top of page

Paseando por nuestros campos: la Boca del Río

-Manuel Perales Solís-

Se encuentra este paraje de nuestro término en  el rincón sur-occidental  del pago de Cerrada. Está delimitado hacia el oeste por el río Yeguas en su tramo final, antes de unirse con el Guadalquivir (de ahí el nombre de Boca del río); al sur por este mismo río y casería de Torta;  al norte por el arroyo de las Cavas y al oriente con Casillas Blancas. Muy próximas a la finca de la Boca del Río, en el término municipal de Montoro, están la Garabitera, la Herradurilla y los Millones, haciendas de olivar serrano de las que ya dimos cuenta en otro artículo en esta misma página. 
   Durante los últimos años del XIX y los primeros del XX, la hacienda perteneció  a la condesa de la Vega del Pozo, que la compró a los hermanos Brochetón, acreedores de Teodoro Martel, conde consorte de Villaverde la Alta. Esta señora perteneciente al estatus noble, era dueña en el pago de Cerrada de un patrimonio olivarero cercano a las 150 hectáreas, 132 de las cuales pertenecían a esta finca y el resto a otras propiedades cercanas denominadas “Viñuela de Godoy” (1) y “Llanos de Turel”, igualmente del antiguo patrimonio de los condes de Villaverde. Dispuso también de otros predios, de igual o mayor extensión, en el término municipal de Córdoba y de Montoro, entre ellos, la hacienda de  Las Prensas, en el Charco del Novillo, donde se hizo construir hacia 1891 una magnífica casería de aspecto palaciego, con molino e iglesia, así como la casería del Corregidor, en el pago montoreño de Santa Brígida, reformada simultáneamente por estas mismas fechas (2). 
   Hasta el inicio de la década de los noventa del pasado siglo la casería  se conservaba tal cual era, pero unas reformas emprendidas con posterioridad a quedar en semiruina, la dejaron reducida a un solo cuerpo de vivienda de dimensiones más reducidas. Sin  embargo en sus mejores tiempos, se trató de un enclave que disponía, como era costumbre, de molino aceitero, cuadras para los animales, vivienda con habitaciones para los caseros y jornaleros y una parte “noble” reservada a los señores. Cercana a ella existían también otras pequeñas casillas para vivienda de jornaleros/as junto al sendero que bajaba hasta el río Yeguas.

En el Catastro de Rústica de 1905 aparecía como propiedad de una grande de España,  Dña. María Diega Desamaissières y Sevillano, condesa de la Vega del Pozo, mujer singular cuyos datos biográficos merecen la pena recordarlos (3): “María Diega nació en Madrid en 1852 y murió en Burdeos en 1916. Perteneciente a una noble familia, poseedora de numerosos títulos aristocráticos y de una inmensa fortuna material, permaneció siempre soltera, quedando en posesión a lo largo de su vida de una inmensa fortuna, que ella destinó en buena medida a la fundación de centros benéficos en diversos lugares de España. Su bisabuelo paterno era francés, de la región de Burdeos y se llamaba don Arnaldo Desmaissières. Su abuelo paterno era Miguel Desmaissières, oriundo de León, y quedó heredero en el Bordelés de inmensas extensiones de territorio de viñedos. Con título de Conde de la Vega del Pozo, se dedicó a la política desde finales del siglo XVIII. Su abuela  era Bernarda López de Dicastillo, también de noble ascendencia Navarra con riquezas, palacios y tierras. Ambos casaron en 1802, teniendo nueve hijos. Uno de ellos Diego María Desmaissières y López de Dicastillo, conde de la Vega del Pozo, padre de María Diega.
  Casó en 1846 con María Nieves Sevillano y Sevillano, que heredaba los títulos de marquesa de Fuentes de Duero y duquesa de Sevillano. En 1850 nació su primera hija María de las Nieves, que murió a los tres años. En 1852 nació María Diega, que heredaría todos los títulos y todas las riquezas de ambas familias. 

1.jpg

Antigua casería de La Boca del Río.

2.png

María Diega Desmaissières y Sevillano (n.1852-1916), condesa de la Vega del pozo y duquesa de Sevillano, dueña de la Boca del Río hasta 1916. Foto extraída de Wikipedia.

