy por hoy, de mediocre, vulgar y ramplona. No levanto una tilde para afirmar, dolorosamente, que la juventud actual de Marmolejo no ha nutrido su inteligencia con los dones del saber, careciendo de las miras elevadas de aficiones y estímulos para destacar una personalidad de que carecen en este sentido. Si la escudriñáis veréis que todo es “dandysmo” soberanamente vacuo; todo cortedad y falta de intelecto pulimentado y que de ninguna manera hacen honor a unos ascendientes que, si bien, no pudieran codearse con los sabios, no harían tampoco el papel relegado de corista que ahora se hace. Marmolejo, en su cultura, sigue una ley descendente, positivamente negativa (valga la paradoja). Se hace más uso del sastre que del maestro y del estudio.

Marmolejo, plaza del Amparo (en esas fechas del Amor Hermoso) hacia 1902.

Fuente: D. Juan Quesada Huertas.

Erase una tertulia en cierto recinto oficinesco que, a no ser por las caras conocidas de los que indefectiblemente concurrían un día y otro día, pudiera bien llamarse lugar secreto y convenido de logias y conspiraciones a ultranza y que la historia nos cuenta con mucho de instructivo y no menos novelesco. Nadie los citaba sin embargo todos obedecían a un mandato inconsciente que allí les impelía; a un algo telepático y sugestionador que les obligaba a hacer acto de fe; si señor, de fé, y de presencia en aquel sitio en que la amistad se fundía en una y homogénea soldadura; allí donde no cabían concupiscencias ni recelos de baja estofa. Reunidos en agradable consorcio se debatía y discutía todo; se trataban y comentaban todos los asuntos habidos y por haber, ya políticos, ya históricos; lingüisticos, unas veces, y de enrevesadas cuestiones metafísicas, otras. Ya polémicas intrincadas sobre elevadísimas cuestiones científicas, ya sofismas de la más elevada estirpe, ya asuntos de complicadísimas especies y múltiples variedades. Se encendían los ánimos, se aceleraban los cerebros en las más pusilánimes controversias.

No sabíamos que admirar más, si el conocimiento vasto de los contrincantes o el atrevimiento de personas no doctas en todos los asuntos y materias que en aquel tapete de la discusión, a modo de premisas demandantes de categóricas respuestas, se establecían. Se hacía gala de erudición y de oratoria; había quien padecía de insomnios por documentarse en un tema y existía, en fin, un amor propio que llevaba a unos a travesuras de ingenio y a otros a sandeces de barata erudición, y a todos a polémicas de tan ardoroso entusiasmo que les obligaba a morir antes que rendirse. Había quien se salía por la escuela griega; quien trataba de tal palabra anticuada remontándose a etimologías o raices de idiomas para deducir a lo mejor una consecuencia de adaptación dudosa y compleja. Quien pretendía hacer galas de discurso para demostrar las excelencias de la caza sobre la pesca o de la pesca sobre la caza, sacando como argumentos incontestables unos enrevesados y científicos nombres de los que no sabía para qué. Otros en estilo galicursi, traían aprendida su lección para asombrar a los que, a juicio suyo, quedarían mudos con los galenos conocimientos, sacados seguramente de una enciclopedia anticuada. Había, en fin, quien por una futesa me sacaba a relucir al Dios del Valhalla... Pero allí había sobre todo exposición de hechos y cosas instructivas que hacían de todos personas excelentes. No cabía allí barrueco tozudo ni ser de poca catadura; se requería para tan selecta reunión una dosis de correa sin fin, sinónima de ancho el pecho, alta la cabeza, grande la faz y fina percepción del medio en que se encontraban al introducirse en tan arriesgadísimo laberinto. !Cómo y que tristemente pasó aquello!