Perdió a su padre muy pronto pues Diego falleció en Pau en 1855, heredando la influencia de su tía María Micaela, la santa de la familia. De ahí que María, que siempre permaneció soltera, se propusiera desde muy joven la realización en Guadalajara, lugar de ubicación del palacio de los Desmaissieres, de una gran fundación que sirviera de acogimiento a pobres y desvalidos, levantando junto a ella un gran mausoleo para enterrar a su padre y a toda su familia.
 Heredera, por tanto, de una inmensa fortuna, la dedicó a mejorar las condiciones sociales de los alcarreños pobres. Proyectó construir en los alrededores de la ciudad un gran complejo educativo y de acogida: lo que sería la Escuela Modelo y el Asilo, que estaría acompañado de una iglesia conmemorativa de su tía María Micaela, y de un gran panteón donde fuera enterrado su padre, y que sirviera para acoger los restos de toda su familia, y los suyos propios.

Muy joven aún, en 1882, se puso a la tarea, encargando el proyecto al arquitecto Ricardo Velasco de Bosco, quien desarrolló en Guadalajara una idea arquitectónica que le consagró definitivamente como uno de los mejores arquitectos en la historia de nuestro país. En 1988 el Ayuntamiento de Guadalajara, agradecido a su bondad y desvelos por los pobres de la ciudad, la nombró Hija Adoptiva de la misma.

Por haber fallecido de forma inesperada en Burdeos, en 1916, sin haber realizado previamente testamento, y al no tener hijos ni sobrinos directos, la inmensa fortuna de María Diega quedó en poder del Estado francés en lo relativo al vecino país, y en el de algunos remotos parientes, Congregación de Religiosas Adoratrices y Estado Español, en lo referido a nuestro país”. 

A la tradición viticultora de la condesa de la Vega del Pozo, se debe que por estos años de principios de siglo sean frecuentes, y no por casualidad, diversas parcelas de sus fincas dedicadas al cultivo de la viña, fundamentalmente en zonas de ladera y, siempre, en torno a la cuenca del río Yeguas y su desembocadura. Hablamos de la conocida como “Viñuela de Godoy”,  “Arroyo de las Cavas; con Cava la Alta y Cava la Baja; y otras colindantes como “La Viñica”, y “la Cabezá de la Viña” nombres que aún en nuestros días perduran en la memoria colectiva, aunque ya plantados de olivos 

   La hacienda de La Boca del Río pasó a ser administrada, tras la muerte de  la condesa, por el Estado que la arrendaba por periodos de cuatro años, a pequeños aparceros, la mayoría de las veces, de condición humilde,  casi siempre, residentes en el entorno geográfico más próximo. También el ganado vacuno existente en las fincas  que fueron de su propiedad, entre ellas, Belloteros, Pinillos y La Boca del Río, salió a la venta por cuenta de la Administración Estatal, con sede en la calle Rosario número 8 de Montoro, desde donde operaba el antiguo administrador de la condesa Francisco Moreno Ojeda (4). El lote de ganado lo conformaba: un toro, tres bueyes, cinco vacas (dos de ellas con rastra) y nueve añojos (machos y hembras).


 Uno de los arrendatarios de la Boca del Río durante la 2ª República fue el propietario olivarero Andrés Pastor Peña, persona vinculada  a la política municipal, con cargo de concejal por el Partido Radical de Marmolejo, en la corporación constituida en marzo de 1934 (5). Este hacendado local, con molino aceitero en la calle del Navazo, también llevaba arrendada la finca montoreña de las Prensas, perteneciente por estos años al asturiano José Santos, así como otras propiedades de don Manuel Palacios Amores en el término de Marmolejo. 

El último de los arrendatarios de esta hacienda, en el inicio de la década de los setenta del pasado siglo, fue Manuel Gómez Torres, “Rufino”, perfecto conocedor de la zona pues desde pequeño se había criado junto a su familia en la misma Boca del Río, donde prácticamente  trabajó encomendado a diferentes labores desde que era casi un niño, y siempre junto a la compañía de su padre, Antonio Gómez Barrera, y de sus hermanas.    
  Considero oportuno detenernos en la infancia y adolescencia de Manuel y de su familia, tal y como me la transmitió su hermana Antonia (6), próxima a cumplir ahora los noventa años de edad, y una niña plenamente consciente de cuantos hechos ocurrieron en aquellos años iniciales de su vida.
 Manuel nació en Marmolejo en 1927, en la casa que habitaban los sacristanes de la ermita de Jesús, pues los abuelos paternos, Rufina Barrera y Manuel Gómez, tenían encomendado el cuidado de la iglesia durante esos años al tiempo que atendían su pequeño negocio de vinos y zapatería, justo en frente, en la esquina de la calle Jesús con Arroyo. 
    La abuela Rufina era de Fuencaliente; allí ennovió con Manuel en las  temporadas que éste marchaba a trabajar para el arreglo de zapatos de los agüistas durante la estación de baños. El matrimonio tuvo seis hijos/as: Antonio, Felipa, Félix, Manuel, Teodora y Valentina. Todos ellos serían conocidos popularmente como Los Rufinos.

  Antonio, padre de Manuel, había trabajado en las obras del ferrocarril de Marmolejo a Puertollano, pero paralizado aquel proyecto por cuestiones presupuestarias,  marchó a la Boca del Río para encomendarse en distintas tareas en la finca. Tras casarse con la marmolejeña Dolores Torres (7), les nacieron Manuel, y luego correlativamente las tres niñas, Antonia, que vio las primeras luces en la casilla de su tia Felipa, el cuatro de enero de 1929; Alfonsa, nacida en Marmolejo, y Dolores. Ésta última lo hizo en la Boca del Río, a donde la madre, ya a punto de dar a luz, y desoyendo las recomendaciones de su esposo,  quiso pasar la Nochebuena junto  al resto de sus pequeños que estaban allí con el padre. 

   Eran días de recolección de las aceitunas y había por entonces muchas familias aceituneras habitando la casería y casillas aledañas. Tras el empeño de Dolores, el camino hasta la Boca del Río se hizo sobre un mulo, pero cuando llegaron, le vinieron los dolores de parto teniendo Antonio que volver a Marmolejo en busca del médico Julio Vizcaino que sacó sana y salva a la niña pero nada pudo hacer por la vida de la madre, falleciendo ésta al poco de producirse el parto. Dolores tenía entonces la edad de 36 años.

Finalizaba aquel diciembre de 1933  en plena República y Manuel, el mayor de la saga, contaba con seis años recién cumplidos. Su padre, desolado y deprimido, confió la crianza de la pequeña Dolores a su hermana Felipa que se la llevó a Marmolejo quedando él con los más mayores   en la casilla que la tía tenía en la parte más alta de un olivar arrendado, años atrás, a la familia Alcalá Venceslada, cercano al arroyo de la Cava y al río Yeguas. Todavía, hoy en día, es conocida como la casilla de “La Rufina”, aunque sólo pervive el muro de tapial que dividía la casa en dos estancias.  
 Según el testimonio de Antonia Gómez, fundamental para poder reconstruir la vida de Manuel Rufino, su padre cuidaba de ellos como si de una madre se tratara, si bien, esporádicamente contaba con la ayuda de Felipa en los días que ésta marchaba a la casilla para empeñarse en las tareas de la finca, pues ya había quedado viuda para entonces.

   Durante los años coincidentes con la República, Antonio, mantuvo su trabajo en la Boca del Río y podía estar al tanto de los pequeños, teniéndolos atendidos, enseñándoles, incluso, tareas domésticas como encender la candela, aseo personal, y cuidar de los animales a su cargo: una cochina, varias gallinas, dos o tres perros y un número indeterminado de gatos. Sin embargo los niños nunca pudieron ir a la escuela para aprender las primeras letras dada la lejanía con Marmolejo y la coincidencia de su infancia con los tres años de guerra y la posterior postguerra.

  Refiere Antonia que pasaron durante esos años por la Boca del Río varios arrendatarios. Uno de ellos, Andrés Pastor “Gabano”, también llevaba arrendada la finca de Las Prensas. Según su testimonio, don José Santos era el dueño de la Boca del Río por estos años.  Después de guerra su padre llegó a comprarle la cosecha de la finca al tal Don José y recuerda como hubo después otros arrendatarios procedentes de Montoro. Tras de aquellos vinieron una familia de granadinos cuyo hijo Juan Pérez Arcos, dispuso, años más tarde, de una taberna en la calle de la Paz de Marmolejo.

4.jpg

Manuel Gómez Torres (Marmolejo, 1927-2003).