Hubiérais visto a un don Santiago Gómez (1) capaz de sostener que la cuadratura del círculo la resolvía el solito sin error pese a los geómetras euclideos y no euclideos que tropezaron siempre con tan arduo e irresoluble problema.Viérais sus sazonadas polémicas, de un cálido decir, llenas de frases vibrantes y de latiguillos efectistas como fin de drama; pero las sustentaba un hombre todo corazón y todo cariño, impertérrito amigo como impertérrito discutidor. Hombre de talento clarísimo, hacía a sus pensamientos parte vital de su organismo; eminente en su exposición e inconvencible en sus concepciones, a las que se pegaba como una lapa a su concha; afectado en sus argumentaciones, revelaba una ingénita afición hacia la tribuna popular. Era un fotógrafo que se impresionara a si mismo. !Qué buen hombre era! Allí tenéis también a un farmaceútico joven y que afortunadamente aún vive y el puede dar fe de si estas semblanzas no están en su punto y no responden a una sincera exposición alejada de toda exageración y malicia.

Este joven farmacéutico, de apiñada faz y cultura poco común, era el travieso individuo de ideas de zig zag, rápidas, eficaces. Sus ojillos parlanchines, reveladores de una inteligencia y de una picardía de ingenio sutil y extremadamente fino, eran y son el granillo de pimienta que sazona y hace más simpática su charla, que ya de por sí lo es. Y este hombre joven entre aquellos hombres maduros discutía y hacía más ardorosa la pelea, haciendo gala de una cultura tan bien digerida y expuesta de modo tan contundente y preciso, que todos aquellos sempiternos de la broma y del enredo, dieron cabida al talento de hombre tan locuaz y simpático como don Tomás Calero (2).Dígame él, sálveme él la afirmación de que como yo todos los que paladeamos las exquisiteces de aquella época de recuerdos imperecederos, si exagero en algo, y si conmigo no siente la nostalgia y el vacío de cosas queridas que se fueron y no volverán. Dígame él, a quien apelo en un momento de sinceridad y de ejemplo para la generación que nos escucha, si en sus sentimientos no nota la falta de aquellos esforzados y nobles amigos de querida memoria, dignos de mostrarlos a la juventud presente como ejemplos de normas exquisitas que hoy no vemos. ¿Cómo no recordar a don José Ciriaco (3), maestro de la sátira cortante; de don Pedro Sarabia (4), que no lo era menos; del malogrado Carlitos Burlo(5), noblote y sencillo muchacho tanto en sus ocurrencias como en sus sentimientos; de don Francisco Lara, empedernido usador y abusador de la L, hombre bueno y sencillote, y de tantos otros que no menciono por no alargar desmesuradamente el artículo?

!Cuántos hombres extraños a la tal reunión salían encantados de ella, y se llevaron a sus tierras la admiración y el culto hacia estos amigos que no pueden olvidarse! Vaya para los desaparecidos, el holocausto del recuerdo constante, y para los vivos, nuestros mejores deseos de salud. Corresponsal”.

 

 

Tomás Calero Arias (Guareña-Badajoz, 1887-Cabra de Santo Cristo-Jaén, 1939). “Este joven farmacéutico de apiñada faz y cultura poco común, era el travieso individuo de ideas de zig zag, rápidas, eficaces. Sus ojillos parlanchines, reveladores de una inteligencia y de una picardía de ingenio sutil y extremadamente fino, eran y son el granillo de pimienta que sazona y hace más simpática su charla, que ya de por sí lo es...”. Fuente: Doña Ana Espantaléon Jubés.

Notas:

(1) Las únicas referencias que tenemos de Santiago Gómez aparecen siempre ligadas a las páginas del diario tradicionalista “El Pueblo Católico” donde envió sustanciosas crónicas de la villa casi siempre de contenido religioso. Entre ellas destacaríamos la de la misa funeral de Eduardo León y Llerena publicada el 9 de octubre de 1900 en “El Pueblo Católico” y la de las rogativas a favor de las lluvias tras la persistente sequía de 1903. (Véase “La villa de Marmolejo en el reinado de Alfonso XIII: 1900-1931; páginas 22, 23 y 197).