 Andrés Pastor Peña, arrendatario de la Boca del Río hacia 1934.

3.jpg

Y de nuevo otra Navidad triste en sus recuerdos: la de 1936. En esos días las gentes de aquellos pagos eran avisadas de la amenaza que podía suponer  la entrada de las tropas de Queipo de Llano por la zona del Yeguas, en su  avance hacia la provincia de Jaén, en lo que se denominó como “la Campaña de la Aceituna”. “Mi padre abandonó la Boca del Río: nos cogió a los tres y marchamos hasta Valparroso por indicaciones de un conocido  suyo pues en esa casería, se habían refugiado muchas familias de Marmolejo esperando el fatal desenlace anunciado. Antes se había pasado  por el pueblo pero no encontró a nadie; sólo a unos soldados y a alguna gente del Ayuntamiento que le aconsejaron que marchara hacia el campo.
   Pero tras unos días evacuados y viendo que las tropas “fascistas” eran  contenidas por este lado de la frontera, mi padre decidió volver a la casillla de la tía Felipa, y allí sobrevivimos como pudimos, cazando con  lazos y perchas, haciendo carbón por los Menchones del Cañuelo; pescando en el río Yeguas y Guadalquivir; cogiendo espárragos, vinagreras, alcaparrones y, como no, con los alimentos que los soldados republicanos del destacamento de la Boca del Río nos facilitaban para que los más pequeños comieramos”. 

  Durante los años de guerra, la Boca del Río queda abandonada sin presencia alguna de arrendatarios, ni trabajadores, y convertida en zona estratégica de vigilancia por el ejército de la República, pues el Guadalquivir, sin pretenderlo, se convierte en  frontera entre la España republicana y  la sublevada, siendo en este sentido las tierras de la Aragonesa, lugar de transición, o “tierra de nadie”, por donde a menudo colaban familias enteras que marchaban hacia Córdoba buscando vivir en “zona nacional”. 

También en algún momento, antes o después, el ejército republicano esperaba la ofensiva del ejército de Franco por este flanco del valle del Guadalquivir. La casería, quedó convertida entonces en una especie de cuartel permanente con una dotación de soldados  que vigilaban día y noche la posible llegada de tropas insumisas desde el término de Montoro y  de Villa del Río. Por eso, para mejorar la seguridad de la frontera, el Ejército Republicano  socavó una larga línea de trincheras por todo el flanco oeste, hacia el rio Yeguas, y sur, dando vista al Guadalquivir, a lo largo del laderón de los Algarbes.  
   Pero lo peor para la familia de Manuel “Rufino” estaba por llegar. En los momentos más críticos de la guerra, ya casi al final de la misma, el padre es movilizado por la “quinta del saco” y tiene que dejar la casilla, quedando los tres niños solos. Dolores, la menor, seguía en Marmolejo con la tía Felipa que cuando puede se acerca hasta allí para darles una vuelta. No obstante, atemorizada por el cariz que van tomando los acontecimientos y las noticias que llegan  de otros lugares, donde se sabe que las tropas moras de Franco saquean las viviendas de la gente de izquierdas y abusan de las mujeres que encuentran a su paso,  decide marchar a Marmolejo, dejando solos a los niños con la advertencia de que no abran la puerta a nadie durante la noche. Allí quedan  Manuel, Antonia y Alfonsa, abandonados a su suerte, aunque con el amparo de los soldados republicanos que todavía permanecen en la Boca del Río. 
   Los últimos días de la contienda los recuerda Antonia como de gran trasiego de milicianos republicanos que abandonando sus puestos desde los frentes del Valle de los Pedroches  pasan por las cercanías de la Boca del Río, desprendiéndose de todo el armamento y ropajes que llevan encima para evitar ser detenidos. Luego, hacia final de marzo,  los acontecimientos se suceden y me refiere  como se fueron hasta el cerro Álvarez, con la tía Felipa, para contemplar desde lejos el paso de las tropas franquistas por la carretera de la sierra con dirección a Marmolejo y la provincia de Jaén. No olvida  cómo su hermano Manuel un día que fue al pueblo a comprar algo se presentó con un gorro de un soldado republicano que había encontrado en el camino tirado por los olivares.

5.jpg

Ruinas de la casilla de Felipa “La Rufina”. Al fondo casería de la Herradurilla en el Charco del Novillo. Foto: Alex

6.jpg

Olivares próximos a la Boca del Río con el Charco del Novillo al fondo. Foto: Alex

Al finalizar la guerra el padre, que se encontraba destacado con el ejército republicano por la zona de La Mancha, aprovechó el momento de desconcierto de aquellos días, y abandonó su posición  para evitar ser conducido a un campo de concentración franquista. Entonces, preocupado por el riesgo que podían estar pasando sus hijos inicia un largo periplo desde la provincia de Ciudad Real y tomando dirección Fuencaliente llega finalmente hasta la Boca del Río, totalmente agotado, tras varios días sin apenas comer. Sólo lo que le daban. “Mi padre (testimonio de Antonia) llegó por la noche a la casilla y pensando que estaríamos allí con mi tía, la llamaba diciendo !Felipa¡, !Felipa¡, !Abre la puerta¡. Al darnos cuenta de que era la voz de mi padre saltamos desde la cama y llenos de alegría lo abrazamos. Luego se hinchó de llorar al vernos allí solos. Traía la cara descompuesta y los pies reventados de tanto andar, campo a través. En la talega unos trozos de tocino que la gente le había ido dando por los cortijos por donde pasó, pues no se atrevió a entrar en los pueblos para evitar ser detenido. A partir de esos días  tuvo que vivir apenas sin dejarse ver, como si fuese un “topo”, para evitar ser represaliado por las autoridades locales y recluido posteriormente en campos de concentración por haber pertenecido al ejército republicano. En Marmolejo nadie conocía su presencia en la casilla de Rufina cercana a la Boca del Río”. 

Los días posteriores sobrevivieron gracias a la ayuda de “Juanillo Ricardo” (su nombre era Juan Cañuelo Coba), pequeño comerciante de ultramarinos que disponía también de taberna en la calle del Arroyo, una de las pocas personas conocedoras de su paradero que, de manera solidaria, colaboraba vendiéndole comida y prestándole dinero a Antonio, que luego le iba pagando cuando podía.  En sus viajes a Marmolejo para retirar, con sumo cuidado, esas provisiones, Manuel Rufino, todavía un adolescente de doce años, rebuscaba  las colillas de tabaco en las calles para llevárselas al padre. 
  Los niños continuan junto a Antonio viviendo en la casilla, pero la extrema vigilancia de la Guardia Civil sobre los grupos de  exmilicianos republicanos que pululan por los  numerosos lagares del olivar serrano  hace que el ambiente se haga irrespirable y los propietarios le obliguen a abandonar la casilla tras las acusaciones de que “allí se estaba dando amparo y refugio a los huidos rojos”. 

   Después de varios requerimientos de “los civiles”, marchan de la casa, que es cerrada por el propietario Juan Alcalá Venceslada, pasando a  vivir en una choza bajo los árboles de la ribera del Yeguas. Son momentos delicados para ellos pues las autoridades locales sospechan de los caseros y obreros que viven en el campo como complices de los grupos de huidos republicanos. Precisamente por esas fechas se ha producido en la misma Boca del Río una operación de provisión de alimentos llevada a cabo por el grupo de Los Jubiles que frecuentan la zona. Muy cerca, en la Fresnadilla, tienen una base logística amparados por el casero Manuel Martínez y su familia. Tras llevarse algunas provisiones dejan encerrados en la casería a varios trabajadores; a las hijas de Antonio, y al hijo del propietario de la Garabitera, el joven Pedro Jurado, al que sólo le requisan el caballo que llevaba tras evitar ser secuestrado, ya que se da a conocer como un jornalero más de la cercana Garabitera. Finalmente y tras comprobar que los huidos ya no están, salen todos de la casa en el momento en que Antonio llegaba para percatarse de que sus hijos están allí  y se encuentran bien.