(2) El farmacéutico Tomás Calero Arias había nacido en Guareña (Badajoz) en 1887. Tras finalizar los estudios de farmacia en Madrid, se estableció en Marmolejo. Era un hombre polifacético y de gran bagaje cultural, enamorado del teatro y de la literatura. Colaboraba intensamente junto a Julia Perales, Antonio Alcalá Venceslada, Julio Vizcaíno y un puñado de aficionados más, en la creación de la compañía local de teatro en la que destacaría como creador de guiones para obras cortas, a menudo representadas en el coqueto teatro de la calle del Hospital que era propiedad de Julia Perales. Su afición por el teatro fue reconocida en alguna ocasión en las páginas de la revista “Don Lope de Sosa”, y por los círculos culturales de la capital de la provincia, en donde contó con el aprecio de su viejo amigo de carrera, el erudito farmacéutico Ramón Espantaleón Molina (impulsor del Museo Arqueológico y de Bellas Artes de Jaén) quien al cabo de los años sería su consuegro, al casar su hijo don Francisco Calero Herrero, con la hija de aquel, doña Ana Espantaleón Jubés.

(3) José Ciriaco Aguilar era maestro de enseñanza elemental destinado en Marmolejo hacia 1900. En 1876 había obtenido plaza tras brillante oposición en Navas de San Juan (Jaén). Muy integrado entre las élites políticas y culturales de la localidad nos refiere Santiago Gómez que ejercía también de corresponsal local en alguna publicación periódica de ámbito provincial.

(4) Pedro Sarabia y Padilla se encontraba ya destinado en Marmolejo como maestro de enseñanza elemental hacia 1888. Sin embargo en enero de 1909, obtenía destino en Sevilla. Católico conservador cercano a los círculos más integristas que apoyaron en su día la causa del carlismo, le vemos en noviembre de 1888 firmar un manifiesto en favor del integrista Ramón Nocedal, fundador del partido Católico Nacional. A dicho manifiesto publicado en el diario católico tradicionalista “La Fidelidad Castellana” de Burgos, se adhirieron junto a José Ciriaco, otras personalidades del mundillo católico conservador marmolejeño, a saber: Antonio Alcalá Ayllón, Francisco Florez, presbítero; Luis Alcalá y Orti, Luis Orti y Peralta, Juan de Lemus Malo de Molina, farmacéutico, José López Morcillo, médico, Joaquín González Díaz, Pedro Perales, Manuel Flores, Julián Castilla, Francisco Perales, Eufemiano Gómez Extremera, José Medina Mañas, José Alcalá Orti, líder de los conservadores locales, Pedro Medina Cano, Juan Pedrajas, Mateo Rodríguez y Fernández, Mateo Gallo, José Vizcaíno Moyano, Manuel Vizcaíno García, Manuel González, Ambrosio Sánchez, párroco, y Juan Padilla, presbítero.

(5) El joven Julio Carlos Burlo Gónima fue elegido concejal, probablemente por el partido Conservador, en 1916 junto a su hermano Juan Luis Burlo, años más tarde alcalde entre 1925 a 1930. Su padre José Luis Burlo Balde, natural de Cádiz, casado con Josefa Gónima Gallo del Puerto de Santa María, se vino a Marmolejo para encargarse de la administración del Balneario a petición de Eduardo León y Llerena hacia 1882-83. Julio Carlos, falleció muy joven a consecuencia de una dolencia de riñón.

 

Fuentes y Bibliografía:

-Diario “La Correspondiencia de España” de 9 de enero de 1909

-”La Fidelidad castellana: diario tradicionalista” de 16 de noviembre de 1888. Burgos.

-Artículo publicado por Pepi Gónima, titulado “Los Gónima, Griegos de El Puerto”, en www.gentedelpuerto.com

-Perales Solís, Manuel: “La villa de Marmolejo en el reinado de Alfonso XIII: 1900-1931”

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