  Durante los días siguientes de aquel inesperado desahucio continuan viviendo en la ribera del Yeguas; el padre y los niños pescan peces, hacen  picón y carbón y cazan zorzales y pajarillos para poder subsistir, aunque Antonio consigue trabajar, esporádicamente, en la Boca del Rio. Luego una vez que se calma la situación y comprueban que la Guardia Civil rebaja la presión sobre la zona, coincidiendo con la desarticulación del grupo de los Jubiles en Mojapié y Loma Candelas, decide volver de nuevo a la casilla de la tía Felipa. 
  Durante este tiempo sigue empleado de forma más estable en la Boca del Rio y por la tarde-noche, se acerca a Marmolejo a por ato y para tomar el vino, como era la costumbre de entonces entre los jornaleros del campo tras la jornada de trabajo.  
  Los niños ya más mayores, quedan en la casilla y cuando  el padre se tarda más de la cuenta, salen en su busqueda hasta el cruce con el camino de la Marquesa.

Una de esas  noches,  intranquilos por la tardanza de Antonio, deciden ir a su encuentro. Les seguían, casi siempre detrás, una animada comitiva formada por cuatro perros, una cochina, todas las gallinas y varios  gatos. Al llegar al cruce empezaron a llamarlo por si venía cerca, pero como aquel día no contestaba le indicaron al perro que fuera a su encuentro. El animal, obedeciendo la orden, marchó hasta Marmolejo y llegó hasta la misma puerta de la taberna de Ricardo Cañuelo, en la calle del Arroyo, donde estaba Antonio apurando el vaso de vino. Cayó entonces en la cuenta de que ya era  demasiado tarde y que sus hijos estarían preocupados. Pagó el vaso y salió detrás del perro que, de nuevo, le esperó en la puerta de la taberna de Mangano, en la calle de Jesús, cuando reculó allí; luego prosiguió en la de Andrés Cañuelo, en la calle Calvario, y a continuación se detuvo  en el ventorrillo del “tío Esteve” frente al Santo Cristo. Finalmente, y antes de coger la trocha del Nacimiento, paró a echar  la “espuela” en el ventorrillo de Juan Ramón, cerca del arroyo del Agua. Era ya noche cerrada cuando, por fin, se encontró con los niños y aquella peculiar comitiva de animales, según el testimonio de Antonia, que rememora aquel día con especial emoción y remarca la conducta de aquel perro tan querido, a quien nunca olvidará.

  Hacia 1946 Felipa compraba definitivamente el olivar del arroyo de la Cava. Para entonces Antonio se ha llevado a los suyos a vivir a Valdeleches; allí se empeña en la elaboración de carbón y picón y en el cuido del ganado en aquella dehesa de Sierra Morena. Por estos años Manuel es mayor de edad y Antonia alcanza ya los 17 años. Ha recibido una oferta para marchar a Madrid a la casa de una señora y así lo hace. Sabe leer los carteles del Metro y los rótulos de calles sin tener que preguntar porque cuando era pequeña reproducía en un trozo de pizarra del río Yeguas las letras que ve en los paquetes de tabaco de los soldados. Les pregunta a los que saben y finalmente construye las palabras y aprende a interpretarlas. Allí pasa un  tiempo hasta que vuelve a Marmolejo donde se emplea como sirvienta  en la casa del médico José Perales Jurado. 

7.jpg

Croquis de ubicación de la Boca del Río. Dibujo: Pepe Sireco

Por su parte su hermano Manuel continua trabajando en la Boca del Río y en las fincas de la zona. En Marmolejo se ennovia con  Ramona Gálvez Barbalán (n.1932), natural de Montillana, que venía a la casa de una tia suya a pasar temporadas. Se casan pronto y marchan a vivir a la casilla de Marina “La Inglesa”, muy cercana a la de su tía Felipa. Trabaja también y vive junto a su mujer en la casería del Cañuelo donde le nace el mayor de sus hijos, Antonio. Finalmente deciden marchar al ventorrillo  de Juan Ramón que sus suegros habían comprado junto al arroyo del Agua, en la carretera de Cardeña. Se marcha a vivir con ellos el abuelo Antonio que fallecería en 1968 a la edad de setenta años. 

    En 1971 Manuel se decide arrendar la Boca del Río con sus miles de olivos montuosos, donde empeñará toda su laboriosidad y sabiduría para sacar adelante a una familia más que numerosa. Una vida de trabajo y de lucha continua por la supervivencia, hizo de Manuel una persona muy comprometida con las ideas solidarias, formando parte de la candidatura del PSOE de Marmolejo para las elecciones municipales de 1983 y de los comité ejecutivos de la Agrupación Socialista  y de la Unión General de Trabajadores. En alguna ocasión celebró reuniones, con sus compañeros más afines de partido, en la cocina-comedor de la Boca del Río, junto a la chimenea de leña de la casería, en épocas en que le era imposible desplazarse a Marmolejo por estar empeñado en la recolección de las aceitunas, tarea que realizaba junto a su mujer y su prole de 8 hijos, cuatro varones y cuatro hembras. Siempre agradeció ese gesto de reconocimiento pues  gustaba estar al tanto de cuantos acontecimientos ocurrían en la Agrupación Socialista y en la política local. 
 Una vez finalizada la recolección la familia al completo cambiaba su residencia a su nuevo domicilio de Marmolejo, en la calle Maestro, aunque a diario, Manuel, marchaba a trabajar a la finca donde nunca faltaban quehaceres. Durante varios años cultivó algodones junto a la vega del río e incluso crió un rebaño de ovejas, que recogía de noche en un aprisco formado frente a la ventana de su dormitorio para así poder protegerlas de posibles hurtos. En el camino diario hacia la Boca del Río, era conocida su costumbre de parar por las mañanas, bien temprano, en la taberna de “La Vejeta”, para adquirir el vino para la jornada. 

 Con la llegada de nuevos propietarios, a comienzos del nuevo siglo, la casería fué remodelada suprimiéndose varias partes de las antiguas edificaciones, entre ellas el viejo molino de aceite, con lo que actualmente  aparece casi irreconocible. Aún así merece la pena que nos acerquemos a estos parajes tan quebrados de nuestro término, para apreciar la singularidad de las plantaciones de olivar de ladera y la belleza de la ribera del Yeguas donde, en los últimos años, y gracias a la corriente continua que proporciona la presa situada aguas arriba, han proliferado frondosos bosques de ribera formados por multitud  de fresnos, álamos, mimbreras, acacias, adelfas, taraes, etc. Todo un deleite para los que gustan disfrutar de la naturaleza en estado puro y empaparse al tiempo de los ricos valores etnológicos y paisajísticos que encierra esta zona. 

Notas y bibliografía:
(1) Nombre que recibe una de las fincas propiedad de la condesa de la Vega del Pozo, cercana a las 20 hectáreas y más de dos mil plantas de olivar. Se ubica esta finca con casería, en el pago de la Herradura. Desde los años cincuenta del pasado siglo trabajaron  en esta finca la familia de Los Cantones, dedicados también a la producción ganadera. Fuente: Catastro de Rústica de 1905. Legajo 9204 Archivo Histórico Provincial de Jaén.
(2) Majuelos Martos, Pedro: “Paseando por nuestros campos: Las Prensas”. Artículo publicado en la página web blog.centauromontoro.com. Año 2007.
(3) Datos biográficos de la Condesa de la Vega del Pozo, extraídos de la página web aache.com/alcarrians/diega.htm.
(4) Noticia publicada en el “Diario de Córdoba” de 8 de mayo de 1918, n.º 21178. La rastra era un apero de labranza que servía para allanar el terreno después de ser labrado. Esta labor se hacía en los meses de verano cuando era necesario tapar las grietas del terreno y levantar el polvo necesario para los olivos.

(5) Perales Solís, Manuel: “La Memoria Rescatada: 1931-1951”, pág 73. Hacia 1930 Andrés Pastor Peña “Gabano”, era ya propietario de un molino eléctrico en la zona del Navazo, arranque de la calle del Calvario.
(6) Los datos biográficos de Manuel han sido aportados por su hermana Antonia Gómez Torres a la que quedo enormemente agradecido por su amabilidad y su especial empeño en que estas experiencias vitales no queden en el olvido. Sus testimonios han sido fundamentales para la reconstrucción de aquellos momentos, hasta ahora inéditos, de la vida de su familia. Igualmente mi agradecimiento a Jorge Martín Gómez, hijo de Dolores, y a los hijos de Manuel, Antonio y Alfonso Gómez Gálvez por haberme ayudado a desvelar esta historia de sus antepasados tan humana e interesante.
(7) Los padres de Dolores eran Ramón y Antonia. Ramón era oriundo de Porcuna y la familia de Antonia procedía de Martos.
(8) La tía Felipa estuvo casada con Alonso Peña. La casilla fue construida hacia 1928 y allí nacería su sobrina Antonia Gómez Torres el 4 de enero de 1929. 

bottom of page